fotolourdes2web La Hospitalidad de Lourdes llevó a cabo su tradicional peregrinación a este santuario entre el 12 y el 16 de mayo. Muchos fieles de la Diócesis de Getafe se suman cada año a esta experiencia. El getafense D. Javier Serrano es uno de ellos y ha querido compartir lo que ha supuesto este viaje para él. Éste es su testimonio:
 
Me llamo Javier, tengo 41 años y soy vecino de Getafe, y realicé esta peregrinación después de una fuerte conversión de fe que tuve a finales del año 2014.
Una de mis peticiones ante el Santísimo, a principios de 2016, fue poder ir a visitar a la Madre algún día, en un santuario mariano.
Dicho y hecho. La pasada Semana Santa, en concreto el Sábado de Pasión, quedé para comer con un amigo y, hablando de todo un poco, le conté de mi fe. Él no tenía conocimiento de ella, pero dijo que tenía una amiga que era responsable de uno de los grupos de peregrinación a Lourdes. Tampoco sabía mucho más.
Le pedí el teléfono de ‘mi’ Rosa, la jefa de un equipo de la Hospitalidad de Lourdes, la llamé, me contó y dije: “¡Sí quiero!”.
Y allí me planté el jueves 12 de mayo, con mi medalla de hospitalario en el pecho y una ilusión desbordante.
Antes de ir me documenté sobre Lourdes y las apariciones, y coincidió que uno de los días que estuvimos allí, el viernes 13, se celebraba la festividad de la Virgen de Fátima; el domingo era San Isidro y el 16, la Virgen del Rocío.
Salimos el jueves 12 de mayo. La complicidad entre enfermos, hospitalarios y peregrinos se palpaba en el ambiente, y la ilusión y la pasión de todos por todos era evidente.
El viaje de ida para mí fue de toma de contacto con mis nuevos amigos. Iba con mucha ilusión y sentía en mi corazón la necesidad de dar mucho amor.
Llegamos a Lourdes después de aproximadamente diez horas de viaje.
Nuestro día a día allí era servir a nuestros queridos amigos/enfermos, los cuales nos demostraban a cada momento sus cualidades humanas, unidas a su gran fe.
Nuestro único objetivo era hacerles felices. Daba igual dormir cinco o seis horas al día. Lo que deseábamos era estar con ellos, abrazarles, ver la felicidad en su rostro y que su amor penetrase en  nuestro corazón. El cansancio era inexistente.
Puedo confirmaros que, después de mi conversión, este viaje ha significado un nuevo empuje a mi fe, gracias a la ayuda al prójimo, que Dios pone en nuestro camino para que ayudemos y también para ayudarnos a reflexionar sobre nuestras situaciones personales.
Pienso que tenemos la obligación de valorar todo lo que tenemos diariamente y de ayudar al prójimo, de igual forma que nos gustaría que nos ayudasen a nosotros y a los nuestros.
¡Qué alejado estuve de Dios! Sólo puedo ofrecerle mi amor eterno y agradecerle que me haya dado luz para seguir su camino por medio de Cristo y de su Madre, nuestra madre María.
Podría contaros testimonios de fe o anécdotas sucedidas en cada lugar, pero prefiero que lo descubráis vosotros mismos. Os animo a ir y vivirlo en primera persona.
Por último, quiero hacer referencia al nuevo grupo de amigos que he incorporado a mi agenda, empezando por el padre D. Francisco Arias, delegado de Pastoral de la Salud en la Diócesis de Getafe, que recibió allí la medalla de las cinco peregrinaciones.