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SOLEMNIDAD DE LA EPIFANÍA DEL SEÑOR

(6 de Enero de 2007)

“Los pueblos caminarán a tu luz... todos ellos se han reunido y vienen hacia ti; tus hijos llegan de lejos ... y vendrán trayendo oro e incienso para proclamar las alabanzas del Señor” (Is. 60,1-6). Con estas palabras Isaías anticipa proféticamente la salvación de Jesucristo: una salvación universal. Una salvación que el profeta describe como una luz de amanecer que disipa las tinieblas de muerte que dominan el mundo. Dios mismo es la aurora. Él ilumina la ciudad: su resplandor guía a los pueblos. Y estos acuden con sus dones (con su historia, con su lengua, con su riqueza cultural). Jesucristo es la luz de Dios que ilumina, da sentido, purifica y atrae a todos los hombres de todos los confines dela tierra.

El pensamiento de Isaías choca violentamente contra el nacionalismo judío y es la base sobre la que el evangelista S. Mateo y los demás evangelistas van a presentar y desarrollar el carácter universal de la salvación de Cristo. La vida que nace del encuentro con Cristo se caracteriza por su libertad y su capacidad de llegar a todos los hombres de cualquier raza, cultura y nación.

El evangelista S. Mateo nos narra la historia de unos magos, llegados del paganismo, que acuden a adorar a Jesús. Cuando S. Mateo escribe su evangelio (hacia el año 80), la Iglesia acaba de superar una crisis importante. Se había planteado, en los primeros momentos de su historia, si el cristianismo debía seguir atado a Jerusalén y al judaísmo o si debía encontrar un nuevo camino para los paganos. Algunos pretendían, incluso, exigir, antes del bautismo, el rito judío de la circuncisión. Nadie, según esta tendencia, podía ser cristiano sin ser previamente judío por raza por adopción.

El apóstol S. Pablo fue providencial en la apertura de la Iglesia al mundo pagano. La segunda lectura nos habla de su vocación: una llamada especial del Señor para ser misionero en el mundo pagano. “Se me ha dado a conocer por revelación el misterio que no había sido manifestado a los hombres en otros tiempos (...) que también los gentiles son coherederos, miembros del mismo cuerpo y partícipes de la promesa de Jesucristo” (Ef.3,2-6)

La Iglesia fue adquiriendo poco a poco conciencia del carácter universal de la fe cristiana, no sin resistencias, luchas y hasta divisiones. Esto manifiesta la dificultad que todos tenemos de salir de nuestro modo particular de ver las cosas. Nos cuesta aceptar la libertad de Dios para llegar a todos los hombres y reconocer los caminos, a veces desconcertantes, que Él tiene para iluminar su corazón. A partir de Cristo ya no cuentan separaciones y barreras culturales. En la Iglesia no hay fronteras. Ha desaparecido toda disparidad, toda separación en el orden de la salvación. Ya no hay judío o pagano, esclavo o libre. Todos somos, en Cristo, un solo cuerpo.

El universalismo de la fe no anula las características propios de un país o de una cultura determinados; pero tampoco se identifica con ellas. La fe respeta lo peculiar de cada persona y de cada pueblo, pero al mismo tiempo abre los ojos a lo universal. Esto se ve muy bien cuando entendemos lo que es una diócesis. Nuestra diócesis de Getafe tiene unas características propias, pero no es un coto cerrado, autónomo y autosuficiente, sino que vive su relación con la Iglesia universal por medio del ministerio del Obispo, en comunión con el Santo Padre. Y, al mismo tiempo acoge en su seno a todo tipo de personas venidas de los más diversos lugares.

La manifestación de Cristo a los magos, venidos de Oriente, nos da el criterio del modo de actuar de Dios. Y el criterio de una verdadera catequesis.

1. Dios se da a conocer en el lugar donde el hombre vive. Dios se manifiesta al hombre en la realidad concreta, en los acontecimientos diarios, en la vida misma. Quien sabe mirar con profundidad la realidad, acaba descubriendo a Dios. Dios habla al hombre en su vida misma, en su corazón, en las circunstancias que rodean su vida. Hemos de ayudar a los hombres a contemplar la vida con profundidad.

2. Pero sólo se puede percibir la voz de Dios, sólo se puede descubrir “su estrella” el hombre que vive abierto a la verdad.. El hombre que no se cierra a la verdad, que no pretende silenciar sus anhelos profundos de infinitud y vida eterna que hay en su corazón , que no se deja aturdir por una vida superficial sumergida en el ruido y en el activismo. El buen educador de la fe invita a descubrir lo que hay en el corazón: sus inquietudes y sus preguntas.

