Carta con motivo del proyecto de evangelizacion de los jovenes de la Diócesis

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Carta de D. Joaquín María con motivo de la Misión joven en la Diócesis de Getafe Año 2007

EN EL NOMBRE DE CRISTO: ¡VIVE!

La misión está en marcha. El Señor nos ha tocado el corazón y, enviados por Él, nos hemos puesto en camino. Siempre es Cristo quien envía.

Un día escuchamos su voz que nos decía: sígueme. Le creímos, le seguimos y empezamos un trato de amistad con Él. Conversando con Él, en la oración y en la escucha de la Palabra, fuimos aprendiendo a derribar las barreras de la superficialidad y del miedo. En el sacramento de la reconciliación empezamos a gustar la alegría del perdón y la posibilidad de una vida nueva. Recibiendo, en la Eucaristía, su Cuerpo y su Sangre comenzamos a entender que no hay mayor amor que el que da la vida por sus hermanos. En los numerosos encuentros, vividos en nuestras comunidades parroquiales o con jóvenes de otros muchos lugares, fuimos descubriendo a la Iglesia como pueblo sin fronteras, que se abre paso en medio del mundo, como signo de vida y salvación para todos los hombres. Y nos fuimos sintiendo cada día más felices de pertenecer a ese Pueblo. En los momentos difíciles, en los momentos de prueba, que es cuando de verdad se descubre hasta que punto nuestras opciones son auténticamente válidas, hemos comprobado que sólo de Jesús se pueden recibir respuestas que no engañan ni defraudan.

Ahora el Señor nos envía. Vemos con claridad que Él está despertando en nosotros una nueva conciencia de su presencia. Nos llama por nuestro nombre y nos hace sentir la urgencia de llevar su amor misericordioso a esa gran multitud de jóvenes que no le conocen. También en nosotros se está cumpliendo la Palabra que escucharon los profetas: «Antes de formarte en el vientre te escogí»'.

Poco a poco, en nuestros proyectos de misión, Él nos está ayudando a descubrir el modo práctico de concretar el «yo te envío». No podemos quedamos sólo en palabras o en vagos y difusos sentimientos. Tenemos que convertir en tareas concretas y en propuestas bien definidas nuestro anuncio misionero. Yeso es
lo que ya estamos haciendo. Demos gracias a Dios. Todos los proyectos son expresión de vida y esperanza. Llevan la marca de la confianza en el Señor y darán mucho fruto. Estoy completamente seguro.

Sí; confiemos en la fuerza de su Espíritu Santo que nos va a llenar de fortaleza, sabiduría, entendimiento y valentía para llevar adelante estos proyectos. Y no sólo estos proyectos sino también todos los que vengan después. Todo, en nosotros y en la Iglesia, tiene que estar lleno de dinamismo misionero. Porque la misión empieza ahora pero no termina nunca. La misión va más allá de los proyectos. La misión es, sobre todo, una actitud interior que tiene que transformar el corazón del misionero para llenarle, día a día, de amor divino y hacerle servidor de sus hermanos hasta identificarse con Jesús, dando su vida por ellos. La misión tiene que entrar en el ser más profundo de nuestras parroquias, colegios y asociaciones para que en ellas todo se oriente hacia un
anuncio de Cristo, claro, valiente, explícito, directo e interpelante, sin respetos humanos, dando a nuestros hermanos que «viven en tinieblas y en sombras de muerte», la vida de Aquel que ha sido constituido Señor de todas las gentes y luz de las naciones. El mundo necesita a Cristo. Los jóvenes necesitan a Cristo. Tenemos que decir a cada joven: en el nombre de Cristo ¡vive! Tenemos que
descubrir a los jóvenes que una vida sin Cristo puede irse sosteniendo con entretenimientos, con evasiones, con activismo, con afán de poder y notoriedad, con pequeños sorbos de felicidad efímera; pero, al final, termina en la desesperanza y en el desprecio de la vida misma. Los jóvenes están hambrientos de vida y sólo en Cristo encontrarán la vida verdadera. Tenemos que abrirles los
ojos para que no cedan a los atractivos y a los fáciles espejismos del mundo, que a menudo se transforman en trágicas desilusiones. Tenemos que llevarles a Jesús para que en Él encuentren la felicidad y la luz.

