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HOMILÍA PROFESIÓN SOLEMENE DE MARÍA MILAGRO DEL SANTÍSIMO ROSARIO
Queridos hermanos sacerdotes, querida comunidad de MM. carmelitas, queridos amigos y hermanos todos y muy especialmente querido María Milagro:
“Dad gracias al Señor porque es bueno, porque es eterna su misericordia” (sal. 118,1). Así canta la Iglesia, en este segundo domingo de Pascua al contemplar al Señor Resucitado derramando sobre los apóstoles su paz y su alegría y confiándoles el ministerio de la misericordia divina: “Paz a vosotros. Como el Padre me ha enviado así os envío yo (...) Recibid el Espíritu Santo: a quienes les perdonéis los pecados les quedan perdonados; a quienes se los retengáis les quedan retenidos” (Jn.20,21- 23). Antes de pronunciar estas palabras Jesús les muestra sus manos y su costado. Les muestra las heridas de su pasión, sobre todo la herida de su corazón, fuente de la que brota la gran ola de misericordia que se derrama sobre la humanidad. De ese corazón, la santa polaca, Santa Faustina Kowalska verá salir dos haces de luz que iluminan el mundo. “Esos dos haces – le explica Jesús mismo – representan la sangre y el agua” (diario 299) . Sangre y agua que significan el bautismo y la Eucaristía.
Otra polaca, la hermana María Milagro, va a hacer hoy su profesión solemne, entregándose como esposa del Señor. Todos nos sentimos hoy muy felices y la Iglesia entera se siente feliz y le da gracias al Señor y pide por esta hija suya, que, por una gracia especial de Dios “ha decidido vivir únicamente para Dios en la soledad y en el silencio, en la oración asidua, en la generosa penitencia, en el trabajo humilde y en las obras santas, inmolándose, en comunión con María, por la Iglesia y por las almas” (Ritual n.51).
Es una vocación muy singular la de María Milagro. Una vocación difícil de entender en una cultura como la nuestra en la que los valores espirituales han quedado arrinconados para dar paso, casi únicamente, a una concepción de la vida centrada en lo material, lo útil, lo placentero, lo que no cuesta esfuerzo, lo pasajero. Una cultura que, en definitiva no quiere tener en cuenta a Dios, se olvida de Dios y olvidándose de Dios se olvida también del hombre y de su dignidad. Pero, vista desde la fe, es una vocación maravillosa. Podemos decir con las mismas palabras con las que Jesús se dirigía, en Betania, a María la hermana de Marta, que postrada a los pies del maestro escuchaba su palabra: María Milagro, eligiendo esta forma de vida, ha elegido la mejor parte y nadie se la podrá arrebatar. Ha elegido estar con el Señor, vivir para el Señor y tener al Señor como su único esposo. María Milagro ha escuchado en su corazón, como dirigidas especialmente a ella, esas preciosas palabras del salmo 44: “ Escucha, hija, mira: inclina el oído, olvida tu pueblo y la casa paterna: prendado está el rey de tu belleza, póstrate ante él que él es tu Señor”. Sí, María Milagro. El Señor, prendado de tu belleza, esa belleza que te regaló en el bautismo y que ha ido creciendo y engalanándose con las muchas gracias que, a lo largo de tu vida te ha ido concediendo, quiere, ahora, que seas sola para él. Quiere que seas su esposa. Tú para Él y Él para ti. Hoy el Señor hablándote en la intimidad pronunciará para ti las palabras del Cantar de los Cantares: “Ponme como sello sobre tu corazón, como un sello en tu brazo. Porque el amor es fuerte como la muerte; es cruel la pasión como el abismo; es centella de fuego, llamarada divina” (Cant. 8,6-7). Esa “llamarada “ del amor divino que un día sentiste en tu corazón, es la que hoy te mueve a entregarte totalmente al Señor. Y él no te va a defraudar. Todo lo contrario, Él va seguir llenando de amor tu corazón y, a partir de ahora de un modo excepcional. Dile que sí, sin ningún temor. “Sea el Señor tu delicia y él te dará lo que pide tu corazón”. “Oh llama de amor viva que tiernamente hieres de mi alma en el más profundo centro (…) Oh toque delicado que a vida eterna sabe” (San Juan de la Cruz). Por una gracia especial de Dios tu
sabes ya lo que significa esa “llama de amor viva” y aunque todavía sea, entre sombras, empiezas ya a gustar, en la oscuridad de la fe, la “vida eterna”. El mundo, nuestro mundo ciego y sordo a las cosas de Dios cree que lo que haces hoy es una locura; pero tú sabes muy bien y los que hoy te acompañamos también la sabemos que “ la locura de Dios es más sabia que los hombres y la debilidad de Dios es mas fuerte que cualquier poder humano (…) porque lo necio del mundo se lo escogió Dios para humillar a los sabios; y lo débil del mundo se lo escogió Dios para humillar a lo fuerte” (I Cor. 1,25 ss.)
