El Papa León XIV ha autorizado el reconocimiento del martirio de 11 personas: nueve seminaristas; un sacerdote, tío de uno de ellos, y un laico, padre de otro. Cuatro de ellos tienen vinculación con la diócesis de Getafe. Uno de ellos, Ángel Trapero, nació en Navalcarnero.
Navalcarnero fue uno de los puntos claves que sirve de base a la curia diocesana madrileña en el exilio durante la Guerra Civil. Allí se instaló su sede el 26 de noviembre de 1936, una vez conquistada la zona suroeste de Madrid por las tropas nacionales. Pocos días antes, el 9 de noviembre, en las tapias del cementerio del Este, era ejecutado un hijo del pueblo: el seminarista Ángel Trapero.
Había nacido en esa localidad madrileña el 23 de junio de 1916, en el seno de una familia acomodada. Su padre, Juan Trapero, segoviano, era relojero. Su madre, Sabina Sánchez-Real, era natural de San Martín de Valdeiglesias (Madrid). Lo bautizan en la parroquia de la Asunción, que sería saqueada durante la guerra junto con las ermitas de san José, san Roque y Vera Cruz.
No existendatos de la infancia de Ángel hasta el inicio de sus estudios eclesiásticos en Madrid, en cuyo Seminario se matricula por vez primera en segundo de latín. Antes debió cursar primero en algún otro seminario del que no tenemos noticia. En el Seminario Conciliar de la Inmaculada y san Dámaso hace siete cursos: tres de latín y humanidades, tres de filosofía y uno de teología. Sus calificaciones son sobresalientes. En su formación colaboran don Rafael García Tuñón, rector, y don José María García Lahiguera, director espiritual. No hay duda de que la reciedumbre de ellos recibida fue pieza clave para afrontar la persecución religiosa ocurrida también en su pueblo natal cuando llega allí en julio de 1936, finalizado el curso.
El seminarista, localizado
Navalcarnero se mantiene bajo el control del gobierno de la República hasta octubre de 1936, cuando fue tomada por el ejército de Burgos. Hasta ese momento el control del municipio lo asume la Brigada de investigación criminal, al servicio de la Dirección General de Seguridad, de cuyos archivos se sirve para la localización de los llamados enemigos de la República. A este archivo se une el incautado en el Seminario durante su asalto en julio, donde constan los datos de los seminaristas. Sólo así se entiende la localización de Ángel Trapero, cuyos datos no constan en ningún otro lugar, al no estar afilia- do a organización ni grupo político alguno.
El 11 de octubre la casa de don Juan Trapero recibe una desagradable visita: un grupo de milicianos practica un registro en su domicilio. Se llevan consigo dinero, joyas y a su hijo Ángel por ser seminarista. Lo trasladan a la checa de García Atadell, donde está dos días. Luego es puesto a disposición de la Dirección Gene- ral de Seguridad, organismo que tiene su origen a finales del siglo XIX y que, en dependencia del Ministerio de la Gobernación, fue responsable de las políticas de orden público en todo el país, con una habitual praxis de silencio ante las sacas, checas y paseos practicados por los grupos responsables del hostigamiento anti-católico. De sus calabozos ha dejado escrito Félix Schlayer, ingeniero alemán vinculado a la embajada de Noruega: «Sólo Dante podría describir lo que ocurría allí en aquellos días de tan espantosa saturación y horrible cohabitación».
El 17 del mismo mes Ángel es llevado a la cárcel de Porlier sin orden judicial alguna. Se trataba de las instalaciones del colegio Calasancio, en la manzana formada por las calles del General Díez Porlier, Lista, Padilla y Conde de Peñalver, incautado por el gobierno republicano en aplicación del artículo 26 de la Constitución de 1931, que prohibía a las congregaciones religiosas la dedicación a la educación o a actividad alguna, quedando su patrimonio afecto al Estado. El 9 de noviembre hubo una saca de treinta y un reclusos en aquella cárcel. Era un procedimiento habitual de extracción masiva y sistemática de presos desde los espacios reducidos donde habitualmente se hacinan los detenidos, encerrados en grupos de hasta seis personas en celdas individuales, con destino al lugar donde son ejecutados.
La muerte por excelencia
En este caso, son trasladados al cementerio del Este. Con Ángel van al menos dos sacerdotes: los hermanos Marcial y José Oliver Escorihuela; y muy probablemente Maximiliano González Bustos y Bernardo del Campo, también presbíteros. Sus cadáveres fueron enterrados en una fosa común. Ángel es inscrito como cadáver desconocido, muerto a causa de una hemorragia. «La muerte del mártir es la muerte del cristiano por excelencia. Esta muerte –según escribía Carlos Rahner– es aquella que, en el fondo, la muerte cristiana debe ser». Ángel llevó esta afirmación hasta el final.

Primeramente, fue enterrado en el Panteón familiar, en el cementerio de Navalcarnero. Desde 2017, los restos reposan bajo el retablo de San Dámaso, en la capilla del Seminario Conciliar de Madrid.