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INMACULADA CONCEPCIÓN-2005

El día en que fue ordenado obispo el cardenal Suenes un grupo de profesores de la Universidad de Lovaina, compañeros suyos, tuvo la amabilidad de enviar a su madre un ramo de flores. Aquel detalle le emocionó. Y años más tarde, siendo ya cardenal, él mismo comentaba: “esa delicadeza que mis compañeros de universidad tuvieron con mi madre nuca se me olvidará y me ha servido en más de una ocasión para decir a mis amigos protestantes: no tengáis miedo de honrar a María, porque honrar a María es algo que va derecho al corazón de su Hijo Jesucristo. Honrando a la Madre, honramos al Hijo”. San Bernardo decía: “De María nunquam satis”, que significa: “todo lo que digamos de María es poco”.

Esta noche nos hemos reunido para alabar a María. Y lo hacemos con la seguridad de que alabando a María estamos alabando a Jesucristo. Hemos comenzado la Vigilia con el precioso himno del “Akáthistos”, muy apreciado en la tradición oriental. Es un cántico totalmente centrado en Cristo, a quien se contempla a la luz de su Madre Virgen. En este himno hemos ido recorriendo las etapas de su existencia alabando los prodigios que el Todopoderoso realizó en María: su concepción virginal, inicio y principio de la nueva creación, su maternidad divina, fuente de todas sus virtudes, y su participación en la misión de su Hijo, especialmente en los momentos de su pasión, muerte y resurrección. María, Madre del Señor Resucitado y Madre de la Iglesia, nos precede y nos lleva al conocimiento auténtico de Dios y al encuentro con el Redentor. “Salve ¡Virgen y Esposa!.

María nos indica el camino y nos muestra a su Hijo. Al celebrarla con alegría y gratitud, en esta Vigilia, honramos la santidad de Dios que, por su misericordia, hizo maravillas en su humilde sierva y la saludamos con el título de “llena de gracia” implorando su intercesión por todos los hijos de la Iglesia y decimos con las palabras del ángel:“Alégrate María, llena de gracia, el Señor está contigo” (Lc.1,28).

¡Qué grande es el misterio de la Inmaculada Concepción, que nos presenta la liturgia de hoy!. En el himno de la carta a los Efesios, que se acaba de proclamar, el apóstol alaba a Dios Padre porque “nos ha bendecido, en la persona de Cristo, con toda clase de bienes espirituales y celestiales” (Ef.1, 4-5). Esta bendición se ha realizado en María de una manera plena desde el momento mismo de su concepción inmaculada, por una gracia especial. El Padre la eligió en Cristo antes de la creación del mundo, para que fuese santa e inmaculada ante Él por el amor, predestinándola para ser primicia de la nueva creación, redimida por la sangre de su Hijo.

Y al celebrar la elección de María celebramos también la elección y la vocación de cada uno de nosotros. El Señor también nos ha elegido y nos ha llamado a la santidad. Contemplando el misterio de María podemos descubrir el modo de responder a esa llamada y las actitudes que quiere el Señor en todos aquellos que son llamados a colaborar con Él. En Nazaret, aldea desconocida, se va a decidir el futuro de la humanidad. Allí Dios va a confiar la venida de su Hijo a la respuesta de una joven humilde, pobre y desconocida. No tengamos miedo de nuestra debilidad.

En Nazaret Dios nos revela que para realizar sus designios no busca a los sabios y entendidos de este mundo, dominados por la autosuficiencia y la soberbia, sino a los pobres y humildes de corazón, a quienes el mundo suele dejar olvidados.

Aunque, en muchos momentos, nos veamos limitados y sin fuerzas no nos asustemos de nuestra pobreza. Porque será e nuestra debilidad y pobreza donde Dios manifestará su poder. Los caminos de Dios para salvar el mundo no pasan por la alianza con el dinero, o el poder de las armas o la influencia de los medios de comunicación, sino por la pequeñez y la humildad de María, que es capaz de recibir la plenitud de la Gracia.

En esta noche nos unimos a todo el pueblo cristiano para honrar a María con aquellas mismas palabras con las que los hijos de Israel bendijeron a la débil Judit, después de haber vencido al poderoso Holofernes: “Tu eres la gloria de Jerusalén, tu la honra de Israel, tu el orgullo de nuestra raza” (Jdt.15,25).

Te damos gracias , Señor, porque preservaste a María de toda mancha de pecado original, para que fuese Madre de tu Hijo, y comienzo e imagen de la Iglesia de la Iglesia, esposa de Cristo, llena de juventud y de hermosura. “Purísima había de ser, la Virgen de la que naciera el Cordero inocente que quita el pecado del mundo. Purísima, la que entre todos los hombres es abogada de gracia y ejemplo de santidad” (Prefacio)

Pidamos a María Inmaculada, que participa en cuerpo y alma en la gloria de Jesucristo, que todos sus hijos deseemos esa misma gloria y caminemos hacia ella. Que interceda por la salud de los enfermos, el consuelo a los afligidos y el perdón de los pecadores.

A ella que fue madre de familia, le pedimos su especial intercesión para que todas las madres de la tierra fomenten en sus hogares el amor y la santidad. Y que todos los difuntos alcancen con todos los santos la felicidad del cielo. María, Madre Inmaculada, ruega por nosotros. Amén.