Queridos amigos, os mando un cordial saludo tras un fecundo tiempo de descanso. Retomamos este comentario dominical a la Palabra que el Señor nos dirige cada domingo. Una palabra llena de vida, cargada de energía divina, de profundidad, de misterio, que toca y conmueve las entrañas. Hoy Jesús se planta delante de nosotros y nos dice: “Effetá”, palabra recogida por el evangelista en el idioma del Señor, y que nosotros traducimos por “ábrete”.

La primera lectura está tomada del libro de Isaías. Entre los años 587 y 538 antes de Cristo, el pueblo de Israel sufrió uno de los episodios más traumáticos de su historia. La tropas de Babilonia, lideradas por el temido Nabucodonosor, destruyeron el templo de Jerusalén y deportaron al pueblo judío, que estuvo cincuenta años lejos de su patria. Cuando al fin pudieron volver, gracias al rey persa Ciro, concibieron su retorno como una procesión triunfal en el que los ciegos ven, los sordos oyen, los cojos saltan como ciervos y los mudos cantan.

Esta misma explosión de alegría se manifiesta en el salmo 145 que recitaremos de manera responsorial. “El Señor abre los ojos al ciego, el Señor endereza a los que ya se doblan, el Señor ama a los justos, el Señor guarda a los peregrinos”. Más adelante, diremos que “el Señor reina eternamente”. El desastre sufrido en Babilonia y su posterior resolución, reforzó la fe de Israel. Ahora sabían bien que no había cepo que el Señor no pudiese hacer saltar por los aires, como ya lo hiciera en Egipto.

Venimos tomando la segunda lectura de la carta del Apóstol Santiago, que no es nuestro Santiago, sino “el menor”, también llamado “el pariente del Señor”, quien fuese un gran líder de la comunidad cristiana de Jerusalén. Hoy nos hablará de no hacer acepción de personas, muchos menos en las asambleas litúrgicas. Si Dios favorece y ama a todos, así los cristianos deben comportarse con todos con estima, sean ricos o pobres. Es más, deben identificarse con la predilección que Dios demuestra con los más necesitados, a través de los cuales acostumbra a hacer sus mejores obras.

En el Evangelio veremos a Jesús, atravesando una comarca compuesta por diez pequeñas ciudades, la Decápolis, tierra de paganos. Allí se encuentra con un sordomudo. Jesús mete sus dedos en sus oídos y toca su lengua, y le dice “Effetá”. “Ábrete”. “Ábrete al mundo, a la vida, a la relación con los demás, rompe tu aislamiento”. “Effetá” es una palabra liberadora, pronunciada por aquel que derrama la gracia por sus labios. Es una palabra que condensa el plan de Salvación que el Padre obra en Cristo.

Queridos amigos. Antes de curar al sordomudo, dice el Evangelio que Jesús miró al Cielo y suspiró. Más que un suspiro, posiblemente se trató de un gemido. Uno de esos gemidos inefables que el Espíritu Santo produce en el corazón del creyente. Un gemido como el que dio el Señor en la Cruz. A ese pobre sordomudo no sólo le curó el cuerpo y lo devolvió a la comunidad, sino que le comunicó el Espíritu divino, le hizo partícipe de lo que Jesús lleva dentro, le hizo entrar en la respiración de Dios, en la vida de Dios. “Ábrete”. Abramos el corazón a Jesucristo, aquel que todo lo hace bien. ¡Feliz domingo!