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HOMILIA – SANTA MARAVILLAS DE JESÚS
11 de Diciembre de 2004

Con verdadero gozo celebramos, un año más la fiesta de Santa Maravillas de Jesús. Todos los santos son universales. Son un regalo de Dios a la Iglesia. Ellos manifiestan en su vida el poder de la gracia. Sendo dóciles a la acción del Espíritu Santo fecundan a la Iglesia con vitalidad nueva y se convierten para nosotros en una prueba del amor de Dios.

Pero siendo universal, para toda la Iglesia y para todos los hombres, la santidad y el ejemplo de la Madre Maravillas, podemos decir que en nuestra diócesis de Getafe y en este Carmelo de la Aldehuela, donde veneramos sus reliquias, sentimos a la Madre Maravillas como un santa muy nuestra, muy de casa. Una santa a la que podemos acudir, pidiendo su intercesión con mucha confianza y de la que tenemos que aprender muchas cosas. Nuestra diócesis, siguiendo el camino tan sabiamente iniciado por su primer Obispo D. Francisco, se prepara para iniciar en este tiempo de Adviento, que es tiempo de esperanza, una nueva etapa. Y la Madre Maravillas tiene mucho que decirnos.

Dios siempre suscita en cada época los santos que esa época necesita. Nuestra época es apasionante pero difícil. Vemos cómo, de una manera o de otra, la sociedad o mejor dicho la cultura que pretende dominar y avasallar esta sociedad, trata por todos los medios de alejar a los hombres de Dios. En los medios públicos de comunicación, en las costumbres, en las modas, en las fiestas y en las leyes se quiere dar la impresión de que Dios no existe o si existe no tiene nada que decirnos. El Dios verdadero está siendo sustituido por ídolos falsos: especialmente el ídolo del poder, el ídolo de un bienestar material, vacío de valores espirituales y, sobre todo, el ídolo del dinero intentan acaparar y dominar el corazón de los hombres. El Santo Padre, refiriéndose no sólo a nuestro país sino a toda Europa entera nos dice: “La época que nos ha tocado vivir, con sus propios retos resulta, en cierto modo desconcertante. Muchos hombres y mujeres parecen desorientados, inseguros, sin esperanza, y muchos cristianos están sumidos en este estado de ánimo (...) Muchos ya no logran integrar el mensaje evangélico en la experiencia cotidiana; aumenta la dificultad de vivir la propia fe en Jesús en un contexto social y cultural en que el proyecto de vida cristiano se ve continuamente desdeñado y amenazado; y en muchos ambientes públicos es más fácil declararse agnóstico que creyente(...)” (IE. n..7.)

Pues bien, en un ambiente así aparece ante nosotros la figura de Santa Maravillas de Jesús. Los santos son, nos dirá también el Papa, la prueba viva del cumplimiento de la promesa de Jesús: “El que crea en mi, hará él también las obras que yo hago y aun mayores” (Jn 14,12). Santa Maravillas viviendo en Dios y sólo para Dios, buscando con todo el corazón y con todas sus fuerzas hacer su voluntad, es una prueba viva del poder de la gracia. Ella nos dice con sus obras que cuando Dios llena nuestra vida es tal la alegría que sentimos, como en la parábola de la perla preciosa, que todo lo demás se oscurece. “·Quién a Dios tiene nada le falta, sólo Dios basta”

Dios quiso dotar a Santa Maravillas de unas extraordinarias cualidades humanas de inteligencia, capacidad de relación con todo tipo de personas, alegría, decisión, sentido práctico y bondad. Dios quiso que tuviera una educación esmerada en el seno de una familia profundamente católica. Y la Madre Maravillas supo responder a esas gracias extraordinarias, desde muy niña, con una entrega incondicional al Señor.

Cuando la naturaleza humana colabora con la gracia divina, el resultado es la santidad. En la escuela de Santa Teresa y de San Juan de la Cruz, Dios fue purificando a la Madre Maravillas para irla configurando cada vez más con Jesucristo, en el misterio de la cruz, y hacerla capaz de realizar todas las obras y fundaciones que, que por su medio el Señor quiso realizar; y para asumir, con verdadera docilidad, las enseñanzas del Vaticano II, entendiendo muy bien, por una iluminación especial del Espíritu, lo que era la verdadera renovación que el Concilio pedía y lo que sólo eran falsas reformas que desfiguraban en su esencia mas profunda el verdadero espíritu carmelitano.

