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Homilía de D. Joaquín María López de Andújar, Obispo de Getafe, en la Solemnidad de Santa María Madre de Dios, el día 1 de enero de 2008, en la Catedral de Santa María Magdalena, en Getafe.

La iglesia nos invita hoy, primer día del año, a celebrar a María Madre de Dios y, a la vez, nos presenta los mejores deseos para el año que comienza y nos propone la Jornada Mundial de Oración por la Paz. Todos estos diferentes aspectos de la Solemnidad de hoy están perfectamente unidos a María. Ella es la Madre de Dios, la Reina de la paz; Ella es la que nos trae los mejores deseos del Señor para el año que comenzamos; y Ella es la que infunde en nosotros serenidad, paz, alegría y, sobre todo, amor.

La primera lectura, tomada del libro de los Números (6,22-27), es una preciosa oración de bendición. La bendición es un deseo de bien. Pero un deseo de bien que se basa en la relación con Dios. Sin relación con Dios es imposible que haya bienes verdaderos para las personas. Bendecir es poner a la persona en relación con Dios para que así, unida al Señor, oriente su vida hacia el Bien Supremo, fuente de todos los bienes. Por eso el sacerdote dice al bendecir: “El Señor te bendiga y te guarde, el Señor te muestre su Rostro radiante y tenga piedad de ti; el Señor te muestre su Rostro y te conceda la paz”. Realmente si queremos que el nuevo año sea verdaderamente feliz y próspero debemos estar muy atentos a esta relación con Dios, debemos desear que el nombre del Señor se invoque verdaderamente sobre nosotros no sólo con una fórmula, sino con una adhesión plena de nuestro corazón y nuestra mente a su voluntad amorosa.

La Virgen María, Madre del Señor, es la que mejor puede acercarnos a esa relación amorosa con Dios. Ella nos dice como en Caná: “haced lo que Él os diga” (Jn 2,5). Ella que, como madre sólo quiere nuestro bien, nos enseña a ser dóciles al Señor, porque por medio de esa docilidad nos vendrán todas las bendiciones.

La segunda lectura presenta el único texto de S. Pablo que habla de María y la presenta como aquella que concibió en su seno al Hijo de Dios: “Cuando se cumplió el plazo, envió Dios a su Hijo, nacido de mujer (...) para que rescatase a los que estaban sometidos a la Ley y nosotros recibiéramos el ser hijos por adopción” (Gal 4,4-5). La Redención fue posible porque María fue dócil al Espíritu: María, por su docilidad al Espíritu, hizo posible el Misterio de la Encarnación. Fue una mujer, María, llena del Espíritu de Dios, bendita entre todas las mujeres, la que nos trajo al Salvador. María fue Madre de Dios por obra del Espíritu Santo. Por eso podemos decir que María con su maternidad nos obtiene el don del Espíritu Santo para que nosotros podamos entrar en relación filial con el Padre y vivir todos los acontecimientos que nos vengan, este año y todos los años, en íntima comunión con el Padre, acogiendo el amor del Padre, sintiéndonos seguros y llenos de esperanza en el amor del Padre: “De modo que ya no eres esclavo, sino hijo; y si eres hijo, también heredero, heredero de Dios y coheredero con Cristo” (Gal 4,7). Esto es algo admirable que nos llena de gozo: vivir como hijos de Dios, íntimamente configurados con Cristo, el hijo de María, por el don del Espíritu Santo.

El evangelio de hoy, que es el mismo que fue proclamado el día de Navidad, nos invita a contemplar a los pastores que se dirigen sin vacilaciones al Portal de Belén, donde van encontrar a María, José y el Niño, acostado en un pesebre (cf. Lc 2,16-21). Este encuentro de los pastores con María y con el Niño nos hace comprender el sentido profundo de la maternidad de María. Ella dio a luz a su Hijo que es el Hijo de Dios. Y nos lo entrega a nosotros en una situación de extrema pobreza y debilidad. Parece como si al entregárnoslo nos dijera: ¡cuidadlo! Nos lo entrega acostado en un pesebre, nos lo ofrece para que también nosotros lo disfrutemos y lo cuidemos y se lo ofrezcamos al mundo. María entrega a su Hijo a los hombres como Salvador y Señor y nos lo entrega también como Príncipe de la Paz: el único que puede traer a los hombres la plenitud de la paz.

