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PROFESIÓN PERPETUA DE M. GEMA (HIJAS DE MARÍA NTRA. SEÑORA)

2 de Septiembre de 2006

La Celebración de la profesión perpetua de la Hermana Gema, nos ofrece la oportunidad, una vez más, de alabar a Dios y darle gracias por el don que constituye para la Iglesia la vida consagrada. Realmente, la vida consagrada, que brota del ejemplo y de las enseñanzas del mismo Cristo, es un don de Dios Padre a su Iglesia por medio de su Espíritu; un don que se concreta, en nuestra diócesis de Getafe, junto con otras muchas formas de vida consagrada, en esta comunidad de Hijas de María Nuestra Señora.

Con la profesión de los consejos evangélicos los rasgos característicos de Jesús - virgen, pobre y obediente - podríamos decir que se hacen visibles en medio de nosotros, en nuestra sociedad, en nuestra cultura y aquí, de una manera especial, en el mundo de la educación; y, de esta forma, la mirada de los hombres es atraída hacia el misterio del Reino de Dios, que ya actúa en la historia, aunque todavía no haya alcanzado su plena realización en el cielo (Cf. Vida Consagrada 1). Dentro del Pueblo de Dios, decía Benedicto XVI, los que han sido llamados por Dios a la vida consagrada son como centinelas que descubren y anuncian la vida nueva ya presente en nuestra historia y su completo abandono a las manos de Cristo y de la Iglesia es un anuncio fuerte y claro de la presencia de Dios con un lenguaje comprensible para nuestros contemporáneos (Cf. Benedicto XVI. Homilía del 2 de Febrero de 2005). Por eso, dice el Catecismo de la Iglesia Católica, recogiendo las enseñanzas del Concilio Vaticano II, que “el estado de vida que consiste en los consejos evangélicos, aunque no pertenezca a la estructura jerárquica de la Iglesia, pertenece sin embargo indiscutiblemente a su vida y a su santidad” (Catecismo de la Iglesia Catolica. n.914). Una comunidad religiosa, como esta, a la que la Hermana Gema se va a incorporar, dentro de unos momentos, de una manera definitiva y la obra educativa y evangelizadora que está comunidad realiza en este colegio, enriquecen la vida de nuestra comunidad diocesana y de la Iglesia entera haciéndola crecer en santidad. Por eso estamos alegres y damos gracias al Señor.

Muchos se pueden preguntar en este momento: ¿de donde nace esta vocación a la vida consagrada? ¿ qué es lo que sucede en el corazón, en la intimidad, de una persona para dar un paso tan trascendental como este? ¿qué es lo que ha movido a estas religiosas para entregarse en cuerpo y alma a una tarea tan difícil y para seguir un camino con tantas renuncias, con tantos desprendimientos y con tantas incomprensiones? Indudablemente lo que ha sucedido es algo muy intenso. Lo que ha sucedido es una llamada. Sí, una llamada del Señor. Una llamada que se ha ido clarificando poco a poco a través de múltiples acontecimientos y de muchos momentos íntimos de oración y de muchos encuentros personales. Una llamada verdaderamente cautivadora y fascinante. Es el descubrimiento de un inmenso tesoro que cambia completamente la vida. Es un descubrimiento tan deslumbrador que hace palidecer cualquier bien terreno. S. Pablo tuvo ese encuentro con el Señor; y esa llamada; y ese descubrimiento fascinante. Y por eso él llegará a decir : “Todo es pérdida, comparado con la excelencia del conocimiento de Cristo Jesús, mi Señor. Por Él lo perdí todo, y todo lo estimo basura con tal de ganar a Cristo y existir en Él”(Fil. 3,8-14). Verdaderamente quien encuentra a Cristo lo encuentra todo. Y cuando ese encuentro va seguido de una invitación a vivir con Cristo una especial cercanía, consagrándose a Él en la vida religiosa, sólo queda decirle que “sí”, alejando de nosotros todos los temores y fiándonos plenamente de Él, diciendo una y mil veces la palabras del salmo: “El Señor es mi Pastor y nada me falta (...) aunque pase por valles de tinieblas ningún mal temeré, porque tu vas conmigo y tu vara y tu callado me sosiegan” (Salmo 22). Ante esa llamada, la hermana Gema ha sido generosa y se ha fiado del Señor. Y puede estar segura de que Dios nunca la va a defraudar.

