Ordenacion Presbiteros

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ORDENACIÓN PRESBÍTEROS – 2006
Homilía de D. Joaquín Mª López de Andújar, Obispo diocesano, en la Ceremonia de Ordenación de presbíteros celebrada el día 12 de octubre de 2006 en la Basílica del Sagrado Corazón de Jesús del Cerro de los Ángeles.

Queridos hermanos sacerdotes, queridos amigos y hermanos que hoy habéis venido de muchos lugares de la Diócesis para darle gracias a Dios por este regalo que nos hace de seis nuevos presbíteros. A todos os saludo con mucho cariño y especialmente a vosotros José Javier, Jesús, Domingo, Jaime, Gustavo y Juan y a vuestros padres, familiares y amigos.

Acabamos de escuchar en el evangelio que Jesús recorría todas las ciudades y aldeas, enseñando en las sinagogas, anunciando el evangelio del Reino y curando todas las enfermedades y dolencias; y que al ver a las gentes se compadecía de ellas porque estaban como ovejas sin pastor. El Señor se conmueve al contemplar la desorientación de aquellas gentes e invita a rogar al dueño de la mies y del rebaño que envíe más trabajadores.

Y el Padre, que nunca nos abandona, sigue llamando nuevos pastores y les sigue invitando a su seguimiento. Vosotros, queridos ordenandos, escuchasteis un día esa invitación del Señor. El Señor os dijo: ven y sígueme, ven conmigo y vive como yo y contempla el mundo con la misma mirada con que yo lo contemplo y con el mismo corazón con que yo lo amo. Y vosotros os fiasteis de Él y os pusisteis en camino. Y hoy, en la persona del Obispo, el mismo Señor, os vuelve a llamar confirmando aquella primera invitación y os envía al mundo para que, por vuestro ministerio apostólico, esa multitud desvalida y desorientada que puebla los barrios, aldeas y ciudades de nuestra diócesis se encuentre con Cristo y en Él descubra el camino hacia el Padre, fuente de todo bien, y la verdad sobre el hombre, sobre su existencia, sobre su origen y su destino y la vida en plenitud que le colme de felicidad.

Por el sacramento del Orden, el Espíritu del Señor os enriquecerá con sus dones para convertiros en pastores al servicio del supremo Pastor que es Jesucristo. Hoy cada uno de vosotros puede decir con palabras de S. Pablo: “Cristo Jesús me consideró digno de confianza (...) y la gracia del Señor sobreabundó en mí” (1 Tim. 1, 13-14). Sólo se puede ser pastor del rebaño de Cristo por medio de Él y en la más íntima comunión con Él. Sólo se puede ser apóstol viviendo en Él y estando con Él. El sacerdote, mediante el sacramento del orden es insertado totalmente en Cristo para que actuando con Él y como Él le haga presente entre los hombres cumpliendo permanentemente la profecía de Ezequiel: “Yo mismo en persona cuidaré de mi rebaño y velaré por él (...) los recobraré de todos los lugares donde se habían dispersado en días de nubes y de brumas (...) buscaré la oveja perdida, tomaré la descarriada, curaré a la herida y sanaré a la enferma” (Ez. 34, 11 sig.).

El Señor hoy os va a ungir y os va a enviar, tal como hemos escuchado en la primera lectura, para “anunciar el evangelio a los que sufren, para vendar los corazones desgarrados, para proclamar la amnistía a los cautivos y a los prisioneros la libertad (...) para consolar a los afligidos (...) y para cambiar su ceniza en corona y su traje de luto en perfume de fiesta” (Is. 61,1-3).

En el evangelio de S. Juan nos dirá el Señor tres cualidades esenciales del verdadero pastor. El verdadero pastor da su vida por las ovejas, las conoce y ellas le conocen a él; y está al servicio de la unidad.

La primera cualidad del verdadero pastor es estar dispuesto a dar la vida por las ovejas. El Señor no nos pide a los pastores una parte de nuestro tiempo o de nuestras cualidades o de nuestro esfuerzo. El Señor nos lo pide todo. Nos pide entregar totalmente nuestra vida. El celibato sacerdotal es signo de esa entrega total. Es la expresión de nuestra total entrega al Señor en quien descansan y se nutren, sin mediaciones humanas, todos nuestros afectos; y la expresión también de nuestra total y gozosa disponibilidad para el servicio del Reino de Dios.

El verdadero pastor no vive para sí mismo sino para Aquel que es su Señor y para todos aquellos que su Señor, por medio de la Iglesia, le confíe. El verdadero pastor muere cada día, como Cristo en la cruz, para que aquellos que el Señor ha puesto bajo su cuidado encuentren la vida verdadera. “Llevamos siempre en nuestros cuerpos por todas parte el morir de Jesús a fin de que también la vida de Jesús se manifieste en nuestro cuerpo” (II Cor. 4,10). Este morir para que otros tengan vida, que nos revela el misterio de la cruz, está en el centro mismo del servicio de Jesús como Pastor y está también, por tanto, en el servicio del sacerdote a la Iglesia. Jesús entrega su vida a los hombres por amor y la entrega libremente. Y esta entrega del Señor se perpetúa en la Eucaristía, cada día, por manos del sacerdote. Por eso Eucaristía y sacerdocio son inseparables. La Eucaristía es el centro de la vida del sacerdote. No puede haber otro centro. Toda la vida del sacerdote es eucarística. Toda la vida del sacerdote es conformación con la cruz del Señor en el misterio eucarístico que celebra cada día. Y este momento, el más importante del día, en que el  sacerdote celebra la eucaristía da sentido a todas sus palabras, sus obras y su pensamiento. La Eucaristía es la vida del sacerdote. La Eucaristía alimenta su oración y le consuela en el sufrimiento y le llena de gozo en la acción de gracias por todos los dones que continuamente recibe del Señor, y es el lugar donde diariamente hace la ofrenda de su vida y vive íntimamente su comunión plena con el Santo Padre y con su obispo y con sus hermanos presbíteros y donde, unido a la Santísima Virgen y a todos los santos, renueva constantemente su vocación de santidad. La Eucaristía le permite al sacerdote vivir todas las circunstancias de su vida en estrecha intimidad con Aquel que en la cruz reconcilió a los hombres con Dios y ha querido confiarle, en un derroche de misericordia, el ministerio de la reconciliación. Este ministerio de la reconciliación que el Señor ha querido confiarnos y que nos convierte en instrumentos de la misericordia entrañable de nuestro Dios nos hace vivir la Eucaristía como la fuente de la que brota constantemente el manantial de la gracia divina.

La Eucaristía debe llegar a ser para nosotros los sacerdotes una escuela de vida en la que aprendamos a entregar nuestra vida. La vida no se da sólo en el momento de la muerte o en el momento del martirio, si es que el Señor nos concediera esa gracia. La vida debemos darla día a día. Debemos aprender continuamente que no nos poseemos a nosotros mismos, sino que somos posesión del Señor.

Una segunda cualidad del pastor es conocer a las ovejas. El Señor nos dice: “Conozco a mis ovejas y las mías me conocen a mí, igual que el Padre me conoce y yo conozco al Padre” (Jn.10, 14-15). Jesús ha querido unir aquí dos relaciones: la relación entre Jesús y el Padre y la relación entre Jesús y los hombres encomendados a Él. Son dos relaciones inseparables porque la misión de Jesús es llevar a los hombres al Padre. De la misma manera en la relación del sacerdote con los hombres no podemos perder de vista nuestra relación con Cristo y por medio de Cristo con el Padre. Hemos de conocer a todos aquellos que el Señor nos confíe y hemos de quererles, especialmente a los más pobres y a los más necesitados de amor. Y hemos de sabernos situar en el contexto cultural en que vivimos. Y hemos de ser conscientes de lo que los hombres de nuestro tiempo buscan y necesitan; y de saber reconocer cuales son sus inquietudes, y sus preguntas y sus vacíos y sus soledades y sus desiertos. Todo eso debemos conocerlo estando muy cercanos a ellos y escuchándoles con verdadero interés y respeto; y saliendo en busca de la oveja perdida. Pero ese conocimiento y esa relación con los hombres debe ir unida a nuestra relación con Cristo y por medio de Cristo con el Padre. Porque, solamente por nuestra relación con Cristo y con el Padre y por el don de su Espíritu Santo, podremos entrar en el misterio del hombre y en  sus necesidades más profundas y en su pecado, causa última de todos sus sufrimientos, para llevarle a Cristo y por medio de su Iglesia hacer posible que sean curadas sus heridas y renazca en el la esperanza y descubra el amor que Dios le tiene. Nosotros hemos de conocer a los hombres y hemos de acercarnos a ellos, pero con el conocimiento de Cristo y en el corazón de Cristo, para que los hombres, nuestros hermanos, descubran su dignidad de hijos de Dios y puedan encontrar en Cristo la luz que alumbre sus tinieblas y el amor que sane todas sus enfermedades. Hemos de hacernos cercanos a los hombres, pero no para que se vinculen a nosotros, sino para que se vinculen a Cristo, al Corazón de Cristo y en Él encuentren todas las riquezas del amor divino. El mundo necesita descubrir el amor divino. El mundo necesita a Dios. Los hombres necesitan a Dios. En esta cultura nuestra occidental, tan descreída, en la que la dignidad de la vida humana se va deteriorando por momentos, hacen falta sacerdotes que asuman con valentía la misión salvadora de Jesús y hablen a los hombres de Dios. El mundo necesita sacerdotes santos que estén íntimamente unidos a Dios y que hablen de Dios. Estar con Dios y hablar de Dios, eso es lo que el mundo pide a los sacerdotes. Estar con Él por la oración, por el amor y por la obediencia interior a la voluntad del Padre. Y hablar de Él, predicando fielmente el evangelio de Cristo, en comunión con la Iglesia. El sacerdote tiene que alimentar en los hombres, con la predicación del evangelio y con el testimonio de su vida, la confianza en el amor y en el poder de Dios.

Por último, el Señor nos habla del servicio a la unidad encomendada al Pastor: “Tengo además otras ovejas que no son de este redil; también a esas las tengo que traer, y escucharán mi voz y habrá un solo rebaño y un solo pastor” (Jn 10,16). El gran deseo del Señor es la unidad: “que todos sean uno para que el mundo crea que tu me has enviado”. Unidad y misión van estrechamente unidas. No es posible la misión en una Iglesia desunida. Los sacerdotes hemos de ser constructores de unidad. Viviendo en primer lugar la unidad en nuestras propias vidas: entregándonos al Señor con un corazón indiviso, siendo siempre sacerdotes en nuestros pensamientos, palabras y acciones y mostrándonos en todos los momentos ante los hombres como sacerdotes, en nuestro modo de comportarnos, en nuestro modo de hablar y de dirigirnos a la gente, en nuestros gestos y actitudes para que cualquiera pueda acudir a nosotros cuando nos necesite y nuestra vida sea un signo de Cristo, Pastor, en medio del mundo.

Y hemos de ser constructores de unidad en nuestras comunidades cristianas, siendo para todos vínculo de unión, acogiendo con amor y gratitud todos los carismas que el Señor quiera regalarnos y ayudando a cada uno a descubrir su propia vocación, poniendo un cuidado muy especial en el discernimiento de las vocaciones al ministerio sacerdotal y a la vida consagrada. El Señor sigue llamando a muchos jóvenes a vivir una vocación de especial intimidad con Él y de servicio a la Iglesia. Pero Él ha querido que esa llamada llegue, en muchos casos, a través de nuestro ministerio sacerdotal. Es muy grande nuestra responsabilidad en la pastoral vocacional y no podemos olvidarla.

Y hemos de ser constructores de unidad en la sociedad misma, hoy tan dividida y fragmentada, fomentando en nuestros ambientes todo lo que sea provechoso para la convivencia pacífica y para la defensa de la vida humana y de la familia y de la dignidad de la persona humana.

La unidad es la condición para la misión. Tenemos que sentirnos Iglesia misionera. “Tengo otras ovejas que no son de este redil: también a estas las tengo que traer”. La misión joven que este año estamos viviendo en la Diócesis con entusiasmo ha de despertar en todos el deseo de salir de nuestras rutinas y de nuestros comportamiento, a veces, demasiado cómodos, para llegar a esa gran multitud de ovejas sin pastor que Jesús contemplaba lleno de compasión. No podemos quedarnos impasibles y quietos ante el espectáculo de tantas personas alejadas de Dios. Hay mucha gente que trata de presentar un mundo sin Dios. Pero un mundo sin Dios es inexplicable. Sin Dios es imposible explicar razonablemente la maravilla del mundo y de la vida. Nosotros, que desde la luz de la fe, gozamos, de esa maravilla no podemos dejar que tantos hermanos nuestros, muchos de ellos quizás muy cercanos y muy queridos, se vean privados de ese gozo. Ser misionero es sentir el deseo de que todos puedan compartir con nosotros la alegría de conocer a Jesucristo para trabajar unidos en la construcción de un mundo justo, en el que no tengamos que contemplar el escándalo de la pobreza y la miseria de millones de hombres que se ven obligados a salir de sus países buscando una vida más digna. Ser misioneros es abrir las puertas de la Iglesia a todos los hombres para que en ella se encuentre como en su propia casa y en ella descubran a Aquel, que muriendo en una cruz y resucitando al tercer día nos ha revelado la sabiduría infinita de Dios. Una sabiduría que rompe todos los esquemas humanos.

