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HOMILÍA- INSTITUCIÓN DE LECTORES Y ACÓLITOS

Muy queridos amigos y hermanos:

El evangelio que acaba de ser proclamado nos sitúa ante el misterio de la pasión del Señor de una manera verdaderamente sobrecogedora. Jesús fiel a la voluntad del Padre entrega libremente su vida por amor a los hombres para librarles del pecado y de la muerte; y se prepara para anticipar su sacrificio en la cruz con la institución de la eucaristía y el signo del lavatorio de los pies. El Señor Jesús lo da todo, se da totalmente, sin reservarse nada: “habiendo amado a los suyos que estaban en el mundo los amó hasta el extremo”. En Jesús va a revelarse en toda su grandeza la misericordia entrañable de Dios Padre, que quiere que todos los hombres se salven y lleguen al conocimiento de la verdad. Y en ese momento en que el amor de Dios se va a manifestar en el Cenáculo de una manera tan sublime y, como contraste, aparece el drama del pecado: la traición de Judas. “Uno de los doce, llamado Judas Iscariote, fue a los sumos sacerdotes y les propuso: ¿qué estáis dispuestos darme si os lo entrego? Ellos se ajustaron con él en treinta monedas. Y desde entonces andaba buscando ocasión propicia para entregarlo” (Lc.26.14). El pecado es lo más irracional que puede sucederle al hombre. El pecado es la ceguera, la traición, el engaño y la negación de los sentimientos más nobles del corazón humano. El pecado es lo más inhumano y lo más contrario a la felicidad del hombre.

Jesús, revelación del amor de Dios, se enfrenta con el pecado; y carga sobre los hombros sus trágicas consecuencias: “Ofrecí las espalda a los que golpeaban, la mejilla a los que mesaban mi barba. No oculté el rostro a insultos y salivazos” (Is. 50,4-9). Pero en la cruz el pecado es vencido. La cruz es la victoria de Cristo sobre los poderes del mal. Y su victoria es ya nuestra victoria. De la cruz de Cristo nace la vida. En la cruz de Cristo todos hemos sido salvados.”Te alabamos Cristo y te bendecimos porque por tu santa cruz redimiste al mundo”

Queridos seminaristas que hoy vais a ser instituidos lectores y acólitos. La Iglesia considera muy oportuno que en vuestro camino al sacerdocio, y antes de ser admitidos a las sagradas ordenes, se os encomienden estos ministerios. Ser cristiano es vivir, cada día más conscientemente, la victoria de Cristo sobre el pecado. Es revivir permanentemente, por la gracia de Dios, ese “morir con Cristo para resucitar con Cristo” que sucedió en el bautismo Ser cristiano es seguir al Señor, es amarle apasionadamente; y es participar, por el don del Espíritu Santo que recibimos en los sacramentos del bautismo y la confirmación, en su victoria sobre el pecado. Ser cristiano es encontrar en Cristo una vida nueva y transfigurada: es ser en Cristo criaturas nuevas.

Vuestro camino al sacerdocio se va realizando a partir de una creciente maduración de esa vocación de santidad que un día brotó en vuestro bautismo. Y esa vocación de santidad que, cada vez con más claridad y gozo, se va configurando en vosotros como vocación de servicio a la Iglesia en el ministerio sacerdotal, va a encontrar en los ministerios que hoy la Iglesia, de una manera oficial, os confía, un verdadero impulso.

El ministerio de lector tiene como misión: proclamar la Palabra de Dios, ayudar en la educación de la fe de los que van avanzando en el conocimiento de Cristo y anunciar a todos los hombres la Buena Nueva del Evangelio. Y esta misión, como muy bien sabéis, sólo es posible escuchando, primero en vuestro corazón, como la Virgen María, la Palabra divina, familiarizándoos con ella y dejándoos penetrar por ella con un profundo espíritu de oración y de disponibilidad.

El ministerio de acólito tiene como misión ayudar al Obispo, presbíteros y diáconos en su ministerio y distribuir como ministros extraordinarios la sagrada comunión, llevándola a los enfermos cuando sea necesario. Para realizar santamente este ministerio la Iglesia os invita a vivir con especial devoción y amor el Misterio de la Eucaristía; y repetir muchas veces en vuestro corazón esas preciosas palabras tan conocidas por todos: “Adórote devote latens deitas, quae sub his figuris vere latitas ...” “Te adoro con devoción Dios escondido, oculto verdaderamente bajo estas apariencias. A Ti se somete mi corazón por completo, y se rinde totalmente al contemplarte. Al juzgar de Ti, se equivocan la vista, el tacto y el gusto; pero basta el oído para creer con firmeza; creo todo lo que ha dicho el Hijo de Dios: nada es más verdadero que esta palabra de verdad...”

El ministerio de acólito, lo mismo que el de lector ya lo veníais realizando, pero hoy al ser oficialmente instituidos en estos ministerios tenéis que verlo y sentirlo como una especial misión que la Iglesia os confía. Os tenéis que sentir enviados a ser, en vuestras parroquias y comunidades y muy especialmente en el mundo de los jóvenes, auténticos apóstoles de la Eucaristía.

La Eucaristía es el centro de la vida cristiana. La Eucaristía es sacrificio redentor; y banquete de amor, comunión y fraternidad; y acción de gracias; y presencia real del Señor. Sin Eucaristía no puede haber Iglesia; sin Eucaristía ningún cristiano puede mantenerse en la fe. Sed apóstoles de la Eucaristía. Que cuando
ayudéis en el altar, vuestra misma presencia y el modo de comportaros ayude a todos a encontrarse con el Señor.

Pido para vosotros la protección especial de la Virgen María, Mujer Eucarística. Que Ella os consuele en la dificultades y con solicitud maternal vaya configurando vuestros corazones con el su Hijo Jesucristo, Buen Pastor, hasta el día en que con vuestras propias manos, como sacerdotes de Cristo, podáis ofrecer sobre el altar el sacrificio eucarístico. Amén.