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VIGILIA PASCUAL - 2006

Esta es una noche santa de vela en honor del Señor. Lo mismo que los israelitas, en la noche de su salida de Egipto, podemos decir: “Esta noche será la noche de guardia en honor de Yahvé (...) por todas las generaciones” (Ex.12,42). Esta es la noche, en la que “rotas las cadenas la muerte, Cristo asciende victorioso del abismo” (Pregón). Noche de oración, noche acción de gracias, noche de esperanza. Nos unimos al gozo de la Iglesia universal que en esta noche celebra con júbilo el triunfo de su Señor Jesucristo.

La liturgia de la Palabra extensa y luminosa ha sido una memoria orante de las maravillas de Dios en la historia de la salvación. Una historia de salvación que se concreta y se hace íntima en la historia personal de cada uno de nosotros. También nosotros podemos decir que, en nuestra vida, hemos visto las maravillas de Dios.

La Palabra de Dios, en esta larga liturgia de la Palabra, nos ha invitado a contemplar en esta historia santa de la acción de Dios entre los hombres, las tres “noches”, en las que de una manera muy especial Dios nos ha manifestado su inmenso amor.

El libro del Génesis, en primer lugar, ha traído a nuestra memoria, la primera noche: la noche de Creación. “Al principio creó Dios el cielo y la tierra. La tierra era un caos informe sobre la faz del abismo (...) Y el aliento de Dos se cernía sobre la faz de las aguas. (Gen.1) Todas las criaturas fueron saliendo de la mano del Creador, llenas de bondad y de belleza, hasta llegar al hombre hecho, a su imagen y semejanza. “Él todo lo creo para que subsistiera, las criaturas del mundo son saludables, no hay en ellas veneno de muerte” (Sab.1,14).

Sin embargo, el hombre desobedeció a Dios y el veneno de muerte entró en el mundo. Pero ya en aquella primera noche de la creación empieza a vislumbrarse el misterio pascual . Y tras el drama del pecado, Dios inicia una historia de salvación para redimir al hombre caído. La Palabra divina, por medio de la cual todo fue creado, llegará un día, en que se hará carne, en las entrañas virginales de María, la nueva Eva, para salvarnos. Y si el primer Adán fue expulsado del paraíso, el nuevo Adán, Jesucristo, victorioso de la muerte, primicia de la nueva humanidad, hará posible que el hombre regrese al lugar para el que fue creado.

Siguiendo la narración de las maravillas de Dios, la Sagrada Escritura, nos habla de la segunda noche: la noche del Éxodo. Esa noche memorable en la que los hijos de Israel fueron liberados de la esclavitud del faraón. Es la noche de la libertad. “El Señor hizo soplar durante toda la noche un fuerte viento del este que secó el mar y se dividieron las aguas. Los israelitas entraron en medio del mar a pie enjuto. Mientras que las aguas formaban muralla a derecha e izquierda” (Ex. 14,21-22). El pueblo de Dios nació en este paso por las aguas de mar Rojo: nació de este bautismo en el mar Rojo, cuado experimentó la mano poderosa del Señor
que lo rescataba de la esclavitud y lo conducía a la anhelada tierra de la libertad. Realmente lo que sucedió en el Mar Rojo, no fue sino la profecía, el anuncio, de ese camino definitivo hacia la libertad que nos alcanzó el Señor Jesús, el nuevo Moisés, en su Pascua gloriosa, a la que nos incorporamos pasando por las aguas del bautismo. Cristo, en el bautismo, nos ha hecho pasar de la esclavitud del pecado a la libertad de los hijos de Dios Las aguas bautismales, nos incorporaron a la muerte de Cristo para alcanzar con Él, en su resurrección, la vida nueva, por la fuerza del Espíritu Santo. “Los que por el bautismo nos incorporamos Cristo, fuimos incorporados a su muerte. Por el bautismo fuimos sepultados con Él en la muerte, para que así como Cristo fue despertado de entre los muertos por la gloria del Padre, así también nosotros andemos en una vida nueva” (Rom.6,3-11)

Desde el principio la comunidad cristiana puso la celebración del bautismo en el contexto de la Vigilia Pascual. Aquí también , esta noche Ignacio y Laburana van a recibir el bautismo.

Ignacio. y Laburana esta noche, sumergidos con Jesús en su muerte, resucitarán con Él a la vida inmortal.

Os saludo con mucho cariño y doy las gracias a los catequistas que os han preparado. En virtud del bautismo vais a formar parte de la Iglesia, que es un gran pueblo, en camino, sin fronteras de lengua raza o cultura; un pueblo llamado a la fe, a partir de Abraham y destinado a ser bendición entre todas las naciones de la tierra (cfr. Gen. 12, 1-3). Permaneced fieles a Aquel que os ha elegido y entregadle, con mucha confianza, todo vuestro ser. Y tened la seguridad de que en Él encontrareis la plenitud de la vida..

También, en esta noche, todos nosotros, renovaremos nuestro bautismo. La liturgia nos invita a renovar las promesas de nuestro bautismo. El Señor nos pide que renovemos nuestra actitud de plena docilidad al Espíritu y de total entrega al servicio del Evangelio.

