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VIGILIA PASCUAL - 2008

Acabamos de escuchar en el Evangelio de S. Mateo el anuncio gozoso de la resurrección de Jesucristo. “De pronto tembló fuertemente la tierra, pues un ángel del Señor, bajando del cielo y acercándose, corrió la piedra y se sentó encima. Su aspecto era como de relámpago y su vestido blanco como la nieve”.

El evangelista quiere que comprendamos que la resurrección de Cristo marca el comienzo de una nueva creación. En la resurrección de Jesucristo se produce un salto decisivo en la historia de la humanidad. Es el salto hacia un orden completamente nuevo, que afecta a toda la historia. Jesús, en cuanto hombre, en su naturaleza humana ha muerto, ha sido destruido. Pero ese Jesús, hombre, igual que nosotros, en su naturaleza humana y por tanto sometido al poder de la muerte, es al mismo tiempo el Hijo de Dios. La naturaleza humana de Cristo está unida “sin confusión, sin cambio, sin división, sin separación” (Concilio de Calcedonia) a la persona divina del Verbo. El hombre Jesús es uno con el Dios vivo, esta totalmente y plenamente unido a Él, forma con Él una única persona divina. En Cristo, la humanidad está unida en un abrazo íntimo con Aquel que es la Vida misma. La vida humana de Jesús no era solamente suya. Existía entre Jesús y el Dios vivo una comunión existencial. Por eso Jesús pudo dejarse matar por amor, pudo sufrir como hombre en la cruz, horribles tormentos, pudo dejar que el pecado de los hombres se cebara en Él cruelmente; pero el ser de Jesús, la existencia de Jesús, estaba insertada en Dios y por eso la muerte no podía tener dominio sobre Él. Jesús pudo permitir que los hombres le mataran, pero en esa muerte suya, la muerte fue vencida y el poder de la muerte fue destruido, porque en Él, como Hijo de Dios que era, como Persona divina que era, estaba presente el carácter definitivo de la vida. “En Él había Vida”. Él era una sola cosa con la Vida indestructible, de modo que, como en una nueva creación, la Vida brotó en Él a través de la muerte.

La resurrección de Jesús fue como un estallido de luz, como una explosión de amor infinito, que inauguró, para la humanidad, una nueva dimensión del ser, un nuevo modo de vivir, una nueva realidad humana, en la que todo quedaba perfectamente integrado, tal como fue la voluntad primera del Dios Creador: lo espiritual y lo material, lo personal y lo comunitario, la vida y la muerte, lo divino y lo humano. Así lo hemos cantado en el Pregón Pascual: “Esta es la noche en la que Cristo asciende victorioso del sepulcro (...) Qué noche tan dichosa. Sólo ella conoció el momento en que Cristo resucitó de entre los muertos (...) Esta noche ahuyenta los pecados, lava las culpas, devuelve la inocencia a los caídos, la alegría a los tristes, expulsa el odio, trae la concordia y doblega a los poderosos”.

En la resurrección de Cristo se produce el paso de un modo de existencia a otro completamente nuevo. Los centinelas que custodiaban el sepulcro, dice el evangelio, que se quedaron aterrados ante lo que sucedía: “Los centinelas temblaron de miedo y quedaron como muertos”. Ellos, que quería impedir ese nuevo modo de existencia, se quedan espantados ante lo que ven. Sin embargo las mujeres que acuden al sepulcro, aunque al principio están asombradas, no han de tener ningún miedo, porque lo que acaba de ocurrir, es un acontecimiento de salvación. Así lo relata S. Mateo: “El ángel dice a las mujeres: vosotras, no temáis, ya se que buscáis a Jesús, el crucificado, . No está aquí, ha resucitado, como había dicho, venid a ver el sitio donde yacía”

Y el evangelista refiere, a continuación, que el mismo Jesús les sale al encuentro. El Señor Resucitado quiso reservar su primera aparición a las mujeres. Los cuatro evangelistas están de acuerdo en este punto. Cuando todos huían, Jesús había sido amado y acompañado con una fidelidad ejemplar por aquellas mujeres. Y ahora quiere recompensarlas siendo las primeras en verle resucitado. Y el Señor se dirige a ellas con un saludo que expresa el primer fruto de la resurrección: “Alegraos”. La resurrección es fuente de alegría. La resurrección de Jesús nos trae la alegría que llena nuestra vida, nos da seguridad y esperanza y nos hace capaces de superar todos los obstáculos.

Pero ¿cómo puede llegar a nosotros, ese gozo y ese nuevo modo de vivir que nos trae la resurrección de Cristo? ¿Cómo puedo yo entrar en esa nueva creación que quita todos los miedos y nos llena de paz? ¿Cómo puedo yo participar en la humanidad resucitada y gloriosa de Cristo?

La respuesta nos la da S. Pablo en su carta a los romanos. Yo puedo insertarme en la humanidad resucitada de Cristo por el bautismo. Yo puedo incorporarme a Cristo, vencedor de la muerte, por el sacramento del bautismo. Por el bautismo nos insertamos en la resurrección de Cristo y entramos en el dinamismo de vida de Jesucristo Resucitado. El bautismo, nos dice el apóstol, es una incorporación a Cristo: una incorporación a la muerte y a la resurrección de Cristo: “Los que por el bautismo nos incorporamos a Cristo, fuimos incorporados a su muerte (...) para que así como Cristo fue despertado de entre los muertos, así también nosotros andemos en una vida nueva”. Por el bautismo entramos en la vida nueva de Jesús resucitado.

