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Con motivo de la celebración en octubre del Mes Misionero Extraordinario, vamos a compartir a lo largo de estas semanas los testimonios de los misioneros diocesanos que están evangelizando en el mundo.

 

En esta ocasión es el padre Paul Schneider que desde Etiopia nos cuenta su experiencia de vida y misión, donde se trabaja mucho y bien por el Reino de Cristo en medio de los más pobres de la tierra.

 

“La paz de Cristo actúe siempre entre vosotros, y podáis reconocer los signos de su Presencia.

 Aquí está terminando la estación lluviosa, los maizales y el sorgo están en sazón, la cebolla ya la hemos recogido y vendido, unos dos mil kilos, y a los cereales y las legumbres les queda un mes para terminar de madurar. Para la finca de la misión hemos añadido, a la mula y a la burra que ya teníamos, un buey cebuino y dos vacas, una de las cuales nos viene ya preñada. Ahora que la hierba y el forraje abunda, tenemos que hacer acopio para la estación seca, para no tener que comprar más adelante, y así evitaremos gastos. También tenemos ahora abejas y miel. 

Gracias a Dios, los misioneros Capuchinos adquirieron, hace unos cien años, este amplio terreno que rodea mi iglesita de San Francisco, y he invertido mucho durante este año en pago de jornales para que el terreno empiece a ser productivo, tanto para nuestro consumo propio, como para las familias necesitadas, para forraje de los animales, y todo el excedente para vender en los mercados de Rabsu, de Karra Kurkura o de Bedesa, como fuente de ingresos. 

etiopiapaulweb2Ya os imagináis lo que ha sido esto: picar, levantar la tierra, arar, quitar la maleza, sembrar, volver a quitar malas hierbas, estar pendiente de plagas y ratones y pájaros, cosechar y almacenar. La mayor parte del terreno estaba apelmazado y con maleza y zarzas muy difíciles de arrancar. Ahora casi todo el terreno de la misión es fácilmente cultivable, con tal de que no se vuelva a abandonar. Ha sido un trabajo descomunal el de estos últimos seis meses. El terreno desde luego fue bien seleccionado por aquellos misioneros, pues hay tres pequeños manantiales de agua dentro del mismo. Somos afortunados, ya que muchos otros vecinos pasan apuro en la estación seca para irrigar sus cultivos, lo cual limita sus posibilidades. Por eso debemos ser generosos y hacer que esta misión y el trabajo en ella sea un modelo de justicia y de reparto, de ayuda a los necesitados y de hacer las cosas con la mayor perfección posible, a partir de lo rudimentario, lo que hay: los aperos tradicionales, la incomunicación de este lugar remoto, los desniveles de los campos en estos montes. También hay que buscar la eficiencia y el rendimiento, pero para eso necesitaremos algunos años más, pues el gasto no se amortiza rápidamente. También yo tengo que conocer mejor el precio de los productos, su variación a lo largo del año, los mercados de la zona, los gastos de transporte en burro, y las estaciones y las cosechas. Son muchas cosas, y no te entra todo a la primera, es todo un aprendizaje. Por fuerza tengo que aprender estas cosas tan terrenales, de agricultura y economía local, si quiero integrarme entre ellos y sacar adelante la misión, tanto en lo material como en lo espiritual, pues ellos no aceptan que lo delegue en otra persona. 

Soy el máximo responsable de esta misión, a la que he llegado hace poco más de un año, y ellos lo quieren así, por más que sea un novato en su mundo y en sus cosas y en sus trabajos, por más que sea de otra raza y de otro país. Gozo de su confianza, eso es muy bonito. Creo que os encantaría conocer la vida del campo, porque aquí todo está muy conectado: el trabajo, el descanso, la familia, la religión, el pueblo. Por ejemplo, los niños tienen que pastorear las cabras, si la familia las tiene. No es un juego, es una responsabilidad muy seria. Luego si se sacrifica un animal, ya sea una cabra, un buey, o aunque sea una gallina, hay que hacerlo con una oración en el momento de sacrificar. Porque la vida pertenece a Dios. Y si se trata de un animal, siempre se come con otros, sobre todo si es un animal grande, porque no se puede conservar, hay que consumirlo entre muchos, y comer juntos supone que hay respeto y afecto.