Que en este día en que celebramos a María en su advocación de Ntra. Sra. del Pilar, el Señor nos conceda, como se pide en la oración propia de esta fiesta: fortaleza en la fe, seguridad en la esperanza y constancia en el amor.

Y que los que hoy os vais a unir al Señor, por el sacramento del orden, para ser pastores, según su corazón, encontréis siempre en María a la Madre, que nunca os va abandonar y a la Maestra que os enseñará a vivir cerca de Jesús, a confiar en su amor y a compartir con Él, el dolor de la cruz y el gozo de la resurrección. Que María sea para todos nuestra Madre en la oración, en el amor, en la obediencia fiel y en la fuerte esperanza. Amén



Santa Maria Madre de Dios

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SANTA MARÍA MADRE DE DIOS
(Jornada de oración por paz – 2006)

La Iglesia quiere que comencemos el año contemplando el misterio de María Madre de Dios. “Santa María Madre de Dios, ruega por nosotros pecadores ahora y en la hora de nuestra muerte”. Así rezaba el pueblo fiel acompañando a los padres conciliares, cuando en el año 431, en la ciudad de Éfeso, fue definido el dogma de la Maternidad Divina de María. Si María no fuese Madre de Dios, Jesús no sería Hijo de Dios, y si Jesús no fuera Hijo de Dios estaríamos sin Salvación.

María es Madre de Dios. La Salvación entró en el mundo por medio de María. Ella es la puerta por la que Dios entró en el mundo y Ella es también la puerta por la que el mundo entra en Dios. María no sólo es la Madre de Dios. También es nuestra Madre. Jesucristo en la cruz nos la entregó como Madre. Por eso podemos decir también que ella es el camino y la puerta para llegar a Cristo, el Hijo de Dios. Ella es el camino para llegar a Dios. “Dios y Señor nuestro que por la maternidad virginal de María entregaste a los hombres los bienes de la salvación, concédenos experimentar la intercesión de Aquella de quien hemos recibido a tu Hijo Jesucristo, el Autor de la Vida”.

Por eso es muy apropiado celebrar en este día primero del año la Jornada Mundial de Oración por la Paz, pidiendo al Señor, por intercesión de María, el bien de la salvación más precioso: el bien de la paz.

Como todos los años el Papa ha dirigido su mensaje de paz a todos los hombres y mujeres del mundo: “Deseo hacer llegar un afectuoso saludo a todos los hombres y a todas las mujeres del mundo de modo especial a los que sufren a causa de la violencia y de los conflictos armados. Es también un deseo lleno e esperanza por un mundo más sereno, en el que aumente el número de quienes, tanto individualmente como comunitariamente, se esfuerzan por seguir las vías de la justicia y de la paz” (1).

Este año el Papa ha centrado su mensaje en la relación entre la verdad y la paz.. El lema de este año, que es “En la verdad, la paz”, se expresa la convicción de que, cuando el hombre se deja iluminar por el esplendor de la verdad, emprende de modo, casi natural, el camino de la paz (3).

Y es que la paz sólo es posible como fruto o resultado de un orden diseñado y querido por el amor de Dios. Para que haya paz es preciso respetar ese orden. Hay que vivir en coherencia con la verdad de ese orden, es decir, con la realidad de las cosas, tal como esa realidad ha sido creado por Dios. Y para que respetemos ese orden, esa realidad, Dios ha inscrito en el corazón de cada hombre, desde que el hombre es hombre, en todas las culturas y en todas las épocas una ley moral universal. Por eso cuando, quebrantando esa ley universal impresa en la naturaleza humana, no se respeta la vida humana, o no se respeta la familia o cuando se obstaculiza y se impide el desarrollo integral de la persona y la tutela de los derechos fundamentales; cuando muchos pueblos se ven obligados a sufrir injusticias y desigualdades intolerables ... , es imposible la paz. Sólo es posible la paz cuando se respeta y se realiza por completo la verdad del hombre (4).

Lo contrario de la verdad es la mentira, es negar la realidad, es contradecir ese orden querido por Dios, es inventarse “otra realidad”, según las propias conveniencias de cada uno. Y la mentira está relacionada con el drama del pecado y sus consecuencias perversas, que han causado y siguen causando efectos devastadores en la vida de los individuos y de las naciones (5).

La auténtica búsqueda de la verdad requiere tomar conciencia de que el problema de la verdad y la mentira concierne a cada hombre y a cada mujer, y que es decisivo para un futuro pacífico de la humanidad. Buscar la Verdad, amar la Verdad, ser testigos valientes de la Verdad. Todo esto supone:

· Conciencia de estar unidos por un mismo destino trascendente, valorando y teniendo en cuenta y valorando adecuadamente las legítimas diferencias.
· Promover una convivencia de todos los ciudadanos en una sociedad gobernada por la justicia.
· Cultivar relaciones fecundas y sinceras, buscando la reconciliación y el perdón y siendo fieles a la palabra dada.(6)

Jesucristo es quien nos revela la plena verdad del hombre y el sentido último de la historia. Jesucristo es la Verdad que nos da la paz. Con la fuerza de su gracia es posible estar en la verdad y vivir en la verdad.

Los grandes enemigos de la verdad y, por tanto, de la paz son el “nihilismo” y en el “fanatismo religioso” (fundamentalismo). Uno y otro están en la base de muchas formas de terrorismo.

Los nihilistas niegan la existencia de cualquier verdad. (casa edificada sobre arena; dictadura del relativismo)). Los fundamentalistas tiene la pretensión de imponer la “verdad” por la fuerza.

Unos y otros coinciden en le desprecio del hombre y de la vida y, en última instancia, en el desprecio de Dios. El “nihilismo” niega su existencia; el fundamentalismo fanático desfigura su Rostro benevolente y misericordioso.(8)

“Quien mata con atentados terroristas cultiva sentimientos de desprecio hacia la humanidad, manifestando desesperación ante la vida y el futuro” (Mensaje Jornada Mundial de la paz 2002,6).

Nuestra vocación cristiana nos impulsa en este día a intensificar en todas las partes del mundo el anuncio y el testimonio el evangelio de la paz.

Dios es Amor que salva. Dios es Padre amoroso que desea ver cómo sus hijos se reconocen entre ellos como hermanos. Dios es fuente inagotable de esperanza que da sentido a la vida personal y colectiva. Dios es el único que hace eficaz toda acción encaminada al bien y a la paz.

Y ese Dios se ha encarnado en el mundo por María. A Ella acudimos hoy como hijos pidiéndole que nos ayude a encontrarnos con su Hijo, Príncipe de la Paz, Autor de la Vida, Revelación del amor del Padre, Señor de la Historia, amigo y hermano nuestro, que nos conduce, por el don del Espíritu Santo, hacia el Padre, fuente inagotable de Verdad y de Amor.

Fiesta de la Epifania

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EPIFANÍA DEL SEÑOR
(6 de Enero de 2006)

En este precioso relato, que acabamos de escuchar, de los magos que vienen de Oriente, siguiendo una estrella, para adorar al Rey de los judíos, el evangelista S. Mateo nos ofrece una verdadera catequesis sobre la búsqueda de Dios, el modo de encontrarlo y la sorpresa de un encuentro que cambia la vida y nos descubre que el Dios de Belén es muy diferente del “dios” que con mucha frecuencia nos fabricamos en nuestra imaginación y que no es sino la proyección imaginaria de nuestras propias fantasías.

S. León Magno comentando este texto, nos dice: “Cuando los tres Magos fueron conducidos por el resplandor de una nueva estrella para venir a adorar a Jesús, ellos no le vieron expulsando demonios, resucitando a los muertos, dando vista a los ciegos, curando a los cojos, dando la facultad de hablar a los mudos, o en cualquier otro acto que revelara su poder divino; sino que vieron a un niño que guardaba silencio, tranquilo, confiado a los cuidados de su madre. No aparecía en Él ningún signo de su poder. Lo que apareció ante su vista fue el gran espectáculo de su humildad. Este Niño, al cual se había unido Dios, el Hijo de Dios, presentaba a sus miradas una enseñanza que mas tarde debía ser proclamada abiertamente, y lo que no profería aún el sonido de su voz el simple hecho de verle era ya una enseñanza. Toda la victoria del Salvador, que ha subyugado al diablo y al mundo, ha comenzado por la humildad y ha sido consumada por la humildad (...) Por eso amadísimos hermanos, la práctica de la sabiduría cristiana no consiste ni en la abundancia de palabras, ni en la habilidad para discutir, ni en el apetito de alabanza y de gloria, sino en la sincera y voluntaria humildad, que el Señor Jesucristo ha escogido y enseñado como verdadera fuerza desde el seno de su madre hasta el suplicio de la cruz (S. León Magno, Homilía VII- 37)

Los magos de Oriente representan a una humanidad que, con humildad, busca a Dios. Y Dios nunca abandona al que le busca. Todo el que busca a Dios lo encuentra. Desde el momento mismo de su nacimientoJesús aparece como la luz que brilla en las tinieblas. Toda la liturgia de hoy, solemnidad de la Epifanía (que significa “manifestación de Dios”) habla de la luz de Cristo. La misma luz que guió a los pastores hasta el portal de Belén y que indicó el camino a los Magos hasta Belén, es la misma luz que resplandece para todos los hombres y todos los pueblos que anhelan encontrar Dios.

Cuando los magos llegaron al lugar que la estrella les había indicado. “Entraron en la casa vieron al niño con María, y cayendo de rodillas le adoraron”.El final de su camino fue la adoración de un recién nacido, pobre y humilde. Algo desconcertante, que nunca hubieran imaginado. Pero, a partir de ese momento, como comentaba este verano el Papa a los jóvenes en Colonia, comienza para los magos una nueva y definitiva peregrinación. El encuentro con Dios en la pequeñez y humildad de un recién nacido va a significar un cambio radical en sus vidas y un modo nuevo de entender las cosas. Ellos habían imaginado encontrar a Dios de otra manera. Eran personas inquietas. Sabían que en el mundo había mucho desorden y mucha injusticia. Estaban convencidos de que Dios existía y de que Dios es justo y bondadoso. Y, como personas realistas e inteligentes, sabían que para arreglar las cosas es necesario tener influencia y poder. Posiblemente habían oído hablar de los grandes profetas de Israel, que anunciaban la llegada de un Rey y Mesías que restablecería el orden en el mundo. Y, ellos, que eran hombres que amaban la justicia y el derecho, se habían puesto en camino para encontrar a ese gran rey, para postrarse a sus pies y ofrecerse como colaboradores suyos en la renovación del mundo. Posiblemente habrían recibido muchas críticas por iniciar un camino lleno de incertidumbres y de riesgos. Muchos dirían de ellos que eran unos utópicos e ilusos que nunca sacarían provecho de esa arriesgada aventura. Por eso, conscientes de que lo que buscan es algo que supera sus propias fuerzas, al llegar a Jerusalén, preguntan a los doctores y tratan de buscar al Mesías en el palacio del rey. Pero no es ahí donde la estrella se detiene. Es más, en el palacio del rey se produce una gran conmoción ante la posibilidad de que alguien desconocido pusiera en peligro su poder: “El rey Herodes se sobresaltó y todo Jerusalén con él”. Y pronto iba a empezar la trama para acabar con aquel que, según ellos, quería hacerles sombra. Pronto iba a empezar la persecución .

Los magos van aprendiendo que Dios es muy diferente a cómo nos lo imaginamos. El poder de Dios no entra en competencia con los poderes de este mundo.”Al poder estridente y pomposo de este mundo, Él contrapone el poder inerme del amor que en la Cruz – y después siempre en la historia – sucumbe y, sin embargo constituye la nueva realidad divina, que se opone a la injusticia e instaura el Reino de Dios”(Colonia-2005). No terminamos de entenderlo, el poder del mundo nos fascina. Imaginamos que sólo desde el poder es posible dirigir la historia. Fácilmente sucumbimos ante los movimientos culturales o sociales o políticos que están de moda. Sin darnos cuenta nos dejamos arrastrar por la corriente de lo más fácil y de lo menos comprometido. Pero los magos, ante el niño de Belén, descubren y ¡ojalá también nosotros descubramos!, que Dios es diverso. Y para encontrarle tenemos que dejar a un lado nuestras falsas seguridades. Y que para seguirle tenemos que convertirnos. Es necesario un cambio de mentalidad. Tenemos que movernos en otro plano. Tenemos que abrirnos a la verdad. Y la verdad sólo puede ser percibida por aquellos que la buscan con un corazón libre y humilde. Por eso Dios ha querido manifestarnos su Rostro y su poder, desde Belén hasta la cruz, en la humildad, en la pobreza, en el perdón y en la misericordia. Y sólo los humildes y los pobres y los misericordiosos tendrán la dicha de encontrarse con Él, cómo el mismo Señor nos dirá más tarde en la bienaventuranzas.

