fotopapawebestaLa pasada semana, del 19 al 22 de mayo, estuvimos en Roma la mayor parte de los compañeros de la promoción de 1989 que nos ordenamos en Madrid. De la Diócesis de Getafe fuimos los tres que pertenecemos a este curso: Antonio Lucero, Pablo Morata y yo, (Julio Rodrigo). Los doce que fuimos tuvimos la inmensa suerte de poder concelebrar con el Papa Francisco en su Misa diaria de la capilla de Santa Marta. No pudimos ir todos juntos a la Eucaristía, son muchos los que quieren acudir a estar con el Papa, y tuvimos que repartirnos. Concelebramos cuatro el lunes, otros cuatro el martes y otros cuatro el jueves. En broma el Papa comentó que tendríamos que pegar las fotos para estar todos juntos.

Yo participé en la Misa del lunes. A las siete menos veinte estábamos ya en la entrada de la casa de santa Marta, éramos como unas treinta personas. Mientras esperábamos, miraba hacia la fachada, y vi que alguien en la primera planta descorría un visillo de la ventana, era el mismo Papa, que quizá se asomaba para ver quien venía ese día, fue un detalle muy natural y normal. Todos nos alegramos al verlo.
 

La Eucaristía comenzó a las siete en punto de la mañana. El Papa salió de la sacristía solo, sin ningún ayudante. Tampoco había cantos muy programados. El sacerdote que organizaba aquello, de vez en cuando se arrancaba con algún canto. Me causó muy buena impresión esa sencillez de la celebración. Parecía la Eucaristía de nuestras parroquias en cualquier día de diario. Tuvo aquella Misa la solemnidad e intensidad del que la presidía, el Papa, pero la sencillez de una Misa rezada.
 
En la homilía el Papa nos habló en tono muy directo y muy coloquial. Pidió que estuviésemos firmes en el Señor, en la verdadera alegría del Espíritu. Que nuestros corazones no fuesen como bailarinas, ni como mariposas, que no paran de moverse. Comentó como Pablo se movía de un sitio para otro, es lógico en la acción apostólica, pero su corazón estaba fijo en el Señor, y de ahí le venía la fuerza y la alegría.
 
Al finalizar la Eucaristía pudimos saludarlo personalmente. Uno a uno, sin prisas nos atendió. Yo le dije que estaba de párroco en la zona donde él vino a dar ejercicios espirituales a los obispos españoles. Le llevé los recuerdos y oraciones de mi parroquia, de mi familia y de las MM. Carmelitas de Boadilla. El Papa me pidió: "Diga a esas hermanas que recen mucho por mí". Después le agradecí todo lo que está haciendo y diciendo, le comenté que nos está haciendo mucho bien, el Papa sonreía complacido y me lo agradecía.

Al final nos hicimos una foto de conjunto los cuatro sacerdotes, y le dije que nos llevábamos de recuerdo lo que nos había dicho en la homilía: Que nuestros corazones estén firmes en el Señor; eso, eso, respondió el Papa, que es preciosa esa oración de la Eucaristía. Uno de mis compañeros le animó a venir a España el año que viene, con motivo del quinto centenario del nacimiento de santa Teresa, el Papa respondió: me gustaría, probablemente  iré. Al final nos despedimos y nos marchamos de aquella casa de santa Marta. Nos quedaba la sensación de haber estado con un gran pastor: sencillo, cercano, que sabe escuchar y alentar a las personas.