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El encuentro inopinado con Jesús, el testimonio de algunos cristianos, el amor al prójimo o una tradición familiar hacen que muchas personas se acerquen a la Iglesia para conocer la vida cristiana: en qué se cree, cómo se celebra, cómo se reza y qué forma de vida tienen. Esto ocurre ahora y ocurre desde los primeros momentos de la Iglesia. Entonces muchos se acercaban a los discípulos de Jesús admirados del testimonio de los cristianos. Para responder a la necesidad de enseñar los fundamentos de la vida cristiana en cada comunidad fueron surgiendo los catequistas que acompañaban el proceso de la iniciación cristiana de los que se llamaría catecúmenos.

Ese servicio se ha mantenido como una de las misiones esenciales de las parroquias y ha sido realizado mayoritariamente por laicos que dedican una parte de su tiempo a la enseñanza de la fe. En el comienzo, la catequesis ha estado vinculada a la formación para recibir uno de los sacramentos. En principio, de manera especial, para recibir los sacramentos de la iniciación cristiana (bautismo, eucaristía y confirmación). Además, desde hace unos años, existe también preparación para el sacramento del matrimonio, de la confesión y, cuando se da en una celebración comunitaria, también para la unción de los enfermos.

La insistencia en la necesidad de conocer bien la fe que se vive y se celebra, ha ido dando lugar a grupos de formación cristiana y a una catequesis continuada que, menos formal, pero tan eficaz como la sacramental, se realiza en las parroquias y en los grupos de vida de innumerables organizaciones religiosas con el objetivo de dar a conocer la fe, para poder vivirla.

Hace unas semanas, el Papa Francisco ha querido establecer el ministerio laical de catequista, como una necesidad urgente para la evangelización en el mundo contemporáneo. El objetivo es reconocer en la comunidad este servicio y poner la confianza en algunos de los catequistas de las parroquias con el ministerio instituido. Para realizar esta misión, el Papa Francisco ha querido poner en valor la presencia de laicos y laicas que, en virtud del propio bautismo, se sienten llamados a colaborar en el servicio de la catequesis, lo cual puede permitir el encuentro de la Iglesia con las jóvenes generaciones. Al mismo tiempo, en el documento que instituye este ministerio laical, el Papa llama a una exigencia de metodologías e instrumentos creativos que hagan coherente el anuncio del Evangelio con la transformación misionera que la Iglesia ha emprendido.

Si bien este ministerio se puede encontrar ya en el evangelio de Lucas y en las cartas de san Pablo, toda la historia de la Iglesia rezuma el trabajo de los catequistas y reconoce el ejemplo de algunos de ellos que dieron su vida, de manera martirial, en este servicio. El concilio Vaticano II señaló que la tarea del catequista es de suma importancia para el desarrollo de la comunidad cristiana. En su carta apostólica Antiquum Ministerium, el Papa Francisco, sin restar el papel que deben realizar los padres en la formación de los hijos, o el papel del obispos en la vida cristiana de una diócesis, señala que es destacable el papel de los laicos que colaboran en el servicio de la catequesis, y ofrecen “la belleza, la bondad y la verdad de la fe cristiana.

El catequista es testigo de la fe, maestro, mistagogo, compañero y pedagogo. Enseña lo que vive, transmite su propia experiencia, anuncia aquello que ha recibido como don para los demás y se pone al servicio pastoral de la transmisión de la fe desde el primer anuncio hasta la preparación para los sacramentos de la iniciación cristiana, hasta la formación permanente. Para ello, el Papa les invita y al mismo tiempo les exige a realizar su ministerio con la ayuda de “la oración, el estudio y la participación directa en la vida de la comunidad”.