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HOMILÍA DEL PRIMERO DE ENERO DE 2005
Jornada mundial por la paz

En esta celebración se unen varias conmemoraciones: todas ellas muy relacionadas entre sí.

En pleno ambiente navideño, la Iglesia recuerda hoy el día en que el Señor fue circuncidado. El Hijo de Dios, nacido de las entrañas purísimas de la Virgen María es incorporado como un niño más al Pueblo elegido mediante el rito de la circuncisión, sometiéndose, de esta manera, a la ley de Moisés. S. Pablo, en su carta a los Gálatas, como acabamos de escuchar, nos explica el significado redentor de este acontecimiento: “Cuando se cumplió el tiempo, envió Dios a su Hijo, nacido de una mujer, nacido bajo la ley, para rescatar a los que estaban bajo la ley, para que recibiéramos el ser hijos por adopción” (Gal. 4,4-7). En la circuncisión, el Señor recibe, por indicación del ángel Gabriel el nombre de Jesús, que significa “Dios salva”. Jesús es el Salvador, Aquel que ha venido a rescatarnos de la esclavitud del pecado y de la Ley.”No se nos ha dado en la tierra otro nombre que pueda salvarnos”

También este es un día dedicado especialmente a la Santísima Virgen. Hoy celebramos la solemnidad litúrgica de Santa María Madre de Dios. “Dios y Señor nuestro, que por la maternidad virginal de María entregaste a los hombres los bienes de la salvación, concédenos experimentar la intercesión de aquella de quien hemos recibido a tu Hijo Jesucristo, el Autor de la Vida”. La Iglesia quiere introducirnos en el nuevo año de la mano de María, Madre de Dios y Madre nuestra. María es la que, con su obediencia al plan de Dios y su docilidad al Espíritu, hizo posible que el Hijo de Dios asumiera nuestra naturaleza humana para rescatarnos del pecado y darnos la posibilidad de participar de su naturaleza divina. María con su fe y su confianza en Dios hizo pasible esta maravilla abriéndonos así las puertas del cielo. “La Palabra tendió una mano a los hijos de Abraham y por eso tenía que parecerse en todo a sus hermanos y asumir un cuerpo semejante al nuestro. Por esta razón, en verdad, María está presente en este misterio, para que de ella la Palabra tomara un cuerpo y, como propio, lo ofreciera por nosotros” (S. Atanasio)

Y, en tercer lugar, la Iglesia , en este día, comienzo de un nuevo año, nos invita a pedir a Dios el don de la paz. Hoy celebramos la jornada mundial de oración por la paz.

Tres conmemoraciones, como vemos, unidas en un mismo acto de fe, de confianza en Dios y de responsabilidad en la tarea de la paz. Es un día en que hemos de afianzar nuestra fe en Jesucristo, el Señor, el Salvador, el Mesías. Podemos volver a recordar ahora las palabras proféticas de Isaías que leíamos en la noche de Navidad. “Un Niño nos ha nacido, un Hijo se nos ha dado: su nombre es maravilla de Consejero, Dios fuerte, Padre perpetuo, Príncipe de la paz”. Hemos de comenzar el año renovando nuestra fe en Jesucristo, el único que puede salvar. Todo tiene consistencia en Él. Él es el primogénito de la nueva humanidad, la humanidad redimida. Casi sin darnos cuenta se van sucediendo los años con rapidez. Todo pasa. Sólo Cristo el Señor permanece. Jesucristo es el mismo ayer, hoy y siempre. En Él encontramos la vida eterna. En Él nuestra vida adquiere solidez y consistencia. En él se disipan nuestro miedos ante el futuro; y el temor de la muerte deja de producirnos angustia.

Esta fe en Jesucristo ha de traducirse en una gran confianza ante el futuro. Y en un gran deseo de hacer de nuestras vidas un instrumento dócil en las manos de Dios para ir construyendo en el mundo el bien más deseado de todos los hombre que es el bien de la paz. La paz es un don de Dios que hemos de pedir con insistencia, pero también una tarea que hemos de ir realizando día a día con mucha perseverancia.

El lema que nos propone este año el Papa en su mensaje con motivo de la jornada mundial de la paz está tomado del apóstol Pablo: “No te dejes vencer por el mal antes bien vence al mal con el bien”(Rom.12,21). La paz, nos dice el Papa, apoyándose en estas palabras del apóstol, es el resultado de una larga y dura batalla, que se gana cuando el bien derrota al mal.