En estos momentos, embarcados en este gran proyecto de la Misión Joven, suelen aparecer los temores y las vacilaciones. Seguro que en nuestra imaginación habrá momentos en que todo aparecerá muy difícil y poco menos que irrealizable. Y no faltarán las voces de quienes nos llamen ilusos. Pero es entonces cuando tenemos necesidad de oír la voz del Señor que nos dice: «No les tengas miedo (...) Mira; yo te convierto hoy en plaza fuerte, en columna de hierro, en muralla de bronce (...) Lucharán contra ti, pero no te podrán, porque Yo estoy contigo para librarte»3.

El trabajo de la misión no es cosa nuestra, es cosa del Señor. Él nos ha elegido, Él nos ha llamado, Él está junto a nosotros y nos acompaña. Y nosotros, Iglesia que camina en Getafe con la mirada fija en el Señor, nos fiamos de su Palabra.

Os abraza y bendice, vuestro Obispo:

+ Joaquín María

 

Santa Maria Madre de Dios

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SANTA MARÍA MADRE DE DIOS

(1 de Enero - Jornada mundial de Paz)

Celebramos la solemnidad de Santa María Madre de Dios. Desde el concilio de Éfeso (año 431) la Iglesia llama a María, la Madre de Dios. Es un título que incluye a los demás. Es la fiesta más importante de María. Reconocemos a María como Virgen y Madre. La maternidad, lo mismo que la virginidad, pertenecen a la identidad más profunda de María. Hay en María un itinerario de maternidad creciente que se va haciendo cada vez más universal. Comienza en el momento en que, por obra del Espíritu Santo, María concibe en su seno al Hijo de Dios y culmina en la cruz cuando su Hijo, en la persona de discípulo amado, la convierte en la madre de todos los redimidos. Ella, la Madre de Dios, es nuestra Madre, nuestra intercesora, nuestro modelo de fe, nuestro auxilio en la dificultad. Ella es la Madre de la Iglesia. Y, por eso, en el primer día del año, acudimos a ella para que nos bendiga y encamine nuestros pasos hacia Jesús.

Y así, bajo el amparo de María, la Iglesia nos invita en este primer día del año a pedir por la paz. Hoy celebramos la Jornada Mundial de la Paz, en la que el Santo Padre dirige a todos los cristianos y a todos los hombres de buena voluntad un Mensaje de Paz que, este año, lleva como lema y título: “La persona humana, corazón de la paz”. Sin respeto a la dignidad de la persona nunca habrá paz. El Papa nos invita a ser defensores de la dignidad de la persona, para ser constructores de la paz. “Estoy convencido de que respetando a la persona se promueve la paz y construyendo la paz se ponen las bases para una auténtico humanismo cristiano”. Hasta aquí, muchos pueden estar de acuerdo. Pero ¿qué concepto tenemos de persona?

El problema que se nos plantea es ¿qué significa ser persona?. ¿Sobre qué fundamentos se sustenta la dignidad de la persona? ¿cuál es el origen, la vocación y el destino de la persona? ¿cómo nos planteamos las relaciones personales, la comunicación entre las personas, el respeto a la dignidad de la persona, la educación de la persona?. Si se tiene un concepto “débil” de la persona, nos dirá el Papa, un concepto que esté a merced de las modas o de las ideologías que estén en boga, se cae en una contradicción patente: por un lado se proponen como absolutos los derechos de la persona (la vida, la familia, la libertad religiosa, el trabajo, la vivienda ...), pero por otro, el fundamento que se aduce para defender estos derechos es relativo, es cambiante, no tiene carácter absoluto, no es universal. Es un fundamento sin fundamento. Por esta contradicción evidente, no debe extrañarnos que muchos que dicen defender a la persona y sus derechos fundamentales, no tienen inconveniente en rechazarlos,
buscando mil justificaciones e incluso presentando esa justificación como un signo de progreso, cuando la defensa de estos derechos no entra dentro de sus intereses.

Por eso nos dice el Papa: “sólo si están arraigados esos derechos en las bases objetivas de la naturaleza (en el orden natural, en la Ley natural,) podrán ser afirmados sin ser desmentidos”. Y cuando hablamos de derechos hemos de hablar también de deberes. Tanto los derechos como los deberes se fundamentan en el respeto a la naturaleza misma de las cosas, que no es otra cosa que el respeto a las bases objetivas del orden establecido por Dios en la creación y que está inscrito en el corazón de todo hombre. Cuando el ser humano quebranta este orden ya no sabe donde apoyarse para defender la paz y la dignidad del ser humano.