Nuestra gran santa Teresa de Jesús describe así el día de su profesión religiosa, en el capítulo cuarto de libro de su Vida: “En tomando el hábito, luego me dio a entender el Señor cómo favorece a los que hacen fuerza por servirle… Me dio un tan gran contento de tener aquel estado que nunca jamás me faltó hasta hoy… dábanme deleite todas las cosas de la religión… y no había cosa que delante se me pusiese, por grave que fuese, que dudase en acometerla… Me acuerdo de la manera de mi profesión y de la gran determinación con que la hice”. Estoy seguro de que en estos momentos estas viviendo una experiencia parecida a la que nos describe la Santa. Dios manifiesta su presencia con una alegría inmensa, una alegría que el mundo es incapaz de ofrecer. Y junto, a esa alegría, junto a ese “gran contento”, una firme determinación de hacer, en todo momento la voluntad de Dios. Y esa alegría y esa determinación nunca jamás te van a faltar. Es verdad que Dios puede permitir momentos de tribulación y oscuridad, pero, incluso en esos momentos, podrás decir con el salmista. “ aunque pase por valle de tinieblas ningún mal temeré porque Tu vas conmigo y tu vara y tu callado me sosiegan”.
Muchos se preguntarán: ¿cuáles son los medios que la Iglesia pone en tus manos para vivir una vocación tan excepcional?. Pues son bien sencillos y a la vez bien inefables, son los medios que tú misma has pedido a Dios y a la Iglesia en el diálogo que hemos tenido antes. Unos medios que, puedes tener la certeza absoluta de que nunca te van a faltar Te preguntaba: “Hermana María Milagro ¿ qué es lo que pides a Dios y a su santa Iglesia?”. Y tu me has contestado: “ la misericordia de Dios, la pobreza de la Orden y la compañía de las hermanas en este monasterio de monjas carmelitas descalzas de la orden de la bienaventurada Virgen María del Monte Carmelo”.(cf. Ritual n.49). Estos tres medios van íntimamente unidos. Dios va a derramar continuamente su misericordia sobre ti haciendo que experimentes la libertad del corazón que da la pobreza y la caridad fraterna de una comunidad de hermanas, que, en su debilidad, alaban a Dios y cantan sus maravillas entregándole el don de toda su vida.
Todo esto va a ser posible por el don del Espíritu Santo. Hace un momento el evangelio nos hablaba del encuentro de Jesús resucitado con sus discípulos. Un encuentro que, como veíamos, les llena de paz y de alegría. Un encuentro en el que les entrega, para el enriquecimiento de toda la Iglesia, el don del Espíritu Santo. Déjate guiar por el Espíritu Santo. Fíate de Él, como se fió la Virgen María Y verás con asombro, todos los días, las maravillas de Dios. Verás al Dios de la misericordia entrañable. Verás, como la Virgen María, que lo que para los hombres es imposible para Dios es posible.
Vamos a pedir hoy, en este día de la Divina Misericordia, la intercesión de Sta. Faustina Kowalska, tan venerada por el papa Juan Pablo II. para que el Señor te vaya introduciendo, según su voluntad en los abismos de la misericordia divina.
Dentro de unos momentos escucharás la voz de la Iglesia que pide para ti el don del Espíritu Santo. La gracia del Espíritu irá realizando en ti lo que la fragilidad humana, herida por el pecado, es incapaz de realizar por sí misma. El Espíritu de Dios irá transformando tu vida y la irá configurando cada día más con Cristo: “Te pedimos Padre que envíes sobreesta hija tuya el fuego del Espíritu para que alimente siempre la llama de aquel propósito que Él mismo hizo germinar en su corazón. Resplandezca en ella, Señor, todo el esplendor de su bautismo y la ejemplaridad de una vida santa; que, fortalecida por los vínculos de la profesión religiosa se una a Ti en ferviente caridad. Sea siempre fiel a Cristo, su único esposo, ame a la Madre Iglesia con caridad activa y sirva a todos los hombres con amor sobrenatural, siendo para ellos testimonio de los bienes futuros y de la bienaventurada esperanza” (Ritual n. 60).
