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Los jóvenes misioneros de nuestra Diócesis llegan al ecuador de su misión. Estos días han convivido con la comunidad de Barros Arana, perteneciente a la parroquia de Teodoro Schmidt.
Su misión continúa por el mismo sendero emprendido en Villarrica: visitar puerta a puerta todas las casas posibles; conocer y escuchar a las personas que el Señor ponga en su camino, y compartir la fe con la comunidad que les acoge.
Todos los días han celebrado la Eucaristía y rezado el Rosario.
También han podido dedicar un tiempo para celebrar el sacramento de la unción de los enfermos.
De las cosas que más les están impresionando en estos días, destacan la hospitalidad, la sencillez del pueblo chileno y el caluroso y cariñoso recibimiento.
Al mismo tiempo que realizaban la misión, un nutrido grupo de jóvenes estudiantes de la Universidad Católica de Chile pasaba algunas semanas en el pueblo para construir un velatorio al lado del templo. Se trata de una de las propuestas de la universidad para el tiempo de vacaciones (aquí, las “vacaciones de invierno”): hacer voluntariado en una comunidad para construir o reparar capillas.
Han tenido ocasiones de compartir un ambiente sano, joven, trabajador, cristiano, y, como no podía ser de otra manera, un suculento asado con el que los hermanos de la comunidad quisieron obsequiarles.

 

Este es el testimonio personal de Ruben Herráiz, uno de los jóvenes que se forman en el Seminario de la Diócesis de Getafe.
“En primer lugar, la misión me está enseñando a ser más agradecido a Dios. En un par de hogares que bendijimos mi compañero y yo, pude conocer a personas mayores que viven la enfermedad y dificultades materiales. Sin embargo, en ellos era constante la jaculatoria: «Gracias por todo, Señor», o «Diosito». Mirándolos, uno descubre en ellos una forma de vivir que no es conforme a lo que pide y enseña el mundo. Se trata de una paz, la paz que da Jesús. Es una alegría profunda, que no se inventa uno, sino que es el signo de que verdaderamente está Jesús.
Otra experiencia ha sido escuchar el dolor de los hermanos católicos por las dificultades que hoy debe abordar la Iglesia en este país. También el escándalo que se ha producido en algunas personas, que han decidido alejarse de la comunidad y de los sacramentos. Forma parte de nuestra misión el compartir el dolor por los pecados propios y de los hermanos, y el saber que muchos rechazan a Cristo por culpa nuestra. Pero es también luminoso escuchar cómo estas dificultades motivan en los hermanos una mayor entrega a Jesucristo y una más ferviente vida de oración. Para nosotros, futuros sacerdotes de la Iglesia, es un aliciente para vivir en total fidelidad a la vocación que Jesús nos regala, sin dobleces, sin reservas, sin oscuridades. Conocer de cerca y de manera palpable las heridas que se provocan nos centra la mirada en Cristo, en el Amor más grande que nuestras miserias, y nos enseña para entregarle a Él toda nuestra vida.
Conforme van pasando los días uno va descubriendo también como el demonio quiere hacer infructuosos nuestros actos. Asaltan con sus tentaciones, llega la comodidad, la pereza, incluso el cuestionarse sobre si uno mismo está dispuesto a vivir lo que predica a los demás. Todo ello me ayuda a ver que lo que estamos haciendo es voluntad de Dios, y que el enemigo tiene mucho interés en entorpecer nuestro trabajo. Quizá no de una manera escandalosamente llamativa, pero sí en formas sutiles. Es entonces fácil mirarse a uno mismo y desconfiar del fruto de lo que está haciendo. Pero cuando me pongo en presencia del Señor y me pongo a pensar en todo lo que como grupo misionero vamos viviendo, todos los engaños caen. Mi experiencia, lo que estoy viviendo realmente y que es bien palpable, es que Dios actúa a través de nosotros. Que es Él y no nosotros el que hace la misión. Y esto querría repetírmelo a mí mismo a grandes voces cada día de mi vida.
Quiero terminar con un último agradecimiento a la comunidad católica de Barros Arana. Es muy bonito pensar que lo que nos ha unido (pienso también en los jóvenes universitarios) ha sido la fe, seguir a Jesucristo en su Iglesia. Quiera Dios que nuestra siembra produzca grandes frutos de santidad, por gracia suya. Que sigan cuidando de los enfermos y los pobres. Que recen los unos por los otros y vivan la unidad que quiere Jesús en su Iglesia. Las palabras que titulan este testimonio me las dijo una señora al despedirse: «han quedado grabados en nuestro corazón». Nosotros ponemos en el Corazón de Cristo los nombres de estas personas a las que Él mismo nos ha enviado y de las que tanto hemos aprendido.
Mientras escribo estas líneas, estamos celebrando una convivencia junto a los jóvenes misioneros españoles. Hemos hecho una caminata por el parque natural Huilo-Huilo. Más tarde, hemos celebrado la Eucaristía en la capilla de la Virgen de Covadonga (sí, de nuestra Asturias) en el pueblo de Choshuenco. Ayer llegamos a nuestra última etapa de la misión al pueblo de Cunco, para ponernos al servicio del Padre Jorge y la comunidad católica.
Puedes leer todos los testimonios en: https://diariodeunamisionenvillarrica.wordpress.com/2018/07/25/grabados-en-el-corazon/