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SAGRADO CORAZÓN DE JESÚS - 2007
(Jornada Mundial de oración por la santificación de los sacerdotes)

La Jornada Mundial de oración por la santificación de los sacerdotes que celebramos en esta Solemnidad del Sagrado Corazón de Jesús nos ofrece la ocasión de reflexionar juntos sobre el don del ministerio sacerdotal. El lema de este año es: “El sacerdote, alimentado por al Palabra de Dios, es testigo universal de la caridad de Cristo”. La misión del sacerdote es ser testigo del amor de Cristo. Este lema, que nos invita a ser misioneros del amor divino, está en plena sintonía con el magisterio reciente de Benedicto XVI y en particular con su exhortación apostólica postsinodal “Sacramentum Caritatis”. En ella el Papa nos dice: “No podemos guardar para nosotros el amor que celebramos en el sacramento eucarístico. Este amor exige por su naturaleza que sea comunicado a todos. Lo que el mundo necesita es el amor de Dios, encontrar a Cristo y creer en Él. Por eso la Eucaristía no es sólo fuente y culmen de la vida cristiana; lo es también de su misión. Una Iglesia auténticamente eucarística es una Iglesia misionera” (Sac. Car. n.84).

Este curso ha estado muy marcado, en nuestra diócesis, por la misión joven. Y en él hemos ido comprendiendo que la Iglesia entera ha de estar permanentemente en estado de misión. La misión ha comenzado, pero la misión no puede terminar. Hemos de seguir ahondando en las raíces y fundamentos de la misión, que no pueden ser otros que la vida en Cristo y la unión intima Él, como la unión de lo sarmientos con la vid; y hemos de extender la misión a todos los ámbitos de la vida diocesana: a las familias, a las escuelas, a las universidades, al mundo de la cultura, al mundo del trabajo y al mundo de la salud; a los que han oído hablar de Cristo y a los que viven alejados, a los que se creen seguros y satisfechos y a los que están hambrientos de amor y de esperanza, a los que están esclavizados por el consumo y a los que carecen de lo necesario para vivir.. La Iglesia es misionera por su misma naturaleza. La Iglesia ha de vivir continuamente con el dinamismo misionero que brota del misterio eucarístico. Todo cristiano y , en especial todo sacerdote, ha de ser hombre de Dios y hombre de la misión. En este día de oración por los sacerdotes pidamos al Señor que los que hemos sido llamados por Él para este ministerio vivamos con verdadera intensidad y fortaleza apostólica nuestra vocación misionera. Y esa vocación consiste en llevar a los hombres al Dios revelado en Cristo, al Hijo de Dios encarnado, al Dios hecho hombre, al Dios que en Cristo tiene corazón humano y sentimientos humanos. Llevarles a ese Dios que en Cristo, en la naturaleza humana de Cristo, sabe lo que es el sufrimiento humano y las alegrías humanas y los afectos humanos. Ese Dios que con amor apasionado de buen Pastor, sale al encuentro del hombre que está perdido y confuso. Ese Dios en el que se ha cumplido la profecía de Ezequiel: “Yo mismo en persona buscaré a mis ovejas siguiendo su rastro (...) y las libraré sacándolas de todos los lugares donde se desperdigaron el día de los nubarrones y de la oscuridad (...) buscaré a las ovejas perdidas, haré volver a las descarriadas, vendaré a las heridas y curaré a las enfermas” (Ez.34,11-16)

El Santo Padre en su discurso inaugural de la V Conferencia General del Episcopado Latinoamericano del pasado mes de mayo decía dirigiéndose a los sacerdotes: “Los primeros promotores del discipulado y de la misión son aquellos que han sido llamados para estar con Jesús y para ser enviados a predicar (Cf. Mc.3,14)... El sacerdote ha de ser ante todo un hombre de Dios ( I Tim. 6,11). Que conoce a Dios directamente, que tiene una profunda amistad personal con Jesús, que comparte con los demás los mismos sentimientos de Jesús. (cf.Fil.2,5). Sólo así será capaz de llevar a los hombres a Dios, encarnado en Jesucristo y de ser representante de su amor”.

Realmente el sacerdote ha de sentir, como decimos en el salmo 16,que su herencia es el Señor: “El Señor es el lote de mi heredad y mi copa; mi suerte está en tu mano: me ha tocado un lote hermoso, me encanta mi heredad” . Nuestra vida como sacerdotes adquiere pleno sentido cuando, desprovistos de todo, nos apoyamos en el Señor y sólo en el Señor; y en Él vivimos y en Él encontramos nuestro descanso y nuestra fuerza. Cuanto más nos fiamos de Él y más nos abandonamos en Él, mejor comprendemos y experimentamos la hermosura de la herencia que Él ha querido regalarnos. El sacerdote debe conocer la dicha de estar con el Señor y así , conociendo esa dicha y experimentado en su propio ser ese gozo, llevarlo a los hombres. Este es el servicio principal que la humanidad necesita hoy. Esto es lo que nuestros hermanos nos piden.

Si en una vida sacerdotal se pierde este sentido misionero y esta centralidad de Dios, entonces se vacía de contenido todo su trabajo pastoral y hasta el sentido de su misma existencia. Y, por mucho que intente llenar esa vida con un activismo, a veces agotador, corre el riesgo de no llegar a saber para que sirve su sacerdocio; y entonces siente que la tristeza le invade y trata de llenarse con compensaciones afectivas o afanes de notoriedad y de fama que lo único que hacen es acrecentar su insatisfacción.

