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HOMILÍA DE LA CONSAGRACIÓN DE ARANTXA
Festividad de Jesucristo Rey del universo
21 de Noviembre de 2004

Queridos amigos y hermanos y muy especialmente querida Arantxa y queridos padres, familiares y amigos de Arantxa.

Quiero empezar con las palabras de S. Pablo en su carta, a los Colosenses, que acaban de ser proclamadas en la liturgia de la Palabra, dándole gracias a Dios, por haber llamado a su hija Arantxa a una vocación de especial intimidad con Él; y por su respuesta generosa a esta llamada; y por su familia en la cual su fe ha ido creciendo y madurando; y por las hermanas de la Fraternidad seglar en el Corazón de Cristo, entre las que su seguimiento al Señor se ha ido concretando y definiendo; y por todos los que hoy, llenos de alegría acompañamos a Arantxa y con ella alabamos a Dios por las maravillas que realiza en aquellos que fiándose de sus promesas quieren seguirle con todo el corazón: “Damos gracias a Dios Padre que nos ha hecho capaces de compartir la herencia del pueblo santo en la luz. Él nos ha sacado del dominio de las tinieblas y nos ha trasladado al reino de su Hijo querido”.

Las tinieblas designan la situación en que se encuentra la humanidad antes de la venida de Cristo. Una humanidad encerrada en sí misma, sin más aliciente que el puro bienestar material, sin más esperanza que la que pudieran alcanzar con las fuerzas humanas, siempre frágiles y contradictorias, siempre insuficientes para poder responder al deseo de plenitud al que aspira el corazón humano, siempre abocadas a la muerte. Pero Dios, en su infinita misericordia, ha querido sacarnos de ese mundo de tinieblas y nos ha trasladado al Reino de su Hijo querido. Nos ha llamado a encontrar en Cristo, como piedra angular, el sentido de todas las cosas. “El es imagen de Dios invisible, primogénito de toda criatura(...) Él es anterior a todo y todo tiene consistencia en Él”. En Cristo Jesús, el Hijo amado del Padre, nuestro Señor, nuestro hermano y nuestro amigo del alma, la vida se hace inteligible y nuestras débiles fuerzas, con el don de su Espíritu, se hacen capaces de tareas que parecen imposibles. Conocer a Cristo, seguir a Cristo, vivir en Cristo, morir con Él y resucitar con Él esa es nuestra vocación: la vocación de aquellos que hemos sido bautizados en el nombre del Señor. Nuestra vocación es salir del dominio de tinieblas y entrar en el Reino del Hijo querido del Padre y con Él, entrar en el misterio de amor de la Trinidad santa, para ser en el mundo, entre los hombres, nuestros hermanos, reflejo de ese amor. Nuestra vocación, queridos hermanos, es la santidad. Como nos dice el Concilio: “El Señor Jesús, Maestro divino y modelo de toda perfección, predicó a todos y cada uno de sus discípulos de cualquier condición que fueran, la santidad de vida de la que Él es el autor y consumador: “Sed pues perfectos como vuestro Padre celestial es perfecto” (Mt.5,48). Él envió a todos el Espíritu Santo para que los mueva interiormente y así amen a Dios con todo el corazón, con toda el alma, con todo el espíritu y con todas sus fuerzas (Cf. Mt.12,30) y se amen unos a otros como Cristo los amó (Cf. Jn.13,34; 15,12)(L.G.40)

Y dentro de esta vocación universal a la santidad, que brota del propio bautismo, Dios ha querido, por una gracia especial y para el bien de toda la Iglesia, elegir a algunos hijos suyos y entre ellos a Arantxa a una vocación de especial intimidad con Él. Es una vocación imposible de entender para quien no tiene más criterio de valoración que los valores de un mundo sin Dios. Pero es una vocación realmente maravillosa para quien desde la fe, reconoce y cree firmemente que Dios es el sumo bien y la fuente de todo bien. “Gustad y ved - nos dice el salmista- qué bueno es el Señor”. Cuando alguien se siente tocado en su corazón por la luz del amor divino y cuando Dios de una manera delicada y suave, pero muy honda, le invita a dejarlo todo por Él, no hay fuerza humana que pueda impedirlo. Es la experiencia que tan bellamente supo describirnos S. Juan de la Cruz: “Oh llama de amor viva que tiernamente hieres de mi alma en el más profundo centro; pues ya no eres esquiva, acaba ya, si quieres; rompe la tela de este dulce encuentro”. Hoy podemos repetir, refiriéndolas a Arantxa las palabras de Jesús, en Betania, a Marta, cuando su hermana María permanecía absorta, a los pies de Jesús, escuchando su Palabra: “Sólo una cosa es necesaria. Arantxa ha elegido la mejor parte y nadie se la podrá arrebatar.”

La vocación de Arantxa, como ella misma dirá al pronunciar su compromiso definitivo es una vocación de amor, de servicio y de gozo.

