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Cientos de fieles llegados desde distintos municipios de la Diócesis de Getafe se acercaron el pasado 16 de diciembre hasta el Santuario del Cerro de los Ángeles para rezar unidos junto al Coro Diocesano y la Orquesta Sinfónica en el Oratorio de Navidad presidido por el obispo  auxiliar D. José Rico Pavés. Entre los asistentes se encontraban el obispo D. Ginés García Beltrán, el obispo emérito D. Joaquín Mª López de Andújar, el vicario general D. José María Avendaño y el vicario general moderador de Curia D. Javier Romera.
En un ambiente de semipenumbra iluminado por las velas y pocos focos de una tenue luz azul, los cantos fueron introducidos por breves lecturas escogidas de la Sagrada Escritura y la tradición patrística.
San Ambrosio de Milán, san Crisógono de Aquileia, san Agustín de Hipona, san Pablo VI o el beato cardenal John Henry Newman fueron algunos de los autores elegidos para hablar del pecado, del perdón, del poder de la salvación o del misterio de la encarnación.
Después de cada lectura, el Coro Diocesano y la Orquesta Sinfónica interpretaron magistralmente piezas relativas a ese contenido: el ‘Mesías’, de Häendel; ‘The Gabriel’s message’, de Edgar Pettman; el ‘Ave Maria’, de Franz Bielbl, o el ‘Dormi Jesu’, de John Rutter, entre otros.

 

Antes de concluir la Vigilia, D. José dirigió unas palabras a los asistentes en las que resumía lo vivido aquella noche.
“A causa de nuestro pecado el oído del corazón se ha endurecido y percibe Su voz como ruido”, señaló el obispo auxiliar recordando el pecado de desobediencia de Adán y sus consecuencias.
“Adán, después de pecar, sintió miedo. El pecado nos hace sentir miedo, como hizo Adán,"Oí tu ruido en el jardín y me dio miedo”, destacó D. José.
El obispo auxiliar invitó a los fieles a encomendarse al amor curativo de Cristo “Pidamos al Rey que viene, al Señor que se acerca, que cure las heridas de nuestro corazón, sane con su grito de amor la sordera que nos impide oír su voz, y nos conceda unirnos con nuestros cantos hechos oración al canto del Cielo que anuncia en la tierra el nacimiento del Salvador".
Después de estas palabras, la celebración prosiguió con dos cantos finales, la bendición y un sonoro aplauso de los asistentes, que salieron emocionados del Oratorio.

 A CONTINUACIÓN, LAS PALABRAS ÍNTEGRAS DE LA INTERVENCIÓN DE D. JOSÉ RICO PAVÉS:

CANTO DEL CIELO
Oración de Adviento, Santuario del Sagrado Corazón de Jesús
Cerro de los Ángeles (Getafe), 16.12.2018

Con un canto del Cielo se anuncia en la tierra el nacimiento del Salvador. Lo refiere el evangelio de san Lucas, propuesto por la Liturgia en la Misa de Medianoche el día de Navidad. Un hecho inaudito: unos pastores guardan el rebaño; de repente, un resplandor venido del cielo les sorprende y la voz de un ángel les anuncia que ha nacido el Salvador. Completado el anuncio, el cielo se abre y una legión del ejército celestial a una voz proclama un canto de alabanza: Gloria a Dios en el cielo y en la tierra paz a los hombres que ama el Señor (Lc 2, 14).
¿Por qué este canto de alabanza? Dejándonos instruir por los Padres de la Iglesia, cuyas enseñanzas nos acompañan en esta Oración de Adviento, descubrimos un principio que nos ayuda a encontrar la respuesta: la Escritura se explica por la Escritura. Tres pasajes bíblicos pueden ayudarnos a comprender el significado de este canto en relación al nacimiento del Salvador. El primero nos habla de un ruido en el paraíso. El segundo nos descubre un grito en el evangelio de la pasión. El tercero nos lleva al cántico nuevo al final de los tiempos.
Leemos en el libro del Génesis que Adán, después de pecar, ya no reconoce la voz de Dios: Oí tu ruido en el jardín y me dio miedo (Gn 3, 10). El corazón humano, creado para experimentar la belleza de la voz de Dios, ya no la reconoce y la percibe como ruido. La reciente versión litúrgica ofrece la traducción más literal del versículo. En otras traducciones se lee “oí tu voz” u “oí tus pasos”. Sin embargo, el autor sagrado utiliza la palabra “ruido”, ofreciéndonos una esclarecedora enseñanza. A causa del pecado, nuestro corazón está herido y ha quedado dañado para gustar la belleza de la voz divina que atrae. Al ser creados fuimos elevados para escuchar la música bella de la voz de Dios, pero a causa de nuestro pecado el oído del corazón se ha endurecido y percibe Su voz como ruido.
Nos encontramos entonces con el segundo pasaje. Refiere el evangelista san Marcos que Jesús, sobre la cruz, antes de expirar dio un fuerte grito (cf. Mc 15, 37). También el evangelista san Juan nos habla de un fuerte grito dado por Jesús en el Templo, el día más solemne de la fiesta: El que tenga sed, que venga a mí y beba (Jn 7, 37). El alcance de esas palabras se ha revelado en la cruz, cuando el soldado traspasó con una lanza Su costado, y al punto salió sangre y agua (Jn 19, 34). Para quebrar la sordera del corazón que impide reconocer la belleza de la voz divina, Jesucristo grita que acudamos a su costado abierto para beber de la fuente de su Corazón el remedio que nos cura. El latido del Corazón de Cristo es grito de amor que cura nuestras heridas y devuelve a nuestros sentidos su capacidad de asombro y reconocimiento ante la belleza de Dios. No en vano, la Carta a los hebreos resume la obra redentora con expresivas palabras: Cristo, en los días de su vida mortal, a gritos y con lágrimas, presentó oraciones y súplicas (Heb 5, 7).
Llegamos así al tercer pasaje. En la visión de lo que acontecerá al final de los tiempos, el Apocalipsis nos habla de un cántico nuevo (cf. Ap 5, 9). Al llanto de quienes contemplan el libro de la historia en la mano derecha del que está sentado en el trono, sucede un cántico nuevo cuando Cristo resucitado irrumpe en la escena, toma el libro y rompe sus siete sellos. Las lágrimas derramadas por tantas situaciones personales y de la historia humana que nos parecen sin sentido, se convertirán en expresiones de júbilo cuando Jesucristo desvele su significado. Al llanto seguirá el cántico nuevo. Al final de los tiempos, cuando la historia se manifieste justificada y Cristo aparezca como Juez de todos y de todo, un cántico que nunca envejece se entonará. Curadas las heridas del corazón humano con el bálsamo del amor derramado desde el Corazón de Cristo, la humanidad redimida entonará para siempre el cántico nuevo.
Pidamos al Rey que viene, al Señor que se acerca, que cure las heridas de nuestro corazón, sane con su grito de amor la sordera que nos impide oír su voz, y nos conceda unirnos con nuestros cantos hechos oración al canto del Cielo que anuncia en la tierra el nacimiento del Salvador.

+ José Rico Pavés
Obispo Auxiliar de Getafe