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PROFESIÓN PERPETUA HIJAS DE MARÍA NTRA. SRA.
(Valdemoro 24 de Junio de 2007)

Damos gracias a Dios por haber llamado a nuestra hermana a una vida de especial intimidad con Él. El Señor la ha llamado para gastar generosamente su vida al servicio del Pueblo de Dios, dedicándose con particular cuidado a la educación de las niñas en la Orden de las Hijas de María Nuestra Señora.

Los que son elegidos por Dios para la vida consagrada sintieron un día en su corazón un anhelo profundo de estar con el Señor y de vivir con Él y sólo para Él. Sintieron una sed ardiente de amor que sólo Dios podía saciar. Por eso, los que por una gracia especial son llamados por Dios a esta forma de vida proclaman a nuestro mundo de hoy, tan desorientado y disperso y, en el fondo, tan insatisfecho, que Dios es el Señor de nuestra existencia y que “su gracia vale más que la vida” (Sal. 62,4).

Al elegir la pobreza, la obediencia y la castidad por el Reino de los Cielos, los consagrados muestran que todo apego y amor a las cosas y a las personas es incapaz de saciar definitivamente el corazón; muestran que por encima de cualquier amor humano siempre hay una Amor más grande; muestran que la existencia terrena es una espera más o menos larga hasta el encuentro “cara a cara” con el Esposo divino: una espera que se ha de vivir con actitud vigilante, como la actitud delas vírgenes prudentes de la parábola, a fin de estar preparados para acogerle cuando venga. La vida consagrada es un don de Dios para la Iglesia que ha de despertar en todos nosotros el deseo de Dios; y ha de ayudarnos a decir con el salmista: “qué deseables son tus moradas, Señor del Universo ...”.

En la vida consagrada, como en el amor verdadero, no caben la “medias tintas”. Por su propia naturaleza la vida consagrada constituye una respuesta a Dios total, definitiva, incondicional y apasionada (V.C. 17). Y cuando se renuncia a todo por seguir a Cristo, cuando se entrega lo más querido que se tiene, afrontando todos los sacrificios y desprendimientos que esto supone, entonces la vida misma de la persona consagrada se convierte en un signo profético para el mundo. Es como una llamada de atención , como un foco de luz poderoso, que debe ayudar a la gente de nuestro tiempo a cuestionarse el sentido último de la vida y a preguntarse: “¿qué estoy haciendo con mi vida? ¿hacia donde la oriento? ¿por donde voy?”. La persona que se consagra a Dios y vive sólo para Dios y para su Reino de amor, de verdad y de justicia, hace que mucha gente sedienta también de realidades auténticas quede impresionada ante esta valentía y se sienta atraída por quien no duda en dar la vida por aquello en lo que cree.

Demos gracias a Dios por los carismas que en cada época, según las necesidades propias de cada momento, va suscitando. Y, en particular démosle hoy gracias por el carisma de Sta. Juana de Lestonac. Ella, a lo largo de su vida, llena de dificultades y contradicciones desde su misma infancia, fue un testimonio elocuente de fidelidad a la voluntad de Dios y a la primacía del amor a Dios sobre todas las cosas. En su vida Dios era lo primero. En su corazón Dios fue siempre alabado, servido y amado con toda su mente, con todas sus fuerzas y con toda su alma. Y esa unión íntima con el Señor convirtió su existencia convirtió su existencia en una entrega total a su voluntad, incluso en los momentos de mayor oscuridad, sin anteponer nada al amor único de Dios y encontrando siempre en Cristo y en la Iglesia la esencia y el fundamento más profundo de su vida.

Realmente la vida de Sta. Juana estuvo llena del fuego de amor del Espíritu Santo. Y este fuego de amor le hizo comprender las necesidades de educación de las niñas de su tiempo y, sin perder su carisma de vida contemplativa al que sentía llamada, supo adaptar la vida monástica a las posibilidades, los horarios y el modo de vida de las niñas de su tiempo para llevarlas al conocimiento de Cristo y para educarlas y guiarlas por el camino de la santidad.

