Hola amigos: es tiempo de misericordia, y entre las obras de misericordia, se nos pide dar de comer al hambriento y de beber al sediento. Cuantas veces caminando por la calle, encontramos a una persona en necesidad, o quizás un pobre viene a tocar a la puerta de nuestra casa, y esto nos involucra en primera persona.

Nos enseña el papa Francisco que cuando vemos la pobreza en la carne de un hombre, de una mujer, de un niño, ¡esto sí nos interpela! Y a veces estamos acostumbrados a huir de la necesidad, de no acercarnos o enmascarar un poco la realidad de los necesitados. Así nos alejamos de la realidad.

En estos casos, ¿Cuál es mi reacción? ¿Dirijo la mirada a otro lugar y sigo adelante? O ¿Me detengo a hablar y me intereso por su estado? Y si tú haces esto no faltará alguno que diga: “¡Pero este está loco al hablar con un pobre!” ¿Veo si puedo acoger de alguna manera a aquella persona o busco de librarme lo más antes posible? Pero tal vez ella pide solo lo necesario: algo de comer y de beber.

Son siempre actuales las palabras del apóstol Santiago: «¿De qué le sirve a uno, hermanos míos, decir que tiene fe, si no tiene obras? ¿Acaso esa fe puede salvarlo? ¿De qué sirve si uno de ustedes, al ver a un hermano o una hermana desnudos o sin el alimento necesario, les dice: “Vayan en paz, caliéntense y coman”, y no les da lo que necesitan para su cuerpo? Lo mismo pasa con la fe: si no va acompañada de las obras, está completamente muerta» (2,14-17): es incapaz de dar amor.

Hay siempre alguien que tiene hambre y sed y tiene necesidad de mí. No puedo delegar a ningún otro. Este pobre me necesita a mí, de mi ayuda, de mi palabra, de mi empeño. En esto estamos todos comprometidos.

El papa Benedicto XVI, en la encíclica Caritas in veritate, afirma: «Dar de comer a los hambrientos es un imperativo ético para la Iglesia universal. […] El derecho a la alimentación y al agua tiene un papel importante para conseguir otros derechos. […] Por tanto, es necesario que madure una conciencia solidaria que considere la alimentación y el acceso al agua como derechos universales de todos los seres humanos, sin distinciones ni discriminaciones» (n. 27).

No olvidemos las palabras de Jesús: «Yo soy el pan de Vida» (Jn 6,35) y «El que tenga sed, que venga a mí» (Jn 7,37). Estas palabras son para todos nosotros creyentes una provocación, una provocación a reconocer que, a través del dar de comer al hambriento y de dar de beber al sediento, nos estamos jugando una auténtica relación con Dios, un Dios que ha revelado en Jesús su rostro de misericordia. Es tiempo de misericordia, ¿te atreves a recibirla y a ofrecerla? ¡Jesús Misericordioso te bendiga y la Virgen Santa te cuide! Amén.