Lo mismo que los magos, en esta fiesta de la Epifanía, también nosotros, adorando al niño de Belén hemos de convertirnos. Hemos de olvidar nuestras manías de grandeza, y nuestro afán de ocupar los primeros puestos. Hemos de poner el corazón no en la codicia de poder o de riquezas sino en el único tesoro capaz de llenar de felicidad nuestras vidas que es Jesucristo pobre y humilde , que nos recibe y nos invita a compartir con Él una vida entregada a los hermanos por amor. Hemos de acomodar nuestras vidas, no al modo de ser de los poderes de este mundo, sino al modo de ser de Dios, al modo divino de ejercer el poder.

Así se lo decía el Papa este verano a los jóvenes en Colonia: “Los magos en Belén aprenden que su vida debe acomodarse a ese modo divino de ejercer el poder, a ese modo de ser de Dios mismo. Han de convertirse en hombres de la verdad, de la bondad, del derecho, del perdón, de la misericordia. Ya no se preguntarán ¿para qué me sirve esto?. Se preguntarán más bien: ¿Cómo puedo servir a que Dios esté presente en el mundo?. Tienen que aprender a perderse a sí mismos y, precisamente así, encontrarse a sí mismos.” (Colonia-2005).

La fuente de muchas angustias para el hombre de hoy viene de querer exprimir la realidad, en una carrera desenfrenada y con un afán egoísta, para sacar provecho de todo, pensando sólo en él y en sus gustos y en sus caprichos y en sus deseos de ser valorado y considerado importante por los demás, y a costa de lo que sea, incluso de su salud, sin tener en cuenta al que tiene delante y cerrándose a una comunicación personal y profunda que vaya más allá de lo meramente utilitario. Piensan que en eso consiste el poder. Pero una vida así, va de frustración en frustración y deja el corazón vacío y triste. Y a la vista están los estragos que una vida así produce en la familia y en la sociedad.

El Dios de Belén que descubren los magos nos habla de una vida y de una sabiduría diferentes. Es la sabiduría de Dios que colma de bienes a los pobres y despide vacíos a los ricos. Es la sabiduría que cambia el corazón del hombre, haciéndole más humano y sensible para percibir la belleza de lo pequeño y la grandeza de lo humilde. Sólo un corazón , así transformado por Dios, es capaz de cambiar el mundo. Los magos han sido los pioneros de este cambio del mundo y los primeros misioneros de la verdad revelada en Belén.. Y detrás de ellos ha venido toda una multitud de hombres y mujeres que con figurados con Cristo han sido testigos de esta sabiduría divina.

“Los magos que viene de Oriente son sólo los primeros de una larga lista de hombres y mujeres que en su vida han buscado constantemente con los ojos de la fe la estrella de Dios, que han buscado a Dios que está cerca de nosotros (...) Es la muchedumbre de los santos (...) mediante los cuales el Señor nos ha abierto el Evangelio a lo largo de la historia (...) Son la estela luminosa que Dios ha dejado en el trascurso de la historia, y sigue dejando aún (...) Han sido personas que no han buscado obstinadamente la propia felicidad, sino que han querido simplemente entregarse, porque han sido alcanzados por la luz de Cristo. De este modo ellos nos indican la vía para ser felices y nos muestran cómo se ha de conseguir ser personas verdaderamente humanas. En las vicisitudes de la historia han sido los verdaderos reformadores que tantas veces han remontado a la humanidad de los valles oscuros en los cuales está siempre en peligro de precipitarse (...) Los santos son los verdaderos reformadores (...) Sólo de los santos, sólo de Dios, proviene la verdadera revolución, el cambio decisivo del mundo.”(Colonia-2005)

La fiesta de hoy nos anima a formar parte de esa gran muchedumbre de santos para seguir abriendo con ellos caminos al Evangelio y ser verdaderos reformadores de una cultura decadente, que quiere salvar al hombre alejándole de Dios. La fiesta de hoy nos anima a descubrir el verdadero rostro de Dios y convertirnos en estrella luminosa que conduzca a muchos hermanos nuestros a encontrarse con Cristo.

Como los magos, después de ver en Belén el Rostro de Dios,reinician una vida nueva así nosotros hemos de reiniciar constantemente, en los sacramentos y especialmente en la Eucaristía, nuestra vida para ser estrellas que lleven a Dios. Hemos de reiniciar, desde el misterio de Belén, nuestro compromiso cotidiano de santidad. Hemos de reiniciar con el poder de la gracia una vida cristiana marcada por la comunión, por la caridad y por nuestro testimonio en el mundo.

Que la Virgen María, estrella de la mañana, que preparó la venida del Señor, Luz del mundo, nos acompañe siempre en el camino de la vida e interceda por nosotros.

 

Ordenacion Diacono Parroquia Virgen del Alba

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ORDENACIÓN DIÁCONO
Parroquia Virgen del Alba
Domingo 2º del T.O. (B)

Queridos hermanos sacerdotes, querida comunidad de misioneros del Verbo Divino, queridos hermanos y hermanas, y muy particularmente querido Enmanuel que dentro de unos momentos vas a recibir el sagrado orden del diaconado.

Hoy es un día muy feliz para los misioneros del Verbo Divino y para toda la Iglesia. Un día de alabanza a Dios y de acción de gracias por los muchos dones que el Señor derrama continuamente sobre nosotros. Especialmente damos gracias a Dios por haber llamado a este hermano nuestro al ministerio diaconal y por la respuesta generosa que él ha dado al Señor; damos gracias por sus familia, que hoy vive con gozo, lejos de aquí,  este momento. Ha sido en el seno de una familia cristiana donde ha nacido y ha crecido su fe. Y damos gracias por sus formadores y superiores que durante varios años le han ido preparando en su camino al sacerdocio.

A ti, querido Enmanuel, quiero dirigirme de una manera más directa en este momento. Hace unos instantes, tu superior ha pronunciado tu nombre. Y tu te has levantado mientras decíais: “aquí estoy”. Después dirigiéndose a mí me ha pedido, en nombre de la Santa Madre Iglesia, que te ordene diácono. Y yo, representando sacramentalmente, en este momento, a Jesucristo Sumo y Eterno Sacerdote, he respondido diciendo como acabáis de oír: “ Con el auxilio de Dios y de Jesucristo, nuestro Salvador, elijo a este hermano nuestro para el Orden de los diáconos”. Es Jesucristo quien te ha elegido. Es el Señor quien te llama. Se están cumpliendo ahora, las palabras del Señor a los apóstoles en la última Cena: “ No me habéis elegido vosotros a mí, sino que Yo os he elegido a vosotros y os he destinado para que vayáis y deis fruto, y que vuestro fruto permanezca; de modo que todo lo que pidáis al Padre en mi nombre os lo conceda” (Jn. 15,16). La conciencia de esta elección, la seguridad de haber sido gratuitamente llamado por Él y la certeza de que tu oración será, en toda circunstancia, escuchada ha de llenar tu vida, para siempre, de una inmensa gratitud, y de un gozo desbordante, que nada ni nadie te podrá arrebatar; y de un deseo muy grande de cumplir la misión para la que Él te ha destinado. Es verdad que esa elección del Señor se ha ido manifestando poco a poco. Un día sentiste que Dios te llamaba para algo especial. Más tarde, con la ayuda de tus formadores, esa llamada fue madurando. Y hoy esa llamada es confirmada por la Iglesia con la autoridad del Señor. No tengas ningún temor. Hoy vais a recibir la gracia del Espíritu Santo para cumplir la misión que Jesucristo y la Iglesia te confían y para dar fruto abundante. Y lo que el Señor ha comenzado en ti, Él mismo lo llevará a término.

Tu misión consiste en estar donde está el Señor. Y estar como servidor: seguir al Señor como servidor de Dios y de los hombres. “Si alguno me sirve, que me siga, y donde esté yo, allí estará también mi servidor. Y mi Padre le honrará” (Jn.12,26). Y estar con Jesús es estar en la gloria del Padre, es decir, en la presencia y en el amor del Padre. Y, con el Padre por medio de Jesucristo y por el don del Espíritu Santo, estar con los hombres, haciendo presente entre ellos el amor infinito de Dios: haciendo presente entre los hombres la misericordia entrañable de un Dios que, como dice el salmo 112,: “Levanta del polvo al desvalido, alza de la basura al pobre, para sentarlo con los príncipes, los príncipes de su pueblo...” Un Dios que “ a la estéril le da un puesto en su casa como madre feliz de hijos”

En nuestro mundo, aparentemente opulento y lleno de bienestar, hay muchas necesidades y también, como dice el salmo, hay mucho desvalimiento. Está el desvalimiento y la pobreza de muchos hermanos nuestros que viven en situaciones verdaderamente críticas por su falta de recursos materiales, o por su desarraigo familiar, o por su situación de emigrantes recién llegados sin papeles y sin trabajo, o por tantas y tantas causas que conducen a la marginación y a la indigencia. Pero hay también otro desvalimiento, del que se habla menos y que incluso intenta taparse, el desvalimiento espiritual: la falta de valores espirituales y morales, el desconcierto de muchas familias que no saben cómo educar a sus hijos o la confusión de muchos jóvenes que no sabe qué hacer con su vida; y que se ven diariamente engañados por falsos paraísos de felicidad, que dejan el corazón vacío y una triste sensación de estar malgastando la vida.

Querido Enmanuel hoy la Iglesia os elige, te llama, te enriquece con el don del Espíritu Santo y te envía como diácono para que, en medio de este mundo, como servidor del evangelio, anuncies a Jesucristo, Salvador y Redentor, luz del mundo, en quien el hombre descubre su dignidad, su vida se llena de esperanza y el mundo entero adquiere para él consistencia y armonía.

En la oración propia de la ordenación de diáconos la Iglesia pide a Dios por ti con estas palabras: “Oh Señor concede a este hijo tuyo que has elegido hoy para el ministerio del diaconado, disponibilidad para la acción, humildad en el servicio y perseverancia en la oración”. Esto es lo que la Iglesia quiere de ti: disponibilidad, humildad y perseverancia. Una disponibilidad que te llene de ardor apostólico y te haga estar siempre muy atento a las necesidades de los hombres y a las orientaciones magisteriales de la Iglesia; una actitud humilde que te haga reconocer con gratitud, cada día, que todo lo que tienes lo has recibido de Dios, y mucha perseverancia: siendo constante en la oración y paciente en el trabajo apostólico, soportando las debilidades humanas, propias y ajenas, y buscando siempre, no el propio provecho, sino el bien de aquellos que la Iglesia te ha
confiado.

Y en la Plegaria de ordenación la Iglesia pide al Señor por los diáconos para que “resplandezca en ellos un estilo de vida evangélico, un amor sincero, solicitud por los pobres y los enfermos, una autoridad discreta, una pureza sin mancha y una observancia de sus obligaciones espirituales”

A partir de ahora, fortalecido con el don del Espíritu Santo, tienes, como diácono, la misión de ayudar al Obispo y a su presbiterio en el anuncio de la Palabra, en el servicio del altar y en el ministerio de la caridad. Muéstrate siempre como servidor de todos: que vean en ti al mismo Cristo, que se mostró, en el lavatorio de los pies, servidor de sus discípulos, enseñándonos que “el que quiera ser grande ha de convertirse en servidor... como el Hijo del hombre que no ha venido a ser servido sino a servir y dar su vida como rescate por muchos” (Mt. 20,26-28). Cuando exhortes a los fieles, en la catequesis o en la homilía transmitiendo fielmente la fe de la Iglesia; o cuando presidas las oraciones, administres el bautismo, bendigas los matrimonios o lleves la comunión a los enfermos, que, en todo momento, sea el mismo Cristo quien actúe en ti , que te sientas siempre instrumentos del Señor, hasta el punto de que el mismo Señor pueda decirte al terminar cada jornada, como al servidor de la parábola: “Siervo bueno y fiel, en lo poco has sido fiel, te pondré la frente de lo mucho; entra en el gozo de tu Señor”(Mt. 25,23)

El ministerio del diaconado es un carisma, es un don del Espíritu. Pero es un don, no para ti, sino para la Iglesia, para el bien de la Iglesia, para la edificación del Cuerpo de Cristo. Acoge este don con mucho amor:

* Acoge este don haciendo de Jesucristo el centro de tu vida, en quien todo adquiere sentido y consistencia. (cfr. Col. 1,17). Que la Eucaristía, memorial de la Pascua del Señor, el sacramento de la reconciliación y la liturgia de las horas, sean el alimento de tu fe. Vive como Él vivió, dando la vida por los demás, siendo seguidor fiel de Aquel que nos dijo: “Yo soy el buen pastor; y conozco a mis ovejas y las mías me conocen... y doy mi vida por las ovejas... nadie me la quita yo la doy voluntariamente” (Jn.10,14.15). El celibato, imitando a Jesucristo célibe, será para ti símbolo y, al mismo tiempo, estímulo para vivir la caridad pastoral y fuente de una especial fecundidad apostólica. Acepta el carisma del celibato como una regalo de Dios y señal de una particular intimidad con Él. Por tu celibato te resultará más fácil consagrarte, sin dividir el corazón, al servicio de Dios y de los hombres y con mayor facilidad serás verdadero ministro de la gracia divina.

