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DOMINGO XXVII –A
(Primer aniversario – M.Josefa)

Hemos comenzado nuestra celebración eucarística, pidiéndole al Señor, en la oración propia de este domingo 27 del tiempo ordinario que derrame sobre nosotros su misericordia y nos libre de toda inquietud. Verdaderamente experimentamos continuamente su misericordia, pero no siempre sabemos corresponder como Él se merece. Por eso le pedimos que sea paciente y misericordioso con todos nosotros y que, a través nuestro, como instrumentos suyos, dóciles a su Palabra, seamos cauce e instrumento de su misericordia para todos los hombres.

La Eucaristía, memorial perpetuo de la cruz redentora de Cristo, es una prueba siempre actual de la misericordia divina. En la Eucaristía nos sentimos permanentemente convocados por el Señor para construir la Iglesia, sacramento universal de salvación; y para proclamar y anunciar a todos los hombres con nuestra vida y nuestra palabra el Reino de Dios.

En esta Eucaristía queremos también darle gracias al Señor por la vida de la Madre Maria Josefa del Corazón de Jesús, priora de este Monasterio del Cerro de los Ángeles, en el primer aniversario de su muerte. Fue una hija fiel de Santa Teresa de Jesús y una de las hijas predilectas de Santa Maravillas de Jesús, con la que colaboró en sus muchos trabajos y fundaciones. El Señor quiso llamarla en la fiesta de los Santos Ángeles Custodios, a los que invocaba diariamente y ellos la habrán conducido hasta la presencia de Dios para recibir el premio que tiene reservado a los que le siguen con fidelidad. Toda su vida quiso ser respuesta generosa a la llamada de Dios a la santidad. En sus últimos días escuchaba con mucho agrado, como nos cuentan sus hermanas, el bello poema de Santa Teresa de Jesús. “¿Qué mandáis hacer de mi?”. Seguro que su corazón, íntimamente unido al Corazón de Jesús y al Corazón de María, sólo deseaba en esos momentos y como culminación de toda una vida, entregarse definitivamente al Señor para gozar eternamente de su divina presencia.

Las lecturas de hoy nos ofrecen la alegoría de la viña para ayudarnos a comprender la relación de Dios con su Pueblo. Un Dios que se desvive por los suyos y un pueblo ingrato incapaz de corresponder a su amor. “Voy a cantar, en nombre de mi amigo, un canto de amor a su viña. Mi amigo tenía una viña en fértil collado. La entrecavó, la descantó y plantó buenas cepas; construyo en medio una atalaya y cavó un lagar. Y esperó que diese uvas, pero dio agrazones (...) ¿Qué más cabía hacer por mi viña que yo no haya hecho? (...) Pues ahora os diré a vosotros lo que voy a hacer con mi viña: quitar su valla, para que sirva de pasto, quitar su tapia para que la pisoteen”(Is. 5,1-7). Dios el Esposo ha agotado todos sus recursos de amor a favor de su pueblo Israel. Y su amor decepcionado abandona, con pesar a la viña a su propia suerte. Y entonces viene el desastre. Es la síntesis de la historia de la salvación: la lucha entre la misericordia amorosa de Dios y la infidelidad constante del hombre. Pero Dios no se cansa de amar. Y Jesucristo, Enviado del Padre, viene a rehacer la viña. Y la historia se repite: “Vino a los suyos y los suyos no le recibieron”. Y el Hijo, enviado por el Padre es rechazado y crucificado. Pero la historia no termina con su muerte. En su resurrección gloriosa, en el Hijo resucitado, en Jesucristo glorioso, que, por obra del Espíritu Santo, vive en la Iglesia, nace una humanidad nueva redimida y salvada, en todos aquellos que se dejan guiar por el mismo Espíritu. Por la muerte de Cristo el pecado queda definitivamente destruido y por su resurrección podemos llegar a ser criaturas nuevas. Este misterio inefable de la destrucción del pecado y de la nueva vida en Cristo se sigue realizando permanentemente en la Iglesia, donde la viña del Señor es continuamente regenerada por la Palabra de Dios, por el perdón de los pecados y por la Eucaristía.

La Iglesia entera, regenerada por la sangre de Cristo vive en sus diversos carismas y ministerio, la llamada a la santidad. Y en ella la vocación de las monjas de clausura ocupa un lugar destacadísimo. “El género de vida de las monjas de clausura es un signo de la unión exclusiva de la Iglesia-Esposa con su Señor profundamente amado (...) La vida de las monjas de clausura, ocupadas principalmente en la oración, en las ascesis y en el progreso ferviente de la vida espiritual “no es otra cosa que un viaje a la Jerusalén celestial y una anticipación de la Iglesia escatológica, abismada en la posesión y contemplación de Dios” (VC.599).

La Madre Maria Josefa del Corazón de Jesús, que vive ya en el gozo de la Jerusalén celeste, es un claro ejemplo de vida escondida con Cristo en Dios, que con su vocación contemplativa, con su trabajo silencioso y su oración incesante ha estado activamente presente en la vida y en la misión de la Iglesia. Contribuyendo de forma decisiva a que viña del Señor, de la que hoy nos habla la escritura, de frutos abundantes de santidad.

Nuestra Diócesis de Getafe y especialmente nuestro Seminario tan íntimamente unido a este Monasterio y al que tanto quería la Madre Maria Josefa, da gracias a Dios por la huella de amor a Dios y amor a la Iglesia que la Madre Josefa ha dejado en todos nosotros.

La devoción a la Santísima Virgen es parte esencial en la espiritualidad del Carmelo. En manos de María ponemos a la Madre Josefa y pedimos a Ntra. Sra. del Monte Carmelo su intercesión para que este monasterio del Cerro de los Ángeles siga dando abundantes frutos de santidad. Que la Virgen María modelo de fidelidad a la voluntad del Padre, disponible siempre en la obediencia, intrépida en la pobreza y acogedora en la virginidad fecunda alcance de su Divino Hijo para estas hijas suyas que han recibido el don de seguirle en la vida contemplativa, que sepan testimoniarlo, para bien de toda la Iglesia, como lo hizo la Madre Josefa, con una vida transfigurada, caminando gozosamente hacia la Patria Celestial y hacia la luz que no tiene ocaso (Cf. VC 112)