Ciclo A. Domingo III de Adviento (15/12/2013)
+ José Rico Pavés

Prepararse a la alegría desbordante

Llega la Iglesia al tercer Domingo de Adviento y una invitación abre la Liturgia de este día: "Estad siempre alegres en el Señor". Las palabras del apóstol san Pablo resuenan con vigor recordándonos el origen de la alegría cristiana: el Señor está cerca. La certeza de la cercanía de Cristo convierte la esperanza en la virtud que nos hace fuertes en la verdadera alegría. Al entrar en la tercera semana del Adviento se nos propone un reto de gran importancia: fortalecer la alegría en la espera, para que llegada la posesión del encuentro la alegría sea plena. Este Domingo, la Liturgia nos habla de la próxima Navidad y nos recuerda la necesidad de llegar bien preparados a ella para poder celebrarla con alegría desbordante. El encuentro con Jesús, hecho Niño en Belén, que nos aguarda en las ya cercanas fiestas navideñas requiere de nuestra parte una solícita preparación. Los acontecimientos que consideramos importantes en nuestra vida los preparamos anticipándolas, imaginando lo que acontecerá, orientando el deseo y venciendo los obstáculos que prevemos encontrar. No hay acontecimiento más importante en la vida que el encuentro definitivo con el Señor; un encuentro con Cristo, reconociendo su presencia velada donde Él ha querido quedarse. Aunque hayan sido muchas las Navidades ya vividas, sabemos que un encuentro nuevo on Cristo nos aguarda. Para que la alegría entonces sea desbordante debemos proteger ahora la alegría de la espera. En las lecturas de este Domingo encontramos enseñanzas luminosas que nos ayudan a ello.

En la primera, el profeta Isaias, hablando en nombre del Señor, anuncia los tiempos nuevos del Mesias que traerán también la transformación de la Creación: desierto y yermo se regocijarán, la estepa florecerá. Año tras año, al llegar la Pascua con la primera luna llena de la primavera, vemos cumplida la palabra del profeta. La transformación estacional de la creación no es sino una imagen de la transformación interior que se obra en el corazón humano cuando acoge en docilidad la Palabra de Dios. Al florecimiento del desierto acompañará el fortalecimiento de la esperanza. Doble es la tarea que entonces se nos pide: abandonar el miedo y mirar a nuestro Dios. Custodia la alegría de la espera quien no aparta la mirada de la fe del rostro del Salvador en medio de las vicisitudes de este mundo y, fijos los ojos en Él, abandona todo temor. El miedo no es compatible con la alegría. No pide el Señor una relación con Él basada en el miedo, sino en la confianza. Para llegar a la alegría desbordante de la Navidad necesitamos vencer nuestros miedos alzando los ojos de la fe al único merecedor de toda confianza: el único que me ha amado tanto que ha entregado su vida por mí, Jesucristo Nuestro Señor.

En la segunda lectura el apóstol Santiago nos manda ser pacientes, recurriendo al ejemplo del buen labrador que aguarda el fruto valioso de la tierra mientras recibe la lluvia temprana y tardía. Paciente no es el que se cruza de brazos, sino el que sabe trabajar en la espera. Al igual que la tierra, el corazón humano requiere el riego de la palabra divina, de la oración y de las buenas obras, para que de él broten frutos de santidad. La paciencia cristiana es ejercicio de conversión, compromiso llevado a cabo en la confianza del fruto bueno que se espera cosechar.

En el evangelio Jesucristo nos pregunta por la figura de san Juan Bautista y llama nuestra atención sobre su sorprendente forma de vida. El mismo Señor ha enviado su mensajero para preparar su acogida. La preparación al encuentro nuevo con Jesús requiere secundar las indicaciones de su Precursor. En el Bautista descubrimos la necesidad de custodiar la alegría de la espera con un estilo sobrio de vida, centrados en lo realmente importante, sin dejar que los afanes del mundo nos alejen de los bienes eternos. Vencer el miedo, cultivar la paciencia y llevar una vida sobria: he ahí el camino hacia la alegría desbordante. ¡Feliz domingo!