Si los deberes y derechos que hacen posible la paz no se fundamentan en unas bases objetivas y universales, todo lo que se refiere a la dignidad del ser humano y a la paz se convierte en algo negociable tanto en su contenido como en su aplicación en el tiempo y en el espacio. Todo se revisable, todo es provisional. Nada hay cierto ni seguro.Se cae en la más absoluta permisividad y queda viciado el concepto mismo de libertad, convirtiéndolo en la capacidad de hacer lo que cada uno quiere, independientemente de que eso que se quiera pueda llegar a ser destructivo para uno mismo, para la vida de los demás y para la misma convivencia en paz. Cuando no se respeta el orden natural establecido por Dios, la misma “Declaración Universal de los Derechos humanos” (1948) queda sometida a una interpretación de conveniencia, oportunista, vaciando de contenido esos mismos derechos. Y el llamado derecho internacional humanitario
corre el riesgo de no aplicarse coherentemente como está sucediendo en el conflicto del sur del Líbano o en la creciente amenaza terrorista que de una manera tan directa y dolorosa nos está afectando.

El Papa hace, en su mensaje, un llamamiento apremiante a todo el Pueblo de Dios. “Que todo cristiano se sienta comprometido a ser un trabajador incansable a favor de la paz y un valiente defensor de la persona humana y de sus derechos inalienables (...) La Iglesia ha de ser signo y salvaguardia de la trascendencia de la persona humana (...) En Cristo podemos encontrar las razones supremas para hacernos firmes defensores de la dignidad humana y audaces constructores de la paz, promoviendo un verdadero humanismo integral”

Que la Virgen María, madre de Dios y madre nuestra, Reina de la Paz nos bendiga en el año que comenzamos, y nos alcance de su Hijo la gracia de una paz estable para todos, fundada en la justicia y en el respeto a la dignidad del hombre; y haga de la Iglesia y de cada uno de nosotros, instrumentos de paz y salvación para todo el género humano.

 

Navidad

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NATIVIDAD DEL SEÑOR
(Misa del día)

“A Dios nadie le ha visto jamás. El Hijo Unigénito que está en el seno del Padre nos lo ha revelado (...) De su plenitud hemos recibido gracia tras gracia”. En todo ser humano hay un deseo de infinito, hay una sed de amor y vida abundante. En el fondo de todo ser humano hay un profundo anhelo de ver a Dios. Pero a Dios nadie le ha visto jamás. El hombre trata de llenar su sed de plenitud de muchas maneras. Pero, aunque es verdad que todos necesitamos de los bienes materiales para poder vivir, sin embargo el afán desordenado de bienes materiales no es capaz de calmar esa sed. Y, aunque todos necesitamos encontrar respuesta a nuestra necesidad de afecto, no es dando rienda suelta a los afectos y dando satisfacción a cualquier sentimiento como llenamos la sed de amor que hay en el corazón. Y, aunque todos necesitamos un reconocimiento de nuestras cualidades y el ser valorados en nuestro trabajo profesional, cuando sólo centramos la vida en el trabajo tampoco llegamos a encontrar respuesta a nuestro deseo de vida y paz interior.

Hoy hay mucha gente que vive experiencias de una gran frustración. Buscan y no encuentran, tratan de llenarse de muchas cosas y en ninguna de ellas encuentran verdadera satisfacción. Y es que en realidad se cumple lo que nos decía S. Agustín: “Nos hiciste, Señor, para it y nuestro corazón estará inquieto hasta que descanse en ti”.

Celebrar la Navidad con fe es vivir el gozo del encuentro con Aquel que ha venido a dar respuesta a nuestras preguntas: es encontrarnos con Aquel que ha venido a llenar nuestra sed de infinitud y a curar la herida del pecado para que recuperemos íntegramente nuestra dignidad de hijos de Dios. “A Dios nadie le ha visto jamás. El Hijo Unigénito que está en el seno del Padre es quien nos lo ha dado a conocer”. El misterio inefable de Dios se ha desvelado. La Palabra eterna del Padre, por la cual todo ha sido creado, se ha hecho carne. Aquella Palabra que existía desde el principio, que estaba en Dios y era Dios, ha venido a visitarnos. “La Palabra se ha hecho carne y habita entre nosotros y hemos contemplado su gloria, gloria propia del Hijo único del Padre, lleno de gracia y de verdad”.