 

Algunos días que me siento con más fuerzas echo varias horas arrancando malas hierbas, que están por todas partes y que, si crecen, roban los nutrientes a las plantas que nos interesan, y a la hierba que necesitamos para los animales. Muchas veces, cuando agarro un haz de hierbas, tengo que soltar, porque hay pinchos escondidos. Entonces se agarra de más abajo, y se saca de raíz la mala hierba entera. Cuando amas la tierra, la quieres ver bonita, limpia, productiva. Las plantas con espinas vienen bien para hacer vallas naturales y proteger la propiedad, y ponérselo difícil a las hienas para entrar. A veces tenemos que descantar un terreno, y esas mismas piedras sirven para hacer pequeños muros, y que el terreno que está en pendiente se allane en terrazas, y así la humedad se retiene cuando sale el sol, y el limo no es arrastrado cuando llueve fuerte. La mano del hombre puede hacer mucho bien, puede traer orden y estabilidad y producción. La tierra es generosa, aquí lo ves todos los días. Plantas las semillas, hay que cuidar y esperar, y luego vienen los frutos. Siempre me ha gustado beber café, pero nunca he tenido la preocupación de cultivarlo. La misión antes no tenía cafetal, ahora hemos plantado muchas matas de café, y pasados tres años haremos nuestra primera recolección. La generosidad de Dios se percibe a través de la naturaleza, el sol y la lluvia.

 

Estamos a un mes de terminar por fin las casas de Kirara, el pueblo de abajo donde tenemos un terreno. Si os digo la verdad esa obra me ha dado muchos dolores de cabeza. Tuvimos que parar en varias ocasiones por falta de materiales, por peleas entre los trabajadores, y también por alguna complicación con la administración. Pero con paciencia todo se consigue y pronto inauguraremos esa construcción. Estoy orgulloso de que sean las primeras casas de cemento y hormigón en el pueblo de Kirara, pues supone un avance de mentalidad: hay cosas que, aunque cuesten más, luego durarán varias generaciones, y a la larga compensa. Es bueno que la gente vea casas bien hechas y viva en ellas. Esas casas necesitamos alquilarlas para tener algún ingreso además de las cosechas. Pero el alquiler será asequible, y viviendo en una casa así con buenos tabiques y suelo de obra se previenen resfriados, enfermedades transmitidas por insectos, ratas, mordeduras de serpientes, infecciones de ojos, oídos y vías respiratorias, y malestares en general. Mosquitos en esta zona no hay, pero las pulgas abundan, son difíciles de repeler, y transmiten enfermedades. Aquí la gente está enferma con demasiada frecuencia. En parte por las condiciones en que viven. Algunos simplemente no se cuidan ni se preocupan por su salud hasta que el dolor es insoportable. También, es verdad, son muy sufridos y pacientes ante el dolor.

 

Nuestros niños que estudian en el internado de Harar sacaron buenas notas en junio, y todos han pasado de curso. Se llaman Petros, Kalamua, Meseret, Alem, Alemush, Haimanot, Yirgalem y Lidet, distribuidos por cursos desde primero de primaria hasta undécimo (12° es el último antes de la universidad). Nada de esto es gratis, lo estoy pagando con vuestras generosas aportaciones. Estáis dando una oportunidad excepcional, inalcanzable de otro modo, a estos jóvenes, la mayoría chicas. Por favor orad para que el buen Dios que nos da todas las cosas y nos sustenta, remueva los corazones indecisos y nos haga descubrir la alegría de la generosidad. Quiero vivir con ellos muchos años, quizá toda mi vida, para ayudarles todo lo posible.

 

Otra historia, de dolor y alegría. Hay un hombre de mi misión, llamado Teferi, que tiene dos hijos pequeños de 8 y 5 años, y que fue abandonado por su mujer. Hace poco fue rechazado además por sus propios padres, porque se cansaron de él. Ha perdido el norte de su vida y es incapaz de ganarse el sustento y menos aún de ayudar a nadie. Trabaja a veces, pero todo va de la mano a la boca, y apenas puede cuidar a sus dos niños, a los que nadie aparte de él parece querer. Es como si hubiera perdido las ganas de vivir. Hace un mes encontré al hombre en situación una situación miserable, sin casa, viviendo literalmente entre matojos y con unas ramas por tejado. El hombre estaba demacrado. Hace dos semanas puse a la gente a trabajar y le hemos hecho una sencilla casa de madera y adobe con tejado de chapa, para que le dure varios años. Me asombra que sus vecinos y familiares hayan permitido que él y sus pequeños hubieran llegado a esta situación, durmiendo prácticamente a la intemperie, y aquí muchas noches refresca, o llueve a raudales, y el viento entra por todas partes. Qué corazones tan duros, pienso. Pero quién soy yo para juzgar a nadie. A los que han tenido una vida dura, a veces se les endurece el corazón. El domingo el hombre vino a Misa, estaba con mejor aspecto, más sereno, en sus cabales. Tal vez para dar las gracias a Dios, a mí no me las tiene que dar. De nuevo, gracias a vosotros, amigos míos, por vuestra generosidad; realmente le habéis dado una casa a un hombre pobre.

