campanariovirgenweb

El Delegado de Enseñanza de la Diócesis de Getafe, Javier Segura, se pregunta en este artículo por quién doblan las campanas estos días, y qué labor está haciendo la Iglesia ante esta epidemia.

 

POR QUIÉN DOBLAN LAS CAMPANAS?

La Iglesia ante la crisis del Coronavirus

 

 

Son las doce del mediodía.  Las calles de mi barrio están silenciosas. Solo se oyen las campanas de la iglesia. ¿Por quién doblan las campanas? En tiempos, cuando las campanas sonaban en un pueblo, llevaban noticias a todo el mundo. Noticias de alegría o tristeza, de vida o de muerte, que llegaban a todo el mundo. Noticias a los hombres y noticias a Dios, pues esa comunicación a todo el pueblo se transformaba en una oración que rasgaba el aire, que llegaba al cielo.

 

Hoy vuelven a sonar las campanas para traernos noticias. Noticias de la tierra y noticias del cielo. Hoy doblan por los enfermos y fallecidos por el virus COVID-19. Hoy rasgan el cielo con una oración al Padre.

 

Y al oír las campanas, me pregunto ¿qué hace la Iglesia ante la crisis del coronavirus?

 

Quizás eso es lo principal que tiene que hacer. Que doblen las campanas. Rezar. Buscar el sentido a todo lo que nos está pasando. Sin duda esa es la principal misión de la Iglesia y eso es lo que está haciendo.

 

La plaza de San Pedro vacía, con el papa Francisco rezando por el fin de la pandemia y dando la bendición Urbi et Orbi con el Santísimo Sacramento, es quizás la mayor muestra que la Iglesia ha hecho de esta oración, de este repicar de campanas. La talla de madera del Cristo sufriente de la Iglesia de San Marcello y el  icono de la Virgen 'Salus Populi Romani' (la Virgen de la Salud) acompañaron al papa, esta vez sin multitudes, sin nadie más que Dios al que dirigirse. El hombre solo ante Dios, con Cristo en la cruz intercediendo, con María acompañando el dolor de toda la Humanidad, el dolor de su Hijo. Viva representación de lo que estamos viviendo.

 

"Señor, no nos abandones", exclamó Francisco al señalar que la pandemia, una "tormenta inesperada y furiosa", es una “tempestad que desenmascara nuestra vulnerabilidad y deja al descubierto esas falsas y superfluas seguridades". Y  continuó  el papa diciendo que "estamos todos en la misma barca y somos llamados a remar juntos", y nos invitó "a activar la solidaridad, capaz de dar sentido en estas horas en las que todo parece naufragar".

 

¿Qué hace la Iglesia ante la crisis del coronavirus?

 

Como siempre, como el papa en San Pedro, ora… ‘et labora’. Sin muchas alharacas, sin que lo recojan los medios –a veces incluso silenciándolo- los cristianos se arremangan y se ponen manos a la obra secundando, y muchas veces liderando, esa corriente de solidaridad que ha cruzado toda la piel de toro en España, el continente europeo, el mundo entero.

 

Y ahí tenemos a los pastores e instituciones dejando sus edificios, seminarios y casas de ejercicios, para convertirlos en albergues para personas sin hogar y hospitales improvisados. Prácticamente en todas las diócesis se ha producido ese movimiento de generosa oferta. El seminario de Pamplona, edificios del obispado de Vitoria, y el  seminario de Castellón, y el de Albacete, en Valladolid, Tenerife, Badajoz, Bilbao…. Y también generosos donativos económicos, que la Iglesia pone a disposición de las autoridades para comprar material sanitario: el obispado de Sevilla dona 300.000 €, el de Málaga 100.000 €, la Catedral de Córdoba 100.000 €…

 

Y junto a los obispados, los religiosos, como siempre, en primera línea, dando la vida. Como esas religiosas de clausura que rezan por los enfermos a la vez que dedican sus horas de trabajo a construir mascarillas. O los que ya habitualmente se dedican a los enfermos, ancianos -¡que labor ingente en las residencias de ancianos!-, gente sin hogar… Su trabajo ahora se ha visto incrementado, desbordado, pero ellos han seguido al pie del cañón, literalmente dando la vida.

 

Y esto es algo que me gustaría resaltar. Esos hombres y mujeres que están en primera línea y que, por amor a Dios, entregan su vida. ¡Cuántos sacerdotes no han dado ya su vida en silencio, casi sin que nos enteremos! Conmovía Italia el testimonio del sacerdote de 72 años, Giuseppe Berardelli, que renunció a su respirador a favor de un joven y que al poco tiempo moriría. Y a él se unen más de cincuenta sacerdotes que murieron víctimas del coronavirus, contagiado por estar cerca a los enfermos, expuestos al contagio, en ese mismo país. No se trata de tentar a Dios, pero es verdad que cuando uno se arriesga a ayudar al hermano, la enfermedad y el contagio te pueden llegar. Y los capellanes que están en los hospitales, que atienden a las familias, que están en ese último momento llevando consuelo a tanta amargura, compañía en tanta soledad, están muy, muy cerca del peligro.

 

¿Qué hace la Iglesia ante la crisis del coronavirus?

 

Como siempre. Rezar y ayudar. La mirada al cielo y la mirada a los hombres. Porque esta pandemia nos ha mostrado algo de nuestra debilidad, y ha hecho que todos miremos  más adentro, más arriba. Y cristianos de a pie de frente a la pandemia que se preguntan, ¿qué puedo hacer yo desde casa, sin moverme? Y surgen jóvenes que acompañan a ancianos, siquiera por teléfono, celebraciones eucarísticas en la red, conciertos de cantautores católicos que ofrecen su música por sus canales de youtube, ejercicios espirituales on-line, acompañamiento espiritual y psicológico, reuniones de grupos, formación para jóvenes… La red está llena, repleta de iniciativas de caridad. Que en este caso tiene mucho de real y poco de virtual. También la Iglesia, está presente ahí, respondiendo a la sed y necesidad de los hombres y mujeres de hoy.

 

Más de dos millones de españoles vimos la retransmisión desde la plaza de San Pedro de la bendición del papa Francisco. Más que un dato comparativo de share entre las cadenas, es un dato sociológico, y todavía más espiritual. Necesitamos encontrar un sentido a todo lo que estamos viviendo. Y la Iglesia está ahí, a nuestro lado.

 

¿Haciendo qué?

 

Recordándonos la dignidad del hombre, de cada hombre y mujer, por anciano que sea, por débil que se encuentre. La iglesia alza su voz y nos dice que la vida de una persona vale más que todo el universo, que hay que poner todos los medios para salvarla, que no se puede supeditar al criterio de ‘utilidad’. En esta ocasión de dificultad la iglesia vuelve a salir en defensa de los más indefensos.

 

Repican las campanas como antaño. Las televisiones recogen su testigo hoy y llevan la noticia a todo el mundo. Ya sabemos por quién doblan las campanas.

 

Y tenemos la certeza de que son escuchadas en medio de este aparente, solo aparente, silencio.