Por eso esta noche en la que la Iglesia celebra la resurrección del Señor es también la noche del bautismo. Y por eso en ella un grupo de catecúmenos recibirá el bautismo y todos nosotros junto a ellos renovaremos nuestras promesas y compromisos bautismales.

Queridos catecúmenos, os habéis venido preparando para este momento con muchos deseos de conocer a Jesucristo, de amarle y de seguirle. El Espíritu del Señor os ha ido guiando para uniros en este día de una manera definitiva e irrevocable al Señor. Hoy se va a producir en vosotros una verdadera transformación.

Lo que ocurre en el bautismo es algo admirable. En el Bautismo nos abandonamos llenos de confianza en las manos de Cristo, depositamos nuestra vida en las manos del Señor. En el bautismo nos entregamos a Él, hasta el punto de poder decir con S. Pablo: “Vivo yo, pero no soy yo, es Cristo quien vive en mi”. Por el bautismo podemos decir que se me quita el propio “yo”, el “yo” herido por el pecado, el “yo” incapaz de encontrar por sí mismo el camino de la felicidad, ese “yo”, sin esperanza, que se olvida de Dios y quiere satisfacer todos sus deseos sólo con los bienes materiales. Ese “yo” pecador muere en el bautismo, para ser insertado en Aquel que da la vida. Y así podemos decir que en el bautismo nace un nuevo “yo”; el “yo” de una existencia unida a Cristo. Por eso Pablo que ha vivido esta experiencia no se cansa de decir: “Vivo yo, pero nos soy yo es Cristo quien vive en mi” “Para mi la vida es Cristo y morir una ganancia”. En el bautismo se libera nuestro “yo” del aislamiento y de la soledad, para encontrarse con la inmensidad del amor de Dios. Por el bautismo entramos en ese manantial de vida que es la resurrección de Cristo y quedamos asociados al modo de vida del Señor resucitado. Él, como primogénito de una humanidad reconstruida y restaurada, salió del sepulcro y nosotros, por el bautismo, transformados por Él , nos unimos a esa humanidad nueva y, llenos del Espíritu del Señor, somos llamados a renovar la creación entera, devolviéndole la belleza con la que esa creación salió de las manos del Creador.

Pero hay algo más. Algo que da a nuestra vida un valor de eternidad. Algo que nos llena de esperanza y nos hace capaces de afrontar con decisión nuestra vocación de santidad y de entrega total a Dios y a los hermanos. Si nos abandonamos en las manos de Cristo de este modo, con esta confianza, aceptando esa muerte de nuestro “yo”, egoísta y pecador, eso significa que entramos en un modo de vivir, en el que desaparecen hasta las mismas barreras de la muerte. Para los que viven en Cristo la muerte ya no es un muro infranqueable. Tanto antes como después de la muerte estamos con Cristo. A un lado y a otro de esa barrera estamos con el Señor. Por eso decimos en el Credo, que hoy volveremos a proclamar. “Creo en la resurrección de los muertos y en la vida eterna”. Cristo resucitado ha conquistado para nosotros la vida eterna. Nuestra herencia es la vida eterna. Nuestra patria es el cielo. Y el Cielo es vivir en el Señor. El cielo es estar con el Señor. Un cielo que comienza ya aquí. Cuando vivimos con Cristo y estamos con Él , podemos decir con S. Pablo: “Ninguno de nosotros vive para sí mismo, y ninguno muere para sí mismo. Si vivimos, vivimos para el Señor, si morimos, morimos para el Señor. En la vida y en la muerte somos del Señor”

Esta es la alegría de la Vigilia Pascual. La resurrección de Cristo no ha pasado. La resurrección de Cristo, por el bautismo, nos ha alcanzado a todos nosotros y ha impregnado de vida nueva y de nueva juventud, todo nuestro ser.

En esta fuente inagotable de vida que es el Señor resucitado, se fundamenta nuestra esperanza y, dentro de la vocación universal a la santidad a la que todos somos llamados, encuentran sentido todas las vocaciones cristianas.

Que en este día los sacerdotes renovemos nuestro compromiso de fidelidad al Señor sirviendo al pueblo de Dios con el corazón de Jesucristo Buen Pastor; y los consagrados confirmen ante el Señor su vocación de ser signo, para el mundo, de los bienes definitivos; y los matrimonios, a la luz de Cristo resucitado, sientan la llamada del Señor a ser signo ante el mundo, y sobre todo ante sus hijos, del amor fiel e irrevocable de Jesucristo a su Iglesia; que los jóvenes pongan su corazón en Cristo sabiendo que sólo en Él encontrará respuesta su anhelo de felicidad y de vida. Y que todos nosotros, toda la Iglesia, sintamos, como aquellas mujeres que vieron al resucitado, la invitación de Jesús a anunciar a la humanidad entera el gozo inmenso de la resurrección de Cristo.

Unidos a María, nuestra Madre, en el gozo de la Pascua, llevemos a todos los hombres un mensaje de paz y abramos los brazos a todos nuestro hermanos para construir juntos, esa humanidad nueva en la que la violencia, que continuamente nos amenaza y nos golpea, sea vencida, Cristo sea nuestro único guía y Señor y todos los hombres, desde el momento mismo de su concepción y hasta su muerte natural, sean respetados en su dignidad inviolable , y amados con el mismo amor con el Dios nos ama a todos. Feliz Pascua de Resurrección . Cristo ha resucitado. Aleluya. Amen.

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