El drama de la humanidad es no querer recibir esa Palabra. “Vino a los suyos y los suyos no le recibieron”. La luz vino a las tinieblas, pero las tinieblas no quisieron recibir la luz. El peor de los pecados es cerrarse a la verdad. La mayor desgracia para el hombre es negarse a buscar la verdad, encerrándose en un modo de vida intrascendente y banal, relativizando todo y fabricándose pequeños oasis de aparente felicidad que, al final terminan por descubrir su propia falsedad.

Sin embargo a cuantos recibieron la Palabra, luz verdadera, les dio poder para ser hijos de Dios. Nosotros, por la misericordia de Dios, hemos recibido esta luz y hemos conocido el amor de Dios. Nosotros hemos experimentado cómo la vida del hombre se llena de esperanza cuando recibe a Jesús; y hemos visto cómo la gracia divina es capaz de curar las heridas que deja el pecado.

Vivir la Navidad es abrirse a la gracia que nos viene de Dios: es recibir a Dios, es acogerle, es dejar a un lado una vida superficial y egoísta que nos aparta de Aquel que da verdadero sentido a la vida.

Hay actitudes que tenemos que promover en nosotros para acoger la gracia que nos viene del Misterio de la Navidad.

La sencillez de corazón: “Te doy gracias Padre porque has revelado a los pequeños los misterios del reino”. Para entrar en el misterio de Belén hay que hacerse pequeño, hay que hacerse pobre, hay que hacerse niño.

La sinceridad con nosotros mismos: no pretender engañarnos “con grandezas que superan nuestra capacidad” (salmo 130); buscar al Señor con todo el corazón, entregarle no una parte de nuestra vida o unos momentos, abriéndonos a Él sólo en circunstancias especiales o cuando sentimos nostalgia de Él, sino dándole todo lo que somos.

El deseo y la necesidad de acudir a los cauces que la Iglesia nos ofrece para recibir la gracia divina.:
· el cauce de la oración: buscar el silencio interior, sentir la presencia de Dios, descubrirle en sus criaturas.
· El cauce de la Palabra divina: acudir a la Palabra con una actitud de escucha, no de una manera individual y subjetiva, sino en el seno de La Iglesia.
· Y, sobre todo, unirnos al Misterio de la Pascua del Señor, en al Eucaristía.

“Concede, Señor Todopoderoso, a los que vivimos inmersos en la luz de tu Palabra hecha carne, que resplandezca en nosotros la fe que haces brillar en nuestro espíritu” (Oración de Navidad)

 

Nochebuena

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HOMILÍA - NOCHEBUENA

Hoy nos ha nacido un Salvador, el Mesías, el Señor. Hoy nos unimos a los cristianos del mundo entero, que con gozo celebran el nacimiento del salvador.”Cantad al Señor un cántico nuevo, cantad al Señor con alegría, bendecid su nombre”(Samo 97). “Bendito el Niño que hoy ha hecho regocíjese Belén. Bendito el bebé que hoy ha rejuvenecido a la humanidad. Bendito el fruto bendito de María que ha enriquecido nuestra pobreza y ha colmado nuestra necesidad. Bendito Aquel que ha venido a curar nuestra enfermedad, nuestra torpeza, nuestro pecado. Gloria a tu venida, que ha dado vida a los hombres” (S. Efrén). Nos unimos a las voces de todas las criaturas para dar gracias a Dios por su bondad.

Somos como los pastores que en la noche, a la intemperie, vieron una gran luz y se llenaron de inmensa alegría: cada uno viene hoy aquí con su “noche”, con sus oscuridades y con sus deseo de vida, de luz y de paz.

Sabemos que en esta noche de Navidad no todo es alegría. Se mezclan muchas cosas: recuerdos, añoranzas, el vacío de personas queridas que nos dejaron, nuestras dudas, nuestras penas, nuestros temores También nosotros, como los pastores estamos en la “noche”: participamos de la noche del mundo.

Pero “el pueblo que caminaba en tinieblas vio una gran luz; habitaban tierras de sombras, y una luz les brilló”(Is.9,1).En nuestra “noche” y en la “noche” del mundo ha brillado la luz. Nuestra “noche” se ha llenado de esperanza. “No temáis, hoy en la ciudad de David os ha nacido un Salvador, el Mesías, el Señor”(Lc. 2,1-14). No temáis, quitad de vuestro corazón toda tristeza, porque un Niño nos ha nacido, un Hijo se nos ha dado.(cf. Is. 9,5-6). Un Niño que ha quebrantado la vara del opresor, el yugo de su carga, el bastón de su hombro. Nos ha nacido un Niño cuyo nombre es Príncipe de la paz. El ángel les dijo a los pastores: esta será la señal: “lo encontraréis envuelto en pañales y acostado en un pesebre”(Lc.2,1-14).

