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CORPUS - 2007

Acabamos de escuchar, en el apóstol S. Pablo, el relato de la institución de la Eucaristía: “El Señor Jesús, en la noche en que iban a entregarle, tomó un pan y pronunciando la Acción de Gracias, lo partió y dijo: “ Esto es mi Cuerpo que se entrega por nosotros. Haced esto en memoria mía”. Lo mismo hizo con la copa después de cenar: “Este cáliz es la Nueva Alianza sellada en mi Sangre, haced esto cada vez que bebáis en memoria mía” (I Cor. 11,23-26)

Pablo transmite una tradición que él mismo ha recibido. Una tradición que viene del mismo Señor y que constituye el ser más íntimo de la Iglesia. La Iglesia vive del Señor y es presencia viva del Señor en medio de los hombres. Y esa presencia y permanencia del Señor se hace especialmente visible y real en la Eucaristía. En la Eucaristía se cumple de una manera visible la promesa del Señor: Yo estaré con vosotros todos los días hasta el final de los tiempos”. Verdaderamente en la Eucaristía el Señor permanece con nosotros perpetuando el Misterio de su muerte en la cruz y de su resurrección gloriosa. En la Eucaristía, Él vive entre nosotros realizando plenamente el Misterio de la Nueva Alianza, sellada en su sangre, y edificando la Iglesia. La Eucaristía es el regalo más grande e inaudito que Dios podría hacernos“La Santísima Eucaristía es el don que Jesucristo hace de sí mismo, revelándonos el infinito amor de Dios por cada hombre” (Sac. Car. 1).

Podemos decir que en el sacramento del altar, el Señor sale al encuentro del hombre para acompañarle en su camino Lo mismo que salió al encuentro de los discípulos de Emaús y, después de explicarles las Escrituras, se manifestó ante ellos al partir el pan, así también sale hoy a nuestro encuentro en el sacramento de su Cuerpo y de su Sangre para acompañarnos en el camino de la vida.. En la Eucaristía el Señor viene a nosotros, nos acompaña en medio de las vicisitudes del mundo, nos muestra la llagas de su pasión y muerte en la cruz, y como Señor resucitado nos enriquece y santifica con el don de su Espíritu.

En la Eucaristía el Señor se hace alimento para el hombre hambriento de amor y libertad. El Señor Jesús se dirige, en este sacramento admirable al corazón anhelante del hombre que se siente peregrino y sediento de verdad. El Señor aparece en la Eucaristía como la luz que atrae hacia sí al hombre desorientado para sacarle de su confusión para mostrarle la verdad del amor, que es la esencia misma de Dios. Esta es la verdad evangélica que interesa a todo hombre: lo que realmente interesa al hombre es el verdadero amor, la fuente del amor, el fundamento último del amor. Y ese fundamento es Dios mismo, que en la Eucaristía, memorial de la Pasión del Señor aparece en toda su sencillez y en toda su grandeza. Por eso la Iglesia, especialmente en este día del Corpus Christi, teniendo como centro vital la Eucaristía, quiere anunciar a todos, llevando en procesión el Santísimo Sacramento, que Dios es Amor y precisamente porque Cristo se ha hecho por nosotros alimento de la Verdad y fundamento del Amor, quiere invitar a todos a acoger libremente este don que Dios nos ofrece..

Así este día del Corpus ha de convertirse para nosotros en una llamada de Dios para ser en el mundo testigos de su amor. Hoy, al caminar por las calles con la Custodia hemos de sentirnos enviados por el Señor como mensajeros de ese amor divino que nos ha sido revelado en la cruz de Cristo; hemos de reconocernos como instrumentos suyos para hacer partícipes a todos la redención de Cristo y ofrecerles el camino de vida y libertad que Él ha querido revelarnos. Y sólo seremos verdaderos testigos y auténticos mensajeros si vivimos en Él; si por la comunión de su Cuerpo y de su Sangre nos hacemos uno con él viviendo su misma vida. Hoy tenemos que escuchar en el corazón la voz del Señor que nos dice: “EL Padre que vive me ha enviado y yo vivo por el Padre; del mismo modo el que me come vivirá por mi” Por la comunión del Cuerpo de Cristo, participamos de la vida de Cristo, vivimos la vida de Cristo, entramos en comunión con Cristo y, por medio de Cristo, entramos en comunión con todos los que creen en Cristo y viven de Él; y, de esta manera, nos hacemos Cuerpo de Cristo, es decir, nos hacemos Iglesia, sacramento de Amor Cristo en medio del mundo.

Es realmente admirable caer en la cuenta de que en la Eucaristía nos unimos a Cristo de tal manera que nuestra vida se transforma en Él y adquiere como una nueva forma de ser. El Papa nos dice en Sacramentum Caritatis que por la comunión del Cuerpo y de la Sangre del Señor nuestra vida adquiere forma eucarística (cf. nn. 70 y ss.), nos hacemos con Él Eucaristía, nos hacemos uno con Él para morir con Él al pecado y resucitar con Él a una vida nueva y para convertirnos en Él y con Él en ofrenda agradable al Padre y en alimento para el mundo. El Señor nos dice: “El que me come vivirá por Mi” (Jn 6,57). Y esto significa que el que entra en comunión con Cristo, alimentándose de su Cuerpo y de su Sangre entra un dinamismo nuevo que transforma su vida. Comulgando el Cuerpo y la Sangre de Jesucristo se hace partícipe de la vida divina de un modo cada vez más adulto y consciente. No es el alimento eucarístico el que se transforma en nosotros, como ocurre con cualquier otro alimento, sino que somos nosotros los que gracias a él acabamos por ser cambiados misteriosamente. Cristo nos alimenta uniéndonos a Él, nos “atrae hacia sí”, nos lleva a Él, despierta en nosotros un deseo profundo de no apartarnos nunca de estar con Él y descansar en Él.

