Queridos amigos.

Si todavía no han salido de casa para ir a Misa, estoy a tiempo de recordarles que hoy es Pentecostés, un día no menos importante para los cristianos que la Navidad o el Domingo de Resurrección. No se pongan la típica camisa de los domingos. Busquen una mejor, digna de una fiesta en la que el Espíritu Santo va a romper el techo de la tierra, “y una lengua de fuego innumerable purifica, renueva, enciende, alegra las entrañas del mundo”.

Fue en la ciudad de Jerusalén donde el Espíritu de Jesús comenzó a derramarse en nuestros corazones. Así lo escucharemos en la primera lectura, tomada del libro de los Hechos de los Apóstoles. En el Cenáculo irrumpió un viento recio que cambió el miedo en valentía. Aparecieron las lenguas de fuego, aquel fuego con el que Jesús quiso prender la tierra para transformarla. En Babel, los hombres dejaron de entenderse. En Pentecostés, todos hablan la lengua de Dios.

El Salmo 103 canta las maravillas que Dios hizo en la creación. Quien ha visto el atardecer en lo alto de una montaña, con las nubes a sus pies, ya no puede dudar de que Dios se ha comportado como un artista genial con su creación. Pero en Pentecostés se inaugura una nueva creación. “Todo lo hago nuevo” dice el Señor en el libro del Apocalipsis. Hoy envía su aliento y renueva la faz de la tierra. Hoy todo está por estrenar, especialmente el corazón del cristiano rejuvenecido en el Espíritu.

En la segunda lectura, tomada de la carta de san Pablo a los Gálatas, podemos encontrar una dificultad. Se nos plantea un antagonismo entre la carne y el espíritu. Que nadie piense que san Pablo presenta el cuerpo humano como algo malo. En este caso, la “carne” de la que habla el Apóstol, es la fuerza egoísta presente en el ser humano. Es el odio que lleva a Caín a matar a Abel. Por contra, el Espíritu es la Tercera Persona de la Trinidad. Ella nos trae “amor, alegría, paz, comprensión, servicialidad, bondad, lealtad, amabilidad, dominio de sí”. ¡Caramba! ¡Qué hermoso retrato de Jesús! El Espíritu nos asemeja a él.

En los capítulos quince y dieciséis del Evangelio según san Juan, Jesús promete el Espíritu Santo hasta en cinco ocasiones. Hoy escucharemos dos de ellas, en las que se nos describe al Espíritu como el Defensor y como el “espíritu de la verdad”. El destino del discípulo no es distinto del de su maestro. Si Jesús tuvo que dar testimonio de la verdad en su juicio ante Pilato, así también los cristianos. En ese momento vendrá el Defensor que hará brillar nuestro testimonio, como está brillando estos días en Irak, Siria, Libia y Egipto, donde los nuevos mártires están gritando al mundo que vale la pena morir por Cristo.

“Ven, Espíritu divino, manda tu luz desde el cielo”. Hoy todos los cristianos del mundo nos reuniremos en nuestro cenáculos parroquiales para recibir una nueva efusión del Espíritu. ¿No es emocionante saber que una fuerza interior y sobrenatural nos une a cientos de millones de personas en todo el mundo, y que juntos vamos a proclamar las maravillas de Dios? No se pierdan la fiesta. ¡Feliz domingo!