icon-pdfDescarga la homilía en formato PDF

HOMILÍA PROFESION DE SOR VIRGINIA
(Cantalapiedra 17 de Septiembre de 2006)

Queridos hermanos sacerdotes concelebrantes.
Querida comunidad de hermanas clarisas
Queridos amigos y hermanos
Y muy especialmente querida Sor Virginia y queridos padres y familia de Sor Virginia

Es este un día que nos llena a todos de mucha emoción y alegría. Vamos a ser testigos, en esta celebración, de la entrega plena al Señor de nuestra hermana Virginia. Cuando yo le pregunte dentro de un momento: “¿Qué pides a Dios y a su Santa Iglesia?”. Ella me va a responder: “Pido humildemente ser admitida a la Profesión en esta familia de Hermanas Pobres de Santa Clara, para seguir con fidelidad, hasta la muerte, a Cristo pobre y crucificado, y entregar mi vida en alabanza de Dios para bien de la Iglesia y la salvación del mundo.”

Sor Virginia, por una gracia especial del Señor, ha sentido en su corazón el deseo de entregarse totalmente al Señor. “Dichoso aquel – decía Santa Clara - que le es dado alimentarse en el banquete sagrado y unirse en lo más íntimo de su corazón a Aquel cuya belleza admiran sin cesar las multitudes celestiales, cuyo afecto produce afecto, cuya contemplación da nueva fuerza, cuya suavidad llena el alma, cuyo recuerdo ilumina suavemente”. (Santa Clara a la Beata Inés de Praga)

Sor Virginia ha escuchado en el silencio de su corazón, como dirigidas personalmente a ella, las palabras del salmo: “Escucha hija mira: inclina el oído, olvida tu pueblo y la casa paterna, prendado está el rey de tu belleza, póstrate ante Él, que Él es tu Señor”. Y ella, lo mismo que la Virgen María cuando escuchó las palabras del ángel, ha respondido: “Aquí está la esclava del Señor, hágase en mi según tu Palabra”

Hoy se van a cumplir en Virginia las palabras del profeta Oseas que hemos escuchado en la primera lectura: “Yo la cortejaré, me la llevaré al desierto y le hablaré al corazón (...) Me casaré contigo en matrimonio perpetuo, me casaré contigo en derecho y en justicia, en misericordia y compasión; me casaré contigo en felicidad, y te penetrarás del Señor” (Os. 2,14-16,19-20). Hoy Virginia se va a consagrar totalmente al Señor para que el Señor se su único Esposo; y el amor del Señor sea el único y definitivo amor de su vida, llenando de plenitud y de sentido cualquier otro amor humano.

Una vocación como la de Sor Virginia es imposible de entender en un clima cultural, como el que desgraciadamente nos domina, en el que el valor supremo es el bienestar material, a costa de lo que sea; en el que el amor se ha desvirtuado de tal manera que se ha convertido en pura emotividad, egoísta y sin control, a merced de los sentimientos y de las pasiones, sin entrega, sin donación, sin sacrificio, sin constancia, sin Dios; y la libertad, en lugar de ser esa cualidad maravillosa del ser humano que, fundamentándose en la verdad, le anima y guía para orientar la vida hacia los bienes que le hacen feliz y en especial hacia el Bien Supremo, que es Dios, se ha deteriorado hasta el punto de convertirse en un dejarse llevar irresponsablemente por el capricho o por la comodidad.

Para quien cree que la felicidad sólo consiste en la posesión egoísta de bienes materiales la vocación de Sor Isabel es una locura. Pero ya hemos escuchado lo que dice el apóstol Pablo: “Lo necio del mundo lo ha escogido Dios para humillar a los sabios (...) Ha escogido Dios la gente baja del mundo, lo despreciable, lo que no cuenta para anular a lo que cuenta” (I Cor. 1,26-31) Esto que dice el apóstol sigue siendo una realidad palpable. Porque para quien vive en la fe, para quien ha conocido a Jesucristo y ha descubierto en Él la perla preciosa, esta vocación es verdaderamente admirable y sólo accesible, por una gracia especial, para aquellos a quienes Dios quiere llamar. Es una vocación de total entrega a Dios, sin las mediaciones humanas, de tipo familiar o social, ordinarias y habituales. Es una vocación que se convierte en un signo del amor absoluto de Dios, ayudando y mostrando a la Iglesia entera, llamada también a la santidad, a descubrir cual es su meta. “La comunidades de clausura – nos decía Juan Pablo II – puestas como ciudades sobre el monte y luces en el candelero (cf. Mt 5,14,15), a pesar de la sencillez de vida, prefiguran visiblemente la meta hacia la cual camina la entera comunidad eclesial que, entregada a la acción y dada a la contemplación, se encamina por las sendas del tiempo con la mirada fija en la futura recapitulación de todo en Cristo, cuando la Iglesia se manifieste gloriosa con su Esposo y Cristo entregue a Dios Padre el Reino, después de haber destruido todo Principado, Dominación y Potestad para que Dios sea todo en todo”(VC 59 c)

Y el actual Papa, Benedicto XVI, insistía en lo mismo diciendo: “ (...) como la vida de Jesús, con su obediencia y su entrega al Padre, es parábola viva del “Dios con nosotros”, también la entrega concreta de las personas consagradas a Dios y a los hermanos, se convierte en signo elocuente de la presencia del Reino de Dios para el mundo de hoy. Vuestro modo de vivir y de trabajar puede manifestar sin atenuaciones la plena pertenencia al único Señor; vuestro completo abandono en las manos de Cristo y de la Iglesia es un anuncio fuerte y claro de la presencia de Dios con un lenguaje comprensible para nuestros contemporáneos. Este es el primer servicio que la vida consagrada presta a la Iglesia y al mundo. Dentro del pueblo de Dios, son como centinelas que descubren y anuncian la vida nueva ya presente en nuestra historia” (Homilía- 2 de Febrero de 2006)