La vocación religiosa siempre es fruto de un intenso y luminoso encuentro de amor con Jesucristo en quien uno descubre, por una gracia especial, el Misterio mismo de la Redención y el deseo, imposible de resistir, de participar con Cristo en ese misterio de un manera plena, total, dándolo todo, sin apenas mediaciones humanas, siendo sólo del Señor, viviendo en Él y para Él. La hermana Gema ha escuchado en su corazón las palabras del salmo: “Escucha, hija, mira: inclina el oído, olvida tu pueblo y la casa paterna: prendado esta el rey de tu belleza, póstrate ante Él, que Él es tu Señor” (Salmo 44, 11-12.14-15). Es un encuentro esponsal. Un encuentro que abarca a la persona entera, cuerpo y espíritu. Un encuentro que supone una elección. La persona llamada a este modo de vida es elegida por Dios para participar con Él, de una forma particularmente intensa en el Misterio de la Redención. No podemos separar llamada de Cristo y participación en el Misterio de la Redención. Aquel que dándose eternamente al Padre se da a sí mismo en el Misterio de la Redención te ha llamado a ti, Gema, para que te entregues al servicio de la obra de la Redención, mediante tu pertenencia a una comunidad fraterna reconocida y aprobada por la Iglesia (Cf. R.D. 3).

La llamada al camino de los consejos evangélicos nace del encuentro interior con el amor de Cristo, que es amor redentor. Tu vocación Gema nace del deseo de hacer presente a Cristo Redentor, tal como dirás en la fórmula de la profesión, en el mundo de la educación, dedicándote con particular cuidado a la instrucción de la niñas. Te espera una inmensa tarea: la tarea de conducir hacia Cristo a una juventud que sólo en Cristo encontrará la respuesta a sus grandes deseos de felicidad de amor y de verdad; la tarea de llegar al corazón de muchas familias para hacerles partícipes del gozo del evangelio.

La consagración religiosa tiene, como sabemos muy bien, su fundamento en la consagración bautismal y expresa de una manera más plena la pertenencia a Cristo, mediante los votos de castidad, pobreza y obediencia.

La virginidad es la expresión del amor esponsal a Cristo Redentor. No es sólo la libre renuncia al matrimonio y a la vida de familia sino que es una elección carismática de Jesucristo como Esposo exclusivo. Es una elección que no sólo le va a permitir a la hermana Gema preocuparse específicamente a las cosas del Señor, pudiéndole dedicar largos ratos de oración y de intimidad con Él y de entregarse, en el colegio, a la educación y a la atención personal de las niñas y de sus familias, sino también esta elección de la virginidad por el Reino de los Cielos es todo un signo bien elocuente para el mundo de hoy donde todo se relativiza y todo es fugaz y pasajero. En este mundo, donde muchas personas viven con mucha superficialidad y frivolidad, la virginidad por el Reino de los Cielos tiene también un carácter profético al hacer presente al mundo de hoy el reino de amor, de verdad, de justicia y de paz que un día, la final de los tiempos alcanzará toda su plenitud. Esta forma de vida hace comprender a los que viven en este mundo que pasa el anuncio de la resurrección y de la vida eterna. Es un modo de vivir que testimonia que sólo Dios basta y que su amor contiene en sí e invade íntimamente todos los demás amores del corazón humano (Cf. R.D. 11).

