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Como un regalo de Dios definen los diez presos de los centros penitenciarios de Valdemoro y Navalcarnero la oportunidad que se les ha brindado de celebrar el Jubileo de la Misericordia en Roma, conocer al santo padre Francisco, y además hacerlo en compañía de sus familiares, y los voluntarios de la pastoral penitenciaria que les acompañan cada día en su sufrimiento tras los barrotes.
D. Pablo Morata, delegado de pastoral penitenciaria de la Diócesis de Getafe, parafrasea al Papa Francisco para explicar qué significa este Jubileo y este viaje de los presos a Roma: “Ninguna celda está lo suficientemente cerrada como para que no pueda entrar en ella el amor de Dios, entrar por esta Puerta Santa de la Misericordia es justo lo contrario a entrar por la puerta de la cárcel”.
Él es uno de los artífices de este viaje, el que ha conseguido que las puertas de las prisiones de Valdemoro y Navalcarnero se hayan abierto,  como se han abierto los corazones de los presos ante el amor de Dios. Un viaje que Rubén, recluso de Valdemoro, define como un regalo: “Esto pocas veces pasará en la vida, que un preso pueda salir a un viaje así, para una misa con el Papa… Es un regalo en el contexto de nuestra vida… Que el Papa haya tenido esta iniciativa es muy buen mensaje para la sociedad”. Y también la culminación de un proceso de conversión “Si he tenido que entrar en la cárcel para descubrir el amor de Dios, no me arrepiento. Es un sitio duro pero el día a día con fe se hace más llevadero, no te sientes preso”.


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El 6 de noviembre, a las 7.30 horas, una fecha que ninguno olvidará, entraron por la Puerta Santa de la Basílica de San Pedro. Allí tuvieron un tiempo para compartir testimonios, rezar el Rosario y celebrar la santa misa y orar el Ángelus junto al papa Francisco. Presentarse ante el amor de Dios y sentirse perdonados.
El santo Padre les transmitió un mensaje de esperanza que brota del amor y del perdón de Dios: “La esperanza es don de Dios. Está ubicada en lo más profundo del corazón de cada persona para que pueda iluminar con su luz el presente, muchas veces turbado y ofuscado por tantas situaciones que conllevan tristeza y dolor. Tenemos necesidad de fortalecer cada vez más las raíces de nuestra esperanza, para que puedan dar fruto. En primer lugar, la certeza de la presencia y de la compasión de Dios, no obstante el mal que hemos cometido. No existe lugar en nuestro corazón que no pueda ser alcanzado por el amor de Dios”.
Por la tarde, pudieron celebrar la gran Fiesta de la Misericordia en el aula Pablo VI, para regresar a Madrid, al día siguiente, llenos de la misericordia de Dios.