Celebramos hoy las fiesta de la Natividad de S. Juan Bautista: una fiesta que nos invita a ser, como él, precursores de Cristo; nos invita a ir por el mundo abriendo caminos de esperanza y preparando los corazones para que los hombres de nuestro tiempo lleguen a reconocer en Cristo el fundamento de toda verdad y la respuesta definitiva a su dudas e inquietudes. El ejemplo de S. Juan Bautista tiene que hacer de nosotros hombres de esperanza y mensajeros de esperanza. Nosotros, que ya hemos experimentado en nuestra vida, el gozo y la certeza del amor divino hemos de invitar a nuestros hermanos a caminar hacia el Señor y descubrir en el Él al “Cordero que quita los pecados del mundo”.

Las tres lecturas nos hablan de la fidelidad de Dios a sus promesas y del cumplimiento de esas promesas en Cristo. En la primera lectura vemos como Isaías sabe ha sido elegido por Dios desde el vientre materno para ser en medio de su pueblo una “espada afilada” y penetrante que toque la sensibilidad de aquellas gentes, aturdidas por el pecado, y lleguen a comprender que en ellos algo nuevo tiene que suceder. El profeta les invita a la conversión y les pide fidelidad a aquella Alianza que un día hicieron con el Señor y que ahora están quebrantando. El profeta, como más tarde Juan el Bautista y como ahora nosotros, se siente llamado a ser “ luz de las naciones para que la salvación de Dios llegue hasta los confines de la tierra”. La vida religiosa está llamada también, en nuestros días a ser esa luz que ilumine a muchos corazones y que introduzca claridad y esperanza en todos los ámbitos de la sociedad, especialmente en el ámbito de la educación, donde se está jugando el futuro de las personas más vulnerables como son los niños, los adolescentes y los jóvenes. Colegios como este son esa “espada penetrante”, de la que habla el profeta: una espada que sea capaz de despertar las conciencias adormecidas de nuestros responsables políticos y de nuestra sociedad, y de ofrecer realidades y experiencias educativas que sorprendan por su fecundidad.

En el salmo responsorial podemos encontrar palabras de gratitud para expresar nuestro gozo por todo lo que el Señor va realizando entre nosotros. Seguro que, especialmente la hermana N.N se sentirá identificada con estas palabras: “ Tu, Señor, has creado mis entrañas, me has tejido en el seno materno. Te doy gracias porque me has elegido portentosamente, porque son admirables tus obras (...) (s. 138)

En el evangelio hemos escuchado la narración del nacimiento de Juan el Bautista. El evangelista Lucas lo presenta como algo asombroso e inesperado, fruto de la misericordia de Dios. Todos felicitan a Isabel que, en su ancianidad y fuera de todo cálculo humano, ha engendrado un hijo. Zacarías, su padre, recupera el habla y alaba a Dios. El nacimiento de Juan es reconocido por todos como un acontecimiento de gracia que viene a preparar el gran acontecimiento del nacimiento de Cristo. El evangelista, refiriéndose al Bautista y a la misión que le va a ser confiada comenta : “la mano de Dios estaba con él”.

Realmente también podemos decir que toda vocación religiosa es un acontecimiento de gracia. Y que este Colegio y la Comunidad Educativa que lo sostiene es un regalo de Dios. Una vez más vemos como el poder de Dios se manifiesta en la debilidad humana. Lo que hace unos años parecía imposible, hoy ya es una preciosa realidad.

Que todos vivamos este momento, unidos en la alabanza a Dios y en la acción de gracias a nuestra hermana N.N, como una invitación a responder con generosidad a la vocación a la que cada uno de nosotros ha sido llamado. Matrimonios, familias cristianas, sacerdotes, consagrados, niños, jóvenes y mayores, todos formamos el Pueblo Santo de Dios para proclamar en el mundo las maravillas de nuestro Dios. Todos los carismas y ministerios se unen en la Iglesia, por la acción del Espíritu para cumplir el mandato del Señor: “Id por el mundo entero y haced discípulos de todas las gentes”. Que el testimonio de fidelidad al Señor de la hermana N.N. nos haga más conscientes de nuestra responsabilidad en la Iglesia, nos convierte en semilla de una humanidad nueva reconciliada por la sangre de Jesucristo, aleje de nosotros todos los temores y nos haga más fieles y constantes a las llamadas del Señor.