El Espíritu Santo ira haciendo crecer en ti una especial gracia de intimidad con el Señor, como se la hizo sentir a los apóstoles, Pedro, Santiago y Juan en el Monte Tabor A ella hace alusión la Exhortación Apostólica “Vita Consecrata”: “Una experiencia singular de la luz que emana del Verbo Encarnado es ciertamente la que tienen los llamados a la vida consagrada (…) En ellos encuentran particular resonancia las palabras extasiadas de Pedro: “Qué bueno es estarnos aquí, Señor” (…) Y, de esta especial gracia de intimidad surge en la vida consagrada, la posibilidad y la exigencia de la entrega total de sí mismo en la profesión de los consejos evangélicos. Estos, antes que una renuncia, son una específica acogida del misterio de Cristo, vivida en la Iglesia” (V.C. 15.16). “ En efecto, mediante la profesión de los consejos evangélicos la persona consagrada no sólo hace de Cristo el centro de su vida, sino que se preocupa de reproducir en sí misma, en cuanto es posible, aquella forma de vida que escogió el Hijo de Dios al venir al mundo. Abrazando la virginidad, hace suyo el amor virginal de Cristo y lo confiesa al mundo como Hijo Unigénito, uno con el Padre (Cf. Jn.10,30; 14,11); imitando la pobreza, la persona consagrada lo confiesa y reconoce como Hijo que lo recibe todo del Padre y todo lo devuelve en el amor (Cf.Jn.17,7.10). Y adhiriéndose con el sacrificio de la propia libertad al misterio de la obediencia filial, la persona consagrada confiesa y reconoce a Cristo como Aquel que se complace sólo en la voluntad del Padre (Cf. Jn.4,34) al que está perfectamente unido y del que todo depende” (V.C. 34).
Hoy es un día de verdadera fiesta y de acción de gracias no sólo en este monasterio, sino en toda la Iglesia: la Iglesia que peregrina en el mundo y la Iglesia que goza, ya, de la visión divina en el cielo.
Que todos salgamos fortalecidos en la fe. Y, cada uno, sintiendo hoy de una manera especial la llamada de Dios a la santidad, regresemos a nuestros hogares cantando las maravillas de Dios y, deseando con todo el corazón, hacer de Cristo el centro de nuestras vidas.
Que la Virgen María, Madre del Carmelo, que supo seguir siempre con docilidad las inspiraciones del Espíritu, interceda por nosotros. Amén
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VIGILIA PASCUAL - 2006
Esta es una noche santa de vela en honor del Señor. Lo mismo que los israelitas, en la noche de su salida de Egipto, podemos decir: “Esta noche será la noche de guardia en honor de Yahvé (...) por todas las generaciones” (Ex.12,42). Esta es la noche, en la que “rotas las cadenas la muerte, Cristo asciende victorioso del abismo” (Pregón). Noche de oración, noche acción de gracias, noche de esperanza. Nos unimos al gozo de la Iglesia universal que en esta noche celebra con júbilo el triunfo de su Señor Jesucristo.
La liturgia de la Palabra extensa y luminosa ha sido una memoria orante de las maravillas de Dios en la historia de la salvación. Una historia de salvación que se concreta y se hace íntima en la historia personal de cada uno de nosotros. También nosotros podemos decir que, en nuestra vida, hemos visto las maravillas de Dios.
La Palabra de Dios, en esta larga liturgia de la Palabra, nos ha invitado a contemplar en esta historia santa de la acción de Dios entre los hombres, las tres “noches”, en las que de una manera muy especial Dios nos ha manifestado su inmenso amor.
El libro del Génesis, en primer lugar, ha traído a nuestra memoria, la primera noche: la noche de Creación. “Al principio creó Dios el cielo y la tierra. La tierra era un caos informe sobre la faz del abismo (...) Y el aliento de Dos se cernía sobre la faz de las aguas. (Gen.1) Todas las criaturas fueron saliendo de la mano del Creador, llenas de bondad y de belleza, hasta llegar al hombre hecho, a su imagen y semejanza. “Él todo lo creo para que subsistiera, las criaturas del mundo son saludables, no hay en ellas veneno de muerte” (Sab.1,14).
