
19/10/2025. Este domingo, la Iglesia celebra el Domingo Mundial de las Misiones (DOMUND), una jornada para orar, colaborar y recordar que “la misión nace del encuentro con Cristo”. En este marco, la diócesis de Getafe se asoma a la historia de Sor Marta Ruiz, religiosa teatina de Pinto, que a sus 58 años dio un paso que cambiaría su vida: se fue a África como misionera.
Desde niña, Sor Marta soñaba con ser misionera. “Siempre que me preguntaban qué quería ser de mayor, decía que misionera. Era una llamada que sentía muy dentro desde pequeña”, recuerda. Ingresó en las Religiosas Teatinas y desarrolló su vocación principalmente en colegios, como maestra, durante décadas. Sin embargo, la semilla misionera nunca se apagó. “Hice voto de obediencia, así que donde me mandaban, iba. Pero África… eso no llegaba”, confiesa.
No fue hasta 2008, con 58 años y tras la muerte de su madre, cuando llegó la oportunidad: Benín, uno de los países más pobres del oeste africano. “Tenía miedo. Pensaba: ¿cómo me voy a centrar con esta edad? Pero Dios me ayudó. A los tres meses de llegar, aún sin saber hablar bien francés, tuve una gracia que me hizo ver con claridad: este es mi sitio”.
Durante siete años, Sor Marta vivió en el norte de Benín, muy cerca de Burkina Faso, en una región extremadamente pobre y olvidada. Allí compartió misión con otras hermanas, como Sor Cristina, recientemente fallecida. La comunidad acogía y protegía a niñas víctimas de matrimonios forzados, una práctica tribal ancestral. “Venían solas, se escapaban. Eran niñas de 8, 9, 10 años que sabían que había unas monjas que las cuidaban. Sus familias se desentendían completamente de ellas. Nuestra tarea era educarlas, vestirlas, alimentarlas, darles dignidad”.
Además del internado, Sor Marta coordinaba programas de apadrinamiento escolar, catequesis en las aldeas, formación de la mujer y apoyo a la parroquia local. “El cristianismo allí es muy joven. Todo era nuevo, fresco. La fe se vive con una alegría y una sencillez que aquí hemos perdido”.
El choque cultural y lingüístico fue un reto desde el primer día. “Yo creía que sabía francés… pero allí nadie me entendía. Iba al mercado y tenía que dibujar lo que quería comprar. Fue durísimo al principio”. Pero esa experiencia, lejos de apagar su ánimo, fortaleció su vocación: “No habían cambiado las circunstancias, pero sí mi corazón. El Señor me dio la gracia de sentir que, aunque no hablara bien, ese era mi lugar”.
En 2015, con 65 años, sus superiores le pidieron regresar a España. “Ha sido el destino que más me ha costado obedecer. Sentí que me arrancaban el alma”. Hoy, con 74 años, Sor Marta vive de nuevo en Pinto, al servicio de su comunidad de religiosas mayores. “Estoy bien de salud, y con ganas de seguir sirviendo donde Dios quiera”.
Cuando se le pregunta qué le diría a alguien que se plantea una experiencia misionera, su respuesta es clara y directa: “Que vaya. Que no lo piense mucho. Dios le va a dar muchísimo más de lo que uno cree que va a dar. Ellos no tienen nada, pero lo dan todo. Su alegría, su fe, su esperanza... te contagian el alma”.
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