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PROFESIÓN SOLEMENE DE LA HERMANA ELISA DE LA CONGREGACIÓN DE HERMANAS HOSPITALARIAS DEL SAGRADO CORAZÓN DE JESÚS

Muy queridos hermanos sacerdotes, querida comunidad de hermanas hospitalarias, queridos hermanos y amigos y muy especialmente querida hermana Elisa.

Hoy la Iglesia entera alaba a Dios y le da gracias por la especial llamada que el Señor ha dirigido a nuestra hermana Elisa y por su respuesta generosa y confiada.

Dentro de un momento la hermana maestra le va a preguntar delante de todos nosotros: “¿Qué pides a Dios y a la Santa Iglesia?” Y ella va a responder: “Seguir a Jesucristo compasivo y misericordioso, profesando en esta Congregación de Hermanas Hospitalarias del Sagrado Corazón de Jesús y dedicarme al servicio de los hermanos enfermos, todos los día de mi vida?”. Es un petición, fruto de un deseo, que el mismo Señor suscitó un día en su corazón y que, después de un largo periodo de discernimiento y formación, hoy ha alcanzado la madurez suficiente para ser expresado de una manera pública, solemne y definitiva. Y la Iglesia, representada en el Obispo, va a aceptar esa petición y va a elevar a Dios su oración, suplicando la asistencia especial del Espíritu Santo, con la absoluta certeza de que nunca le va a faltar la gracia divina para vivir con total entrega esta vocación a la que el Señor la llama.

Deseas, hermana Elisa, seguir a Jesucristo, compasivo y misericordioso, viviendo para siempre el carisma de la Hospitalidad al estilo de San Benito Meni, Maria Josefa y María Angustias, en comunidad fraterna, al servicio de los enfermos, “sus vivas imágenes”, con el mismo ardor de su Corazón. El Señor te invita a una plena identificación con Él haciendo también tuyas aquellas palabras del profeta Isaías, cumplidas en Jesús, y permanentemente vivas en su Cuerpo que es la Iglesia: “El Espíritu del Señor está sobre mi, porque Él me ha ungido. Me ha enviado para dar la buena noticia a los pobres...” (Lc.4,14,22)

La Iglesia, y en concreto nuestra Iglesia diocesana de Getafe, admira y agradece a las personas consagradas que, asistiendo a los enfermos y a los que sufren, contribuyen de manera significativa a su misión evangelizadora. Porque no hay evangelización sin caridad. “Amémonos unos a otros ya que el amor es de Dios y todo el que ama ha nacido de Dios y conoce a Dios. Quien no ama no ha conocido a Dios porque Dios es amor” (I Jn.4,7-21). Vosotras, queridas hermanas hospitalarias, prolongáis el ministerio de la misericordia de Cristo, que pasó “haciendo el bien y curando a todos” (Hech. 10,38). Vosotras, siguiendo las huellas de Jesucristo, divino samaritano, médico del cuerpo y del alma, y a ejemplo de vuestro fundador S. Benito Meni, tenéis la misión, en un mundo como el nuestro tan deshumanizado por el secularismo y la ausencia de Dios, de
manifestar con vuestra vidas que cuando el amor divino llena el corazón todo queda en un segundo plano ante la felicidad que uno siente y se transforma en un deseo inmenso, de hacer partícipes a todos, especialmente a los más desamparados, de esa luz que llena la vida de amor y de esperanza. Procurad siempre que los enfermos más pobres y abandonados ocupen un lugar privilegiado en vuestras decisiones; y ayudadles a ofrecer su dolor a Dios y a tener conciencia de que unidos a Cristo crucificado y glorificado son sujetos activos en el misterio de la redención a través de la sabiduría de la cruz.

Realmente la vida consagrada es en medio de nuestro ambiente cultural, tan vacío de Dios, un verdadero testimonio profético de la primacía de Dios y de los valores evangélicos de la vida cristiana. Dios os ha elegido para que con vuestras vidas manifestéis a los hombres de nuestro tiempo que nada puede anteponerse al amor personal por Cristo y por los pobres en los que Él vive.

Las que, por la gracia de Dios, habéis sido elegidas para este modo de vivir debéis sentir que en vuestro corazón arde la pasión por la santidad de Dios: por la primacía de Dios frente a cualquier otro bien. Y, después de acoger la Palabra de Dios en el diálogo íntimo de la oración y de alimentaros asiduamente con la Eucaristía, sacramento de la Pascua del Señor, debéis sentiros llamadas para proclamar, con vuestras vidas, con vuestros labios y con el testimonio de vuestros hechos, la misericordia infinita de nuestro Dios.

Los votos de castidad, pobreza y obediencia, que la hermana Elisa va a pronunciar dentro de un momento, son la expresión de su total entrega al Señor y al mismo tiempo son una respuesta valiente a los grandes desafíos o provocaciones que la sociedad moderna dirige a la Iglesia.

