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SANTÍSIMO CRISTO DE LA BUENA DICHA - DOMINGO IV DE PASCUA (B)

(Villaconejos - 7 de Mayo de 2006)

Clausuramos nuestra Vista Pastoral en esta solemne Vigilia de la gran fiesta de Villaconejos, del Santísimo Cristo de la Buena Dicha. Una preciosa advocación que nos ayuda a comprender que sólo en Jesucristo encontrará el hombre la “ Buena Dicha”, la Buena Nueva de una vida verdaderamente feliz.

El día del Cristo, como soléis llamar a esta fiesta, es posiblemente uno de los días más importantes y mas festejados del año en este pueblo y demuestra, sin duda, sus profundas raíces cristianas.

Al celebrar nuestras fiestas patronales no podemos olvidar nunca cual fue su origen y cual fue su historia para mantener siempre muy viva la herencia religiosa que hemos recibido de nuestros antepasados. Y, no sólo mantenerla, sino actualizarla permanentemente, según el modo de ser y las circunstancias propias de cada momento, haciendo posible que esa fe que hemos recibido de nuestros mayores repercuta en nuestra vida, en nuestras actitudes personales y en nuestros comportamientos sociales, siguiendo un auténtico espíritu evangélico de amor a Dios y amor a los hermanos, tal como el Señor nos enseñó.

La necesidad más grande del corazón humano es amar y ser amado. La causa mayor de sufrimiento es el desamor, la falta de amor, el no ser correspondido en el amor: la infidelidad, la ingratitud, la indiferencia, la soledad ...

Sin embargo cuando nos sentimos amados y correspondidos, nuestra capacidad de entrega y de sufrimiento se multiplica. Cuando queremos a alguien, de verdad, y, sobre todo, cuando ese amor encuentra una respuesta, estamos dispuestos a todo.

Hoy las tres lecturas bíblicas nos hablan del amor de Dios revelado en Jesucristo. En Cristo Jesús tenemos la certeza de ser amados. Podrán fallarnos muchas cosas, pero sabemos que el amor de Dios que Cristo nos ha mostrado, dando su vida por nosotros en la cruz, nunca nos va a fallar.”Nadie podrá arrebatarnos el amor de Cristo” “Queridos hermanos, mirad que amor nos ha tenido el Padre para llamarnos hijos, pues lo somos”(I Jn. 3,1)

El evangelio nos habla del amor de Cristo con la imagen del Buen Pastor. Es una imagen que aparece con frecuencia en el A.T., especialmente en el profeta Ezequiel. “Como un pastor vela por su rebaño cuando se encuentra en medio de sus ovejas dispersas, así velaré yo por mis ovejas. Las recobraré de todos los lugares donde se habían dispersado en tiempo de nubes y brumas. Las sacaré de en medio de los pueblos, las reuniré de los países y las llevaré de nuevo a su suelo (...) Las apacentaré en buenos pastos (...) Buscaré a la oveja perdida, recogeré a la descarriada, curaré a la herida y confortaré a la enferma (...) (Ez.34)

En Jesús se cumple plenamente la profecía de Ezequiel. Jesús es el Buen Pastor. En Él, Dios mismo, en persona, se acerca a su pueblo, viene a cada uno de nosotros. Nosotros somos, en muchos momentos (cuando por el pecado nos alejamos de Dios o cuando por dejadez o por soberbia nuestra fe se oscurece) ese pueblo disperso y esas ovejas perdidas descarriadas, enfermas o heridas. Y, entonces, el Señor, en lugar de abandonarnos a nuestra propia suerte, viene, en persona, por medio de la Iglesia, con su Palabra y con los sacramentos, signos eficaces de su presencia salvadora, a reunirnos y recogernos y a curarnos (¡cuantas heridas va dejando la vida!) y a llevarnos a lugares frondosos y fértiles donde podamos encontrar buenos alimentos. Esos “lugares frondosos y fértiles” no pueden ser otros que aquellos en los que reina el amor de Dios y los hombres, por el don del Espíritu Santo, se reconocen como hermanos y se perdonan y se quieren y se ayudan siguiendo el camino de los mandamientos del Señor y de las bienaventuranzas evangélicas; y esos “alimentos abundantes” se refieren a los alimentos de la fe que la Iglesia nos ofrece y especialmente al inefable alimento de la Sagrada Eucaristía, en la cual, Jesucristo llevado por “un amor hasta el extremo” hay querido estar permanentemente y realmente presente en medio de nosotros.

Esta parábola o alegoría del Buen Pastor subraya tres aspectos que definen la manera que El Señor a elegido para estar con nosotros.