Para entender el voto de pobreza hemos de contemplar a Cristo que asume la pobreza radical de la condición humana para enriquecernos, librándonos del pecado y de la muerte. “Bien conocéis lo generoso que ha sido nuestro Señor Jesucristo: siendo rico, por vosotros se hizo pobre, para que vosotros, con su pobreza, os hagáis ricos” (2 Cor. 8,9). Jesús se hace pobre para enriquecernos. La pobreza es parte esencial de su gracia redentora. Sin pobreza es imposible entender la redención. Vivir la pobreza evangélica es hacerse uno con Cristo, desprendiéndose de toda codicia, para llevar a los hombres la gracia de la redención. Si el corazón está atado por la riqueza poniendo en ella la confianza y la seguridad es imposible entender que la única riqueza que salva al hombre es Jesucristo. Por eso la pobreza se encuentra en el centro mismo del Evangelio al comienzo del mensaje de las bienaventuranzas. “Bienaventurados los pobres de espíritu por que de ellos es el reino delos Cielos”. La pobreza de Cristo encierra en sí la riqueza infinita de la divinidad y sólo los pobres de espíritu, los que no ponen su confianza en los bienes perecederos, los que siguen al Señor, amándole con toda su alma, pueden entrar en ese abismo de riqueza, de verdad y de belleza infinitas que es el Misterio de Cristo. La pobreza evangélica abre a los ojos del alma humana la perspectiva de todo el misterio “oculto desde los siglos”. “A mi, el más insignificante de todo pueblo santo, se me ha dado esta gracia: anunciar a los gentiles la riqueza insondable que es Cristo; e iluminar la realización del misterio escondido desde el principio de los siglos en Dios, creador de todo” (2 Cor. 3,8-9). El Señor te ha elegido, Gema, para que viviendo tu voto de pobreza, como expresión de tu confianza plena en el Señor, manifiestes a todos la riqueza de Cristo. Sólo los que son de este modo “pobres”, son capaces de comprender la pobreza de Aquel que es infinitamente rico. La pobreza de Cristo encierra en sí la infinita riqueza de Dios, es su manifestación, es su revelación. Porque una riqueza como la riqueza dela Divinidad nunca podría expresarse y revelarse en ningún bien creado. Tu misión, Gema, es abrir los ojos de tus alumnas y de toas las personas que el Señor te confíe, para que a través de los bienes de la creación sean capaces de percibir la belleza del Creador y para que comprendan que ese Creador infinito e inefable ha querido mostrarnos su Rostro, en el Rostro humano de Jesucristo, nuestro Señor (Cf. Redemptionis Donum. 12). El voto de obediencia irá configurando y conformando tu vida, querida Gema, con Aquel que “a pesar de su condición divina, no hizo alarde de su categoría de Dios , sino que tomó la condición de esclavo, pasando por uno de tantos. Y así, actuando como uno cualquiera, se humilló, haciéndose obediente hasta la muerte y una muerte de cruz” (Fil. 2,6-11). Estas palabras de S. Pablo nos sitúan en la esencia misma del Misterio de la Redención. El mismo S. Pablo dirá en otro lugar: “ Lo mismo que por la desobediencia de un solo hombre entró el pecado en el mundo, así también por la obediencia de uno muchos serán constituidos justos” (Rom. 5,19). Vivir, como Cristo, la obediencia hasta la muerte, es situarse con Cristo entre el misterio del pecado que destruye y degrada al hombre y el misterio de la gracia que lo salva y lo redime. Es hacer frente al pecado, es decir hacer frente a ese fondo pecaminoso de la propia naturaleza humana con toda la herencia que lleva de soberbia y de tendencia egoísta a dominar y no a servir, para ponerse junto a Cristo obediente al Padre hasta la cruz y dejarse transformar por Él, que redimió y santificó a los hombres por la obediencia, y ser instrumento suyo para acercar a los hombres a la gracia salvadora del Señor (Cf. Redemtionis Donum. 13).

El evangelio nos ha relatado ese momento en el que Cristo, en la cruz, nos entrega a la Virgen María como Madre. Ella es la más plenamente consagrada a Dios. Su amor esponsal alcanza el culmen en la Maternidad divina por obra del Espíritu Santo. Ella que como Madre llevó en sus brazos a Cristo, al mismo tiempo es su discípula mas perfecta siguiéndole como a su maestro, en castidad, pobreza y obediencia. Fue pobre en Belén y pobre en el Calvario. Fue obediente en la anunciación y después, al pie de la cruz y durante toda su vida terrena vivió entregada a la causa del Reino de los cielos por puro amor a Dios y a los hombres (Cf. Redemtionis Donum. 17).

Que Ella guíe y acompañe siempre a todos los que, dóciles a la llamada del Señor, se han consagrado a Él. Que ella sea siempre su modelo y su ejemplo; y con amor maternal les proteja y conduzca hacia su Hijo Jesucristo, fuente inagotable de sabiduría y de paz.

“A Ti Madre, que deseas la renovación espiritual de tus hijos e hijas en la respuesta de amor y de entrega total a Cristo, elevamos confiados nuestra súplica. Tu que has hecho la voluntad del Padre, disponible en la obediencia, intrépida en la pobreza y acogedora en la virginidad fecunda, alcanza de tu divino Hijo, que cuantos han recibido el don de seguirlo en la vida consagrada, sepan testimoniarlo con una vida transfigurada,caminando gozosamente junto con todos los otros hermanos y hermanas hacia la patria celestial y la luz que no tiene ocaso”(Vida Consagrada, 112). Amen