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ENTRADA DEL NUEVO PÁRROCO
(Parroquia de San José de Pinto-2005)

“Os daré pastores según mi corazón!”(Jer.3,15). Con estas palabras del profeta Jeremías Dios promete a su pueblo no dejarlo nunca privado de pastores que lo congreguen y lo guíen. La Iglesia, Pueblo de Dios, experimenta siempre el cumplimiento de este anuncio profético y con alegría, da continuamente gracias al Señor. Y sabe que ese cumplimiento se realiza en Jesucristo:”Yo soy el Buen Pastor y conozco a mis ovejas y las mías me conocen a mi (...) y doy la vida por mis ovejas” (Jn.10,11 sig.); y que su presencia sigue viva entre nosotros, por voluntad suya, en todos los lugares y en todas las épocas, por medio de los apóstoles y de sus sucesores. Sin sacerdotes la Iglesia no podría cumplir el mandato del Señor de anunciar el evangelio:”Id y haced discípulos a todas las gentes”(Mt. Mt.28,19). Ni podría renovar cada día, en el misterio eucarístico el sacrificio de su cuerpo entregado y de su sangre derramada para la vida del mundo.

La solemnidad de Jesucristo Rey del Universo, presentando el señorío de Jesús bajo la imagen del pastor que da la vida por sus ovejas, nos ayuda a comprender esa voluntad del Señor de cuidar a los suyos entregando su vida por ellos: “Yo mismo en persona buscaré a mis ovejas, siguiendo su rastro. Como sigue el pastor el rastro de su rebaño, cuando las ovejas se le dispersan, así seguiré yo el rastro de mis ovejas y las libraré, sacándolas de todos los lugares por donde se desperdigaron el día de oscuridad y nubarrones” (Ez. 34, 11-12.15-17). Esa presencia cercana de Jesucristo se sigue hoy realizando en aquellos que han sido llamados por Él para ser apóstoles suyos.

La inauguración solmene del ministerio pastoral del nuevo párroco nos da la oportunidad, una vez más, de darle gracias al Señor por la fecundidad espiritual de esta Parroquia desde su reciente creación. Recordamos con especial cariño y gratitud a D. Luis, su primer Párroco, que con una gran bondad y prudencia, ayudado por su vicario parroquial D. Daniel ha sabido poner en marcha esta Parroquia y hacerla crecer espiritualmente y materialmente, llevando a feliz término la recuperación y acondicionamiento de los locales parroquiales.

El nuevo párroco Álvaro, ha sido vicario parroquial de la Parroquia de Cienpozuelos y me consta que en este breve tiempo que lleva con vosotros está siendo recibido con mucha cordialidad y afecto por todos.

Él viene a ahora, en el nombre del Señor, como párroco, para asumir, en nombre del obispo, la responsabilidad ultima en la animación pastoral de esta Parroquia. Le encomendamos, con mucha confianza, al Señor y a la Santísima Virgen, para que , por medio de él, se haga presente entre vosotros el amor de Cristo a su Iglesia. Y rezamos también para que esta comunidad parroquial, entienda bien, a la luz de la fe, lo que es propio del ministerio que hoy se le confía, le ayude en sus tareas apostólicas y, en comunión con él y con su Obispo, realice la misión de ser sal de la tierra y luz del mundo entre las gentes de este barrio inmenso de Zarzaquemada.

Un primer deber del párroco es anunciar a todos el evangelio de Dios, cumpliendo así el mandato del Señor:”Id por todo el mundo y anunciad el evangelio a todos los hombres”(Mc.16,15). Con su palabra y con el testimonio de su vida debe ayudar a todos a conocer a Jesucristo y a crecer en la fe. El párroco, como colaborador del Obispo, ha de cuidar la transmisión de la fe, garantizando la fidelidad al magisterio de la Iglesia en esta transmisión, tanto en la homilía, como en la catequesis, como en cualquier otra forma de enseñanza, exhortando a todos a descubrir en Jesucristo el verdadero tesoro que llenará de alegría y de esperanza sus vidas. Y ha de tener un cuidado especial, como nos dice Jesús en el evangelio, por los más débiles en la fe, por los que viven experiencias de sufrimiento y dolor, por los enfermos y por los niños y los más pequeños, ayudando a los matrimonios cristianos en la educación de la fe de sus hijos. La palabra del párroco no es un palabra más entre otras sino que, de una manera especial en determinados momentos, y particularmente en lo que se refiere a la doctrina cristiana, es la voz autorizada de la Iglesia que garantiza la correcta transmisión de la fe.” Los sacerdotes, cuando con su conducta ejemplar entre los hombres los llevan a glorificar a Dios, o cuando enseñan la catequesis cristiana, o cuando explican las enseñanzas de la Iglesia, o cuando se dedican a estudiar los problemas actuales a la luz de Jesucristo, siempre enseñan no su propia sabiduría, sino la palabra de Dios, e invitan insistentemente a todos a la conversión y a la santidad” (PO. 4).