“La primera provocación proviene de una cultura hedonística que deslinda la sexualidad de cualquier norma moral objetiva, reduciéndola frecuentemente a mero juego y objeto de consumo, transigiendo, con la complicidad de los medios de comunicación social, con una especie de idolatría del instinto. Sus consecuencias están a la vista de todos (...) La respuesta de la vida consagrada consiste ante todo en la práctica de la castidad perfecta, como testimonio de la fuerza del amor de Dios en la fragilidad de la condición humana. La persona consagrada manifiesta que lo que muchos creen imposible es posible y verdaderamente liberador con la gracia del Señor Jesús. Sí, ¡ en Cristo es posible amar a Dios con todo el corazón, poniéndolo por encima de cualquier otro amor, y amar así con la libertad de Dios a todas las criaturas!”(V.C.88)

“La segunda provocación está hoy representada por un materialismo ávido de poseer, que se desentiende de las necesidades y sufrimientos de los más débiles (...) La respuesta de la vida consagrada a esta provocación es la profesión de la pobreza evangélica (...) acompañada por un compromiso activo en la promoción de la solidaridad y de la caridad (V.C.90). Con su voto de pobreza la persona consagrada da testimonio, ante el mundo, de que su verdadera riqueza, su auténtico tesoro es Cristo. Y teniendo a Cristo no necesita más, porque en Él lo ha alcanzado todo.

“Y la tercera provocación proviene de aquellas concepciones de la libertad (...) que prescinden de su relación constitutiva con la verdad y con la norma moral (...). Una libertad no para el bien de la persona, que la dignifique y la encamine hacia la felicidad, sino una libertad, en muchos casos. para el mal que la encamina hacia aquello que la degrada y la hace infeliz. “La respuesta a esta provocación es la obediencia que caracteriza la vida consagrada. Una obediencia que hace particularmente viva la obediencia de Cristo al Padre (...) y testimonia que no hay contradicción entre obediencia y libertad. (V.C.91). Realmente la actitud de Cristo nos desvela el sentido de la auténtica libertad, que no es otro que el camino de la obediencia al Padre. Sólo Dios conoce lo que mejor nos conviene y lo que más felices no hace. Obedecer a Dios y hacer, como Cristo, de su voluntad nuestro alimento es lo que verdaderamente nos sitúa en el camino de lo que es más conveniente para la persona humana y, por tanto, en el camino de la verdadera felicidad.

Pero además este testimonio del voto de obediencia de las personas consagradas tiene un significado particular en la vida religiosa por la dimensión comunitaria que la caracteriza. La vida fraterna es el lugar privilegiado para discernir y acoger la voluntad de Dios y caminar juntas en unión de espíritu y corazón. La obediencia, vivificada por la caridad, une, en concreto, a los miembros de esta Congregación de Hermanas Hospitalarias del Corazón de Jesús en un mismo testimonio y en una misma misión, aun respetando la propia individualidad de cada hermana y la diversidad de dones particulares que cada una haya recibido. Y, por ello, todas saben reconocer en su superiora la expresión de la paternidad de Dios y saben ver en el ejercicio de su autoridad, recibida del Señor, un servicio necesario para el discernimiento y la comunión . La vida comunitaria es además un signo vivo para la Iglesia y para la sociedad del vínculo que surge de la misma llamada y de la misma voluntad común de obedecerla por encima de cualquier diversidad de raza y de origen, de lengua o de cultura.(Cfr. V.C.92)

Verdaderamente la vida consagrada y su expresión visible en los votos de castidad, pobreza y obediencia son un gran don para la Iglesia y por eso hoy le damos gracias a Dios y le pedimos que ilumine y llene de fortaleza a todos los que Él ha querido llamar a esta forma radical de vivir la vocación bautismal para que, siendo fieles al carisma de su fundadores y en comunión plena con la Iglesia sean signo luminoso de la primacía de Dios de los bienes del reino futuro, cuando Dios lo sea todo en todos.

Así se lo pedimos a nuestra Madre la Virgen Santísima, encomendándonos confiadamente a Ella.

“A ti Madre, que deseas la renovación espiritual y apostólica de tus hijos e hijas en la respuesta de amor y entrega total a Cristo, elevamos confiadamente nuestra súplica. Tu que has hecho en todo momento la voluntad del Padre: estando siempre disponible en la obediencia, siendo intrépida y valiente en la pobreza, y mostrándote con todos acogedora en tu virginidad fecunda, alcanza de tu divino Hijo para nuestra hermana Elisa y para cuantas han recibido el don de seguirlo en esta Congregación de Hermanas Hospitalarias, el don de saber testimoniarlo con una existencia transfigurada, caminando gozosamente, junto con todos los que hoy participamos en esta celebración, hacia la Patria Celestial y la Luz que no tiene ocaso” Amen (Cfr. V.C. 112)