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ORDENACIÓN DE DIÁCONOS
(9 de Octubre de 2005)

Queridos hermanos sacerdotes, queridos seminaristas, queridas familias de los que van a ser ordenados diáconos, queridos ordenandos:

Tengo todavía muy viva la imagen del Papa Juan Pablo II, ya muy anciano y limitado de fuerzas, cuando en la tarde del día 3 de Mayo del año 2003, en la base de Cuatro Vientos decía, con una extraordinaria energía, a la multitud de jóvenes allí congregada: “ Os doy mi testimonio: yo fui ordenado sacerdote cuando tenía 26 años. Desde entonces han pasado 56. Al volver la mirada atrás y recordar estos años de mi vida, os puedo asegurar que vale la pena dedicarse a la causa de Cristo y, por amor a Él, consagrarse al servicio del hombre. ¡Merece la pena dar la vida por el evangelio y por los hermanos”

Queridos seminaristas que, dentro de unos momentos, vais a ser ordenados diáconos “¡Merece la pena dedicarse a la causa de Cristo y, por Él, consagrarse al servicio del hombre”!. Comienza hoy en vuestras vidas un camino de entrega total a Cristo y a la Iglesia para servir a vuestros hermanos los hombres. Hoy sois invitados a responder a una especial llamada del Señor: para estar junto a Él y para ser enviados a proclamar su evangelio. Fortalecidos con el don del Espíritu Santo se os va a confiar la misión, como diáconos, de ayudar al Obispo y a su presbiterio en el anuncio de la Palabra, en el servicio del altar y en el ministerio de la caridad, mostrándoos siempre como servidores de todos.

Al iniciar este camino, confiad totalmente en el Señor, que os ha llamado, y tened la seguridad de que cuanto mayor sea vuestra dedicación a Él, mas grande será vuestra alegría, incluso en medio de las mayores dificultades. Acabamos de escuchar el testimonio del apóstol Pablo, un hombre lleno de Cristo, que vivió con pasión el encargo, recibido del Señor, de predicar el Evangelio. Su vida no fue fácil. Como él mismo nos cuenta en su primera carta a los Corintios su ministerio apostólico le acarreó un sinfín de incomprensiones y desprecios. Pero su unión con Cristo y su amor a los hermanos fue tan grande que le hizo superar todos los obstáculos.”Si nos insultan, bendecimos, si nos persiguen lo soportamos, si nos difaman respondemos con bondad”(1 Cor.4,12-14). En la carta a los Filipenses nos descubrirá la razón de tanta fortaleza. “Se vivir en pobreza y abundancia. Estoy entrenado para todo y en todo: la hartura y el hambre, la abundancia y la privación. Todo lo puedo en Aquel que me conforta” (Fil. 4,12-14).

Queridos ordenandos, todo lo podéis en Aquel que os conforta. Vuestro tesoro es Cristo, vuestra fortaleza es Cristo, la roca sobre la que se sustenta vuestra vida es Cristo. Y vuestra misión consiste en predicar a Cristo. Vais a recibir una gracia especial del Espíritu Santo para ser siempre, en vuestros pensamientos, en vuestras palabras y en vuestros actos, plenamente, servidores de Cristo. Y, unidos a Cristo, enraizados en Él, como sarmientos unidos a la vid, vais a ser enviados a servir a la Iglesia, ahora como diáconos y, más adelante, si Dios quiere, como presbíteros. Y, con la Iglesia, sirviendo a la Iglesia, en el seno de la Iglesia, como ministros del Señor, vais a ser enviados servir a la humanidad entera ofreciendo a los hombres de nuestro tiempo razones para vivir y caminos de esperanza.

Nuestro mundo está muy necesitado de esperanza. Benedicto XVI, en la homilía de la solemne Eucaristía en la que iniciaba su ministerio como Supremo Pastor de la Iglesia nos hablaba de las distintas formas de sufrimiento y de desierto en las que muchos hermanos nuestros vagan como ovejas sin pastor:” el desierto de la pobreza, el desierto del hambre y de la sed; el desierto del abandono, de la soledad y del amor quebrantado”. Y existe también, seguía diciendo el Papa, ese otro desierto más oculto, pero no por ello, menos dramático: “el desierto de la
oscuridad de Dios, del vacío de las almas que ya no tienen conciencia de la dignidad y del rumbo del hombre”.Y este desierto interior del vacío de Dios y de la pérdida de la conciencia de la dignidad del hombre, explicaba el Papa, es la causa última de todos los desiertos exteriores. “Los desiertos exteriores se multiplican por el mundo, porque se han extendido los desiertos interiores. Por eso los tesoros de la tierra ya no están al servicio del cultivo del jardín de Dios, en el que todos puedan vivir, sino que están subyugados al poder de la explotación y la destrucción. La Iglesia en su conjunto así como sus Pastores han de ponerse en camino como Cristo para rescatar a los hombres del desierto y conducirlos al lugar de la vida, hacia la amistad con el Hijo de Dios, hacia Aquel que nos da la vida , y la vida en plenitud”.