El sacerdote es también ministro de los sacramentos y de la Eucaristía. Por el bautismo introducen a los hombres en el Pueblo de Dios¸ por el sacramento de la penitencia reconcilian a los pecadores con Dios y con la Iglesia, por la unción de los enfermos alivian a los que sufren la enfermedad y, sobre todo, por la celebración de la Eucaristía ofrecen el sacrificio de Cristo y hacen permanentemente presente entre nosotros el memorial de la cruz redentora de Cristo y de su gloriosa resurrección. La Eucaristía ha de ser el centro de la Parroquia y de una manera muy especial la Eucaristía del domingo. En torno a la Eucaristía, decía el Papa a los jóvenes en Colonia hemos de construir comunidades vivas. Comunidades que vivan el mandamiento del amor, teniendo todos un mismo corazón; comunidades cristianas con capacidad de perdón, con sensibilidad hacia las necesidades de los demás, comprometidas en su servicio al prójimo y siempre dispuestas a compartir sus bienes con los necesitados. Cuando el mandamiento del amor a los pobres se separa de la Eucaristía corremos el riesgo de convertirlo en pura demagogia. El alma de la Iglesia es el amor, con una especial predilección hacia los más pobres, Pero ese amor ha de tener siempre como fuente y alimento la Eucaristía. La Eucaristía nos empuja a un modo de vivir activo, dinámico y transformador. La Eucaristía es acción de gracias, alabanza, bendición y transformación a partir del Señor. “La Eucaristía es el centro propulsor de toda la acción evangelizadora de la Iglesia, como lo es el corazón en el cuerpo humano. Las comunidades cristianas sin la celebración eucarística, en la que se alimentan con la doble mesa de la Palabra y del Cuerpo de Cristo, perderían su auténtica naturaleza; sólo en la medida en que son eucarísticas pueden transmitir a los hombres a Cristo, y no sólo ideas por muy nobles e importantes que sean” (Benedicto XVI. 2/10/2005). No perdamos nunca el sentido del domingo como día de la Eucaristía, como día del Señor. El día en que Jesucristo, venciendo la muerte salió del sepulcro. El día de la nueva creación. La Eucaristía, nos dice el concilio, es la fuente y la cumbre de toda la evangelización. (PO.5)

Los presbíteros ejercen también la función de ser punto de encuentro de los diversos carismas y ministerios que pueda haber en la comunidad. Son centro de unidad y de comunión. Hacen presente a Jesucristo, Cabeza de la Iglesia, que da unidad y consistencia a todo el Cuerpo. Ellos convocan y reúnen, en nombre del Obispo a la familia de Dios, como una fraternidad con una sólo alma y la conducen a Dios Padre, por Cristo, en el Espíritu. La Parroquia es una comunidad muy diversa, que congrega personas con edades y mentalidades muy diferentes. Cada una con su propia historia personal, con sus penas y alegrías y con una gran variedad de ministerios y carismas. A todos debe llegar el sacerdote, como padre, hermano y amigo. Y, como educador de la fe, ha de procurar personalmente, o por medio de otros, que cada uno de aquellos que la Iglesia le confía, descubra su propia vocación y sea llevado por el Espíritu hacia la madurez de la vida cristiana que es la santidad.

Para conseguir todo esto, como también nos dice el concilio “debe portarse con ellos no según los gustos de los hombres, sino conforme a las exigencias de la enseñanza y de la vida cristiana”( P.O. 6). Y sabemos muy bien que en el mundo en que vivimos, con una mentalidad dominante, muy alejada de Dios y de los valores evangélicos, esto no es fácil; y, en muchos momentos, el sacerdote tendrá que decir cosas que no estén de moda y tendrá que ir contracorriente de un modo de pensar y de un modo de comportarse que, por muy habituales que sean, está produciendo verdaderos estragos en las familias y en la educación moral y religiosa de los niños y de los jóvenes. El sacerdote, como decía S. Pablo a su discípulo Timoteo, tiene la obligación de predicar el evangelio, insistiendo a tiempo y a destiempo, corrigiendo, reprendiendo y exhortando con toda paciencia y doctrina. (Cf.Tim.4,2) . Y no le faltará la gracia de Dios para realizarlo.