Hoy os invito a vivir la sorpresa y la emoción de aquellos pastores.

Los pastores dijeron: vamos a Belén a ver el suceso que nos ha dado a conocer el Señor. Tenemos que ir a “Belén”. Hoy la Iglesia nos invita a caminar hacia el Misterio de Belén. Pero, para entrar en Belén hay que hacerse pequeño y tener un corazón limpio:”Dichosos los limpios de corazón porque ellos verán a Dios”.

Los limpios de corazón “verán” a Dios en el Niño del pesebre. Verán a un Dios que se hace pequeño para llegar a los pequeños. Verán al Inmenso, al Inmortal, humillándose para mostrar su Rostro a los que viven sumidos en la tristeza del pecado. “Celebremos el día afortunado en el que quien era el inmenso y eterno día, que procedía del inmenso y eterno día, descendió hasta este día nuestro tan breve y temporal. Y se convirtió para nosotros en justicia, santificación y redención” (S.Agustín).

Hoy celebramos la venida al mundo de Aquel que ha querido compartir con el hombre la condición humana para destruir, en la misma naturaleza humana, la raíz de toda tristeza, que es el pecado, y para que el hombre compartiendo la vida divina recuperase la fuente de la alegría y alcanzase su dignidad de hijo de Dios. “Hoy, queridos hermanos, ha nacido nuestro salvador. No puede haber lugar para la tristeza, cuando acaba de nacer la vida; esa misma que acaba con el temor de la inmortalidad, y nos infunde la alegría de la eternidad prometida (...) Demos, por tanto, queridos hermanos, gracias a Dios Padre por medio de su Hijo, en el Espíritu Santo, puesto que se apiadó de nosotros por la gran misericordia con que nos amó. Estando nosotros muertos por los pecados nos ha hecho vivir con Cristo, para que gracias a Él fuésemos una criatura nueva, una nueva creación. Despojémonos, por tanto, del hombre viejo con todas sus obras (...) y renunciemos a las obras de la carne. Reconoce , cristiano, tu dignidad y, puesto que has sido hecho partícipe de la naturaleza divina, no pienses en volver con un comportamiento indigno a las antiguas vilezas. Piensa de qué cabeza y de que cuerpo eres miembro. No olvides que fuiste liberado del poder de las tinieblas y trasladado al reino de la luz” (S. León Magno).

Ante el misterio de Belén uno no puede permanecer indiferente. Uno no puede seguir aprisionado por el pecado. Ante un Dios que, en su infinita bondad, se nos muestra en la fragilidad de un recién nacido, uno no puede seguir aprisionado por el pecado, endurecido en su egoísmo y engañado en su soberbia. Ante un Dios que nos abre los brazos lleno de ternura en este niño, envuelto en pañales y recostado en un pesebre, uno tiene que cambiar de conducta, tiene que ablandar su corazón y, rendido ante tanta benevolencia, tiene que abrir también sus brazos al que con tanto amor quiere acogerle.

Celebrar el nacimiento de Cristo es celebrar nuestra liberación. Entrar en el misterio de Belén es entrar en el misterio del amor infinito de Dios. “Tanto amó Dios al mundo que nos entregó a su Hijo querido para que alcancemos por medio de Él la redención y el perdón de los pecados” . Hoy “ha aparecido la gracia de Dios que trae la salvación para todos los hombres; enseñándonos a renunciar a una vida sin religión y a los deseos mundanos, y a llevar ya desde ahora una vida sobria, honrada y religiosa, aguardando la dicha que esperamos: la aparición gloriosa del gran Dios y salvador nuestro y Salvador nuestro Jesucristo” (Tit. 2,11-14).

Queridos hermanos, Belén nos invita a una vida nueva. No perdamos la oportunidad que esta Noche santa nos ofrece. Abracemos a Cristo que viene a salvarnos, entremos decididamente en la Iglesia que es nuestra Madre y en la que Cristo sigue vivo, alimentemos nuestro espíritu con la Palabra de Dios hecha carne, recibamos la gracia del Señor en los sacramentos y caminemos hacia la santidad que es nuestra meta.

