Hola amigos: es tiempo de misericordia, y por eso hoy –en las enseñanzas de Francisco- nos preguntamos: ¿Qué significa para los discípulos ser misericordiosos? Esto lo explica Jesús con dos verbos: “perdonad” (Lc 6, 37) y “dad” (Lc 6, 38). La misericordia se expresa sobre todo en el perdón: “No juzguéis y no seréis juzgados, no condenéis y no seréis condenados; perdonad y seréis perdonados”.

Jesús nos recuerda a sus discípulos que para tener relaciones fraternas es necesario suspender juicios y condenas. De hecho, es el perdón el pilar que sostiene la vida de la comunidad cristiana, porque en el se manifiesta la gratuidad del amor con el cual Dios nos ha amado primero.

¡El cristiano debe perdonar! Pero ¿Por qué? Porque ha sido perdonado. Todos nosotros hemos sido perdonados. No hay ninguno de nosotros, que en su vida, no haya tenido necesidad del perdón de Dios. Y porque nosotros hemos sido perdonados, debemos perdonar.

Y lo recitamos todos los días en el Padre Nuestro: “Perdona nuestros pecados; perdona nuestras deudas como nosotros perdonamos a nuestros deudores”. Es decir, perdonar las ofensas, perdonar tantas cosas, porque nosotros hemos sido perdonados de tantas ofensas, de tantos pecados.

Y así es fácil perdonar. Si Dios me ha perdonado, ¿por qué no debo perdonar a los demás? ¿Soy más grande que Dios? ¿Entendemos esto?

A su Iglesia, a nosotros, Jesús nos indica también un segundo pilar: “dad”. Perdonar es el primer pilar; dar es el segundo pilar. «Dad, y se os dará […] con la medida con que midáis se os medirá» (v. 38).

Dios da muy por encima de nuestros méritos, pero será todavía más generoso con cuantos aquí en la tierra serán generosos. Jesús no dice que cosa sucederá a quienes no dan, pero la imagen de la “medida” constituye una exhortación: con la medida del amor que damos, planteamos nosotros mismos cómo seremos juzgados, como seremos amados.

Si observamos bien, existe una lógica coherente: ¡en la medida con la cual se recibe de Dios, se da al hermano, y en la medida con la cual se da al hermano, se recibe de Dios!

Tenemos que perdonar, ser misericordiosos, vivir nuestra vida en el amor y en el dar. Este amor permite a los discípulos de Jesús no perder la identidad recibida de Él, y de reconocerse como hijos del mismo Padre. En el amor que practiquemos en la vida se refleja así aquella Misericordia que no tendrá jamás fin (Cfr. 1 Cor 13,1-12).

Es tiempo de misericordia, ¿te atreves a recibirla y a ofrecerla? ¡Jesús Misericordioso te bendiga y la Virgen Santa te cuide! Amén.