Por eso, en este día, la Iglesia nos invita a rezar por la paz. Y el Santo Padre, Benedicto XVI, nos ofrece para nuestra reflexión, en esta Jornada Mundial de oración por la paz, un mensaje, que este año tiene por título: “Familia humana, comunidad de paz”. En este mensaje el Papa nos hace comprender algo que en estos días, especialmente en el multitudinario encuentro de las familias del pasado día treinta, en la Plaza de Colón en Madrid, estamos viviendo con gran intensidad: que para alcanzar la paz en el mundo, para que haya tranquilidad y concordia en nuestra sociedad es necesario cuidar la familia y protegerla y afianzarla, porque la familia es el fundamento más sólido para alcanzar la paz.

Y así, el Papa nos va recordado en su Mensaje aspectos esenciales de la familia que hemos de cuidar especialmente. “la familia natural, en cuanto comunión íntima de vida y de amor, fundada en el matrimonio entre un hombre y una mujer es el lugar primario de humanización de la persona y de la sociedad la cuna de la vida y del amor” (n. 2).

En la familia se experimentan y viven valores que son esenciales para la paz. “La justicia y el amor entre hermanos y hermanas, la función de la autoridad manifestada por los padres, el servicio afectuoso a los miembros más débiles, porque son pequeños, ancianos o están enfermos, la ayuda mutua en la necesidades de la vida, la disponibilidad para acoger al otro y, si fuera necesario, para perdonarlo” (n. 3).

Y, de esta manera, la familia se convierte en la primera e insustituible educadora de la paz, y la célula primera y vital de la sociedad, así como el fundamento mismo de la sociedad. Cuando hay una vida familiar sana y auténtica todo el lenguaje familiar es un lenguaje de paz, un lenguaje que se aprende desde niño, antes que en las palabras, en los gestos y miradas del padre y de la madre, que viven para sus hijos y se sacrifican por ellos y les ofrecen con el ejemplo de su amor matrimonial un signo vivo y eficaz del amor  de Dios a los hombres, del amor de Cristo a su Iglesia, dando su vida en la Cruz.

De todo esto se deduce, nos dice el Papa, que no hemos de permanecer impasibles ante los ataques de todo tipo, especialmente de tipo ideológico, que sufre la familia, y ante la falta de protección legal que viven las familias, así como la falta de reconocimiento del gran servicio a la sociedad que están prestando a la sociedad, especialmente las familias numerosas, o las familias que tienen a su cargo personas mayores o enfermas o discapacitadas.

Y, al llegar a este punto, el Papa es sumamente claro y enérgico. “La negación o restricción de los derechos de la familia al oscurecer la verdad sobre el hombre, amenaza los fundamentos mismos de la paz (...) Quien obstaculiza la institución familiar, aunque sea inconscientemente, hace que la paz de toda la comunidad nacional e internacional sea frágil, porque debilita lo que de hecho es la principal fuente de la paz” (nn. 4-5).

Y a continuación señala cuales son esos obstáculos. “Todo lo que contribuye a debilitar a la familia fundada en el matrimonio de un hombre y una mujer, lo que directa o indirectamente dificulta la disponibilidad para la acogida responsable de una nueva vida, lo que se opone a su derecho de ser la primera responsable de la educación de los hijos, es un impedimento objetivo para el camino de la paz” (n. 5).

Realmente, lo que la humanidad se juega en este campo de la familia es sumamente grave para la causa de la paz. Y no tenemos más que abrir los ojos para comprender que la causa de muchos desordenes sociales, de muchos conflictos, de mucho sufrimiento y de mucha violencia está en el deterioro de la familia. Y la frivolidad con la que muchos medios de comunicación están tratando los asuntos familiares está siendo en gran medida responsable de lo que está sucediendo.

Por eso en este día primero del año, pedimos al Señor que cuide y proteja a nuestras familias y a todas las familias del mundo; y que abra los ojos y mueva las conciencias de los que tienen responsabilidades públicas para que pongan los medios necesarios para ayudar y proteger a las familias.

Y, en esta Solemnidad de María, Madre de Dios, volvemos hacia ella nuestra mirada pidiendo su intercesión. Oremos para que el influjo de María se extienda por el mundo entero tan necesitado de alegría, de confianza y de paz. Oremos, en particular, por las familias que sufren y por los países donde hay guerras y violencia.

Que la Virgen María, Madre de Dios y Reina de la Paz interceda por nosotros. Amen.