* Acoge el don de este ministerio que la Iglesia te confía, abrazando la cruz. No son tiempos fáciles. Lo sabemos. Recibe como dirigidas hoy a ti, las palabras de Pablo a su joven discípulo Timoteo: “Haz memoria de Jesucristo el Señor, resucitado de entre los muertos... por el que sufro hasta llevar cadenas como un malhechor. Pero la Palabra de Dios no está encadenada. Por eso lo aguanto todo por los elegidos, para que ellos también alcancen la salvación, lograda por Cristo Jesús, con la gloria eterna” (2 Tim. 8-13

* Y finalmente, acoge este don de Dios, en todo momento, con un corazón agradecido y gozoso, como aquel el samaritano que al sentirse curado por el Señor, “se volvió alabando a Dios a grandes gritos y se echó por tierra a los pies de Jesús, dándole gracias” (Lc.17,15).

El evangelio de hoy, como acabáis de escuchar, nos presenta el encuentro del Señor con los primeros discípulos. Podríamos decir que, en este pasaje, el evangelista S. Juan ha querido presentarnos el proceso completo de una vocación. Y, más aun, el proceso de toda vocación. Ha querido decirnos qué es lo que sucede cuando el Señor nos llama a una misión. Todo empieza con una mirada y una pregunta: “Jesús se volvió y, al ver que lo seguían, les preguntó: ¿qué buscáis?”. Una mirada llena de amor dirigida a unos hombres que sienten en su corazón, quizás sin saberlo, un gran deseo de conocerle: “Maestro ¿dónde vives?”. Y Jesús corresponde a ese deseo con una invitación : “Venid y lo veréis”. Y los discípulos, sin dudarlo: “fueron, vieron donde vivía y se quedaron con Él aquel día”. Venir, ver y quedarse son los tres verbos del discípulo, son los tres verbos de la experiencia vital del evangelio. Quien ha acepta ir, termina viendo y, cuando ha visto, ya no desea sino quedarse, es decir, compartir para siempre la Vida de Aquel que por puro amor se ha dejado ver.

Vemos nuevamente que todo el proceso de la vocación nace de la iniciativa de Jesús. “No me habéis elegido vosotros a mi, sino que Yo os he elegido a vosotros”. Es el Señor el que llama. Pero esa llamada sólo encuentra respuesta en aquellos que, como los apóstoles, buscan la verdad, buscan un sentido en sus vidas y, confiando en el Señor, aceptan la novedad de la llamada divina, con todo lo que esa llamada tiene, de ruptura con una vida alejada de Dios y con un modo de vivir, en muchos casos, muy diferente del plan de Dios.

Que en este día, todos lo que participamos con gozo en esta celebración caigamos también en la cuenta de que toda vida es vocación. Toda vida es llamada de Dios y respuesta del hombre. Dios puede llamar a tareas muy diversas; pero todas tiene la misma finalidad: alabar a Dios y servir a los hermanos Porque en esa alabanza y en ese servicio el hombre encuentra su felicidad.

Coincide también la celebración de hoy con el día de las migraciones. El hecho de que sea un hermano indonesio quien reciba el sagrado orden del diaconado es un signo de la universalidad de la Iglesia. En la Iglesia no hay extranjeros. Todos somos hermanos. Y Todos juntos, como, dice el lema de la jornada de las migraciones, hemos de construir un mundo nuevo.

Ponemos nuestra mirada en María pidiendo su protección. El evangelio nos dice el Señor en la cruz nos la entregó como Madre. A partir de aquel momento la madre del Redentor se convertía también en la Madre de los redimidos por la sangre de su Hijo. Que la Virgen María acompañe con cuidado maternal a quien hoy va a ser ordenado diácono y a todos los que participamos en esta celebración. Y que nuestra actitud sea siempre ante Dios como la de la humilde servidora del Señor, dócil a su Palabra para que siempre reconozcamos y proclamemos con gozo las maravillas de Dios.

Profesion HH. de Maria Ntra. Sra

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PROFESIÓN PERPETUA
Hijas de María Ntra. Señora
(Valdemoro - 19 de Marzo de 2006)

Querida Comunidad de Hijas de María Ntra. Señora, queridos amigos y hermanos y muy especialmente querida Hermana Marta. que, para alabanza de Dios y servicio de la Iglesia, hoy vas a consagrarte íntimamente al Señor con la profesión perpetua:

Nos sentimos llenos de alegría y damos gracias a Dios por este don precioso de la vida consagrada.

Hace pocas semanas, en la celebración de la Jornada de la Vida Consagrada nos decía el Santo Padre Benedicto XVI: “ (...) como la vida de Jesús, con su obediencia y su entrega al Padre, es parábola viva del “Dios con nosotros”, también la entrega concreta de las personas consagradas a Dios y a los hermanos, se convierte en signo elocuente de la presencia del Reino de Dios para el mundo de hoy. Vuestro modo de vivir y de trabajar puede manifestar sin atenuaciones la plena pertenencia al único Señor; vuestro completo abandono en las manos de Cristo y de la Iglesia es un anuncio fuerte y claro de la presencia de Dios con un lenguaje comprensible para nuestros contemporáneos. Este es el primer servicio que la vida consagrada presta a la Iglesia y al mundo. Dentro del
pueblo de Dios, son como centinelas que descubren y anuncian la vida nueva ya presente en nuestra historia” (Homilía- 2 de Febrero de 2006)

Somos todos muy conscientes del ambiente cultural que nos envuelve, tan alejado de Dios y de los valores cristianos. Y vemos todos los días la graves consecuencias que este ambiente está produciendo en las familias y en la educación de los niños y de los jóvenes. Hay muchos que se lamentan, sobre todo cuando les toca de cerca, pero no quieren reconocer donde están las causas. Otros, aun reconociendo las causas, no son capaces de proponer soluciones. Y otros, aun conociendo las causas y las soluciones, no tienen la valentía suficiente para salir de su comodidad o de su rutina y empezar a comprometerse en la tarea urgente de ofrecer a los hombres de nuestro tiempo un modo de vivir diferente que les ayude a ser más personas, más libres y más felices.

Nosotros sabemos, por la gracia de Dios, que ese nuevo modo de vivir sólo puede encontrarse plenamente en Aquel que nos revela el misterio de Dios y el misterio del hombre, Jesucristo, el Hijo de Dios, Camino, Verdad y Vida. Nosotros hemos conocido a Jesucristo y, en Jesucristo, hemos conocido el Amor que Dios nos tiene; y hemos creído en Él.(cfr.1 Jn.4,16). Y también hemos conocido, porque Dios en su misericordia nos lo ha querido revelar, que sólo en el seno de la Santa
Madre Iglesia podemos permanentemente encontrar al Señor Resucitado y podemos escuchar su Palabra y podemos, en los sacramentos, recibir la gracia de su Espíritu Santo y podemos, en fin, vivir el gozo de la comunión fraterna y la invitación a proclamar en el mundo las maravillas del amor divino. El Señor constantemente nos llama, en su Iglesia, a vivir nuestra vida como vocación de santidad y quiere que seamos en el mundo testigos valientes de su plan de salvación sobre los hombres. Y para que la Iglesia cumpla esta misión Dios ha querido suscitar en ella una gran variedad de ministerios y carismas. Hoy queremos darle gracias Dios por el carisma de la vida consagrada y, especialmente, por el carisma de la Hijas de María Nuestra Señora. La vida consagrada pertenece íntimamente a la vida de la Iglesia, a su santidad y a su misión. Es un verdadero regalo de Dios para nuestra Iglesia Diocesana de Getafe este Colegio de Valdemoro en el que, en torno a las Hijas de María Nuestra Señora, ha ido creciendo, con las alumnas, los padres y los profesores una comunidad educativa, cuyo centro es Jesucristo y que tiene “como meta el Reino de Dios, como estado la libertad de sus hijos y como ley el precepto del amor” (Prefacio Común VII).

Nuestra Hermana Marta. va consagrarse, totalmente y para siempre, al Señor, en esta Orden de Hijas de María Nuestra Señora, con los votos de castidad, pobreza y obediencia, dedicando su vida a la educación de las niñas.

En una cultura hedonística que deslinda la sexualidad de cualquier norma moral objetiva, rediciéndola frecuentemente a mero juego y objeto de consumo, la práctica gozosa de la castidad perfecta aparece como el testimonio gozoso de la fuerza del amor de Dios en la fragilidad de la condición humana. La persona consagrada manifiesta que lo que muchos creen imposible es posible y verdaderamente liberador con la gracia del Señor Jesús. En Cristo Jesús es posible amar a Dios con todo el corazón, poniéndolo por encima de cualquier otro amor, y amar así con la libertad de Dios a todas las criaturas. (Cfr. VC. 88)

En un ambiente fuertemente marcado por un materialismo egoísta ávido de poseer, que se desentiende del sufrimiento de los más débiles, la pobreza evangélica, manifiesta que el único tesoro verdadero para el hombre es Jesucristo. Las personas consagradas, con su voto de pobreza, dan testimonio de Dios como la verdadera riqueza del corazón humano (cfr. VC 90) “Solo en Dios descansa mi alma porque Él es mi salvación”. Y, descansando en el Señor, las persona consagradas, pueden dedicarse, en cuerpo y alma, a servir a sus hermanos en sus necesidades más esenciales. Una necesidad esencial en nuestros días es la educación. Todo el mundo habla de lo importante que es la educación, pero muy pocos ofrecen y consagran su vida a la educación. Las Hijas de María Nuestra Señora ofrecen a nuestro mundo y consagran su vida a un proyecto educativo que alcanza a la persona en su totalidad y la prepara para el encuentro con el Bien supremo y la suprema Verdad y la suprema Belleza que es Dios mismo revelado en Jesucristo y permanentemente vivo y resucitado en su
Santa Iglesia. Y los frutos de ese proyecto están a la vista cuando uno entra en un Colegio de las Hijas de María Nuestra Señora.

La obediencia que caracteriza la vida consagrada es el modo más auténtico de vivir la libertad. Hoy se habla mucho de libertad y todo se justifica poniendo como pretexto la libertad. Pero cuando se concibe la libertad separándola de la verdad y en ella se prescinde de toda relación con la norma moral, al final se cae en la más tremenda esclavitud. Uno se convierte en esclavo de sus caprichos o de sus estados de ánimo o de su visión parcial y subjetiva de la realidad. El voto de obediencia significa la confianza plena en el Padre, tal como la vivió el mismo Jesucristo.”MI alimento es hacer la voluntad del Padre”. Esa confianza en el Padre
desvela el camino de la libertad auténtica porque sólo Dios conoce lo que nos conviene y sólo confiando en Él y haciendo su voluntad podremos encontrar el camino de la verdad, que es el único camino capaz de hacernos libres.

Damos muchas gracias a Dios por la consagración de nuestra hermana N. La Iglesia entera se alegra y, esta tarde eleva su oración al Padre, como haremos dentro de un momento en la oración de bendición, pidiéndole que “envíe sobre ella el fuego del Espíritu para que alimente siempre la llama de aquel propósito que hizo germinar en su corazón y resplandezca en ella todo el esplendor de su bautismo y la ejemplaridad de una vida santa”(Bendición solemne)

Está celebración la estamos haciendo en el tercer domingo de Cuaresma. “La Cuaresma es el tiempo privilegiado de la peregrinación interior hacia Aquel que es la fuente de la Misericordia. Es una peregrinación en la que Él mismo nos acompaña a través del desierto de nuestra pobreza, sosteniéndonos en el camino hacia la alegría intensa de la Pascua” (Benedicto XVI. Mensaje de Cuaresma.2006)

La Iglesia, en la liturgia de estos días, nos invita volver nuestra mirada a Dios y crecer en la confianza. Es verdad que nuestra pobreza y nuestra fragilidad nos hace sentir muchas veces inseguros. Pero caminando con Jesús hacia la Pascua nos sentimos seguros porque en Él vamos descubriendo una sabiduría nueva, la sabiduría de la cruz, muy distinta de la sabiduría de este mundo. La sabiduría de este mundo le descubre al hombre sus limitaciones, pero no le ayuda a salir ellas, por eso termina por agobiarle y entristecerle. El hombre, sin Dios, por mucho bienes materiales que tenga y por muchas cosas que crea saber, al final es un hombre triste y solitario. Sin embargo la sabiduría de la cruz es una sabiduría, que descubre nuestro pecado, pero también nos descubre la salvación y el perdón. Es una sabiduría que nos hace comprender el amor inmenso que Dios nos tiene. “Tanto amó Dios al mundo que entregó a su Hijo Único para que tengamos vida por medio de Él”. Es una sabiduría que nos introduce, por el misterio del dolor y de la cruz de Cristo, es decir, por el misterio de una vida entregada por amor , en el misterio de su gloriosa resurrección. El Apóstol Pablo no sabe predicar otra cosa sino a Cristo crucificado: “Nosotros predicamos a Cristo crucificado: escándalo para los judíos, necedad los griegos; pero para los llamados a Cristo -judíos o griegos - : fuerza de Dios y sabiduría de Dios” (I Cor.1,22-25). Pablo sabe que la sangre de Cristo en la cruz ha borrado todos sus pecados y que el Espíritu Santo, haciéndole partícipe de la resurrección de Cristo, le ha convertido en una criatura nueva.