 

Lo mismo os puedo decir de Aklila Boru, una pobre anciana que podéis ver abajo en la foto. Para mí es como si fuera mi madre. Os ahorro los detalles de su desgracia, el abandono de su familia, su casa derruida durante meses, la pobreza lacerante y una enfermedad en los ojos. Esta misma semana le estamos haciendo la casa, una casita digna. De nuevo, gracias, amigos. Esa casa es obra vuestra y, por las oraciones de esta pobre anciana, puede que nos admitan en el Cielo.

 

Vuestra generosidad es importante. Este remoto valle de Lagarba es muy hermoso, pero no he venido para descansar y contemplar la belleza del lugar, sino para testimoniar a Cristo. También es un valle de lágrimas, como rezamos en la Salve. Si yo no tuviera otro instrumento que la oración y la predicación, no me quedaría otra que rezar y predicar, y esperar los milagros que bien sabe Dios hacer. Pero teniendo vuestras amistades y conociendo vuestros corazones, y el deseo de ayudar, el mandato directo de Cristo es socorrer al que sufre, pues el mismo Cristo de la Eucaristía y de la fe está ahí en el enfermo y en el pobre y en el desechado por los otros, igual que para vosotros está está en vuestra mujer y en vuestros hijos. Pensar en el que sufre, ayudar al que sufre, a eso exhortaron siempre los profetas y los apóstoles y los Padres de la Iglesia. Así me enseñaron mis padres a ver la vida.

 

Mi gran batalla está en educar y acompañar a este pueblo. Quererlos, perdonarles sus traiciones, ser exigente, ser cariñoso, y recordar en todo momento que ellos me han acogido y me permiten vivir aquí, siendo como soy un forastero, un recién llegado. Hay que pasar mucho tiempo con ellos para entender sus códigos y motivaciones, cuando vienes aquí estás en un lugar nuevo, desconocido.

 

Os cuento una historia bonita, en la que he podido ser mediador: la reconciliación entre Franse y su mujer Debre. Tienen dos hijos. Ellos son muy buena gente, él cariñoso y ella hermosa. Pero ella tiene un problema con la bebida y él es bastante vago. Muchas veces que él ha vuelto a casa con las manos vacías, sin dinero, ella lo ha echado a gritos y con insultos, y el pobre tenía que mendigar acogida a los vecinos. Un hombre maltratado. Y llevaban así un par de años, separados de hecho. Pues antes de ir a España, en junio, tuve un par de charlas serias con ellos y parece que se han arreglado, viven juntos y se les ve contentos. Yo cruzo los dedos para que sigan así,  vosotros echad un avemaría por Debre y Franse.  La reconciliación de dos personas siempre es un milagro. Que yo sepa él no ha dejado de ser vago ni ella ha dejado de beber. Yo les quiero con todo el corazón. Son materialmente pobres, son analfabetos, duermen en el suelo y hay ratas en su casa, pero toda persona sabe si es querida o no. Al final es lo más importante, casi lo único. Así lo he recibido yo de la familia y de los amigos. No hago más que dar gratis lo que gratis he recibido de vosotros.

 

Por encima de todo esto, estoy disfrutando de la vida, agradecido a Dios por todo, incluidos los desafíos y sufrimientos. Estoy descubriendo aquí la grandeza de la paternidad, del sacerdocio, el valor de la entrega, lo sobrenatural del sacrificio. Qué importante es para poblaciones enteras que haya quién sirva a las personas, entregándose por completo, en nombre de Dios. Las familias desean estar llenas de Dios, pero faltan misioneros que les prediquen el amor de Dios y les acompañen. Me siento un escogido, un privilegiado, por poder estar aquí y servir a esta gente. Por ser todo de Cristo y estar siempre disponible para Él.

 

Otra buena noticia: va a venir a esta zona del país otro misionero español, el sacerdote bilbaíno Ramón Díaz-Guardamino. Mi obispo de aquí, D. Angelo Pagano OFMCap., decidirá cuál será su destino dentro del Vicariato de Harar. Tendré un compatriota cerca, bendito sea Dios. A veces echo de menos hablar en español.

 

Nada más por el momento. Espero que estéis bien. Ya hace dos años desde que me fui, y habrán pasado muchas cosas en vuestras vidas, alegrías y dolores. Ya no estoy allí para acompañaros, a la mayoría ni siquiera os pude ver durante mi visita en julio. Pienso en cada uno de vosotros, y sabed que el paso de las semanas y los meses hace que nuestra amistad madure como el buen vino. Es la promesa de Cristo. Cada mañana en la Eucaristía os tengo conmigo cuando subo al altar en la iglesita de san Francisco en este valle de Lagarba".

 

Un abrazo de vuestro

 

P. Paul