Nosotros sabemos, por la gracia de Dios, que ese nuevo modo de vivir sólo puede encontrarse plenamente en Aquel que nos revela el misterio de Dios y el misterio del hombre, Jesucristo, el Hijo de Dios, Camino, Verdad y Vida. Nosotros hemos conocido a Jesucristo y, en Jesucristo, hemos conocido el Amor que Dios nos tiene; y hemos creído en Él.(cfr.1 Jn.4,16). Y también hemos conocido, porque Dios en su misericordia nos lo ha querido revelar, que sólo en el seno de la Santa Madre Iglesia podemos permanentemente encontrar al Señor Resucitado y podemos escuchar su Palabra y podemos, en los sacramentos, recibir la gracia de su Espíritu Santo y podemos, en fin, vivir el gozo de la comunión fraterna y la invitación a proclamar en el mundo las maravillas del amor divino. El Señor constantemente nos llama, en su Iglesia, a vivir nuestra vida como vocación de santidad y quiere que seamos en el mundo testigos valientes de su plan de salvación sobre los hombres.

Y para que la Iglesia cumpla esta misión Dios ha querido suscitar en ella una gran variedad de ministerios y carismas. Hoy queremos darle gracias Dios por el carisma de la vida consagrada y, especialmente, por el carisma de la Hijas de María Nuestra Señora. La vida consagrada pertenece íntimamente a la vida de la Iglesia, a su santidad y a su misión. Es un verdadero regalo de Dios para nuestra Iglesia Diocesana de Getafe este Colegio de Valdemoro en el que, en torno a las Hijas de María Nuestra Señora, ha ido creciendo, con las alumnas, los padres y los profesores una comunidad educativa, cuyo centro es Jesucristo y que tiene “como meta el Reino de Dios, como estado la libertad de sus hijos y como ley el precepto del amor” (Prefacio Común VII).

Nuestra Hermana Marta. va consagrarse, totalmente y para siempre, al Señor, en esta Orden de Hijas de María Nuestra Señora, con los votos de castidad, pobreza y obediencia, dedicando su vida a la educación de las niñas.

En una cultura hedonística que deslinda la sexualidad de cualquier norma moral objetiva, rediciéndola frecuentemente a mero juego y objeto de consumo, la práctica gozosa de la castidad perfecta aparece como el testimonio gozoso de la fuerza del amor de Dios en la fragilidad de la condición humana. La persona consagrada manifiesta que lo que muchos creen imposible es posible y verdaderamente liberador con la gracia del Señor Jesús. En Cristo Jesús es posible amar a Dios con todo el corazón, poniéndolo por encima de cualquier otro amor, y amar así con la libertad de Dios a todas las criaturas. (Cfr. VC. 88)

En un ambiente fuertemente marcado por un materialismo egoísta ávido de poseer, que se desentiende del sufrimiento de los más débiles, la pobreza evangélica, manifiesta que el único tesoro verdadero para el hombre es Jesucristo. Las personas consagradas, con su voto de pobreza, dan testimonio de Dios como la verdadera riqueza del corazón humano (cfr. VC 90) “Solo en Dios descansa mi alma porque Él es mi salvación”. Y, descansando en el Señor, las persona consagradas, pueden dedicarse, en cuerpo y alma, a servir a sus hermanos en sus necesidades más esenciales. Una necesidad esencial en nuestros días es la educación. Todo el mundo habla de lo importante que es la educación, pero muy pocos ofrecen y consagran su vida a la educación. Las Hijas de María Nuestra Señora ofrecen a nuestro mundo y consagran su vida a un proyecto educativo que alcanza a la persona en su totalidad y la prepara para el encuentro con el Bien supremo y la suprema Verdad y la suprema Belleza que es Dios mismo revelado en Jesucristo y permanentemente vivo y resucitado en su Santa Iglesia. Y los frutos de ese proyecto están a la vista cuando uno entra en un Colegio de las Hijas de María Nuestra Señora.

La obediencia que caracteriza la vida consagrada es el modo más auténtico de vivir la libertad. Hoy se habla mucho de libertad y todo se justifica poniendo como pretexto la libertad. Pero cuando se concibe la libertad separándola de la verdad y en ella se prescinde de toda relación con la norma moral, al final se cae en la más tremenda esclavitud. Uno se convierte en esclavo de sus caprichos o de sus estados de ánimo o de su visión parcial y subjetiva de la realidad. El voto de obediencia significa la confianza plena en el Padre, tal como la vivió el mismo Jesucristo.”MI alimento es hacer la voluntad del Padre”. Esa confianza en el Padre desvela el camino de la libertad auténtica porque sólo Dios conoce lo que nos conviene y sólo confiando en Él y haciendo su voluntad podremos encontrar el camino de la verdad, que es el único camino capaz de hacernos libres.