Una vocación de amor a Jesucristo, con todo el corazón. Un amor esponsal, hecho de mutua entrega, de donación plena, de desprendimiento y de cruz. Ella prometerá ante nosotros, con la gracia de Dios, llevar a su plenitud con la ofrenda de su vida y un corazón virginal la configuración con Cristo que un día se realizó en los sacramentos del bautismo y la confirmación.

Una vocación de servicio a la Iglesia y a su misión evangelizadora. Arantxa, viviendo el sacerdocio bautismal en medio del mundo, identificada y transformada por el Señor, descubrirá el amor misericordioso y redentor que brota del corazón de Cristo y hará suya su sed por la redención de los hombres, en el seno de la Iglesia, por medio de María, la virgen humilde y fiel, que dejándose guiar por Dios y fiándose de su palabra, dejó que el Señor hiciera en ella maravillas. Hoy es especialmente urgente la evangelización y de una manera particular en nuestra Diócesis de Getafe. Hay mucha gente desorientada, muchas familias rotas, muchos jóvenes que necesitan que alguien les abra los ojos y les haga comprender que sólo en Cristo encontrarán lo que busca su corazón. Sabemos por experiencia, y Arantxa puede dar testimonio de ello, que cuando Cristo es anunciado con entusiasmo y ese anuncio va acompañado del testimonio de la propia vida y del signo de una Iglesia unida y esperanzada, nadie queda indiferente. Tenemos que seguir anunciando a Cristo con fortaleza de ánimo. El mundo necesita a Cristo para vivir en paz. Los jóvenes, tan abundantes en nuestra diócesis, necesitan ser evangelizados por los propios jóvenes. Y hoy os invito especialmente a todos los jóvenes que habéis venido a acompañar a Arantxa a escuchar la llamada de Dios y a ser protagonistas de la evangelización de los jóvenes. “Los jóvenes no deben considerarse simplemente como objeto de la solicitud pastoral de la Iglesia; son de hecho- y deben ser incitados a serlo- sujetos activos, protagonistas de la evangelización y artífices de la renovación social” (ChL.46)

Y también la vocación de Arantxa es una vocación de alegría. La alegría es lo propio de Dios. La alegría de una vida entregada a Cristo y a los hermanos y la alegría de la fraternidad. Cuando le pregunte dentro de unos momentos “¿qué es lo que pides a Dios y a su Santa Iglesia?”, me va a responder. “Amar a Jesucristo mi Redentor, con todo mi corazón, servirle en la Fraternidad seglar en el Corazón de Cristo y gozar de la compañía de las hermanas”. Que la compañía de las hermanas sea siempre un gozo para ti, Arantxa,. Vive intensamente el gozo de la fraternidad. Una fraternidad, construida por el Espíritu Santo, en la que Cristo y su obra redentora sea vuestra gran pasión, y el amor del Padre sea siempre vuestro fundamento y vuestra meta. Una fraternidad que como pequeña Iglesia sea icono e imagen viva de la Santísima Trinidad y signo en medio del mundo del poder de la gracia y del reino futuro, cuando Dios lo sea todo en todos. Una fraternidad así, sólo es posible, reconociendo en cada hermana, por encima de sus debilidades y limitaciones humanas, al mismo Cristo, que en cada uno de ellas os invita al desprendimiento, a la acogida y a la generosidad. Una fraternidad así sólo es posible, viviendo, en todo momento la caridad, con un profundo espíritu de oración y haciendo de la Eucaristía vuestro centro y vuestra meta. Que vuestra fraternidad sea, y de una manera muy especial en este año de la Eucaristía, un verdadera comunidad Eucarística, viviendo la Eucaristía, como banquete de comunión, sobre el que se edifica la Iglesia, como sacrificio redentor por el cual la Iglesia actualiza sacramentalmente el misterio de la cruz y hace posible nuestra participación en ese misterio convirtiéndonos con Cristo, por el don del Espíritu Santo en ofrenda agradable al Padre y como presencia real de Cristo en el Sagrario. Esa presencia que invita a una oración de intimidad, que nos anima y consuela en todo momento y que nos recuerda que Cristo, según nos prometió estará siempre con nosotros hasta el fin de los siglos.

Celebramos hoy la fiesta de Cristo Rey del universo, como resumen y síntesis de todo el año litúrgico que hoy concluye. Un rey que reina en la cruz. Un rey que muere, sediento de redención, perdonando a sus verdugos y abriendo las puertas del paraíso al ladrón arrepentido. Y Junto a este rey, Siervo de Yahvé, que en obediencia total al Padre, lo da todo amando a los suyos hasta el extremo, está María y con María la Iglesia. Que ella nos haga vivir este misterio de amor. Que la Virgen María, Madre del Redentor y Madre nuestra, nos haga partícipes, como ella, de la redención de Cristo viviendo el misterio de la Iglesia y que a nuestra hermana Arantxa, que con gozo va a hacer hoy su compromiso definitivo de consagración a Dios, la conduzca siempre por el camino de la santidad hacia Cristo, para morir y resucitar con Él, y ser testigo valiente, en el mundo, de su misión redentora.