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Álvaro Cárdenas, párroco de Nuestra Señora de la Asunción (Colmenar del Arroyo), viajó el fin de semana del 16 y 17 de noviembre hasta Lourdes (Francia) para celebrar la tercera Jornada Mundial de los Pobres, organizada por la Asociación Fratello, junto a más de 1.500 participantes, entre los que se encontraban sacerdotes, religiosos, personas sin hogar y en riesgo de exclusión y los voluntarios que trabajan con ellos.

A continuación ofrecemos su testimonio: 

“El pasado fin de semana he participado en la tercera Jornada Mundial de los Pobres en Lourdes, organizada por Fratello, la asociación católica francesa dedicada a preparar estos encuentros. Comenzó su andadura organizando la primera en Roma, con el papa Francisco, en el Año de la Misericordia, en la que también pude participar. 

Esta jornada ha sido una maravillosa fiesta del Amor de Dios, de la mano de María, con un pueblo de pobres venidos de todos los rincones de Europa: Alemania, Bélgica,  Eslovaquia, España, Francia, Inglaterra, Luxemburgo, Polonia, República Checa y Suiza, aunque las nacionalidades eran muy diversas. 

Hemos sido 1.500 participantes, muchos sin techo, otros en riesgo de serlo, otros acogidos por diversas asociaciones, y un buen número de voluntarios laicos, sacerdotes,  diáconos, religiosas y religiosos que les acompañábamos.

Los participantes españoles vinimos de Madrid y de Albacete. El grupo de peregrinos de Madrid estaba formado por amigos de la comunidad de las Hermanitas del Cordero, del centro Corazón del Padre y de los Hogares Lázaro.

Nos hemos acogido unos a otros, hemos comido juntos, hemos compartido habitación, hemos escuchado juntos la Palabra de Dios, nos hemos lavado los pies mutuamente, hemos alabado y celebrado juntos los sacramentos, hemos adorado juntos a Jesús en la Eucaristía, hemos acogido juntos su sanación en una hermosísima vigilia de sanación llena del Espíritu Santo, presidida por el obispo de Lourdes y dirigida por la Comunidad de las Bienaventuranzas, hemos cantado, reído y gozado juntos, nos hemos recibido unos a otros, hemos rezado juntos a la Virgen contemplando con ella los misterios del Rosario y hemos fortalecido juntos nuestros vínculos de amor y de amistad mutua. 

Durante estos días nos hemos hecho más conscientes de que los pobres son el tesoro de la Iglesia, objeto de la predilección del Padre y un don para la comunidad cristiana. 

Hemos podido contemplar un pueblo, no sólo objeto del afecto, el cuidado y la atención que necesitan, sino también sujetos vivos y activos de las comunidades cristianas en las que viven su fe, en las instituciones que les acogen y ayudan, y por las calles y plazas de Europa en las que viven.

Hemos contemplado un pueblo que sufre, que ha experimentado o experimenta la injusticia, el abandono, el rechazo, el egoísmo, la indiferencia, la soledad, el cansancio, la enfermedad, la desesperanza y la angustia.

Pero también un pueblo extraordinariamente abierto a Dios y a su Palabra de amor; un pueblo que anhela liberarse de la tentación del rencor y del resentimiento, de los recelos y de la susceptibilidad, del repliegue sobre sí mismo y del aislamiento.

Un pueblo que acoge con agradecimiento el afecto sincero y la amistad, que quiere vivir, ser escuchado y acogido, que quiere salir de su indigencia y postración y vivir una vida digna, que sabe reír, cantar, bailar, amar y compartir.

Un pueblo que alaba con gozo, que celebra con fe, que se deja reconciliar con Dios, con sus semejantes, con la Iglesia, que se deja acoger por Jesús y lo acoge en la Eucaristía, que lo reconoce y adora en el Santísimo Sacramento, que acoge el amor y la sanación de Dios, que se siente acompañado y sostenido por el amor, la protección y la intercesión poderosa de la Virgen y de los santos, particularmente por la pequeña, pobre y enferma Bernadette.

Un pueblo consciente de que es amado por Dios, escogido con predilección por Él, y enviado por Él a sus hermanos pobres, con quienes comparten los mismos sufrimientos y esperanzas; enviado también a una sociedad que lo necesita para curarse del individualismo, del hedonismo y de la indiferencia, a la que roban el alma y la encierran en un materialismo y en un egoísmo destructor.

Nos acompañaron con su afecto sincero y su palabra el papa Francisco, que nos ha enviado por vídeo una preciosas palabras de cercanía, de afecto y de confirmación en la fe, en la esperanza y en la caridad; el rector del Santuario de Lourdes, que nos acogió espléndidamente; el obispo de Tarbes-Lourdes y el presidente de la Conferencia Episcopal Francesa, que nos fortalecieron con su presencia, su afecto y su palabra. 

Nos acompañaron también el padre Nicolas Butter, de la Fraternidad Eucharistein, y la hermana Bernadette, que compartió con nosotros el testimonio de su curación en Lourdes (última curación atribuida a la Virgen de Lourdes reconocida por la Iglesia). Compartieron también su testimonio Franco Gedda, de la Comunidad del Cenáculo, y otros dos jóvenes de la comunidad. Intervinieron también el padre Juniper, de los Franciscanos de la Renovación, y el vicario general de la Diócesis de París.

Vuelvo a mi parroquia, y a mi servicio a los pobres y a los que sufren, lleno de agradecimiento a Dios por esta fiesta de la ternura y del amor en que he podido participar, por este espectáculo que en estos días he podido contemplar, por el consuelo y el ánimo que hemos recibido, y por esta "revolución del amor" que calladamente está transformando el mundo, más allá de los centros del poder financiero, mediático y político; una "revolución del amor" que en estos días, con ocasión de la Jornada Mundial de los Pobres, ha roto un poco el silencio y el olvido de nuestra sociedad y se ha hecho más visible para la Iglesia y para el mundo”.