El Papa Benedicto XVI, recordaba, hace unos días a los obispos de Austria que habían acudido a visitarle con motivo de la “Vista ad Límina” que el proceso de secularización que va invadiendo Europa tiene como consecuencia que “En muchos creyentes se debilite la identificación con la enseñanza de la Iglesia, perdiendo así la certeza de la fe y desapareciendo el temor reverencial a la Ley de Dios”. Y frente a ello, les decía el Papa, “hace falta una confesión clara, valiente y entusiasta de la fe en Jesucristo (...) presentando la Palabra de Dios con toda claridad, incluso las cosas que se escuchan con menos agrado o que ciertamente suscitan reacciones de protesta y de burla (...) Hay temas, en el ámbito de las verdades de fe y, sobre todo, de la doctrina moral que no se presentan de modo adecuado en la catequesis o en el anuncio, y acerca de las cuales, a veces, por ejemplo en la pastoral juvenil de las parroquias o de las asociaciones, no se afrontan en absoluto o no con el sentido en que las entiende la Iglesia (...) Tal vez los responsables del anuncio teman que las personas puedan alejarse si se habla demasiado claramente. Sin embargo, por lo general, la experiencia demuestra que sucede precisamente lo contrario. No os engañéis. Una enseñanza de la fe católica que se imparte de modo incompleto es una contradicción en sí misma y, a la larga, no pude ser fecunda.”

Aunque el sacerdote se debe a todos, sin embargo, nunca debe olvidar, que, como representante de Jesucristo Buen Pastor, ha de tratar con especial predilección a los pobres y a los más débiles. Esta es la gran enseñanza del evangelio de hoy: el amor a los pobres. Y hay muchas formas de pobreza. Está la pobreza material de los que no tienen lo necesario para vivir. Pero está también la pobreza espiritual de quienes han vivido o viven momentos de especial sufrimiento, en la enfermedad , en el desamparo afectivo, en el desarraigo por causa de la emigración o en la soledad. Y está finalmente la más radical de las pobrezas, que es la pobreza del que vive alejado de Dios, la pobreza del pecado. Hemos de tener un gran deseo de llegar a todos. Y hemos de procurar por todos los medios, con la ayuda del Señor, hacer llegar la luz de la fe a los que no conocen al Señor. La Parroquia ha de ser un comunidad misionera, que busque como el Señor a tantas ovejas perdidas y a tantos hijos pródigos como hay por el mundo y les muestre en Jesucristo el camino de la verdadera felicidad.

Dentro de un momento el Párroco renovará ante mi sus promesas sacerdotales y después le iré haciendo entrega de las diversas sedes en las que ejercerá su ministerio. Le entregaré la sede presidencial, desde la que predicará la Palabra de Dios, presidirá la Eucaristía y guiará, con el espíritu del Buen Pastor, a esta comunidad cristiana que la Iglesia le confía. Le haré entrega después de la pila bautismal en la que por el agua y el Espíritu, en el sacramento del bautismo, incorporará nuevos miembros a la Iglesia. Y le entregaré la sede penitencial en la que, por el sacramento de la reconciliación, hará llegar, por su ministerio, a todos los con un corazón arrepentido confiesen personalmente sus pecados, la gracia infinita de la misericordia divina. Después de la comunión le haré entrega de la llave del sagrario, pidiéndole que cuide con mucho respeto este lugar santo y con una luz, siempre encendida, indique a los fieles, la presencia del Señor, para que vengan aquí a orar y que lleve la sagrada comunión a todos aquellos que por estar enfermos o impedidos no hayan podido venir a la celebración de la Eucaristía.

Esta comunidad parroquial que hoy recibe a su nuevo Párroco tiene que ser buena noticia de salvación y evangelio vivo, para todos los que, con sincero corazón busquen el bien y la verdad.

La fiesta de Cristo Rey, que hoy celebramos, nos recuerda que la creación y la historia tienen en Cristo su centro y su plenitud. Pero no lo olvidemos: Cristo es rey desde la cruz. Él es Señor entregando la vida por sus siervos. “Estoy en medio de vosotros como el que sirve.” Sigamos a Cristo sirviendo a los hermanos. Sigamos al Señor no reconociendo más señorío que el suyo. Porque sirviéndole a Él, que es la verdad, seremos auténticamente libres.

Ponemos nuestro mirada en la Virgen María. Que ella nos acompañe constantemente con su protección maternal y sea siempre para nosotros el modelo de una vida entregada a la voluntad de Dios y el signo de una Iglesia que, unida a su Señor, proclama al mundo las maravillas de Dios.