1.- El Buen Pastor conoce a sus ovejas y es conocido por ellas. En el antiguo Israel existía la costumbre, que se ha mantenido hasta hace poco tiempo en muchos lugares de guardar en el mismo redil ganado de diversos propietarios. Cuando, por la mañana, el pastor iba a recoger su rebaño, conocía perfectamente cuales eran sus ovejas, incluso las conocía por su nombre y ellas conocían su voz y sus silbos (“Pastor que con tus silbos amorosos me despertaste del profundo sueño”) y se iban detrás de Él, con toda confianza. Por eso el Señor les dice, apoyándose en esta costumbre: “Conozco a las mías y las mías me conocen, igual que el Padre me conoce a Mi”. Jesús nos conoce a cada uno y conoce nuestros altibajos y nuestros sufrimientos y esperanzas. Nos conoce perfectamente porque nos ama y nos cuida. (En realidad, sólo se conoce de verdad lo que se ama y se cuida). Él sabe lo que nos pasa y conoce nuestra historia de pecado y de arrepentimiento. Por eso podemos estar seguros junto a Él.

2.- El Buen Pastor va delante y conduce a sus ovejas a los lugares donde hay comida y agua abundante. Y ellas se fían. Tenemos que fiarnos del Señor. Y fiarnos de aquellos a quienes el Señor ha puesto al frente de su Iglesia. En el ministerio apostólico el Señor ha querido estar sacramentalmente presente como Pastor que guía y conduce a los suyos hacia las fuentes del bien y de la verdad. Una Iglesia que desconfía de sus pastores no puede sobrevivir. Tenemos que crecer en confianza y amor hacia nuestros pastores que, unidos al Sucesor de Pedro, cuando ejercen su magisterio, cuentan con una especial asistencia del Espíritu Santo para trasmitir con fidelidad las enseñanzas del Señor, incluso, en muchos momentos, muy a contracorriente de ciertas mentalidades y modas culturales (“lo culturalmente correcto”), que intentan destruir o adulterar las enseñanzas morales de la Iglesia, en temas tan esenciales como son la defensa de la vida humana, la defensa de la familia o la defensa de la libertad de los padres para educar a sus hijos conforme a sus convicciones morales y religiosas.

Tenemos que fiarnos del Señor y fiarnos de su Iglesia para ser verdaderos discípulos suyos. Ser discípulo es seguir a Jesús. “El que quiera ser discípulo mío que se niegue a sí mismo, cargue con sui cruz y me siga”. Seguir a Jesús es estar con Él, confiar en Él, amar con su mismo amor y ver el mundo como lo ve Él, desde la cruz: con unos ojos llenos de amor y misericordia.

3.- El Buen Pastor da la vida por las ovejas. “El Buen Pastor da la vida por las ovejas. El asalariado, que no es pastor, ve venir al lobo, andona las ovejas y huye (...) Yo, en cambio doy mi vida por las ovejas”. Jesús nos da la vida, nos entrega su vida. Él es la resurrección y la vida. En Él alcanzamos la vida. “No hay mayor amor que el que da la vida por sus amigos”. Jesús no huye de la cruz. En su muerte hemos sido redimidos de todo pecado y en su resurrección podemos alcanzar la vida eterna. “Cristo ha resucitado, resucitemos con Él. Muerte y vida lucharon y la muerte fue vencida. Es el gran que muere para el triunfo de la espiga”(himno de Pascua)

Esta es nuestra gran certeza, que nos llena esperanza, en los momentos difíciles: que Jesús nos da la vida para que tengamos vida eterna. “Por eso me ama el Padre, porque Yo entrego mi vida para poder recuperarla. Nadie me la quita, sino que la entrego libremente...”

Jesús entrega su vida en cruz por nosotros, para que el pecado quede destruido y para que nosotros, incorporados a su muerte por el bautismo y el sacramento de la reconciliación, muramos también el pecado, el pecado sea definitivamente destruido en nosotros. Y Jesús resucita, al tercer día, para que también nosotros, con la gracia del Espíritu Santo que recibimos en los sacramentos, llevemos una vida nueva.

Vivamos esa vida nueva. Seamos en el mundo testigos del amor divino. Convirtamos nuestra vida, allí donde estemos, en la familia o en el trabajo o en el estudio o en nuestros ratos libres, en verdadera levadura de un humanidad, en la que resplandezca la dignidad de la persona humana y en la que todos podamos vivir gozosamente en paz.

Que la Virgen María, Madre de Aquel que dio su vida por nosotros, interceda por nosotros y nos acerque cada día más a Jesús parta que Él encontremos la “dicha” de un vida según su voluntad y alcancemos la vida eterna.