Feliz Navidad a todos. Llevemos la alegría de la Navidad a nuestras familias. Seamos en el mundo testigos de la esperanza. Y anunciemos a todos los hombres, como el ángel a los pastores, la Buena Nueva de la Salvación.

 

Entrada del nuevo parroco (Parroquia de Serranillos del Valle)

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ENTRADA DEL NUEVO PÁRROCO
(Parroquia de Serranillos del Valle)

“Os daré pastores según mi corazón!”(Jer.3,15). Con estas palabras del profeta Jeremías Dios promete a su pueblo no dejarlo nunca privado de pastores que lo congreguen y lo guíen. La Iglesia, Pueblo de Dios, experimenta siempre el cumplimiento de este anuncio profético y con alegría, da continuamente gracias al Señor. Y sabe que ese cumplimiento se realiza en Jesucristo:”Yo soy el Buen Pastor y conozco a mis ovejas y las mías me conocen a mi (...) y doy la vida por mis ovejas” (Jn.10,11 sig.); y que su presencia sigue viva entre nosotros, por voluntad suya, en todos los lugares y en todas las épocas, por medio de los apóstoles y de sus sucesores. Sin sacerdotes la Iglesia no podría cumplir el mandato del Señor de anunciar el evangelio:”Id y haced discípulos a todas las gentes”(Mt. Mt.28,19). Ni podría renovar cada día, en el misterio eucarístico el sacrificio de su cuerpo entregado y de su sangre derramada para la vida del mundo.

La inauguración solmene del ministerio pastoral del nuevo párroco nos da la oportunidad, una vez más, de darle gracias al Señor, porque , en esta Parroquia de Serranillos, nunca ha faltado esa presencia de Jesucristo, como Buen Pastor, en los sacerdotes que, han ido ejerciendo aquí su servicio apostólico. Les recordamos ahora a todos con cariño y gratitud. Y especialmente recordamos a D Javier, que está realizando ahora en la Diócesis, como Vicario General, tareas de mucha responsabilidad.

El nuevo párroco D.Lorenzo ha sido hasta ahora Párroco de S. Nicasio en Leganés y me consta que en este tiempo que lleva con vosotros está siendo recibido con mucha cordialidad y afecto por todos.

Él viene a ahora, en el nombre del Señor, como párroco, para asumir, en nombre del obispo, la responsabilidad ultima en la animación pastoral de esta Parroquia. Le encomendamos, con mucha confianza, al Señor y a la Santísima Virgen, para que , por medio de él, se haga presente entre vosotros el amor de Cristo a su Iglesia. Y rezamos también para que esta comunidad parroquial, entienda bien, a la luz de la fe, lo que es propio del ministerio que hoy se le confía, le ayude en sus tareas apostólicas y, en comunión con él y con su Obispo, realice la misión de ser sal de la tierra y luz del mundo entre las gentes de este pueblo que va creciendo por momentos y al que van llegando nuevos familias que necesitan se atendidas en su vida de fe.

Un primer deber del párroco es anunciar a todos el evangelio de Dios, cumpliendo así el mandato del Señor:”Id por todo el mundo y anunciad el evangelio a todos los hombres”(Mc.16,15). Con su palabra y con el testimonio de su vida debe ayudar a todos a conocer a Jesucristo y a crecer en la fe. El párroco, como colaborador del Obispo, ha de cuidar la transmisión de la fe, garantizando la fidelidad al magisterio de la Iglesia en esta transmisión, tanto en la homilía, como en la catequesis, como en cualquier otra forma de enseñanza, exhortando a todos a descubrir en Jesucristo el verdadero tesoro que llenará de alegría y de esperanza sus vidas. Y ha de tener un cuidado especial, como nos dice Jesús en el evangelio, por los más débiles en la fe, por los que viven experiencias de sufrimiento y dolor, por los enfermos y por los niños y los más pequeños, ayudando a los matrimonios cristianos en la educación de la fe de sus hijos. La palabra del párroco no es un palabra más entre otras sino que, de una manera especial en determinados momentos, y particularmente en lo que se refiere a la doctrina cristiana, es la voz autorizada de la Iglesia que garantiza la correcta transmisión de la fe.” Los sacerdotes, cuando con su conducta ejemplar entre los hombres los llevan a glorificar a Dios, o cuando enseñan la catequesis cristiana, o cuando explican las enseñanzas de la Iglesia, o cuando se dedican a estudiar los problemas actuales a la luz de Jesucristo, siempre enseñan no su propia sabiduría, sino la palabra de Dios, e invitan insistentemente a todos a la conversión y a la santidad” (PO. 4).