La comunidades contemplativas son como una antorcha de luz en medio de la Iglesia y en medio del mundo. Ellas nos evangelizan recordándonos la primacía de Dios por encima de cualquier realidad humana. “Procure no querer ni desear más amor que el suyo, y verá que bien le va siempre. Todo lo que no es Dios es nada en absoluto. Déjele que Él la lleve por donde Él quiera, sin tristezas ni preocupaciones” (C.5034). Las almas contemplativas nos dicen con su testimonio que sólo en Dios, por medio de Jesucristo que es su Palabra, en el seno de la Santa Madre Iglesia, donde permanece permanentemente entre nosotros, vivo y resucitado, la vida del hombre adquiere consistencia y sentido, recupera la esperanza y es capaz de amor a los hermanos hasta dar la vida por ellos.

“Los Institutos dedicados por entero a la contemplación, cuyos miembros se dedican sólo a Dios en la soledad y en el silencio, en la oración asidua y en la generosa penitencia (...) siguen siempre ocupando un lugar preclaro en el Cuerpo Místico de Cristo, en el que todos los miembros no tienen la misma función. Pues ellos ofrecen a Dios un eximio sacrificio de alabanza, ilustran al Pueblo de Dios con frutos ubérrimos de santidad, lo arrastran con su ejemplo y lo dilatan con una misteriosa fecundidad apostólica” (PC 7)

La vida de santa Maravillas es un prueba clara de esta fecundidad apostólica de la vida contemplativa.

Cuando se conoce la vida de la Madre Maravillas sorprende su capacidad de vivir con espíritu universal su vocación contemplativa. Realmente ella nos muestra que el verdadero espíritu contemplativo no aleja de los problemas de los hombres sino que lo que produce es un modo de presencia entre ellos mucho más hondo, intenso y universal. Para un alma contemplativa nada de lo que sucede en la humanidad y en la Iglesia le resulta ajeno. Se produce una identificación con los sentimientos de Cristo que , como nos dice el evangelio, cuando veía aquellas multitudes hambrientas de pan y hambrientas de la Palabra de Dios, sentía compasión de ellas porque estaban como ovejas son pastor.

La Madre Maravillas amaba mucha a la Iglesia y sentía como propios los problemas que la Iglesia vivía, con espíritu misionero. Lo que le animaba en sus fundaciones era su deseo evangelizador: que hubiera en muchas lugares comunidades que hicieran visible para todos la presencia de Dios y que tuvieran como Madre e intercesora a la Virgen María. Este espíritu misionero será el que la anime a fundar también en la India.

Su espíritu de caridad se desborda especialmente en sus hijas carmelitas y de una manera muy particular en las nuevas aspirantes y novicias. Será una gran pedagoga y formadora. Supo combinar con verdadera inteligencia y fortaleza por un lado las exigencias de una entrega a Dios plena y total, indicándoles con fortaleza y sin rodeos el camino de abnegación, de desprendimiento, de renuncia y de total donación de si mismas y por otra la delicadeza en el modo de relacionarse con cada una, lleno siempre de comprensión, solicitud y atención a las diversas circunstancias y al modo de ser de cada una, sabiendo, con espíritu sobrenatural, reprender, animar, infundir aliento y alegría y sinceros deseos de corresponder al Señor, que las había llamado para que fueran totalmente para sí.

Pero la Madre Maravillas no se olvida de las necesidades de sus hermanos de afuera. No hay preocupación material o espiritual que llegue a sus oídos que no procure atender. Por algo decía a sus hijas: “Hermanas, quisiéramos abarcar el mundo entero, pero como esto no es posible, que no quede sin atender nada de lo que pase a nuestro lado”.

En este momento tan especial de nuestra Diócesis, nos encomendamos a la Virgen María, en este año de la Inmaculada, a la que Santa Maravillas amó tan tiernamente para que nos ampare, proteja y nos haga dóciles a las enseñanzas de su Hijo Jesucristo; y pedimos también la intercesión de la Santa para que el Señor infunda en nosotros un verdadero espíritu de oración, junto con una caridad, sin límites, que nos haga cercanos a todas las necesidades de los hombres. AMEN