Carta de D. Joaquín Mª López de Andújar, Obispo de Getafe,  con Motivo del Día de la Iglesia Diocesana.
17 de noviembre de 2013
La Iglesia con todos, al servicio de todos.


Todos tenemos una idea básica del Bien Común. Por Bien Común se entiende la suma de aquellas condiciones de la vida social, mediante las cuales, los hombres –los grupos y cada uno de sus miembros- pueden conseguir con mayor plenitud y facilidad su propia perfección. Precisamente, el Estado tiene como fin principal la consecución del Bien Común, del Bien de los ciudadanos.

Como toda sociedad, la comunidad política tiene como principio fundamental de ser el fin al que todos deben colaborar. Esto exige de todos –autoridades y ciudadanos- una actitud de activa colaboración hacia el fin propio de la comunidad política, como bien que es común a todos: el bien común.
La Doctrina Social de la Iglesia nos habla con precisión del Bien Común; algunos textos del Concilio Vaticano II y del magisterio reciente, explican su contenido y alcance.

El Bien Común del género humano se rige primariamente por la ley eterna, pero en sus exigencias concretas, durante el transcurso del tiempo, está sometido a continuos cambios. Por otra parte, la interdependencia cada vez más estrecha y su progresiva universalización hacen que el Bien Común –esto es, el conjunto de condiciones de la vida social que hacen posible a las asociaciones y a cada uno de sus miembros el logro más pleno y más fácil de la propia perfección- se amplíe cada vez más e implique por ello derechos y obligaciones que miran a todo el género humano.

La Iglesia, que tiene los mismos sujetos que el Estado, busca el Bien Común; en virtud de su compromiso evangélico, se siente llamada a estar junto a esas multitudes pobres, a discernir la justicia de sus reclamaciones y a ayudar a hacerlas realidad sin perder de vista el bien de los grupos en función del Bien Común. A ello contribuyen sus miembros, “ciudadanos de las dos ciudades”, cada uno en su sitio, en el cumplimiento de las obligaciones propias de su vocación y estado: fieles laicos, religiosos, sacerdotes. Anima a practicar la solidaridad, que no es un sentimiento de vaga compasión o de superficial enternecimiento por los males de tantas personas, cercanas o lejanas; sino la determinación firme y perseverante de empeñarse por el Bien Común; es decir, por el bien de todos y cada uno, para que todos seamos verdaderamente responsables de todos.

El papa Francisco en la Encíclica Lumen fidei  nos habla de la fe y el bien común; es más: la fe es un “bien común”: “Por su conexión con el amor, la luz de la fe se pone al servicio concreto de la justicia, del derecho y de la paz. La fe nace del encuentro con el amor originario de Dios, en el que se manifiesta el sentido y la bondad de nuestra vida, que es iluminada en la medida en que entra en el dinamismo desplegado por este amor, en cuanto que se hace camino y ejercicio hacia la plenitud del amor. La luz de la fe permite valorar la riqueza de las relaciones humanas, su capacidad de mantenerse, de ser fiables, de enriquecer la vida común. La fe no aparta del mundo ni es ajena a los afanes concretos de los hombres de nuestro tiempo. Sin un amor fiable, nada podría mantener verdaderamente unidos a los hombres. La unidad entre ellos se podría concebir sólo como fundada en la utilidad, en la suma de intereses, en el miedo, pero no en la bondad de vivir juntos, ni en la alegría que la sola presencia del otro puede suscitar. La fe permite comprender la arquitectura de las relaciones humanas, porque capta su fundamento último y su destino definitivo en Dios, en su amor, y así ilumina el arte de la edificación, contribuyendo al bien común. Sí, la fe es un bien para todos, es un bien común; su luz no luce sólo dentro de la Iglesia ni sirve únicamente para construir una ciudad eterna en el más allá; nos ayuda a edificar nuestras sociedades, para que avancen hacia el futuro con esperanza. (…) Las manos de la fe se alzan al cielo, pero a la vez edifican, en la caridad, una ciudad construida sobre relaciones, que tienen como fundamento el amor de Dios” (n. 51).

A veces, para lograr el Bien Común hay que sacrificar algo, cada uno tiene que ceder en algo; mejor dicho: ser generoso, servicial, entregarse, ayudar a los demás.
En definitiva: “Ayuda a la Iglesia, ganamos todos”.