canoroma2webRecuerdo con mucha emoción y alegría el camino en autobús desde mi parroquia al aeródromo de Cuatro Vientos en el año 2003 para encontrarnos con el Papa Juan Pablo II. La misma emoción y alegría con que, once años después, nos dirigimos varios jóvenes de Alcorcón y Getafe a Roma para verle de nuevo, esta vez subiendo a los altares junto con Juan XXIII. Tres días intensos y de dormir poco, y una canonización preciosa, porque, una vez más, hemos podido comprobar dos cosas.

La primera, lo bueno que es Dios. Cada persona con la que nos encontrábamos tenía una historia que contar sobre su vida de fe, en la cual, de una forma u otra, Dios se había servido de estos Santos Papas para manifestarse, y por ello estaban allí. También nosotros la teníamos.

La segunda: lo grande que es la Iglesia. Cristianos de países distintos, de edades diferentes, de movimientos y realidades parroquiales diversas. Nos encontramos con matrimonios que se conocieron en alguna de las Jornadas Mundiales de la Juventud que convocó Juan Pablo II, sacerdotes que escucharon su vocación en alguno de los viajes que este Papa hizo por el mundo, religiosas que decidieron dejar todo por seguir a Cristo en una peregrinación a Roma... Todos con un mismo nexo de unión: la fe en Dios, en torno a la figura del sucesor de Pedro.

Agradecidos estamos al Señor por haber podido compartir juntos esta peregrinación, y haber podido vivir de cerca otro momento histórico. Dios sigue derramándose en su Iglesia.