El relato evangélico de la expulsión de los mercaderes del templo, nos habla también de la muerte de Cristo en la Cruz y de su resurrección gloriosa. El cuerpo de Cristo, igual que el templo, será destruido, pero se levantará al tercer día. Y al levantarse de la muerte, Cristo se convertirá en el nuevo Templo, no hecho por manos humanas, que jamás podrá ser mancillado , ni profanado por mercaderes y donde el hombre estará seguro de encontrarse con Dios. Jesús es el nuevo y definitivo templo de la divinidad. En el Cuerpo de Jesús que es la Iglesia, en su Palabra, en sus sacramentos y en su caridad tenemos el camino seguro hacia Dios. ¡Que felicidad tan grande: poder llevar una vida escondida con Cristo en Dios!. Suceda lo que suceda nadie podrá arrebatarnos el amor de Dios revelado en Cristo.

Aunque la celebración litúrgica de San José será mañana, queremos tenerle hoy también muy presente. Él fue el siervo fiel y solícito a quien el Señor puso al frente de su familia (cfr. Lc.12,42). A él le fue confiada la custodia de los primeros misterios de la salvación de los hombres. Que su ejemplo nos ayude a vivir con fidelidad la misión de cuidar con esmero el tesoro de la fe y saber trasmitirlo íntegramente a los niños y a los jóvenes.

También hoy celebramos el día del Seminario. En el seminario está el futuro de nuestra Diócesis. Pidamos al Señor por nuestros seminaristas y por sus formadores, sintamos el Seminario como algo muy querido por todos y esforcémonos por sacarlo adelante con nuestra oración y con nuestra ayuda material.

Nosotros sabemos, por la gracia de Dios, que ese nuevo modo de vivir sólo puede encontrarse plenamente en Aquel que nos revela el misterio de Dios y el misterio del hombre, Jesucristo, el Hijo de Dios, Camino, Verdad y Vida. Nosotros hemos conocido a Jesucristo y, en Jesucristo, hemos conocido el Amor que Dios nos tiene; y hemos creído en Él.(cfr.1 Jn.4,16). Y también hemos conocido, porque Dios en su misericordia nos lo ha querido revelar, que sólo en el seno de la Santa
Madre Iglesia podemos permanentemente encontrar al Señor Resucitado y podemos escuchar su Palabra y podemos, en los sacramentos, recibir la gracia de su Espíritu Santo y podemos, en fin, vivir el gozo de la comunión fraterna y la invitación a proclamar en el mundo las maravillas del amor divino. El Señor constantemente nos llama, en su Iglesia, a vivir nuestra vida como vocación de santidad y quiere que seamos en el mundo testigos valientes de su plan de salvación sobre los hombres.

Y para que la Iglesia cumpla esta misión Dios ha querido suscitar en ella una gran variedad de ministerios y carismas. Hoy queremos darle gracias Dios por el carisma de la vida consagrada y, especialmente, por el carisma de la Hijas de María Nuestra Señora. La vida consagrada pertenece íntimamente a la vida de la Iglesia, a su santidad y a su misión. Es un verdadero regalo de Dios para nuestra Iglesia Diocesana de Getafe este Colegio de Valdemoro en el que, en torno a las Hijas de María Nuestra Señora, ha ido creciendo, con las alumnas, los padres y los profesores una comunidad educativa, cuyo centro es Jesucristo y que tiene “como meta el Reino de Dios, como estado la libertad de sus hijos y como ley el precepto del amor” (Prefacio Común VII).

Nuestra Hermana Marta. va consagrarse, totalmente y para siempre, al Señor, en esta Orden de Hijas de María Nuestra Señora, con los votos de castidad, pobreza y obediencia, dedicando su vida a la educación de las niñas.
En una cultura hedonística que deslinda la sexualidad de cualquier
norma moral objetiva, rediciéndola frecuentemente a mero juego y objeto
de consumo, la práctica gozosa de la castidad perfecta aparece como el
testimonio gozoso de la fuerza del amor de Dios en la fragilidad de la
condición humana. La persona consagrada manifiesta que lo que muchos
creen imposible es posible y verdaderamente liberador con la gracia del
Señor Jesús. En Cristo Jesús es posible amar a Dios con todo el corazón,
poniéndolo por encima de cualquier otro amor, y amar así con la libertad de
Dios a todas las criaturas. (Cfr. VC. 88)
En un ambiente fuertemente marcado por un materialismo egoísta
ávido de poseer, que se desentiende del sufrimiento de los más débiles, la
pobreza evangélica, manifiesta que el único tesoro verdadero para el
hombre es Jesucristo. Las personas consagradas, con su voto de pobreza,
dan testimonio de Dios como la verdadera riqueza del corazón humano
(cfr. VC 90) “Solo en Dios descansa mi alma porque Él es mi salvación”.
Y, descansando en el Señor, las persona consagradas, pueden dedicarse, en
cuerpo y alma, a servir a sus hermanos en sus necesidades más esenciales.
Una necesidad esencial en nuestros días es la educación. Todo el mundo
habla de lo importante que es la educación, pero muy pocos ofrecen y
consagran su vida a la educación. Las Hijas de María Nuestra Señora
ofrecen a nuestro mundo y consagran su vida a un proyecto educativo
que alcanza a la persona en su totalidad y la prepara para el encuentro con
el Bien supremo y la suprema Verdad y la suprema Belleza que es Dios
mismo revelado en Jesucristo y permanentemente vivo y resucitado en su
Santa Iglesia. Y los frutos de ese proyecto están a la vista cuando uno entra
en un Colegio de las Hijas de María Nuestra Señora.

La obediencia que caracteriza la vida consagrada es el modo más auténtico de vivir la libertad. Hoy se habla mucho de libertad y todo se justifica poniendo como pretexto la libertad. Pero cuando se concibe la libertad separándola de la verdad y en ella se prescinde de toda relación con la norma moral, al final se cae en la más tremenda esclavitud. Uno se convierte en esclavo de sus caprichos o de sus estados de ánimo o de su visión parcial y subjetiva de la realidad. El voto de obediencia significa la confianza plena en el Padre, tal como la vivió el mismo Jesucristo.”MI alimento es hacer la voluntad del Padre”. Esa confianza en el Padre
desvela el camino de la libertad auténtica porque sólo Dios conoce lo que nos conviene y sólo confiando en Él y haciendo su voluntad podremos encontrar el camino de la verdad, que es el único camino capaz de hacernos libres.

Domingo de Ramos

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DOMINGO DE RAMOS – 2006

Nos encontramos en el pórtico de la Semana Santa. La liturgia de hoy, con la solemne procesión de Ramos y la proclamación de la Pasión, nos introduce, en el Misterio de Cristo, Redentor del hombre. Su entrada triunfal en Jerusalén, entre aclamaciones y cantos de alabanza ,va a ser el punto de partida para contemplar y revivir todo el Misterio Pascual.

La Celebración de la Semana santa comienza con el “Hosanna” jubiloso de este domingo de Ramos y llegará a su momento culminante en el “crucifícalo” del Viernes Santo. Parece un contrasentido, parece una terrible contradicción. Pero no es así. Cristo sabe lo que va a pasar, conoce las maquinaciones que traman los príncipes de los sacerdotes y los escribas; y sabe ya la determinación del Sanedrín de acabar con Él: “ ... os conviene que uno muera por el pueblo y que no perezca la nación entera” (Jn.11,45-47) .Jesús podía haber huido de Jerusalén. Pero no lo hizo. Podía haberse aprovechado de esa primera reacción de júbilo de las gentes que le aclaman como Mesías para hacer frente a los fariseos, pero renunció a cualquier forma de violencia o triunfalismo. Jesús, obediente al Padre, sigue el camino de humillación del Siervo de Yahvé. “Cristo se humilló,
haciéndose obediente hasta la muerte, y muerte de cruz” (Fil.2,8) Jesús camina hacia la pasión sabiendo donde va. “Por eso me ama el Padre, porque doy mi vida para recobrarla de nuevo. Nadie me la quita: yo la doy voluntariamente” (Jn.10,18). Jesús va a la pasión, libremente, voluntariamente. Él mismo, buscando en todo la voluntad del Padre, sabe que ha llegado la hora de la manifestación suprema del amor divino y acepta esa voluntad entregando su vida por amor a los hombres. “Sabiendo que había llegado la hora de pasar de este mundo al Padre, habiendo amando a los suyos que estaban en el mundo los amó hasta el extremo” (Jn.13,1)

Jesús, obediente a la voluntad del Padre, que quiere que todos los hombres se salven y lleguen al conocimiento de la verdad, camina hacia la cruz, cargando sobre sus hombros nuestros pecados. “Como un cordero al degüello era llevado (...) fue arrancado de la tierra de los vivos y por la rebelión de su pueblo ha sido herido” (Is. 53, 7-9). Jesús llevó nuestros pecados a la cruz y nuestros pecados llevaron a Jesús a la cruz.

Al contemplar, estos días, a Cristo en la cruz hemos de contemplar los sufrimientos de la humanidad. Y al contemplar los sufrimientos de la humanidad, hemos de contemplar también la causa de esos sufrimientos que no es otra que el pecado, es decir, la rebeldía del hombre frente al plan de Dios, la negación de la hombre a ser hijo de Dios, la obstinación del ser humano y su afán de suficiencia que acaba sucumbiendo, como diría el evangelista S. Juan, en su primera carta, ante :”la concupiscencia de la carne, la concupiscencia de los ojos y la arrogancia del dinero” ( I Jn. 16). Esa triple concupiscencia que lleva al hombre a su destrucción. Porque cuando el hombre se aparta del autor de la vida ya no hace sino generar a su alrededor una cultura de muerte: una cultura que no respeta la dignidad del hombre y que convierte al hombre en enemigo de sí mismo.

Pero Dios misericordioso no abandona al hombre. Y en su Hijo Jesucristo, muerto en la cruz, nos ofrece continuamente la salvación. Si el hombre es obstinado en su pecado, Dios es infinitamente grande en su misericordia.

Hemos de entrar en la Semana santa con unos grandes deseos de recibir esa salvación y de conocer su voluntad. Hemos de acercarnos con un amor muy gran a Aquel que con sus heridas nos ha curado.

Realmente todos, de una manera o de otra, nos sentimos abrumados, por el peso del pecado del mundo y por el peso también de nuestros propios pecados.¡Como no sentirse sobrecogidos ante todo lo que esta sucediendo en el mundo y, también en nuestro propio país, cuando vemos cómo el bien se confunde con el mal y el mal se confunde con el bien o cuando descubrimos tantas familias destruidas y tantos seres inocentes maltratados o cuando vemos cómo diariamente se está atentando contra la vida y la dignidad humana! Todo esto sucede, es verdad; pero el amor que Dios nos manifiesta en Jesucristo, su Hijo, es infinito.

Hemos de contemplar, en estos días, con una inmensa gratitud ese infinito amor. Hemos de contemplar con asombro al Cordero de Dios, que con su muerte redentora quitó el pecado del mundo. Cristo, aunque no tenía pecado, tomó sobre sí y sigue tomando sobre sí, lo que el hombre no podía soportar, aquello que le estaba destruyendo. Cargó sobre sí, como víctima inocente, la injusticia, el mal, el pecado, el odio, el sufrimiento y, por último la muerte. En Cristo, Hijo del hombre, humillado y sufriente Dios nos manifiesta su amor infinito y su deseo de sacarnos del abismo del pecado, un abismo del que el hombre no puede salir por sus propios medios. En Cristo, nuestro Señor y Salvador, Dios ama a todos y perdona a todos y da a todos el sentido último de su existencia.