El sacerdote es también ministro de los sacramentos y de la Eucaristía. Por el bautismo introducen a los hombres en el Pueblo de Dios¸ por el sacramento de la penitencia reconcilian a los pecadores con Dios y con la Iglesia, por la unción de los enfermos alivian a los que sufren la enfermedad y, sobre todo, por la celebración de la Eucaristía ofrecen el sacrificio de Cristo y hacen permanentemente presente entre nosotros el memorial de la cruz redentora de Cristo y de su gloriosa resurrección. La Eucaristía ha de ser el centro de la Parroquia y de una manera muy especial la Eucaristía del domingo. En torno a la Eucaristía, decía el Papa a los jóvenes en Colonia hemos de construir comunidades vivas. Comunidades que vivan el mandamiento del amor, teniendo todos un mismo corazón; comunidades cristianas con capacidad de perdón, con sensibilidad hacia las necesidades de los demás, comprometidas en su servicio al prójimo y siempre dispuestas a compartir sus bienes con los necesitados. Cuando el mandamiento del amor a los pobres se separa de la Eucaristía corremos el riesgo de convertirlo en pura demagogia. El alma de la Iglesia es el amor, con una especial predilección hacia los más pobres, Pero ese amor ha de tener siempre como fuente y alimento la Eucaristía. La Eucaristía nos empuja a un modo de vivir activo, dinámico y transformador. La Eucaristía es acción de gracias, alabanza, bendición y transformación a partir del Señor. “La Eucaristía es el centro propulsor de toda la acción evangelizadora de la Iglesia, como lo es el corazón en el cuerpo humano. Las comunidades cristianas sin la celebración eucarística, en la que se alimentan con la doble mesa de la Palabra y del Cuerpo de Cristo, perderían su auténtica naturaleza; sólo en la medida en que son eucarísticas pueden transmitir a los hombres a Cristo, y no sólo ideas por muy nobles e importantes que sean” (Benedicto XVI. 2/10/2005). No perdamos nunca el sentido del domingo como día de la Eucaristía, como día del Señor. El día en que Jesucristo, venciendo la muerte salió del sepulcro. El día de la nueva creación. La Eucaristía, nos dice el concilio, es la fuente y la cumbre de toda la evangelización. (PO.5)

Los presbíteros ejercen también la función de ser punto de encuentro de los diversos carismas y ministerios que pueda haber en la comunidad. Son centro de unidad y de comunión. Hacen presente a Jesucristo, Cabeza de la Iglesia, que da unidad y consistencia a todo el Cuerpo. Ellos convocan y reúnen, en nombre del Obispo a la familia de Dios, como una fraternidad con una sólo alma y la conducen a Dios Padre, por Cristo, en el Espíritu. La Parroquia es una comunidad muy diversa, que congrega personas con edades y mentalidades muy diferentes. Cada una con su propia historia personal, con sus penas y alegrías y con una gran variedad de ministerios y carismas. A todos debe llegar el sacerdote, como padre, hermano y amigo. Y, como educador de la fe, ha de procurar personalmente, o por medio de otros, que cada uno de aquellos que la Iglesia le confía, descubra su propia vocación y sea llevado por el Espíritu hacia la madurez de la vida cristiana que es la santidad.

Para conseguir todo esto, como también nos dice el concilio “debe portarse con ellos no según los gustos de los hombres, sino conforme a las exigencias de la enseñanza y de la vida cristiana”( P.O. 6). Y sabemos muy bien que en el mundo en que vivimos, con una mentalidad dominante, muy alejada de Dios y de los valores evangélicos, esto no es fácil; y, en muchos momentos, el sacerdote tendrá que decir cosas que no estén de moda y tendrá que ir contracorriente de un modo de pensar y de un modo de comportarse que, por muy habituales que sean, está produciendo verdaderos estragos en las familias y en el crecimiento moral y religioso de los niños y de los jóvenes. El sacerdote, como decía S. Pablo a su discípulo Timoteo, tiene la obligación de predicar el evangelio, insistiendo a tiempo y a destiempo, corrigiendo, reprendiendo y exhortando con toda paciencia y doctrina. (Cf.Tim.4,2) . Y no le faltará la gracia de Dios para realizarlo.

