SALUDO DEL NUEVO OBISPO AUXILIAR DE GETAFE
MONS. JOSÉ RICO PAVÉS
21 de septiembre de 2012

En vos confío. Acudir a este Santuario es renovar la confianza en el Amor de Cristo que todo lo puede. A los pies de esta emblemática imagen del Sagrado Corazón de Jesús, celebrando la fiesta del apóstol san Mateo, la Iglesia diocesana de Getafe recibe en mi persona a un nuevo obispo auxiliar. Como estrecho colaborador del obispo diocesano, la Iglesia me encomienda ser, de forma plena, amor del Corazón de Cristo para todos. Permitidme, pues, que mis primeras palabras como obispo sean una oración confiada a Jesucristo, Principio y Fin, Señor de todos, cuyo Corazón traspasado por nuestra salvación es el símbolo del amor infinito que Él tiene al Padre y a cada uno de nosotros.

Queridos don Joaquín, Sres. Cardenales y obispos, sacerdotes, diáconos, seminaristas, personas consagradas, fieles laicos; muy dignas autoridades civiles y militares: representantes de la Comunidad de Madrid, alcaldes y miembros de las corporaciones municipales de la diócesis de Getafe y de Toledo, autoridades del Ejercito, de la Guardia Civil y de la Policía Nacional, autoridades académicas de las Universidades que tenésis sedes en esta diócesis, hermanos todos en el Señor.

Sepan todos que nuestro Dios es Amor. Cuando la Iglesia se dispone a entrar en el Año de la fe, convocado por Benedicto XVI, las palabras de san Juan de Ávila que han inspirado el mensaje de los obispos españoles con motivo de su próxima declaración como Doctor de la Iglesia, deseo que inspiren también mis palabras de agradecimiento en esta tarde. En el conocimiento de esta Verdad está la vida; para proclamar esta Verdad hemos sido enviados. Pero, ¿cómo conseguir que todos, creyentes y no creyentes, lleguen a saber que Dios es Amor? Dejadme que os proponga tres caminos, a través de los cuales expresar mi gratitud en este día: primero, mirar el momento presente con esperanza; segundo, descubrir en el encuentro con Cristo la fuente de la alegría plena; y tercero, no olvidar la fuerza de las lágrimas.

Mirar el momento presente con esperanza

La esperanza es como ancla del alma, recuerda la Carta a los Hebreos, que en medio de las dificultades de este mundo nos permite caminar firmes hacia los bienes eternos. Cuando comuniqué a mis padres que el Papa me había nombrado obispo auxiliar de Getafe, reaccionaron con alegría y, casi con idénticas palabras, manifestaron en seguida su preocupación: No son tiempos para ser obispo, me dijeron. En su preocupación reconozco la solicitud de unos padres que sienten como propias las inquietudes de sus hijos: se alegran con sus alegrías, sufren con sus sufrimientos, y prefieren para ellos el bien exento de todo riesgo. Quizás entonces no lo sabían, pero una vez más, con su reacción me han enseñado a responder con generosidad al Señor. La alegría por un bien que se manifiesta, no debe ocultar la gravedad de la responsabilidad que entraña. Mirar con esperanza el momento presente requiere aprender continuamente del corazón de unos buenos padres. Con corazón de padre y madre deseo abrazar de modo especial a
quienes sufren de manera angustiosa las penurias materiales y morales de la actual situación de crisis. En un momento como el actual, que Benedicto XVI ha calificado “de profunda crisis de fe”, la esperanza que viene de lo alto me lleva a reconocer el poder del Amor de Dios, que es siempre más fuerte que las crisis de los hombres. Hoy reconozco este amor en quienes me acompañáis en esta celebración o lo hacéis unidos desde la oración. Me presento ante vosotros de una manera nueva: al mostrarme como obispo bien sabéis que estoy revestido de vuestro afecto. Doy gracias a Dios por todos vosotros que me demostráis a diario la belleza de vivir en la comunión de la Iglesia. Gracias a Dios por mis padres y mi familia, iglesia de casa, donde he despertado a la fe y he crecido compartiendo la alegría de creer. Gracias a la Asociación privada de fieles Acys, de la diócesis de Granada, donde comencé las tareas apostólicas hasta que el Señor me llamó a seguirle unido a Él como sacerdote; a los padres jesuitas Javier
Rodríguez Molero y Cándio Pozo. Gracias a mi queridísima diócesis de Toledo. No me cansaré de repetir que a ella debo todo en mi vida sacerdotal. Gracias a sus fieles laicos y consagrados, que me sostienen con su afecto y oración, especialmente los de las parroquias de Ntra. Sra. de la Purificación, en Nambroca, y de Santo Tomé, en Toledo. Gratitud muy especial a los seminaristas de Toledo, a mis hermanos sacerdotes, a los arzobispos titulares y a sus obispos auxiliares, desde el Cardenal Don Marcelo, hasta Don Braulio, pasando por los cardenales Don Francisco Álvarez y Don Antonio Cañizares. Como ya dije el día que se hizo público mi nombramiento episcopal, ruego al Señor que me conceda ser digno obispo de Don Marcelo, en cuya escuela deseo seguir aprendiendo. Gracias también a quien de forma inmerecida me ha regalado en la Iglesia
su amistad fraterna y sacerdotal; a los centros académicos de Toledo, Roma, Madrid y Barcelona donde he compartido el gozo de servir a la fe del Pueblo de Dios desde la labor teológica. Mi agradecimiento a cuantos trabajan en la Casa de la Iglesia, sede de la Conferencia Episcopal Española, espacio privilegiado para fortalecer los vínculos de la comunión eclesial colaborando con personas admirables. Permitidme que recuerde en esta tarde a dos de ellas cuya compañía experimento desde el Cielo: la Hermana Julita y el sacerdote José Luis Moreno. Gracias, en fin, a la que desde ahora considero ya mi diócesis de Getafe: a don Joaquín, que con bondad extrema, me ha acogido como padre y hermano; a cuantos han preparado con esmero cada uno de los detalles de esta celebración; al coro diocesano, a los maestros de ceremonia; a las consagradas de los monasterios de clausura y de vida activa de esta diócesis, que me regalan el bien
inmerecido de su vida de oración y entrega al Señor. La gratitud se convierte en
compromiso al recordar que nuestro obispo nos ha convocado a una Gran Misión
Diocesana, con motivo del 25 aniversario de la creación de la Diócesis de Getafe.
Pidamos al Señor que derrame su copiosa bendición sobre nuestra Diócesis, para que llenos de amor por el hombre, con la antorcha de Cristo en la mano, impulsemos con decisión la nueva evangelización.