Querido hermanos acerquémonos hoy al Señor, que camina hacia la cruz. “Corramos a una con quien se apresura a su pasión e imitemos a quienes salieron a su encuentro. Y no para extender, a su paso ramos de olivo, vestiduras o palmas, sino para prosternarnos nosotros mismos con la disposición más humillada de que seamos capaces y con el más limpio propósito, de manera que acojamos al Verbo que viene, y así logremos captar a aquel Dios que nunca puede ser captado totalmente por nosotros” (S. Andrés de Crerta. Oficio de lectura del Domingo de Ramos).

Recibamos, hermanos, su mensaje de amor y preguntémosle “Señor ¿qué quieres de nosotros?. Y el Señor, sin duda, nos va a pedir que le acompañemos en su pasión. Nos va a ofrecer que bebamos con Él el cáliz de la pasión y nos va a hacer la misma invitación que hizo a sus discípulos: “ si alguno quiere venir en pos de mi, (...) que tome su cruz y me siga. Porque quien quiera salvar su vida la perderá, pero quien pierda su vida por mi, la encontrará” (Mt. 16, 24-25).

La contemplación de los misterios de la pasión y muerte del Señor nos llenará de fortaleza para crecer en la fe y en el testimonio cristiano, hoy tan necesario. La contemplación de Cristo en la cruz hará que no nos desalentemos ante las derrotas ni nos envanezcamos por las victorias. Porque, en realidad, la única victoria es la fidelidad a la misión que hemos recibido del Padre. Busquemos, con todo el corazón, al Señor; y que el misterio de su cruz gloriosa se convierta para todos nosotros en el gran don y en el gran signo de la madurez cristiana. No hay verdadera vida cristiana sin cruz.. Que la cruz, símbolo del amor universal guíe nuestras vidas, transforme nuestros corazones y, por la fortaleza de nuestra fe, transforme también la sociedad en la que vivimos.

Lo mismo que aquella multitud que, el domingo de ramos, aclamaba a Jesús en Jerusalén, aclamémoslo hoy también nosotros y reconozcámoslo como el Mesías, el salvador, el maestro, el guía y el verdadero amigo de nuestra vida. Sólo Él conoce auténticamente lo que hay en el corazón humano, sólo Él le abre al misterio de la verdad y le enseña a llamar a Dios con el nombre de Padre, “Abba”. Sólo Él lo capacita para amar al prójimo con un amor gratuito y para acogerlo y reconocerlo como hermano.

Salgamos hoy de aquí, llenos de co0nsuelo y de gozo y con el firme deseo de aprovechar bien estos días para buscar al Señor y para encontrarlo en la acogida de su Palabra y en el encuentro sacramental con Él, en la Eucaristía y en el sacramento de la reconciliación. Vivamos estos días íntimamente unidos a Él, en la fidelidad a su evangelio, que nos resulta exigente hasta el sacrificio, pero que, en realidad, es la única fuente de esperanza y de auténtica felicidad.

Y que la Virgen Santísima, Madre del Redentor y Madre de los redimidos, sea nuestra guía en el camino de la fe y nuestro modelo de fortaleza y confianza en Dios, en nuestros momentos difíciles, junto a la cruz de su Hijo. Amén

 

Visita Pastoral en Chinchon

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INAUGURACIÓN DE LA VISITA PASTORAL EN CHINCHÓN
Domingo primero de Cuaresma (B)

Comienzo con verdadera ilusión y gozo la vista pastoral de este querido arciprestazgo de Cinchón. Es verdad que mi contacto con vosotros es muy frecuente. Hace pocas semanas celebrábamos la tan deseada rehabilitación de este precioso templo parroquial y la bendición de su nuevo altar. Y son muchas las ocasiones que tenemos de podernos ver. Ayer, sin ir más lejos, me dio mucha alegría poder saludar a un importante grupo de jóvenes de este arciprestazgo que participó en la Jornada Diocesana de Jóvenes. (Hay, en nuestras comunidades parroquiales una juventud muy buena y muy sana, a la que tenemos que entusiasmar con Cristo. Ellos son la esperanza de la sociedad y de la Iglesia)

Sin embargo la Visita Pastoral nos va a permitir tener un encuentro y un diálogo mucho más sosegado y tranquilo. Tenemos que decirnos muchas cosas. Yo a vosotros y vosotros a mi. San Pablo saludaba a los cristianos de Roma, a los que se proponía visitar diciéndoles: “Estoy deseando veros, a fin de comunicaros algún don espiritual que os fortalezca, o más bien, para sentir entre vosotros el mutuo consuelo de la común fe: la vuestra y la mía” (Rom. 1,11-12)

La Vista Pastoral es una gran oportunidad y un verdadero momento de gracia para animar y fortalecer la vida de nuestras comunidades parroquiales. En muchas ocasiones estamos como a la defensiva frente a los muchos ataques que la Iglesia recibe de ideologías materialistas y laicistas que pretenden acabar con la religión y socavar los cimientos de los valores morales que dan sentido a nuestra vida y son el fundamento de nuestra cultura cristiana. Pero creo que es el momento, y la Vista Pastoral es una gran ocasión para ello, de afianzar bien nuestra fe y nuestro modo de vivir, según el evangelio, para ofrecérselo, claramente y valientemente, a mucha gente que se encuentra perdida y desorientada. Es el mejor servicio que podemos ofrecer al mundo. La vida que brota del encuentro con Cristo es algo verdaderamente bello:
- que hace a la gente más feliz,
- crea relaciones sociales de auténtica convivencia, de paz y de respeto entre todos,
- ofrece valores morales que dignifican a la persona,
- defiende el don de la vida humana en todas las fases de su desarrollo,
- afianza y protege el bien más precioso que hemos recibido que es el de nuestra familia,
- y, en definitiva, educa a los niños y a los jóvenes para vivir una vida llena de esperanza, abierta al amor infinito de Dios, revelado en Cristo, descubriendo su propia vocación y ofreciéndola al servicio de la humanidad,
Para realizar todo esto la Iglesia Diocesana presente en cada una de sus diversas comunidades parroquiales ha de ser:

- una comunidad de fe, que se alimenta de la Palabra de Dios.( Es importantísimo cuidar mucho la transmisión de la fe en la catequesis y formar bien al Pueblo de Dios. De esto hablaremos en la reunión que tenga con los catequistas.)

- una comunidad de gracia, en la cual se celebra el sacrificio eucarístico, se administran los sacramentos y se eleva a Dios incesantemente la oración. La Eucaristía ha de ser el centro de la vida de la Parroquia. Y de una manera especial la Eucaristía dominical.”Es preciso insistir en este sentido, dando un realce particular al Eucaristía dominical y al domingo mismo, vivido como día especial de la fe. Día del Señor resucitado y del don del Espíritu, verdadera Pascua de la semana (...) La Eucaristía dominical, congregando semanalmente a los cristianos en torno a la mesa de la Palabra y del Pan de Vida, es también el antídoto más natural contra la dispersión” (NMI. 35-37). Igualmente el sacramento de la reconciliación es especialmente importante para revitalizar la vida cristiana y experimentar personalmente el encuentro con el Dios de la Misericordia. “Deseo pedir una renovada valentía pastoral, para que la pedagogía cotidiana de la comunidad cristiana sepa proponer de manera convincente y eficaz la práctica del Sacramento de la Reconciliación” (NMI. 37)

- una comunidad de caridad, espiritual y material, que brota de la fuente de la Eucaristía. “. Nosotros hemos conocido el amor que Dios nos tiene y hemos creído en él. Dios es Amor, y quien permanece en el amor permanece en el amor, permanece en Dios y Dios en el” (I. Jn. 4,16). Comentando este texto de S. Juan, el Papa Benedicto XVI, nos decía en su reciente encíclica.”Estas palabras de la primera carta de S. Juan expresan con claridad meridiana el corazón de la fe cristiana: la imagen cristianade Dios y también la consiguiente imagen del hombre y de su camino (...) No se comienza a ser cristiano por una decisión ética, sino por el encuentro con un acontecimiento, con una Persona, que da un nuevo horizonte a la vida y, con ello una orientación decisiva” (DCE. 1). En nuestros encuentros de estos días pediremos al Señor que nos ayude a crecer en la caridad, viviendo entre nosotros, en el seno de nuestras comunidades, una verdadera unidad en la caridad y una auténtica espiritualidad de comunión. Tal como nos pedía Juan Pablo II, hemos de “hacer de la Iglesia la casa y la escuela de la comunión (...) Antes de programar iniciativas concretas, hace falta promover una espiritualidad de comunión, proponiéndola como principio educativo en todos los lugares donde se forma el hombre y el cristiano, donde se educan los ministros del altar, las personas consagradas y los agentes pastorales,
donde se construyen las familias y las comunidades” (NMI. 43). Viviendo este espíritu de comunión entre nosotros no nos resultará difícil revisar también nuestras actitudes ante los hermanos que sufren, los enfermos, los ancianos y, en general, ante los que viven alguna forma de pobreza material o espiritual. Ellos han de ser nuestros preferidos, como lo fueron para Jesús y en ellos hemos de descubrir el rostro de Cristo crucificado, para acercarnos a ellos con amor y tratar de aliviar, en la medida de nuestras fuerzas su sufrimiento.

- una comunidad de apostolado, en la cual todos son llamados a difundir las insondables riquezas de Cristo. Los que hemos recibido, sin merecerlo, el don precioso de la fe y hemos conocido y seguido a Jesucristo hemos de cumplir el mandato del Señor a sus apóstoles “ id y haced discípulos a todas las gentes (...) enseñándoles a guardar todo lo que Yo os he mandado” (Mt.28,19). Seguro que en estos dias sentiremos de una manera especial la urgencia de la evangelización. El campo en el que tenemos que sembrar la semilla de la Palabra de Dios es inmenso. Los trabajadores son pocos. Pero guiados y fortalecidos por el Espíritu Santo nos animaremos mutuamente y buscaremos nuestra fuerza en el Señor que nos envía y renovando, en la medida en que sea necesario, nuestros métodos, nuestro lenguaje y nuestro ardor apostólico abriremos nuevos caminos y buscaremos iniciativas más fecundas para anunciar a todos la Palabra salvadora del Señor.

Ciertamente para edificar la Iglesia de Cristo, en nuestros pueblos, como comunidades de fe, de gracia, de caridad y de apostolado se requieren diversos ministerios, carismas y servicios. Pero no de una manera dispersa, cada uno por su lado. El Señor ha querido que toda esta variedad de tareas encuentran su radical armonía en la figura del Obispo. signo sacramental de Jesucristo, Cabeza de la Iglesia y principio de unidad para todo el pueblo cristiano en esta Diócesis de Getafe. Este es el sentido más profundo de la Vista Pastoral. El Señor ha querido ponerme en el centro de esta Iglesia particular de Getafe para que, rodeado por los presbíteros, (como se expresa de una manera muy viva en la liturgia de la Misa Crismal) y ayudado por los religiosos y los laicos, en el nombre y con la autoridad de Cristo ejerza entre vosotros el servicio que la Iglesia me pide de enseñar, santificar y regir en la caridad, al Pueblo de Dios. Esto es lo que nos proponemos hacer en estos días de Visita Pastoral. Y esto es lo que en esta solemne Eucaristía ponemos en el altar “para que fortalecidos con el Cuerpo y la sangre del Señor y llenos de su Espíritu Santo formemos en Cristo un solo cuerpo y un solo Espíritu” (Plegaria III)

La liturgia de este domingo primero de Cuaresma, que hoy celebramos, nos introduce maravillosamente en el espíritu que estos días hemos de vivir. La pedagogía de la Iglesia nos propone intensificar en la Cuaresma el camino de la propia conversión; tanto como individuos, cuanto como miembros de la Iglesia y de la sociedad. Y para que esa conversión sea auténtica nos propone revisar nuestra vida a la luz de la Palabra de Dios y a colaborar con la gracia para superar el pecado. Siguiendo a Cristo vamos muriendo al hombre viejo, desprendiéndonos de todo aquello que no está de acuerdo con el plan de Dios y destruyendo en nosotros el pecado, por el sacramento de la penitencia. Y así de esta manera ir alumbrando en nosotros el hombre nuevo, revistiéndonos de Cristo. La cuaresma, lo mismo que la vida del cristiano, es un camino hacia la Pascua, la fiesta de la Vida. Vamos caminando con la luz de la fe hacia Cristo Resucitado para participar con Él de la Vida y del Amor en toda su plenitud.

Y en ese camino, como nos recuerda la liturgia de hoy no puede faltar la experiencia de la tentación. Jesús, en cuanto hombre, igual en todo a nosotros menos en el pecado tuvo que enfrentarse con la tentación. Y enfrentándose con la tentación y venciendo la tentación nos dio la posibilidad de que también nosotros, unidos a Él, por el don del Espíritu, salgamos fortalecidos y victoriosos de toda tentación.

La primera tentación, la de las piedras y el pan, nos ayuda a comprender que lo que hace conservar verdaderamente la vida no es el alimento material, sino la Palabra de Dios. “no sólo de pan vive el hombre sino de toda Palabra que sale de la boca de Dios”. La Palabra de Dios es Cristo. Nuestro alimento, nuestra vida, nuestra esperanza, nuestra fortaleza sólo puede ser Cristo. Teniendo a Cristo lo tenemos todo. Siguiendo a Cristo alcanzaremos la vida eterna.