Aunque el sacerdote se debe a todos, sin embargo, nunca debe olvidar, que, como representante de Jesucristo Buen Pastor, ha de tratar con especial predilección a los pobres y a los más débiles. Y hay muchas formas de pobreza. Está la pobreza material de los que no tienen lo necesario para vivir. A ellos hay que atenderlos directamente o través de los servicios de Cáritas. Pero está también la pobreza espiritual de quienes han vivido o viven momentos de especial sufrimiento, en la enfermedad , en el desamparo afectivo, en el desarraigo por causa de la emigración o en la soledad. Y está finalmente la más radical de las pobrezas, que es la pobreza del que vive alejado de Dios, la pobreza del pecado. Hemos de tener un gran deseo de llegar a todos. Y hemos de procurar por todos los medios, con la ayuda del Señor, hacer llegar la luz de la fe a los que no conocen al Señor. La Parroquia ha de ser un comunidad misionera, que busque como el Señor a tantas ovejas perdidas y a tantos hijos pródigos como hay por el mundo y les muestre en Jesucristo el camino de la verdadera felicidad.

Dentro de un momento el Párroco renovará ante mi sus promesas sacerdotales y después le iré haciendo entrega de las diversas sedes en las que ejercerá su ministerio. Le entregaré la sede presidencial, desde la que predicará la Palabra de Dios, presidirá la Eucaristía y guiará, con el espíritu del Buen Pastor, a esta comunidad cristiana que la Iglesia le confía. Le haré entrega después de la pila bautismal en la que por el agua y el Espíritu, en el sacramento del bautismo, incorporará nuevos miembros a la Iglesia. Y le entregaré la sede penitencial en la que, por el sacramento de la reconciliación, hará llegar, por su ministerio, a todos los con un corazón arrepentido confiesen personalmente sus pecados, la gracia infinita de la misericordia divina. Después de la comunión le haré entrega de la llave del sagrario, pidiéndole que cuide con mucho respeto este lugar santo y con una luz, siempre encendida, indique a los fieles, la presencia del Señor, para que vengan aquí a orar y que lleve la sagrada comunión a todos aquellos que por estar enfermos o impedidos no hayan podido venir a la celebración de la Eucaristía.

El evangelio de hoy nos presenta a un escriba que le plantea a Jesús una pregunta esencial: “Qué mandamiento es el primero de todos”. Y Jesús uniendo dos textos del Pentateuco (Dt. 6,4-5: Lev.19,18), le contesta sin vacilar: “El primero es : Escucha Israel, el Señor, nuestro Dios, es el único Señor: Amarás al Señor, tu Dios, con todo tu corazón, con toda tu alma, con toda tu mente, con todo tu ser. El segundo es este: Amarás a tu prójimo como a ti mismo. No hay mandamiento mayor que estos”. Jesús une el amor a Dios y el amor al prójimo y convierte estos dos mandamientos en la base de nuestra vida de fe. Sólo el amor a Dios hace posible el amor al prójimo y sólo en el amor al prójimo puede manifestarse nuestro amor a Dios. Dios es la fuente de todo amor. Y esa fuente de amor se ha manifestado en Jesucristo, que muriendo en la cruz nos amó hasta el extremo y resucitando nos ha dado la posibilidad, por el don de Espíritu Santo de ser, unidos a Él, criaturas nuevas, capaces de amar a nuestros hermanos con el mismo amor con que Él nos ama. Lo esencial en nuestra vida de fe es creer en el amor de Dios, acoger ese amor, dejarnos querer por Dios y vivir como verdaderos hijos suyos que confían en su misericordia. Y así llenos de ese amor de Dios, entregarnos a los hermanos con un amor universal: un amor que nos excluya a nadie; una amor que alcance incluso a los enemigos y que convierta el amor a los pobres en nuestra principal preferencia. Que ese amor sea el principal distintivo de esta comunidad parroquial.

Esta comunidad parroquial que hoy recibe a su nuevo Párroco tiene que ser buena noticia de salvación y evangelio vivo, para todos los que, con sincero corazón busquen el bien y la verdad.

Ponemos nuestro mirada en la Virgen María. Que ella nos proteja constantemente con su protección maternal y sea para nosotros el modelo de una vida entregada a la voluntad de Dios y el signo de una Iglesia que, unida a su Señor, proclama al mundo las maravillas de Dios.