Sin embargo, el hombre desobedeció a Dios y el veneno de muerte entró en el mundo. Pero ya en aquella primera noche de la creación empieza a vislumbrarse el misterio pascual . Y tras el drama del pecado, Dios inicia una historia de salvación para redimir al hombre caído. La Palabra divina, por medio de la cual todo fue creado, llegará un día, en que se hará carne, en las entrañas virginales de María, la nueva Eva, para salvarnos. Y si el primer Adán fue expulsado del paraíso, el nuevo Adán, Jesucristo, victorioso de la muerte, primicia de la nueva humanidad, hará posible que el hombre regrese al lugar para el que fue creado.
Siguiendo la narración de las maravillas de Dios, la Sagrada Escritura, nos habla de la segunda noche: la noche del Éxodo. Esa noche memorable en la que los hijos de Israel fueron liberados de la esclavitud del faraón. Es la noche de la libertad. “El Señor hizo soplar durante toda la noche un fuerte viento del este que secó el mar y se dividieron las aguas. Los israelitas entraron en medio del mar a pie enjuto. Mientras que las aguas formaban muralla a derecha e izquierda” (Ex. 14,21-22). El pueblo de Dios nació en este paso por las aguas de mar Rojo: nació de este bautismo en el mar Rojo, cuado experimentó la mano poderosa del Señor
que lo rescataba de la esclavitud y lo conducía a la anhelada tierra de la libertad. Realmente lo que sucedió en el Mar Rojo, no fue sino la profecía, el anuncio, de ese camino definitivo hacia la libertad que nos alcanzó el Señor Jesús, el nuevo Moisés, en su Pascua gloriosa, a la que nos incorporamos pasando por las aguas del bautismo. Cristo, en el bautismo, nos ha hecho pasar de la esclavitud del pecado a la libertad de los hijos de Dios Las aguas bautismales, nos incorporaron a la muerte de Cristo para alcanzar con Él, en su resurrección, la vida nueva, por la fuerza del Espíritu Santo. “Los que por el bautismo nos incorporamos Cristo, fuimos incorporados a su muerte. Por el bautismo fuimos sepultados con Él en la muerte, para que así como Cristo fue despertado de entre los muertos por la gloria del Padre, así también nosotros andemos en una vida nueva” (Rom.6,3-11)
Desde el principio la comunidad cristiana puso la celebración del bautismo en el contexto de la Vigilia Pascual. Aquí también , esta noche Ignacio y Laburana van a recibir el bautismo.
Ignacio. y Laburana esta noche, sumergidos con Jesús en su muerte, resucitarán con Él a la vida inmortal.
Os saludo con mucho cariño y doy las gracias a los catequistas que os han preparado. En virtud del bautismo vais a formar parte de la Iglesia, que es un gran pueblo, en camino, sin fronteras de lengua raza o cultura; un pueblo llamado a la fe, a partir de Abraham y destinado a ser bendición entre todas las naciones de la tierra (cfr. Gen. 12, 1-3). Permaneced fieles a Aquel que os ha elegido y entregadle, con mucha confianza, todo vuestro ser. Y tened la seguridad de que en Él encontrareis la plenitud de la vida..
También, en esta noche, todos nosotros, renovaremos nuestro bautismo. La liturgia nos invita a renovar las promesas de nuestro bautismo. El Señor nos pide que renovemos nuestra actitud de plena docilidad al Espíritu y de total entrega al servicio del Evangelio.
En esta noche de gracia, en la que Cristo ha resucitado de entre los muertos, celebramos sobre todo la tercera y definitiva noche. La noche que es culminación de todas las otras noches. Las noche que nos abre las puertas para el día que no tiene fin: la noche de la Resurrección del Señor. Después de la trágica noche del Viernes Santo, cuando “el poder de las tinieblas” (cf. Jn.8,12) parecía prevalecer sobre Aquel que es la “luz del mundo”, después del gran silencio del Sábado Santo, en el cual Cristo, cumplida su misión en la tierra, encontró reposo en el Misterio del Padre y llevó su mensaje de vida a los abismos de la muerte, ha llegado finalmente la noche que precede al gran día de la Resurrección.
Hoy, en la Iglesia, vuelve a resonar con fuerza el anuncio del ángel a las mujeres que iban al sepulcro para embalsamar el cuerpo de Jesús: “No os asustéis. ¡Buscáis a Jesús el Nazareno, el crucificado. No está aquí. Ha resucitado” (Mc. 16,1-7)
Con toda razón hemos cantado en el Pregón Pascual: “¡Qué noche tan dichosa, en que se unen el cielo y la tierra, lo humano y lo divino!”
