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INAUGURACIÓN DE LA VISITA PASTORAL EN CHINCHÓN
Domingo primero de Cuaresma (B)

Comienzo con verdadera ilusión y gozo la vista pastoral de este querido arciprestazgo de Cinchón. Es verdad que mi contacto con vosotros es muy frecuente. Hace pocas semanas celebrábamos la tan deseada rehabilitación de este precioso templo parroquial y la bendición de su nuevo altar. Y son muchas las ocasiones que tenemos de podernos ver. Ayer, sin ir más lejos, me dio mucha alegría poder saludar a un importante grupo de jóvenes de este arciprestazgo que participó en la Jornada Diocesana de Jóvenes. (Hay, en nuestras comunidades parroquiales una juventud muy buena y muy sana, a la que tenemos que entusiasmar con Cristo. Ellos son la esperanza de la sociedad y de la Iglesia)

Sin embargo la Visita Pastoral nos va a permitir tener un encuentro y un diálogo mucho más sosegado y tranquilo. Tenemos que decirnos muchas cosas. Yo a vosotros y vosotros a mi. San Pablo saludaba a los cristianos de Roma, a los que se proponía visitar diciéndoles: “Estoy deseando veros, a fin de comunicaros algún don espiritual que os fortalezca, o más bien, para sentir entre vosotros el mutuo consuelo de la común fe: la vuestra y la mía” (Rom. 1,11-12)

La Vista Pastoral es una gran oportunidad y un verdadero momento de gracia para animar y fortalecer la vida de nuestras comunidades parroquiales. En muchas ocasiones estamos como a la defensiva frente a los muchos ataques que la Iglesia recibe de ideologías materialistas y laicistas que pretenden acabar con la religión y socavar los cimientos de los valores morales que dan sentido a nuestra vida y son el fundamento de nuestra cultura cristiana. Pero creo que es el momento, y la Vista Pastoral es una gran ocasión para ello, de afianzar bien nuestra fe y nuestro modo de vivir, según el evangelio, para ofrecérselo, claramente y valientemente, a mucha gente que se encuentra perdida y desorientada. Es el mejor servicio que podemos ofrecer al mundo. La vida que brota del encuentro con Cristo es algo verdaderamente bello:
- que hace a la gente más feliz,
- crea relaciones sociales de auténtica convivencia, de paz y de respeto entre todos,
- ofrece valores morales que dignifican a la persona,
- defiende el don de la vida humana en todas las fases de su desarrollo,
- afianza y protege el bien más precioso que hemos recibido que es el de nuestra familia,
- y, en definitiva, educa a los niños y a los jóvenes para vivir una vida llena de esperanza, abierta al amor infinito de Dios, revelado en Cristo, descubriendo su propia vocación y ofreciéndola al servicio de la humanidad,
Para realizar todo esto la Iglesia Diocesana presente en cada una de sus diversas comunidades parroquiales ha de ser:

- una comunidad de fe, que se alimenta de la Palabra de Dios.( Es importantísimo cuidar mucho la transmisión de la fe en la catequesis y formar bien al Pueblo de Dios. De esto hablaremos en la reunión que tenga con los catequistas.)

- una comunidad de gracia, en la cual se celebra el sacrificio eucarístico, se administran los sacramentos y se eleva a Dios incesantemente la oración. La Eucaristía ha de ser el centro de la vida de la Parroquia. Y de una manera especial la Eucaristía dominical.”Es preciso insistir en este sentido, dando un realce particular al Eucaristía dominical y al domingo mismo, vivido como día especial de la fe. Día del Señor resucitado y del don del Espíritu, verdadera Pascua de la semana (...) La Eucaristía dominical, congregando semanalmente a los cristianos en torno a la mesa de la Palabra y del Pan de Vida, es también el antídoto más natural contra la dispersión” (NMI. 35-37). Igualmente el sacramento de la reconciliación es especialmente importante para revitalizar la vida cristiana y experimentar personalmente el encuentro con el Dios de la Misericordia. “Deseo pedir una renovada valentía pastoral, para que la pedagogía cotidiana de la comunidad cristiana sepa proponer de manera convincente y eficaz la práctica del Sacramento de la Reconciliación” (NMI. 37)