La segunda tentación, la del pináculo del templo, es la tentación de la soberbia. La soberbia destruye la convivencia. El que pretende estar siempre por encima de los demás, sin escuchar a nadie y creyéndose poseedor de facultades superiores a las de los demás, termina por convertirse en un ser solitario; y al final, al descubrir sus propios fracasos y miserias, termina por caer en la desesperanza. Sólo los mansos y humildes de corazón, como dice la bienaventuranza, “ poseerán la tierra”: porque saben reconocerse pobres ante Dios y de esta manera saben abrirse a la abundancia de sus dones. Sólo el que vive en la verdad, confía en Dios, reconoce sus propios límites y sabe apreciar el valor de los otros es el que será verdaderamente dichoso. El Señor hace frente esta tentación diciendo:“No tentarás al Señor tu Dios”. Tentar a Dios es pretender hacer una religión a la medida de mis propios gustos. Una religión así no salva a nadie, le lleva al mas profundo fracaso. Frente a esa arrogancia absurda, nuestra actitud ha de ser la de buscar sinceramente la voluntad de Dios, sabiendo que la voluntad de Dios revelada en Cristo es lo mejor para mi y por tanto lo que me va a hacer más feliz.

La tercera tentación, la de los reinos del mundo, es la tentación de la avaricia y de la codicia, la tentación del ansia de dinero, de poder y de gloria. La respuesta de Jesús a esta proposición del enemigo es rotunda. Sirviéndose de unas palabras del libro del Deuteronomio (6,13), Jesús pone al descubierto la perversidad del enemigo, le llama por su nombre:”apártate de mi Satanás” (que es un modo de indicar que tiene autoridad sobre él) y le aleja de manera enérgica: sólo Dios, que es el único y verdadero Señor y dueño del universo, debe ser adorado y servido. A lo largo de su ministerio, Jesús enseñará a estar en guardia frente a esta tentación de la avaricia y de la codicia, que lleva irremisiblemente a abandonar a Dios. “No se puede servir a dos señores (...) no se puede servir a Dios y al dinero” (Mt.6,24).

Comencemos esta cuaresma renovando nuestro deseo firme de amar y seguir Jesucristo, que por nosotros fue tentado y por nosotros murió” para que estando junto a Él en la pruebas y tentaciones estemos también con Él en su victoria y participemos un día en su gloriosa resurrección.

Encomendamos el fruto de esta Vista Pastoral a Nuestra Señora la Virgen María, Madre de la Iglesia. Que ella interceda por nosotros para que, siguiendo su ejemplo, seamos dóciles a lo que el Espíritu Santo nos vaya diciendo en estos días y sintamos el gozo de su consuelo. Amen.

 

Misa Crismal

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MISA CRISMAL – 2006

El evangelio que hemos proclamado nos relata el momento en el que Jesús, después de leer el pasaje bíblico de Isaías sobre la unción del Espíritu Santo, concluye diciendo: “Hoy se cumple esta escritura que acabáis de oír”. Y de la misma manera también ahora podemos decir que ese evangelio se sigue cumpliendo en nosotros.

La Misa Crismal es la Misa del Santo Crisma, es decir, la Misa en la que alabamos a Dios Espíritu Santo que unge a Jesucristo como Hijo de Dios y Enviado del Padre, unge en la ordenación sacerdotal, con su fuerza divina, a los presbíteros para hacerlos ministros de su misericordia y unge también a todo el pueblo cristiano, en el bautismo, para que sea un pueblo sacerdotal, llamado a proclamar, en medio de las realidades temporales, las maravillas de Aquel que nos ha sacado de las tinieblas y nos ha conducido al reino de su luz admirable (Cfr. I Ptr. 2,9).

La unción significa participación en la vida divina. Por eso, sólo el Espíritu Santo puede ungir. La bendición de los oleos y la consagración del Santo Crisma son el signo visible de esta unción del Espíritu Santo a la humanidad entera, por medio de los sacramentos de la Iglesia, y, al mismo tiempo, el recuerdo de las tres unciones que vamos a conmemorar en esta tarde:

- La unción personal de Jesucristo.
- La unción que nosotros, ministros ordenados, recibimos el día de nuestra ordenación.
- La unción del Espíritu Santo a todo pueblo de Dios.

* Conmemoramos, en primer lugar la unción personal de Jesucristo.

Jesucristo es el ungido, por excelencia. La unción de Cristo significa que su humanidad, cuerpo y alma, desde el primer instante de su concepción virginal, fue plenamente asumida por la divinidad, de tal manera que en Cristo todo lo humano es al mismo tiempo divino, cumpliéndose, así, las palabras del ángel a la Virgen María:.”El Espíritu Santo vendrá sobre ti y el poder del Altísimo te cubrirá con su sombra”(Lc. 1,35).

El Cuerpo humano de Cristo, engendrado en la entrañas virginales de María, es desde el primer momento, por la unción del Espíritu Santo, por obra del Espíritu Santo, como decimos en el credo, la Persona divina del Verbo .En María, por obra del Espíritu Santo, el Verbo se hizo carne. Por eso en Cristo, todo lo humano, es manifestación de Dios, es Palabra de Dios, es acción salvadora de Dios. Jesucristo, como hombre que es, habla el lenguaje de los hombres, pero su lenguaje nos transmite el mensaje de Dios. Jesús vive en las mismas circunstancias y con las mismas posibilidades y limitaciones de los hombres de su tiempo, pero sus obras son obras de Dios. Y Jesús, en su Pasión y en sus tormentos, no es sólo un hombre inocente que sufre para darnos ejemplo. En Él está sufriendo el mismo Dios. Por eso el sufrimiento de la pasión de Cristo es un sufrimiento que tiene un poder redentor, es un sufrimiento que nos salva. “Sus heridas nos han curado” Y ese sufrimiento de Cristo, su muerte en la cruz, tiene un poder redentor porque esa humanidad que sufre es una humanidad que, desde las entrañas de su Madre Santísima, ha sido ungida con el poder del Espíritu Santo.

Por eso podemos decir que Cristo es la fuente de toda unción. Es el manantial del que brota, para la salvación del mundo, el agua viva , el don del Espíritu. Es el mismo Cristo quien nos lo dice en el evangelio de S. Juan: “Si alguno tiene sed que venga a mi y beba (...) y de sus entrañas brotarán torrentes de agua viva” (Jn.7,37. Dios, en su designio salvador, para comunicar su vida divina a los hombres ha querido, en su Hijo querido, “despojarse de sí mismo, tomando la condición de siervo, y hacerse semejante a los hombres”, (Fil. 2,7). para después exaltarle , otorgarle el nombre que está sobre todo nombre y convertirle en fuente de salvación para todos los que creen en Él. Esta es la unción substancial de nuestro Señor Jesucristo. Y, en esta Misa Crismal, cuando ya nos vamos adentrando en la meditación de los misterios de la pasión , muerte y resurrección del Señor, queremos contemplarle como el hombre que, ungido por el Espíritu Santo, ha redimido al mundo y le ha devuelto la vida perdida por el pecado.

Podemos decir que la celebración de hoy es la celebración de la unción: es una fiesta en honor del Espíritu Santo que unge a Cristo. Es un momento especial en el que la Iglesia dice: gracias Espíritu Santo porque con tu poder hiciste que, en las entrañas de María, puerta del cielo y estrella de la mañana, un ser humano, fuera ungido plenamente con la vida de Dios, para que todos nosotros, todos los hombres, por medio de Él tuviéramos el camino abierta para la intimidad con Dios.

* Pero también hoy conmemoramos la unción de aquellos que hemos sido llamados por Dios para el sacerdocio ministerial.

Porque para que esa vida de Dios que la humanidad de Cristo recibe desde su concepción virginal, para que esa unción única, que es plenitud de gracia, llegue a todos los hombres, Dios ha querido elegir a los sacerdotes como instrumentos y canales de su misericordia y del don de su Espíritu. Es algo verdaderamente maravilloso, que cundo lo meditamos nos llena de asombro. Dios ha querido ungirnos con el don del Espíritu Santo, el día de nuestra ordenación, a nosotros, sacerdotes, pobres hombres, llenos de debilidades, “vasijas de barro” para que, íntimamente unidos a la humanidad de Cristo, su vida divina llegue sacramentalmente a todos los hombres.

En nuestra Diócesis de Getafe, lo mismo que en todas la diócesis del mundo, el obispo, con sus presbíteros, somos el instrumento para llevar la vida de Dios a todos los hombres: para llevar, como decía S. Juan de Ávila “el sabor de Dios” a un mundo que vive alejado de Él. Somos los elegidos para llevar el perdón de Dios al pueblo que peca; y para llevar el alimento de la Palabra y del Pan de Vida, al pueblo que necesita alimentarse ; y para introducir en la Iglesia y librar del pecado original al niño que nace; y para llevar la fuerza de Dios, en la confirmación, a los que quieren ser testigos de Cristo; y para santificar el amor entre un hombre y una mujer que quieren hacer de ese amor una señal del amor de Cristo a su Iglesia. El Señor, en fin , ha querido servirse de nosotros para estar muy cerca de los hombres en lo momentos difíciles y muy especialmente en la enfermedad para confortarles con la oración de la Iglesia y con el óleo santo.

Ciertamente, el ministerio sacerdotal sólo puede ser entendido, en su sentido más auténtico, desde la fe Y un mundo tan alejado de Dios como el nuestro difícilmente puede entenderlo. Por eso hoy el sacerdote es, muchas veces, injustamente vilipendiado o calumniado, y su ministerio es, con frecuencia, despreciado. No tiene que extrañarnos. Pero hay algo que todo hombre de buena voluntad sí es capaz de entender: la generosidad y el desprendimiento en el servicio a los más pobres. materialmente o espiritualmente, y la alegría sencilla de una vida cargada de humanidad , volcada totalmente en la entrega a los hermanos, y llena al mismo tiempo de esa experiencia íntima y luminosa de Dios que brota de un trato permanente con Él en la oración y en el encuentro sacramental con Cristo y con la Iglesia. Y, por eso, en medio de las dificultades, vivimos con mucho gozo nuestro ministerio, porque diariamente experimentamos cómo Dios revela los secretos de su Reino a los pequeños y a los humildes de corazón haciéndoles reconocer la belleza del Evangelio y de la vida cristiana. Y podemos decir, con S. Pablo que estamos contentos en nuestras tribulaciones porque si “nos vemos entregados a la muerte por causa de Jesús” es para que,” la vida de Jesús se manifiesta en nuestra carne mortal” ( 2 Cor. 4,11)

Vivimos momentos en los que tenemos que crecer en unidad y en coraje apostólico, para que le mundo crea que Jesucristo es el enviado del Padre. Tenemos que crecer en radicalismo evangélico. No son tiempos para “medias tintas”. Hay que ser muy firmes en las convicciones iluminadas y clarificadas por el magisterio de la Iglesia y muy humildes para poner nuestra fuerza, no en nuestra sabiduría o en la sabiduría de un mundo descreído, sino en la sabiduría de la cruz y en la gracia divina.

Tenemos que dejar que sea el Espíritu Santo el gran protagonista de nuestra vida sacerdotal. Él es el que constantemente, a través de las vicisitudes de nuestro trabajo apostólico, va creando en nosotros un corazón nuevo lleno de caridad pastoral. Hemos de vivir siempre con la certeza de que nunca nos va a faltar la gracia del Espíritu Santo como don totalmente gratuito, a pesar de nuestras infidelidades, y como permanente invitación a vivir con generosidad y responsabilidad la misión que Cristo nos ha confiado. La conciencia de poseer ese don mantendrá en nosotros una confianza inquebrantable, que ninguna fuerza humana será capaz de destruir. El Espíritu Santo nos irá guiando, así, por el camino de la santidad. Esa es nuestra vocación: la santidad. La Iglesia necesita
sacerdotes santos. Y la santidad es intimidad con Cristo; la santidad es imitación de Cristo pobre, casto y humilde; la santidad es amor sin reservas a todos los hombres y búsqueda incesante de su verdadero bien, incluso yendo en contra de la mentalidad dominante; santidad es amor a la Iglesia, que nos quiere santos, porque esta es la misión que nos ha encomendado. Hemos de ser santos para ayudar a los hermanos a seguir también su vocación de santidad.(Cfr. PDV 33). Todo esto es lo que dentro de un momento expresaremos cuando renovemos nuestros compromisos sacerdotales.

* Y finalmente también conmemoramos hoy la unción del Espíritu Santo a todo el Pueblo cristiano.