En esta noche de gracia, en la que Cristo ha resucitado de entre los muertos, celebramos sobre todo la tercera y definitiva noche. La noche que es culminación de todas las otras noches. Las noche que nos abre las puertas para el día que no tiene fin: la noche de la Resurrección del Señor. Después de la trágica noche del Viernes Santo, cuando “el poder de las tinieblas” (cf. Jn.8,12) parecía prevalecer sobre Aquel que es la “luz del mundo”, después del gran silencio del Sábado Santo, en el cual Cristo, cumplida su misión en la tierra, encontró reposo en el Misterio del Padre y llevó su mensaje de vida a los abismos de la muerte, ha llegado finalmente la noche que precede al gran día de la Resurrección.

Hoy, en la Iglesia, vuelve a resonar con fuerza el anuncio del ángel a las mujeres que iban al sepulcro para embalsamar el cuerpo de Jesús: “No os asustéis. ¡Buscáis a Jesús el Nazareno, el crucificado. No está aquí. Ha resucitado” (Mc. 16,1-7)

Con toda razón hemos cantado en el Pregón Pascual: “¡Qué noche tan dichosa, en que se unen el cielo y la tierra, lo humano y lo divino!”

Esta es la noche por excelencia de la alegría y de la gratitud. Y es la noche también de la espera confiada del cumplimiento pleno de las promesas, del Señor en nosotros, en la Iglesia y en el mundo. Y la noche, en la que cada uno de nosotros, hemos de afianzar nuestra fe y de asumir con fortaleza nuestros compromisos bautismales. Es la noche, de la misión y del envío.

Hoy, todos nosotros, gozosos de la vocación a la que el Señor ha querido llamarnos, hemos de sentir el deseo de proclamar al mundo, que sigue todavía en la tinieblas, el gozo de la resurrección de Cristo y las maravillas que Él ha querido realizar en nosotros.

Los que hemos sido llamados al ministerio apostólico renovemos hoy nuestro compromiso de hacer presente entre los hombres el amor de Jesucristo, Buen Pastor, que da la vida por los suyos y busca con pasión a la oveja perdida. Y entreguémonos a ellos de tal manera que el Pueblo de Dios vea siempre en nosotros la imagen viva de Cristo Resucitado en la Palabra que anunciamos y en los Sacramentos que, en nombre de Cristo celebramos, especialmente en la Eucaristía, memorial perpetuo de su muerte y resurrección.

Los consagrados renovad, ante el Señor Resucitado, vuestro respuesta agradecida a la llamada que un día os hizo Dios para una vida de especial intimidad con Él. Mostrad con vuestra forma de vivir que el amor de Dios llena vuestra existencia y que ese amor os empuja gozosamente a entregaros constantemente al bien de los hermanos. Pedid a Dios que vuestra vida sea para la Iglesia y parra el mundo signo profético de aquel día en el que Dios lo será todo para todos.

Los que habéis sido llamados a la vida matrimonial vivid vuestro matrimonio como vocación de santidad. Y escuchad la voz de Dios que os anima en esta noche, con una fuerza especial , a realizar esa vocación de santidad. El matrimonio es el fundamento de la familia. Haced de vuestras familias, verdaderas Iglesia domésticas, en las que, por vuestro testimonio y con la gracia de Dios, la fe sea trasmitida a vuestros hijos con toda su fuerza humanizadora; y vuestros hogares, como el hogar de Nazaret, sean focos de luz y de esperanza para nuestro mundo. Pedid a Dios que el amor que os une y el amor que tenéis a vuestros hijos sea para ellos, signo de ese amor primero y gratuito que de sentido a sus vidas y sea signo, sobre todo, del amor divino que les invita y les da fuerza para vivir como verdaderos hijos de Dios.

Los jóvenes sentid con mucha fuerza, al renovar vuestro bautismo en esta Vigilia Santa, que en Cristo encontraréis siempre al amigo que no engaña y que os dará siempre las respuestas auténticas a vuestros grandes deseos de felicidad, de verdad, de belleza y de amor. Pensad que Dios os llama para ser verdaderos protagonistas de la gran tarea de la evangelización de los jóvenes, tan urgente en nuestra diócesis. Sabed que sólo siguiendo a Jesucristo encontraréis la alegría que llena el corazón; esa alegría que brota de un vida generosa que se entrega a los hermanos y es capaz de superar las dificultades y de vencer el pecado porque cuenta con la fortaleza de aquel Espíritu que un día recibisteis en vuestra confirmación para ser testigos de Cristo en la Iglesia y en el mundo.

Los mayores, con la experiencia que dan los años y la fidelidad a Cristo, tenéis que sentiros hoy muy felices, sabiendo que el Señor sigue contando con vosotros para ser auténticos maestros de esa sabiduría que viene de Dios. Esa sabiduría tan necesaria hoy, entre nosotros capaz de mostrar los verdaderos valores que ayudan al hombre a caminar con paz en medio de las alegrías y los sufrimientos de este mundo. Ayudad a todos, con vuestro ejemplo, a vivir abrazados a la cruz de Cristo, descubriendo en ella la puerta que conduce a la vida verdadera.

Todos, en esta Noche Santa hemos de sentirnos impulsados, como aquellas mujeres que fueron al sepulcro de Jesús, a anunciar la feliz noticia de la resurrección del Señor.

Cristo ha resucitado. Cristo vive. Aleluya, Aleluya. “Este es el día en que actuó el Señor, sea nuestra alegría y nuestro gozo”. Amen