- una comunidad de caridad, espiritual y material, que brota de la fuente de la Eucaristía. “. Nosotros hemos conocido el amor que Dios nos tiene y hemos creído en él. Dios es Amor, y quien permanece en el amor permanece en el amor, permanece en Dios y Dios en el” (I. Jn. 4,16). Comentando este texto de S. Juan, el Papa Benedicto XVI, nos decía en su reciente encíclica.”Estas palabras de la primera carta de S. Juan expresan con claridad meridiana el corazón de la fe cristiana: la imagen cristianade Dios y también la consiguiente imagen del hombre y de su camino (...) No se comienza a ser cristiano por una decisión ética, sino por el encuentro con un acontecimiento, con una Persona, que da un nuevo horizonte a la vida y, con ello una orientación decisiva” (DCE. 1). En nuestros encuentros de estos días pediremos al Señor que nos ayude a crecer en la caridad, viviendo entre nosotros, en el seno de nuestras comunidades, una verdadera unidad en la caridad y una auténtica espiritualidad de comunión. Tal como nos pedía Juan Pablo II, hemos de “hacer de la Iglesia la casa y la escuela de la comunión (...) Antes de programar iniciativas concretas, hace falta promover una espiritualidad de comunión, proponiéndola como principio educativo en todos los lugares donde se forma el hombre y el cristiano, donde se educan los ministros del altar, las personas consagradas y los agentes pastorales,
donde se construyen las familias y las comunidades” (NMI. 43). Viviendo este espíritu de comunión entre nosotros no nos resultará difícil revisar también nuestras actitudes ante los hermanos que sufren, los enfermos, los ancianos y, en general, ante los que viven alguna forma de pobreza material o espiritual. Ellos han de ser nuestros preferidos, como lo fueron para Jesús y en ellos hemos de descubrir el rostro de Cristo crucificado, para acercarnos a ellos con amor y tratar de aliviar, en la medida de nuestras fuerzas su sufrimiento.

- una comunidad de apostolado, en la cual todos son llamados a difundir las insondables riquezas de Cristo. Los que hemos recibido, sin merecerlo, el don precioso de la fe y hemos conocido y seguido a Jesucristo hemos de cumplir el mandato del Señor a sus apóstoles “ id y haced discípulos a todas las gentes (...) enseñándoles a guardar todo lo que Yo os he mandado” (Mt.28,19). Seguro que en estos dias sentiremos de una manera especial la urgencia de la evangelización. El campo en el que tenemos que sembrar la semilla de la Palabra de Dios es inmenso. Los trabajadores son pocos. Pero guiados y fortalecidos por el Espíritu Santo nos animaremos mutuamente y buscaremos nuestra fuerza en el Señor que nos envía y renovando, en la medida en que sea necesario, nuestros métodos, nuestro lenguaje y nuestro ardor apostólico abriremos nuevos caminos y buscaremos iniciativas más fecundas para anunciar a todos la Palabra salvadora del Señor.

Ciertamente para edificar la Iglesia de Cristo, en nuestros pueblos, como comunidades de fe, de gracia, de caridad y de apostolado se requieren diversos ministerios, carismas y servicios. Pero no de una manera dispersa, cada uno por su lado. El Señor ha querido que toda esta variedad de tareas encuentran su radical armonía en la figura del Obispo. signo sacramental de Jesucristo, Cabeza de la Iglesia y principio de unidad para todo el pueblo cristiano en esta Diócesis de Getafe. Este es el sentido más profundo de la Vista Pastoral. El Señor ha querido ponerme en el centro de esta Iglesia particular de Getafe para que, rodeado por los presbíteros, (como se expresa de una manera muy viva en la liturgia de la Misa Crismal) y ayudado por los religiosos y los laicos, en el nombre y con la autoridad de Cristo ejerza entre vosotros el servicio que la Iglesia me pide de enseñar, santificar y regir en la caridad, al Pueblo de Dios. Esto es lo que nos proponemos hacer en estos días de Visita Pastoral. Y esto es lo que en esta solemne Eucaristía ponemos en el altar “para que fortalecidos con el Cuerpo y la sangre del Señor y llenos de su Espíritu Santo formemos en Cristo un solo cuerpo y un solo Espíritu” (Plegaria III)