El segundo camino que os propongo para que todos sepan que Dios es amor, es el camino del encuentro con Jesucristo como fuente de alegría plena. Urgidos por el Santo Padre a descubrir de nuevo la alegría de creer y el entusiasmo de comunicar la fe, ruego a Dios nuestro Padre que me conceda, por el don del Espíritu Santo, poner en el centro de mi futuro ministerio episcopal las palabras de su Hijo Jesucristo: Os he hablado de esto para que mi alegría esté vosotros (ut gaudium meum in vobis) y vuestra alegría llegue a plenitud (Jn 15, 11). Puesto que la alegría brota espontánea en quien se sabe sostenido por el Amor más grande, os ruego que pidáis al Señor que me conceda, con mis palabras, pensamientos y afectos llevar a otros al encuentro con Cristo, de modo que viva mi nuevo ministerio episcopal como servidor de vuestra alegría (2 Co 1, 24).

El tercer camino, finalmente, que os propongo –el poder de las lágrimas- pasa por recordar una experiencia personal. Como bien sabéis, hoy empieza para mí el colegio, episcopal, sí, pero colegio. Cuenta mi madre que mi primer día de colegio no me quejé, me separé de ella dejándome llevar hasta el aula; no dije nada, pero por mi mejilla corrió una lágrima. Desde aquella lágrima ha pasado ya mucho tiempo. Ahora mi madre la Iglesia me introduce en otro colegio, el de los obispos, sucesores de los apóstoles. En esta tarde me rodean con su afecto y oración, los presentes y los ausentes, mis nuevos hermanos, “maestros y compañeros de clase”, a quienes dirijo de forma muy especial más gratitud de la que sé expresar. Permitidme que recuerde en esta tarde al muy querido Don Eugenio Romero Pose, cuyo amor alegre a la Iglesia quiero tener siempre
como referente. Durante los años de trabajo en la Conferencia Episcopal he sido objeto de vuestras continuas atenciones y de bondadosa paciencia. Os ruego en esta tarde que sigáis teniendo paciencia conmigo, que me acojáis en vuestro colegio y que me ayudéis a compartir las cargas. De aquella lágrima del primer día de colegio, pido al Señor con vosotros que me conceda lágrimas en favor de las almas. En un hermoso texto que el Obispo de La Calzada - Logroño me ha regalado con su felicitación, leo el consejo de san Juan de Ávila a un nuevo obispo antes de ocupar su sede: “Aprenda vuestra señoría a ser mendigo delante del Señor y a importunarle mucho, presentándole su peligro y el de sus ovejas; y, si verdaderamente se supiere llorar a sí y a ellas, el Señor, que es piadoso –No llores (Lc 7, 13)-, le resucitará su hijo muerto, porque, como a Cristo costaron sangre las almas, han de costar al prelado lágrimas” (Carta 177, Obras Completas IV, 589). Dichoso el obispo que al final de sus días puede hacer suyas las palabras de san Gregorio Nacianceno: “Me recogeré todo en Dios. Ya no me afectarán las lenguas humanas más que ráfagas de viento. Estoy cansado de las voces del que me denigra o del que me enaltece más de lo debido. Busco la soledad, un lugar inaccesible al mal, donde con una mente unificada busque a mi Dios y aliviar mi senectud con la dulce esperanza del cielo. ¿Qué le dejaré a la Iglesia? ¡Le dejaré mis lágrimas! Dirijo mis pensamientos a la morada que no conoce el ocaso, a mi amada Trinidad, única luz, de la cual la sola sombra oscura ahora me conmueve” (San Gregorio Nacianceno, Poemata de se ipso, XI: PG 37, 1154-1155).

Muy querido don Joaquín, queridos sacerdotes, personas consagradas y fieles seglares de la diócesis de Getafe, ayudadme a ser vuestro obispo auxiliar. A todos digo desde ahora, con las palabras que inspiraron el ministerio ejemplar del primer obispo de esta diócesis, Don Francisco José Pérez y Fernández Golfín: Muy gustosamente me gastaré y me dejaré desgastar por vuestras almas (2 Co 12, 15).

Confío el inicio de mi ministerio episcopal a la poderosa intercesión de la Bienaventurada Virgen María, Nuestra Señora de los Ángeles, de quien quiero ser su esclavo, y al auxilio de Santa Maravillas de Jesús, de San Benito Menni y de los Beatos Mª. Ángeles de san José, Faustino Míguez y Jacinto Hoyuelos.

Que el Señor os bendiga.