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HOMILÍA - NOCHEBUENA

Hoy nos ha nacido un Salvador, el Mesías, el Señor. Hoy nos unimos a los cristianos del mundo entero, que con gozo celebran el nacimiento del salvador.”Cantad al Señor un cántico nuevo, cantad al Señor con alegría, bendecid su nombre”(Samo 97). “Bendito el Niño que hoy ha hecho regocíjese Belén. Bendito el bebé que hoy ha rejuvenecido a la humanidad. Bendito el fruto bendito de María que ha enriquecido nuestra pobreza y ha colmado nuestra necesidad. Bendito Aquel que ha venido a curar nuestra enfermedad, nuestra torpeza, nuestro pecado. Gloria a tu venida, que ha dado vida a los hombres” (S. Efrén). Nos unimos a las voces de todas las criaturas para dar gracias a Dios por su bondad.

Somos como los pastores que en la noche, a la intemperie, vieron una gran luz y se llenaron de inmensa alegría: cada uno viene hoy aquí con su “noche”, con sus oscuridades y con sus deseo de vida, de luz y de paz.

Sabemos que en esta noche de Navidad no todo es alegría. Se mezclan muchas cosas: recuerdos, añoranzas, el vacío de personas queridas que nos dejaron, nuestras dudas, nuestras penas, nuestros temores También nosotros, como los pastores estamos en la “noche”: participamos de la noche del mundo.

Pero “el pueblo que caminaba en tinieblas vio una gran luz; habitaban tierras de sombras, y una luz les brilló”(Is.9,1).En nuestra “noche” y en la “noche” del mundo ha brillado la luz. Nuestra “noche” se ha llenado de esperanza. “No temáis, hoy en la ciudad de David os ha nacido un Salvador, el Mesías, el Señor”(Lc. 2,1-14). No temáis, quitad de vuestro corazón toda tristeza, porque un Niño nos ha nacido, un Hijo se nos ha dado.(cf. Is. 9,5-6). Un Niño que ha quebrantado la vara del opresor, el yugo de su carga, el bastón de su hombro. Nos ha nacido un Niño cuyo nombre es Príncipe de la paz. El ángel les dijo a los pastores: esta será la señal: “lo encontraréis envuelto en pañales y acostado en un pesebre”(Lc.2,1-14).

Hoy os invito a vivir la sorpresa y la emoción de aquellos pastores.

Los pastores dijeron: vamos a Belén a ver el suceso que nos ha dado a conocer el Señor. Tenemos que ir a “Belén”. Hoy la Iglesia nos invita a caminar hacia el Misterio de Belén. Pero, para entrar en Belén hay que hacerse pequeño y tener un corazón limpio:”Dichosos los limpios de corazón porque ellos verán a Dios”.

Los limpios de corazón “verán” a Dios en el Niño del pesebre. Verán a un Dios que se hace pequeño para llegar a los pequeños. Verán al Inmenso, al Inmortal, humillándose para mostrar su Rostro a los que viven sumidos en la tristeza del pecado. “Celebremos el día afortunado en el que quien era el inmenso y eterno día, que procedía del inmenso y eterno día, descendió hasta este día nuestro tan breve y temporal. Y se convirtió para nosotros en justicia, santificación y redención” (S.Agustín).

Hoy celebramos la venida al mundo de Aquel que ha querido compartir con el hombre la condición humana para destruir, en la misma naturaleza humana, la raíz de toda tristeza, que es el pecado, y para que el hombre compartiendo la vida divina recuperase la fuente de la alegría y alcanzase su dignidad de hijo de Dios. “Hoy, queridos hermanos, ha nacido nuestro salvador. No puede haber lugar para la tristeza, cuando acaba de nacer la vida; esa misma que acaba con el temor de la inmortalidad, y nos infunde la alegría de la eternidad prometida (...) Demos, por tanto, queridos hermanos, gracias a Dios Padre por medio de su Hijo, en el Espíritu Santo, puesto que se apiadó de nosotros por la gran misericordia con que nos amó. Estando nosotros muertos por los pecados nos ha hecho vivir con Cristo, para que gracias a Él fuésemos una criatura nueva, una nueva creación. Despojémonos, por tanto, del hombre viejo con todas sus obras (...) y renunciemos a las obras de la carne. Reconoce , cristiano, tu dignidad y, puesto que has sido hecho partícipe de la naturaleza divina, no pienses en volver con un comportamiento indigno a las antiguas vilezas. Piensa de qué cabeza y de que cuerpo eres miembro. No olvides que fuiste liberado del poder de las tinieblas y trasladado al reino de la luz” (S. León Magno).

Ante el misterio de Belén uno no puede permanecer indiferente. Uno no puede seguir aprisionado por el pecado. Ante un Dios que, en su infinita bondad, se nos muestra en la fragilidad de un recién nacido, uno no puede seguir aprisionado por el pecado, endurecido en su egoísmo y engañado en su soberbia. Ante un Dios que nos abre los brazos lleno de ternura en este niño, envuelto en pañales y recostado en un pesebre, uno tiene que cambiar de conducta, tiene que ablandar su corazón y, rendido ante tanta benevolencia, tiene que abrir también sus brazos al que con tanto amor quiere acogerle.

Celebrar el nacimiento de Cristo es celebrar nuestra liberación. Entrar en el misterio de Belén es entrar en el misterio del amor infinito de Dios. “Tanto amó Dios al mundo que nos entregó a su Hijo querido para que alcancemos por medio de Él la redención y el perdón de los pecados” . Hoy “ha aparecido la gracia de Dios que trae la salvación para todos los hombres; enseñándonos a renunciar a una vida sin religión y a los deseos mundanos, y a llevar ya desde ahora una vida sobria, honrada y religiosa, aguardando la dicha que esperamos: la aparición gloriosa del gran Dios y salvador nuestro y Salvador nuestro Jesucristo” (Tit. 2,11-14).

Queridos hermanos, Belén nos invita a una vida nueva. No perdamos la oportunidad que esta Noche santa nos ofrece. Abracemos a Cristo que viene a salvarnos, entremos decididamente en la Iglesia que es nuestra Madre y en la que Cristo sigue vivo, alimentemos nuestro espíritu con la Palabra de Dios hecha carne, recibamos la gracia del Señor en los sacramentos y caminemos hacia la santidad que es nuestra meta.

Feliz Navidad a todos. Llevemos la alegría de la Navidad a nuestras familias. Seamos en el mundo testigos de la esperanza. Y anunciemos a todos los hombres, como el ángel a los pastores, la Buena Nueva de la Salvación.