La liturgia de este domingo primero de Cuaresma, que hoy celebramos, nos introduce maravillosamente en el espíritu que estos días hemos de vivir. La pedagogía de la Iglesia nos propone intensificar en la Cuaresma el camino de la propia conversión; tanto como individuos, cuanto como miembros de la Iglesia y de la sociedad. Y para que esa conversión sea auténtica nos propone revisar nuestra vida a la luz de la Palabra de Dios y a colaborar con la gracia para superar el pecado. Siguiendo a Cristo vamos muriendo al hombre viejo, desprendiéndonos de todo aquello que no está de acuerdo con el plan de Dios y destruyendo en nosotros el pecado, por el sacramento de la penitencia. Y así de esta manera ir alumbrando en nosotros el hombre nuevo, revistiéndonos de Cristo. La cuaresma, lo mismo que la vida del cristiano, es un camino hacia la Pascua, la fiesta de la Vida. Vamos caminando con la luz de la fe hacia Cristo Resucitado para participar con Él de la Vida y del Amor en toda su plenitud.

Y en ese camino, como nos recuerda la liturgia de hoy no puede faltar la experiencia de la tentación. Jesús, en cuanto hombre, igual en todo a nosotros menos en el pecado tuvo que enfrentarse con la tentación. Y enfrentándose con la tentación y venciendo la tentación nos dio la posibilidad de que también nosotros, unidos a Él, por el don del Espíritu, salgamos fortalecidos y victoriosos de toda tentación.

La primera tentación, la de las piedras y el pan, nos ayuda a comprender que lo que hace conservar verdaderamente la vida no es el alimento material, sino la Palabra de Dios. “no sólo de pan vive el hombre sino de toda Palabra que sale de la boca de Dios”. La Palabra de Dios es Cristo. Nuestro alimento, nuestra vida, nuestra esperanza, nuestra fortaleza sólo puede ser Cristo. Teniendo a Cristo lo tenemos todo. Siguiendo a Cristo alcanzaremos la vida eterna.

La segunda tentación, la del pináculo del templo, es la tentación de la soberbia. La soberbia destruye la convivencia. El que pretende estar siempre por encima de los demás, sin escuchar a nadie y creyéndose poseedor de facultades superiores a las de los demás, termina por convertirse en un ser solitario; y al final, al descubrir sus propios fracasos y miserias, termina por caer en la desesperanza. Sólo los mansos y humildes de corazón, como dice la bienaventuranza, “ poseerán la tierra”: porque saben reconocerse pobres ante Dios y de esta manera saben abrirse a la abundancia de sus dones. Sólo el que vive en la verdad, confía en Dios, reconoce sus propios límites y sabe apreciar el valor de los otros es el que será verdaderamente dichoso. El Señor hace frente esta tentación diciendo:“No tentarás al Señor tu Dios”. Tentar a Dios es pretender hacer una religión a la medida de mis propios gustos. Una religión así no salva a nadie, le lleva al mas profundo fracaso. Frente a esa arrogancia absurda, nuestra actitud ha de ser la de buscar sinceramente la voluntad de Dios, sabiendo que la voluntad de Dios revelada en Cristo es lo mejor para mi y por tanto lo que me va a hacer más feliz.

La tercera tentación, la de los reinos del mundo, es la tentación de la avaricia y de la codicia, la tentación del ansia de dinero, de poder y de gloria. La respuesta de Jesús a esta proposición del enemigo es rotunda. Sirviéndose de unas palabras del libro del Deuteronomio (6,13), Jesús pone al descubierto la perversidad del enemigo, le llama por su nombre:”apártate de mi Satanás” (que es un modo de indicar que tiene autoridad sobre él) y le aleja de manera enérgica: sólo Dios, que es el único y verdadero Señor y dueño del universo, debe ser adorado y servido. A lo largo de su ministerio, Jesús enseñará a estar en guardia frente a esta tentación de la avaricia y de la codicia, que lleva irremisiblemente a abandonar a Dios. “No se puede servir a dos señores (...) no se puede servir a Dios y al dinero” (Mt.6,24).

Comencemos esta cuaresma renovando nuestro deseo firme de amar y seguir Jesucristo, que por nosotros fue tentado y por nosotros murió” para que estando junto a Él en la pruebas y tentaciones estemos también con Él en su victoria y participemos un día en su gloriosa resurrección.

Encomendamos el fruto de esta Vista Pastoral a Nuestra Señora la Virgen María, Madre de la Iglesia. Que ella interceda por nosotros para que, siguiendo su ejemplo, seamos dóciles a lo que el Espíritu Santo nos vaya diciendo en estos días y sintamos el gozo de su consuelo. Amen.