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Sábado 29 de Abril. Amanecía nublado y lluvioso en la Sierra Oeste de Madrid. Las montañas se vestían de un verde intenso y las flores de vivos colores... bendita primavera. Llegamos a una agradable casa de ejercicios espirituales entre gritos de ¡Vivan los novios! Aún me admiro de la profundidad de lo compartido con ese grupo de 15 parejas que nos esperaban... ¡y en apenas tiempo!, 32 hermanos y un padre.
El curso de novios comenzó encomendándonos a la Virgen y se abrió bajo el siguiente titular: Mi vocación al amor. Dani y yo nos apuntamos con el ánimo de prepararnos para el sacramento que sellará nuestras vidas con la sangre de Cristo: nuestro inminente matrimonio.
El día se desarrolló entre charlas, oración, divertidos descansos e interesantes conversaciones. Dio tiempo a reír y a compartir, la comida dio paso al relato de anécdotas y experiencias, y favoreció la convivencia entre nosotros. El padre Rafael de Tomás nos introdujo poco a poco, y con increíble sensibilidad, en las entrañas del amor verdadero. Fue fascinante descubrir cómo sus palabras encajaban en mi corazón como las piezas de un puzle que faltaban. Nos mostró las dos dimensiones del amor: eros y ágape, como partes naturales y necesarias, la una sin la otra podían convertirse en un amor egoísta o humillante, pero nunca pleno. Entendí el deseo sexual como el motor puesto por Dios que me mueve a buscar algo mucho más grande que la mera satisfacción del mismo... lo entendí como el aliado para alcanzar la plenitud a la que aspira, y no como el enemigo que me condena. Me ayudó a mirar a mi futuro esposo como un don de Dios, y no como objeto de deseo. Y comprendí que el mayor bien que puedo comunicar es a mí misma. Fue bellísimo vislumbrar que la relación conyugal era representación del amor de Cristo a su Iglesia, y lejos de ser pecaminosa, dentro del matrimonio era pura comunión. Todo esto no hizo más que hacerme consciente del gran regalo que había ideado Dios para mí, y del profundo sentido que tenía guardarse durante el noviazgo para hacer una entrega plena y verdadera en el matrimonio. No puedo más que dar las gracias por tanta bendición.
Míriam Montero