Ante el dramático panorama de los violentos enfrentamientos que se dan en varias partes del mundo, ante los sufrimientos indecibles que producen, ante el horror del terrorismo ciego, del cual, en este pasado mes de Marzo tuvimos en nuestro país una amarga experiencia, la única opción realmente constructiva es detestar el mal con horror y adherirse al bien (cf. Rom.12,9) (cf.11)

“Para promover la paz, venciendo el mal con el bien, hay que tener muy en cuenta el bien común y sus consecuencias sociales y políticas”(5). Para promover la paz hemos de trabajar por el bien común. Todos sabemos que el bien común es el conjunto de aquellas condiciones de vida social que permiten a los grupos y a cada uno de sus miembros conseguir más plena y fácilmente su propia perfección y felicidad. Sin embargo, aclara el Papa, “las concepciones claramente restrictivas de la realidad humana transforman el bien común en un simple bienestar socioeconómico, carente de toda referencia trascendente y vacío de su más profunda razón de ser”(5). Hay mucha gente que piensa que bien común significa exclusivamente bienestar material. Ese es el clima que respiramos en la cultura que pretende dominarnos. Pero, sabemos por experiencia que, cuando el bien común queda reducido al puro bienestar material, olvidando los valores espirituales sobre los cuales ha de construirse la verdadera convivencia, entonces fácilmente se cae en un puro egoísmo y en una concepción de la libertad basada exclusivamente en el capricho irresponsable, que termina produciendo enfrentamientos y violencia, afectando con particular gravedad a las personas mas inocentes e indefensas: los niños antes de nacer, los pobres, los ancianos y los enfermos.

Es fundamental llenar de contenido el concepto de bien común. El bien común tiene una dimensión trascendente que no podemos olvidar. El Papa nos lo explica claramente: El bien común tiene(...) una dimensión trascendente, porque Dios es el fin último de las criaturas.” Dios es el bien supremo hacia el que todos los demás bienes han de subordinarse. Y ese Dios ha inscrito en el corazón y en la mente de todos los hombres, desde los albores mismos de la humanidad, un ley natural a la que debe someterse si quiere sobrevivir. “Además - sigue diciendo el Papa - los cristianos saben que Jesús ha iluminado plenamente la realización del verdadero bien común de la humanidad. Esta camina hacia Cristo y en Él culmina la historia: gracias a Él, a través de Él y por Él, toda la realidad humana puede llegar a su perfeccionamiento pleno en Dios”(5)

Al comenzar el nuevo año y bajo la mirada maternal de la Virgen María, Madre de Dios y Madre nuestra, hemos de renovar nuestro compromiso por la paz. Para conseguir el bien de la paz es preciso afirmar con convicción:

* que la violencia, en todas sus múltiples formas (algunas, claramente rechazadas por la mayoría, otras trágicamente aceptadas, incluso por las leyes)
es un mal inaceptable y que nunca soluciona los problemas.

* que la violencia es una mentira, porque va contra la verdad de nuestra fe, la verdad de nuestra humanidad.

* y que la violencia destruye lo que pretende defender: la dignidad, la vida, la libertad del ser humano.

“Por tanto es indispensable promover una gran obra educativa de las conciencias, que forme a todos en el bien, especialmente a las nuevas generaciones, abriéndoles al horizonte del humanismo integral y solidario que la Iglesia indica y desea.

Sobre esta base es posible dar vida a un orden social, económico y político que tenga en cuenta la dignidad, la libertad y los derechos fundamentales de cada persona.” (4)

Los que, por gracia de Dios, hemos recibido el don de la fe , hemos conocido a Jesucristo y tenemos en la Iglesia la luz de la Palabra y la gracia de los sacramentos, hemos de ser los primeros constructores de paz y hemos de trabajar con una esperanza, que nadie podrá arrebatarnos. Si es cierto que existe y actúa en el mundo el misterio de la iniquidad y del pecado (cf.2 Ts.2,7), nunca debemos olvidar que el hombre redimido tiene energías suficientes para afrontarlo y para vencerlo.

Os deseo a todos vosotros y a vuestras familias un próximo año lleno de felicidad y frutos de santidad.

Y que la Virgen María Reina de la paz interceda por todos nosotros.