La vida de las monjas de clausura es un gran don para la Iglesia. Su modo de vivir nos esta recordando a todos los cristianos, muchas veces enredados y agobiados por las ocupaciones diarias y por la seducción de las cosas terrenas, que nuestra vocación es la santidad y que sólo en Dios encuentra el hombre la verdadera alegría y la paz del corazón. Nos cuenta el Evangelio que en cierta ocasión Jesús acudió a Betania y se hospedó en casa de Marta y de María. María estaba absorta, a los pies de Jesús, escuchando su Palabra. Marta estaba ocupada en las cosas de la casa. Y cuando Marta, nerviosa y agobiada por sus muchas tareas, se queja por la aparente inactividad de María, el Señor le dice: “Marta, Marta, estás nerviosa e inquieta por muchas cosas, pero sólo una es necesaria. María ha elegido la mejor parte y nadie se la va a arrebatar.” Podemos decir hoy que Virginia ha elegido la mejor parte: ha elegido estar con el Señor y en el silencio del claustro escuchar su palabra, como esposa escogida por ÉL; y nada ni nadie le arrebatará este privilegio.

Dentro de un momento, Sor Virginia, después de pedir a Dios, por medio de Jesucristo, el don del Espíritu Santo y en unión de la Santísima Virgen y de todos los santos, va a prometer y a hacer voto solemne a Dios Omnipotente de vivir por todo el tiempo de su vida en castidad, pobreza y obediencia.

Hacer voto de castidad significa testimoniar ante el mundo “la fuerza del amor de Dios en la fragilidad de la condición humana. La persona consagrada manifiesta que lo que muchos creen que es imposible es posible y verdaderamente liberador con la gracia del Señor Jesús (...) En Cristo es posible amar a Dios con todo el corazón, poniéndolo por encima de cualquier otro amor, y amar así con la libertad de Dios a todas la criaturas” (VC.88)

El voto de pobreza consiste en dar testimonio de Dios como la verdadera riqueza del corazón humano. Frente a la idolatría del dinero que encadena hoy el corazón de mucha gente, la pobreza evangélica aparece ante nosotros como un verdadero gesto profético en una sociedad que corre el peligro de perder el sentido de la medida y hasta el significado mismo de las cosas. La pobreza que S. Francisco y Santa Clara vivieron y que sus hijas siguen haciendo presente entre nosotros, es un testimonio evangélico de abnegación y sobriedad. Es un estilo de vida lleno de sencillez, belleza y hospitalidad, convirtiéndose en un ejemplo vivo para todos lo que, dominados por el egoísmo y el afán de acumular riquezas, permanecen indiferentes ante las necesidades del prójimo. (cf. VC. 90)

Y finalmente el voto de obediencia hace presente de un modo particularmente vivo la obediencia de Cristo al Padre y testimonia que no hay contradicción entre obediencia y libertad. Porque la verdadera libertad consiste en orientar nuestra vida de una manera decidida y responsable hacia su plenitud y felicidad. Y esa plenitud sólo Dios la conoce y, por tanto, sólo la alcanzaremos haciendo su voluntad. La actitud de Jesucristo, Hijo de Dios, desvela el misterio de la libertad humana como camino de obediencia a la voluntad de Padre y el misterio de la obediencia como camino para lograr progresivamente la verdadera libertad. (cf. VC 91). Este testimonio de obediencia en la vida religiosa y, en particular en nuestras hermanas clarisas, tiene una importante dimensión comunitaria. La vida fraterna es el lugar privilegiado para discernir y acoger la voluntad de Dios y caminar juntas en unión de espíritu y de corazón, reconociendo en la priora la expresión de la paternidad de Dios y el ejercicio de la autoridad recibida de Él al servicio del discernimiento y de la comunión” (VC. 92 a)

Damos gracias a Dios por la llamada especial que el Señor hace hoy a Virginia y por su generosidad en la respuesta; y damos gracias también por sus padres y su familia que ofrecen al Señor el sacrificio de entregar a su hija para su servicio y alabanza. Tened la seguridad de que Dios os recompensará con el ciento por uno, participando con ella en su felicidad y en la alegría de darse por entero al Señor.

Todos nos alegramos y damos gracias a Dios porque el carisma de Santa Clara sigue vivo en este querido convento de Cantalapiedra.

El mensaje de Santa Clara sigue estando hoy muy vivo entre nosotros. Santa Clara nos invita a dejar que Dios llene totalmente nuestras vidas: que Jesucristo, en quien se ha manifestado la gloria y el amor divino, sea el centro de nuestra existencia; que Él lo llene todo, para poder encontrar en Él todo lo que el corazón humano desea, y se convierta Cristo para nosotros en fuente de alegría incesante.

Nos encomendamos especialmente a la Virgen María, hija de Dios Padre, madre de Dios Hijo y esposa de Dios Espíritu Santo. Que como la Virgen María, estemos siempre abiertos a la llamada del Señor para que, como dice la liturgia de Adviento “cuando el Señor venga y llame a la puerta nos encuentre velando en oración y cantando su alabanza”. AMEN