3. La búsqueda de la verdad, el camino hacia Dios es un camino largo, no exento de riesgos y de periodos más o menos largos de oscuridad (cuando llegan los magos a Jerusalén, la estrella se oculta). Es un camino que supone cuestionarse con sinceridad muchas cosas y especialmente, quizá, ciertos comportamientos morales que están bloqueando el encuentro con Dios. El camino de la fe es una aventura: la mayor y más apasionante aventura del hombre y también la más importante y definitiva porque en ella se juega su propia felicidad y su destino final. Es muy importante que el buen catequista sepa animar y dar confianza en los momentos de oscuridad y ayude a comprender que en el camino de la fe, Dios, a veces, parece ocultarse para que le busque mayor deseo.

4. El encuentro con Dios rompe nuestros esquemas. Los magos quedarán sorprendidos al descubrir a Dios en la debilidad de un niño.

Hoy estamos viviendo una situación muy similar a la del tiempo de Pablo. Ante nuestros ojos hay un mundo en el que se ha oscurecido el sentido de Dios. Estamos ante un mundo pagano al que tenemos que llevar la luz de Cristo. Un mundo en el que también hay muchas personas de buena fe que como los magos de oriente buscan a Dios. Es un mundo lleno de contrastes. Por un lado los que creemos en Cristo nos vemos sometidos a una persecución más o menos solapada. Benedicto XVI habla de “escarnio cultural”, alimentado por cierto tipo de regímenes: “regímenes indiferentes que alimentan no tanto una persecución violenta, sino un escarnio cultural sistemático a las creencias religiosas” (Jornada Paz- 2007). Pero por otro lado vemos mucha gente con hambre de valores espirituales, con hambre de Dios.

Tenemos que recuperar el coraje y la fuerza del Espíritu que animaba al apóstol Pablo. Tenemos que aprender a vivir nuestra fe, la fe en Jesucristo y el amor a Jesucristo y el gozo del evangelio dentro del ambiente de esta nueva civilización que se está gestando. El mundo va cambiando muy deprisa. Y una nueva cultura está naciendo, en la que posiblemente haya cosas deleznables y destructivas para el hombre, que habrá que denunciar con valentía, pero en la que se van abriendo también posibilidades inmensas para que el hombre pueda crecer y desarrollarse con mayor plenitud y dignidad.

En esta fiesta de la Epifanía (manifestación de Dios) hemos de sentir la urgencia de la misión evangelizadora. Somos llamados por Cristo para contribuir a la creación de un “hombre nuevo” y una “humanidad nueva”. Somos invitados a crear, en Cristo, un “hombre nuevo” fruto de la unión de quienes hoy estamos separados. Pablo nos dice que esto es posible: “... porque Cristo es nuestra paz, el que de los dos pueblos hizo uno sólo derribando el muro de la enemistad para crear en sí mismo un solo “hombre nuevo”, haciendo la paz y reconciliando con Dios a ambos en un solo cuerpo por medio de la cruz. Dando en sí mismo muerte a la enemistad vino a anunciar la paz: paz a los que ya están lejos y paz a los que estaban cerca. Pues por Él unos y otros, tenemos acceso al Padre en un mismo Espíritu” (Ef. 214-18)

Hoy celebramos la apertura de la Iglesia y del evangelio a todos los pueblos del mundo. También hoy los “magos paganos” nos preguntan: “¿dónde esta el rey que acaba de nacer? Porque hemos visto su estrella y venimos a adorarlo.”

Que el Señor despierte en todos nosotros y en toda la Iglesia el anhelo de llevar la luz de Cristo a todos los hombres. Que Él nos de su luz y nos llena de su sabiduría para poder anunciar a los hombres de nuestro tiempo, “con un nuevo ardor, un nuevo lenguaje y unos nuevos métodos” el evangelio de Cristo.

Que seamos capaces de poner a los hombres de nuestro tiempo, como la “estrella de Belén”, en contacto directo con Cristo, con Aquel que es capaz de romper todas las barreras y de inaugurar entre los hombres la era de la paz.

Y que la Virgen María, Madre de la Esperanza nos enseñe el camino de la fidelidad a Dios y haga de nosotros imágenes de su Hijo y camino por el que los hombres puedan encontrarse con Dios.