La Unción que celebramos en esta Misa Crismal, no sólo se refiere a la unción que Cristo recibe en su naturaleza humana y que le une íntimamente a la naturaleza divina; y no sólo a la unción con la que nosotros, los presbíteros, fuimos ungidos el día de nuestra ordenación sacerdotal, sino también a esa unción que todos recibimos el día de nuestro bautismo y de nuestra confirmación.

Nosotros, sacerdotes, sabemos que nos hemos ordenado para servir al Pueblo de Dios, que es Pueblo sacerdotal.(cfr. 1 Pe.2,4-10) Nos hemos ordenado para participar con ellos en la misión evangelizadora de la Iglesia animándoles a ser apóstoles en medio del mundo y a vivir su apostolado sabiendo que ese deber y ese derecho del apostolado deriva, no de una tarea que nosotros, ocasionalmente, les confiamos, sino de su misma unión con Cristo; y que han sido consagrados, en el bautismo y la confirmación, como sacerdocio real y nación santa para presentar a Dios la ofrenda de sus obras, en su vida familiar, en su trabajo y en su servicio a la sociedad; y para dar testimonio de Cristo en el mundo. (cfr. A.A.3)

Hemos de sentir todos, en esta celebración del Espíritu Santo un impulso muy grande para la misión. Los hombres de nuestro tiempo no pueden vivir sin Dios. Su alejamiento de Dios les conduce al vacío interior, a la pérdida de la alegría y a la desesperanza, se sienten incapaces de asumir compromisos definitivos, los valores morales se relativizan y todo se convierte en provisional. Hoy la Iglesia tiene el sagrado deber de ayudar al hombre a descubrir el misterio de su propia identidad y a encontrar en la familia, según el proyecto divino original, según lo que siempre fue “desde el principio” la experiencia de un amor primero y gratuito que da sentido a toda la existencia.

Tenemos una gran misión que realizar y estamos seguros de que la fuerza y el gozo del Espíritu santo nos acompañará en esa misión.

Queridos hermanos, vamos a celebrar en la consagración de las tres ánforas que, dentro de un momento serán presentadas en el altar, esta triple consagración: la consagración de Cristo, el Sacerdote eterno, el Profeta único, el Rey que ha querido convertir en cauces de su gracia a los sacerdotes y ha ungido a todo el Pueblo de Dios para que , en todo momento, y de una manera especial en estos días de la Semana Santa pueda celebrar y vivir con gozo las maravillas de la redención.

La Virgen María, llena de gracia, madre de la Iglesia, que, por la unción del Espíritu Santo, dio a Jesucristo un cuerpo de carne nos acompaña en estos momentos e intercede por nosotros para que seamos en el mundo presencia viva de Jesucristo, Redentor de todos los hombres. Amen

 

Jueves Santo

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JUEVES SANTO – 2006

El jueves santo está todo él centrado en el recuerdo de la Cena del Señor. La liturgia de este día nos invita a la gratitud, a la confianza, al amor y a la adoración. Dios ha querido convocarnos esta tarde para conmemorar aquella Cena memorable en la que Jesucristo su Hijo confió a su Iglesia el banquete de su amor, el sacrificio de la Nueva Alianza. Al comenzar la celebración le hemos pedido que la conmemoración de estos misterios nos lleve a alcanzar plenitud de amor y de vida. (cfr. Oración Colecta).

El centro de este día es la Eucaristía. Y la Eucaristía es Jesucristo mismo, entregándose por nosotros. La Eucaristía es Jesucristo entregado por nosotros en su pasión y en su cruz para darnos vida y para hacer posible que participemos con Él en su resurrección gloriosa. Toda la existencia cristiana ha de vivir de la Eucaristía. La Eucaristía es nuestro alimento, es nuestra vida , es nuestra esperanza. No podemos vivir sin la Eucaristía.

La Eucaristía es revelación de la intimidad divina. En ella descubrimos todo el amor que Dios nos tiene y descubrimos cual ha de ser nuestra actitud ante Jesucristo. Y es que el cristiano no debe situarse delante de Jesucristo, sino que debe situarse en Jesucristo. “En Él vivimos, nos movemos y existimos”. La Eucaristía nos revela que nuestro vivir ha de ser un vivir en Cristo. La vida del cristiano es una vida en Cristo. Así lo entendía S. Pablo cuando llega a decir: “ para mi la vida es Cristo”. Nuestra vida es Cristo. Nuestro vivir tiene que ser un vivir en Cristo y para Cristo.

En el discurso de despedida, que sigue a la escena del lavatorio de los pies y que nos relata el evangelista S. Juan, Jesús les dice a sus discípulos: “Yo soy la vid verdadera y mi Padre es el viñador. Todo sarmiento que en mi no de fruto, lo cortará; y todo el que de fruto lo podará para que de más fruto (...) Yo soy la vid, vosotros los sarmientos. El que permanece en mi y yo en él, ese da mucho fruto porque sin mi no podéis hacer nada (...) Como el Padre me ha amado así os he amado yo, permaneced en mi amor” (Jn.15,1-10).

Realmente lo que las palabras del Señor nos manifiestan es que sin Él no puede haber vida verdadera. Él es el Viviente, el que da vida, el que hace posible que nosotros vivamos. Por eso dice: “El que permanece en mi, ese da mucho fruto, porque sin mi no podéis hacer nada”. Cristo es esencialmente viviente y creador de vida. Él es el Pan de la vida. Él es la resurrección y la vida. Él es el camino, la verdad y la vida. Él es la Vida misma. (cfr. Jn.11,25) Él es la fuente divina de la nueva vida en la cual deben participar todos los que creen en Él (cfr.Jn. 11,26). La otra vida, es decir, la vida que viene de nosotros, es una vida que conduce a la muerte . Es una vida precaria, frágil, inconsistente, que poco a poco se va desvaneciendo y se va precipitando en la nada. Sin embargo la vida, en Cristo, es vida que crece en nosotros y crece hasta la vida eterna. Es un vida que produce frutos abundantes de caridad, de alegría y de paz. La vida en Cristo es una vida que llena el corazón de plenitud.

Lo que hoy celebramos, al contemplar al Señor, rodeado de sus discípulos entregándoles el pan y el vino y diciéndoles “Tomad y comed, esto es mi Cuerpo que será entregado por vosotros (...) Tomad y bebed, esta es mi Sangre que será derramada por vosotros” es la vida de Cristo entregada en la cruz, permanentemente reproducida y actualizada por la Iglesia en el Misterio Eucarístico.

Y esto es posible porque el Señor al decir a sus apóstoles: “Haced esto en memoria mía” instituyó el sacramento del Orden y por medio de él, quiso perpetuar sacramentalmente su presencia, como Pastor, en unos hombres elegidos por Él para anunciar el evangelio y para renovar cada día el sacrificio de su Cuerpo entregado y de su Sangre derramada para la vida del mundo.

Hoy, Jueves Santo, es también el día en el que tenemos que dar muchas gracias al Señor por regalar a su Iglesia el ministerio sacerdotal, por medio del cual su Palabra es anunciada y experimentamos constantemente su presencia viva en la Eucaristía y su misericordia en el sacramento de la reconciliación. Cada vez que un sacerdote repite las palabras del Señor, el misterio de su pasión se hace presente entre nosotros. La Pasión del Señor, enraizada en la eternidad, entra en la liturgia de tal manera, que podemos decir que en este Pan y en este Vino, que acaban de ser consagrados, están verdaderamente el Cuerpo y la Sangre del Señor. Y podemos decir también que comiendo este Pan y bebiendo este Cáliz, participamos de la vida de Cristo, vivimos la vida de Cristo, nos convertimos en sarmientos unidos a la vid y podemos crecer por la sabia que nos trasmite. Y, así, unidos a Cristo, viviendo la vida de Cristo, nos unimos, en Cristo, a la Iglesia entera y somos con Cristo, como Cabeza, el Cuerpo de Cristo, para la salvación del mundo.

En el discurso del Pan de Vida, ya el Señor había dicho: “El que come mi carne y bebe mi sangre permanece en mi y yo en él, y yo le resucitaré el último día” (Jn. 6,51-54). Y sabemos que esas palabras provocaron un gran escándalo y que, a partir de ese momento muchos le abandonaron. La Eucaristía siempre provoca escándalo. Porque nos introduce en el Misterio de un Dios, que no ha sido inventado por el hombre. No es el “dios” hecho a la medida de los hombres, sino el Dios que desborda las limitaciones de nuestros cortos razonamientos y se acerca a nosotros; y se nos muestra como verdadero derroche de amor. Por eso cuando queremos meter a Dios en nuestra mente, nuestros razonamientos fracasan, pero cuando nuestro corazón se abre a la fe nos damos cuenta de que las palabras del Señor son verdaderamente palabras de vida eterna, que iluminan nuestra mente y la abren a verdades inefables.

Ante un Misterio tan grande no podemos quedar indiferentes. Nuestra vida necesariamente tienen que cambiar. Vivir de la Eucaristía es vivir, en Cristo un vida nueva. La Eucaristía nos invita a la conversión

Ya el Señor, en la misma Cena, con el gesto del lavatorio de los pies, que reproduciremos dentro de un momento; y después, con el mandamiento nuevo del amor, nos dice cómo ha de ser esa vida nueva.

Para que la Eucaristía sea verdaderamente el centro de la vida cristiana , es necesario acoger también la llamada del Señor a la conversión y reconocer nuestros propios pecados, en el sacramento del perdón. Continuamente tenemos que convertirnos al amor y a la misericordia. Tenemos que salir de esa mentalidad egoísta que nos cierra a los hermanos para situarnos, como hizo el Señor, en la actitud del servidor. Después de lavarles los pies el Señor les dice. “Si Yo el Maestro y Señor os he lavado los pies, también vosotros debéis lavaros los pies los unos a los otros” (Jn.13,1-15)

Realmente el gesto del lavatorio está cargado de significado y simbolismo. Y nos ayuda a entender la vida nueva que brota de la Eucaristía. Vivir la Eucaristía es compartir con Cristo su entrega a los hombres. Es amar, como Él nos ha amado.

El lavatorio de los pies debió ser desconcertante para los discípulos. Es un gesto que trastorna por completo las relaciones y comportamientos habituales entre el maestro y los discípulos. Jesús mismo dirá que lo normal es que el maestro sea honrado y servido. Pero Él realiza con sus discípulos un gesto de siervo y de esclavo. Y si lo contemplamos, sabiendo que Jesús es el Señor, el Hijo de Dios, Dios mismo entre nosotros, el desconcierto es mayor. Vemos a un Dios sirviendo a los hombres. Un Dios que se pone a merced de los hombres, se pone a sus pies. El que vino de Dios y a Dios retorna, se pone en la actitud humilde de servir al hombre, incluso de servir a aquel que sabe que le va a traicionar. El lavatorio nos pone ante el “Misterio” de un Dios que se manifiesta sirviéndonos. El lavatorio de los pies significa que el servir es una acción divina y que cuanto más servicial es nuestra vida mejor manifestamos el “Misterio” de Dios. El servicio al hermano es algo divino, es algo que procede de Dios. Lo que `procede de Dios no es el mandar con arrogancia, no es el poder que avasalla, sino el servir con humildad y con amor.“Aprended de mi, que soy manso y humilde corazón” Dios, decimos en la liturgia, manifiesta su poder con el perdón y la misericordia (Cfr. Colecta. Domingo XXIV. TO)

Del lavatorio de los pies nace una Iglesia y un cristiano que se hace prójimo para los demás, que se hace buen samaritano para el mundo. El lavatorio de los pies nos revela a un Dios sirviendo en las realidades más humildes. Solamente descubriendo esto podremos entender el “Misterio” de la Cruz, podremos entender la pasión del Señor, podremos entender la vida entera de Jesús y podremos entender también que nuestra vida sólo tendrá sentido y podremos afrontar lo que en ella haya de sufrimiento y de cruz si es vivida incorporada a Cristo en el servicio humilde a todos los hombres. Y, así, ira naciendo en nosotros el hombre nuevo, según Cristo, llamado a la resurrección.

Pero el Señor Jesús no es solamente un ejemplo de vida para nosotros. Es mucho más. Podemos decir que la ejemplaridad de Jesús consiste en que en Él empieza la existencia cristiana. Él funda la posibilidad de ser cristiano; muestra lo que significa ser cristiano y da las fuerzas necesarias para realizarlo. Seguir las huellas de Jesús significa vivir en Él, hacer nuestros sus sentimientos, estar con Él y confiar en Él.

Nuestra celebración culminará llevando en procesión al Señor, presente en la Eucaristía, para colocarlo en el Monumento y adorarlo.

Que estas horas, hasta la celebración litúrgica de mañana, en las que el Señor estará solemnemente expuesto, las vivamos con mucha intensidad y con mucho amor. Cristo se entregó a la muerte para salvarnos. Acerquémonos nosotros a Él. Junto a su Madre Santísima, adorémosle y démosle gracias. Y que el Señor nos conceda, una vez más la gracia de la conversión para estar siempre con Él y ser, en medio de los hombres testigos de su amor. Amen.