Esta es la noche por excelencia de la alegría y de la gratitud. Y es la noche también de la espera confiada del cumplimiento pleno de las promesas, del Señor en nosotros, en la Iglesia y en el mundo. Y la noche, en la que cada uno de nosotros, hemos de afianzar nuestra fe y de asumir con fortaleza nuestros compromisos bautismales. Es la noche, de la misión y del envío.
Hoy, todos nosotros, gozosos de la vocación a la que el Señor ha querido llamarnos, hemos de sentir el deseo de proclamar al mundo, que sigue todavía en la tinieblas, el gozo de la resurrección de Cristo y las maravillas que Él ha querido realizar en nosotros.
Los que hemos sido llamados al ministerio apostólico renovemos hoy nuestro compromiso de hacer presente entre los hombres el amor de Jesucristo, Buen Pastor, que da la vida por los suyos y busca con pasión a la oveja perdida. Y entreguémonos a ellos de tal manera que el Pueblo de Dios vea siempre en nosotros la imagen viva de Cristo Resucitado en la Palabra que anunciamos y en los Sacramentos que, en nombre de Cristo celebramos, especialmente en la Eucaristía, memorial perpetuo de su muerte y resurrección.
Los consagrados renovad, ante el Señor Resucitado, vuestro respuesta agradecida a la llamada que un día os hizo Dios para una vida de especial intimidad con Él. Mostrad con vuestra forma de vivir que el amor de Dios llena vuestra existencia y que ese amor os empuja gozosamente a entregaros constantemente al bien de los hermanos. Pedid a Dios que vuestra vida sea para la Iglesia y parra el mundo signo profético de aquel día en el que Dios lo será todo para todos.
Los que habéis sido llamados a la vida matrimonial vivid vuestro matrimonio como vocación de santidad. Y escuchad la voz de Dios que os anima en esta noche, con una fuerza especial , a realizar esa vocación de santidad. El matrimonio es el fundamento de la familia. Haced de vuestras familias, verdaderas Iglesia domésticas, en las que, por vuestro testimonio y con la gracia de Dios, la fe sea trasmitida a vuestros hijos con toda su fuerza humanizadora; y vuestros hogares, como el hogar de Nazaret, sean focos de luz y de esperanza para nuestro mundo. Pedid a Dios que el amor que os une y el amor que tenéis a vuestros hijos sea para ellos, signo de ese amor primero y gratuito que de sentido a sus vidas y sea signo, sobre todo, del amor divino que les invita y les da fuerza para vivir como verdaderos hijos de Dios.
Los jóvenes sentid con mucha fuerza, al renovar vuestro bautismo en esta Vigilia Santa, que en Cristo encontraréis siempre al amigo que no engaña y que os dará siempre las respuestas auténticas a vuestros grandes deseos de felicidad, de verdad, de belleza y de amor. Pensad que Dios os llama para ser verdaderos protagonistas de la gran tarea de la evangelización de los jóvenes, tan urgente en nuestra diócesis. Sabed que sólo siguiendo a Jesucristo encontraréis la alegría que llena el corazón; esa alegría que brota de un vida generosa que se entrega a los hermanos y es capaz de superar las dificultades y de vencer el pecado porque cuenta con la fortaleza de aquel Espíritu que un día recibisteis en vuestra confirmación para ser testigos de Cristo en la Iglesia y en el mundo.
Los mayores, con la experiencia que dan los años y la fidelidad a Cristo, tenéis que sentiros hoy muy felices, sabiendo que el Señor sigue contando con vosotros para ser auténticos maestros de esa sabiduría que viene de Dios. Esa sabiduría tan necesaria hoy, entre nosotros capaz de mostrar los verdaderos valores que ayudan al hombre a caminar con paz en medio de las alegrías y los sufrimientos de este mundo. Ayudad a todos, con vuestro ejemplo, a vivir abrazados a la cruz de Cristo, descubriendo en ella la puerta que conduce a la vida verdadera.
Todos, en esta Noche Santa hemos de sentirnos impulsados, como aquellas mujeres que fueron al sepulcro de Jesús, a anunciar la feliz noticia de la resurrección del Señor.
Cristo ha resucitado. Cristo vive. Aleluya, Aleluya. “Este es el día en que actuó el Señor, sea nuestra alegría y nuestro gozo”. Amen