Hoy, día de la Eucaristía, día del Corpus Christi, hemos de vivir con intensidad y llevar a la práctica que la Eucaristía es la fuente y la cumbre de la existencia cristiana. La vida cristiana, que comienza en el bautismo, se nutre como de una fuente inagotable de la Eucaristía y al mismo tiempo esa Eucaristía, que es alimento de nuestra fe nos va llevando hacia la plenitud de la vida cristiana que es la unión con Cristo, en la alabanza al Padre y en el amor a los hermanos hasta dar la vida. Por eso, en este día, celebramos en España el día nacional de Caritas. A través de Cáritas la Iglesia quiere manifestar que el verdadero amor a Dios siempre conduce la verdadero a amor a los hermanos, orientado especialmente hacia los más pobres. Amando a los pobres ofrecemos el verdadero culto agradable a Dios. “Nadie puede decir que ama a Dios, a quien no ve, si no es capaz de amar a los pobres a los que ve”.

Realmente, si la Eucaristía es la cumbre de la existencia cristiana, nuestro culto a Dios, en el misterio eucarístico, ha de llenar toda nuestra vida. Todo en nosotros ha de transformarse en Eucaristía, fortaleciendo los lazos de comunión entre todos los cristianos y convirtiéndonos en Iglesia Santa y en Cuerpo de Cristo. San Pablo nos dice: “Os exhorto por la misericordia de Dios, a presentar vuestros cuerpos, como ofrenda viva, santa, agradable a Dios; este es vuestro culto razonable”(Rom.12,1). En la Eucaristía, los cristianos siendo muchos nos hacemos en Cristo un solo Cuerpo que se ofrece como sacrificio al Padre por la salvación del mundo. De esta manera la Eucaristía es no sólo el sacrificio de Cristo sino también el sacrificio y la ofrenda de toda la Iglesia con su Cabeza que es Cristo. Y en las ofrendas del pan y del vino, “fruto de la tierra y del trabajo del hombre”, expresión de esa colaboración de Dios ( de lo que Dios ha creado y gratuitamente nos ofrece), y del hombre (que con su trabajo transforma lo que de Dios ha recibido), presentamos a Dios nuestra vida entera y la vida de la humanidad, para que , por el don de su Espíritu, al convertir el pan y el vino en el Cuerpo y la Sangre del Señor, toda la creación sea orientada hacia Dios, para que un día Dios lo sea todo en todos. El mismo apóstol nos dice que la creación gime con dolores de parto esperando la plena manifestación de los hijos de Dios. Pues bien. en la Eucaristía ese anhelo profundo alcanza su cumplimiento y se convierte en primicia de lo que algún día alcanzará su consumación plena. este culto agradable.

Así, de esta manera, este culto a Dios que realizamos en la Eucaristía, debe alcanzar todos los aspectos de la vida del cristiano, transfigurándola y orientándola hacia Dios: “Cuando comáis o bebáis o hagáis cualquier cosa, hacedlo todo para gloria de Dios” (1 Cor. 10,31). El cristiano está llamado a expresar en cada acto de su vida el verdadero culto a Dios. Por eso podemos decir, como nos recuerda el Papa en Sacramentum Caritatis que todo la vida cristiana tiene forma eucarística. El cristiano está llamado a expresar en cada acto de su vida el verdadero culto a Dios, convirtiendo toda su vida en Eucaristía. Todo en la vida del cristiano, ha de ser ofrenda a Dios, acción de gracias y participación en el misterio de la Redención de Cristo: su vida en familia, su matrimonio, elcuidado de sus hijos, su trabajo de cada día, en ocasiones difícil y fatigoso, su amor a la verdad y a la justicia, su participación y responsabilidad en las tareas del bien común ... todo en el cristiano, unido al sacrificio de Cristo, que en la Eucaristía se hace vivo y real , todo se convierte en semilla del reino de Dios y fermento de una humanidad nueva. Por eso podemos decir que todo lo que hay de auténticamente humano encuentra en el sacramento de la Eucaristía la forma adecuada para ser vivido en plenitud. En la Eucaristía podemos y debemos encontrar un nuevo modo de vivir todas las circunstancias de la existencia, en la que cada detalle puede adquirir un valor inmenso, que supera nuestra misma capacidad, cuando es vivido dentro de la relación con Cristo y como ofrenda a Dios (cf. Sac.Car. nn. 70-71)

La Virgen María nos acompaña con su amor maternal en este día. Juan Pablo II llama a María “la mujer eucarística”. María, anticipó en el misterio de la Encarnación la fe eucarística de la Iglesia convirtiéndose en “sagrario” al llevar en su seno al Verbo encarnado. Que ella nos acerque a Jesús y nos ayude a encontrarnos todos los días con Él en el sacramento de la Eucaristía para que estando siempre con el Señor vivamos de su amor, experimentemos los frutos de su redención, y nos convirtamos para el mundo en mensajeros y testigos de este Misterio de Amor.