Verdaderamente sólo quienes han aprendido a estar con Cristo se encuentran preparados para ser enviados por Él a evangelizar con autenticidad. El secreto de la verdadera misión es un amor apasionado por Cristo que nos lleve a una amor apasionado por aquellos que Cristo va poniendo en nuestro camino. Sólo así nuestra palabra y nuestra vida se convertirán en un anuncio convencido y atractivo de Cristo. San Agustín decía: “Antes de ser predicador, se hombre de oración”. Lo sabemos por experiencia: sólo llega al corazón de los hombres la palabra que ha sido meditada largamente, con actitud orante, en el corazón de Cristo. Sólo desde el corazón de Cristo brota la palabra que da luz y abre caminos de esperanza.

La Iglesia al celebrar la solemnidad del Corazón de Jesús invita a todos los creyentes a mirar con una mirada de fe a “Aquel que traspasaron” (Jn. 19,37), al Corazón de Cristo, signo vivo y elocuente del amor invencible de Dios y fuente inagotable de gracia. Y, de una manera particular nos exhorta a los sacerdotes a convertirnos en depositarios y administradores de las riquezas del Corazón de Cristo, y a derramar el amor misericordioso de Cristo en los demás. La Iglesia nos exhorta y nos invita en este día a ser con Cristo pastores, según su corazón, que den cumplimiento a la profecía de Ezequiel “buscando a las ovejas perdidas, siguiendo su rastro”, es decir, yendo donde ellas están, conociendo su lenguaje, comprendiendo sus sentimientos, sintiendo su hambre de Dios y su sed de vida y de verdad; la Iglesia nos anima , como dice el profeta a “apacentar las ovejas en pastizales escogidos”, es decir, a darles el alimento de la Palabra de Dios, la gracia de los sacramentos y el testimonio de una verdadera caridad; la Iglesia nos pide que estemos dispuestos a “curar y vendar a las ovejas heridas”, es decir a sanar, como “buenos samaritanos” a la gente, que, quizás desde su juventud o incluso desde su infancia, han visto sus vidas envueltas en la violencia o en la soledad o en la falta de amor para mostrarles en Cristo el camino de una vida nueva.

Verdaderamente, como nos dice S. Pablo “la caridad de Cristo nos apremia” (2 Cor. 5,14). Debemos acrecentar en nosotros el espíritu misionero. La caridad de Cristo hace que no permanezcamos impasibles ante lo que está sucediendo en el mundo y muy en concreto en nuestra sociedad tan sometida y manipulada por ideologías que están destruyendo las familias, engañando a los jóvenes, negando la libertad, y ocultando una visión trascendente de la vida. Ante lo que estamos viendo debemos continuamente recordar las palabras de Jesús que nos hablan del deseo de Dios de que “todos los hombres se salven y lleguen al conocimiento de la verdad” (I Tim. “,4-6).

Para vivir todo esto, el sacerdote está llamado a encontrarse continuamente con Cristo en la oración y a conocerlo y amarlo también en el camino doloroso de la cruz. No hay vida sacerdotal auténtica sin cruz. Porque el camino de la cruz es el camino de la caridad. “Si el grano de trigo no cae en tierra y muere no puede dar fruto”.

Seamos hombres eucarísticos, hombres que hacen de la Eucaristía, memorial de la pasión del Señor, el centro y la fuente de su vida sacerdotal. En la Eucaristía, que es el tesoro más grande de la Iglesia, se nos invita siempre a contemplar la belleza y la profundidad del Misterio del amor de Cristo y a comunicar el ímpetu de su Corazón enamorado a todos los hombres sin distinción, especialmente a los pobres y a los débiles y, en particular, a los más pobres de entre los pobres que son los pecadores. Que el servicio de la caridad, continuo, constante y en la mayor parte de las ocasiones oculto sea el que guíe siempre nuestras vidas.

Dentro del servicio de la caridad, el espíritu misionero es parte constitutiva de la forma eucarística de la existencia sacerdotal imprimiendo a nuestra vida un dinamismo nuevo y comprometiéndonos a ser testigos de su amor. El sacerdote esta llamado a hacerse “pan partido para la vida del mundo” y a servir a todos con el amor de Cristo que nos amó hasta el extremo. Vivamos nuestro celibato sacerdotal como un don precioso que Dios nos hace para poder participar más intensamente de la paternidad divina y de la fecundidad misionera de Iglesia.

Que el Señor nos haga sentir a todos, en este día del Sagrado Corazón el gozo de haber sido llamados por Él, que todos renovemos nuestro firme compromiso de conocerle, amarle y seguirle que nuestra identificación con los sentimientos de su corazón crezca cada día más en nosotros para acercar a los hombres a la fuente inagotable de su amor.

Demos gracias a Dios y pidamos especialmente al Señor por nuestros hermanos sacerdotes que hoy celebran sus bodas de plata y de oro sacerdotales. Su fidelidad al Señor durante tantos años es un estímulo para todos y nos llena de esperanza.

Que la Virgen María nos bendiga en este día y nos acerque a su Hijo Jesucristo. El corazón de María, orante y obediente, vivió siempre íntimamente unido al corazón de su Hijo Jesucristo. Que ella interceda por nosotros para que crezcamos en santidad; y, en el Corazón de Cristo, llenos de su amor, viviendo de su amor, hagamos que todos los hombre vuelvan su mirada al amor misericordioso de Dios y encuentren en Él su vida y su esperanza. Amen