Queridos ordenandos ¡qué maravillosa tarea la de ser pastores, según el corazón de Cristo! ¡Qué gracia tan grande la de ser, en sus manos, instrumento de su misericordia, para liberar a muchas personas de esos desiertos exteriores e interiores!. Meditad muchas veces y llevad siempre en el corazón, las palabras del salmo 22, que hemos recitado después de la primera lectura. “El Señor es mi Pastor y nada me falta (...) me guía por el sendero justo por el honor de su nombre (...) me unges la cabeza con perfume y mi copa rebosa”.

Hoy vais a ser ungidos por el Espíritu Santo, para prologar en el mundo, para hacer presente en medio de los hombres, el corazón compasivo y misericordioso del Buen Pastor. ¡Dejaos guiar por Él!. Y como diáconos vivid, ya desde ahora, de una manera muy especial vuestra identificación con Jesucristo, Siervo y escuchad muy atentamente aquellas palabras que el Señor dijo a los apóstoles, después de lavarles los pies.”Vosotros me llamáis Maestro y Señor y decís bien pues lo soy. Pues si yo el Maestro y el Señor os he lavado los pies, vosotros debéis también
lavaros los pies los unos a los otros” (Jn. 13,13). El lavatorio de los pies es el signo más elocuente del servicio. La vida del apóstol ha de ser siempre servicio. Servicio y amor hasta dar la vida como el Señor.

Con la imagen del banquete nos describía Isaías la salvación de todos los pueblos. Vosotros, como diáconos de la Iglesia, sois los servidores de ese banquete. “Preparará el Señor para todos los pueblos, en este monte, un festín de manjares suculentos, un festín de vinos de solera , manjares enjundiosos, vinos generosos (...) Aniquilará la muerte para siempre. El Señor enjugará las lágrimas de todos los rostros y el oprobio del pueblo lo alejará de todo el país” (Is. 25,6-10). Ese día de gozo y salvación, en el que la muerte será aniquilada, ya ha llegado con Jesucristo. Y ese lugar de la presencia del Señor ya la tenemos en la Iglesia. Y, en ella el banquete de manjares suculentos ya está dispuesto para ser servido. Y vosotros, por el sacramento del Orden que, como diaconados, vais a recibir, sois llamados por Dios, en este día, para ser servidores de este banquete de la salvación: el banquete de la Palabra de Dios, el banquete de la Eucaristía y el banquete de la caridad.

Como servidores de la Palabra de Dios sois enviados a enseñar, no vuestra propia sabiduría, sino la sabiduría de Dios, invitando a todos a la conversión y a la santidad. Cuando os entregue el libro de los evangelios os diré a cada uno:”Recibe el Evangelio de Cristo, del cual has sido constituido mensajero; convierte en fe viva lo que lees, y lo que has hecho fe viva enséñalo y cumple aquello que has enseñado”. Que la Palabra de Dios sea siempre vuestro alimento cotidiano, en la oración, en el estudio de los textos sagrados, en la plena sintonía con el Magisterio de la Iglesia y en la reflexión sobre los problemas y expectativas de aquellos a quien vaya dirigida la Palabra de Dios.

Y así, alimentados de la Palabra de Dios, dialogad íntimamente con el Señor, realmente presente en el Sacramento del altar. Dejaos conquistar por el amor infinito de su Corazón y prolongad la adoración eucarística en los momentos importantes de vuestra vida, en los momentos en que tengáis que tomar decisiones personales o pastorales difíciles y todos los días, al principio y al final de vuestras jornadas. (cfr. Ecl. de Euc. 25). Cuando sirváis al altar, como diáconos, en la celebración de la Eucaristía, memorial de la Pasión del Señor, sentid el deseo y la exigencia una configuración cada vez más íntima con Jesucristo, Buen Pastor, Sumo y Eterno sacerdote.

Tened la seguridad de que, si vuestra vida espiritual se alimenta de la Palabra de Dios y de la Eucaristía, veréis, con asombro, como, por la gracia de Dios, os iréis convirtiendo, en auténticos ministros de lo misericordia divina y en generosos servidores de los pobres.

Dentro de un momento, en la oración de consagración, pediré para vosotros la asistencia del Espíritu Santo para que en vuestra vidas “resplandezca el amor sincero y la solicitud por los enfermos y los pobres ( ...) y (vuestras vidas) sean imagen viva de Jesucristo que no vino para ser servido sino para servir”.

Que con vuestro ejemplo y vuestra palabra, hagáis posible que todos los fieles cristianos reconozcan en los hermanos que sufren al mismo Cristo que nos dice “lo que hicisteis a mis hermanos más humilde a Mi me lo hicisteis” y se pongan en actitud de constante de servicio a todos los hermanos.

Pedimos la Virgen María, Madre del Buen Pastor, que cuide de estos hijos suyos que van a recibir el Sagrado Orden del Diaconado, para que, siguiendo el ejemplo de su Hijo, vivan felices sirviendo a los hermanos haciéndoles partícipes, por el ministerio sagrado que lo Iglesia hoy les confía, de los dones de la salvación.