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HOMILÍA VIGILIA PASCUAL

Esta es una noche feliz. La Iglesia canta y alaba a Dios por la victoria de Cristo.”Alégrese nuestra Madre la Iglesia, revestida de luz tan brillante. Resuene este templo con las aclamaciones del Pueblo”. “Este es el día en que actuó el Señor, sea nuestra alegría y nuestro gozo”. “Dad gracias al Señor porque es bueno, porque es terna su misericordia”. “Esta es la noche en que rotas las cadenas de la muerte, Cristo asciende victorioso del abismo”.

Pero lo que celebra hoy la Iglesia no es sólo la victoria de Cristo, su resurrección de entre los muertos. Lo que hoy celebramos es también nuestra victoria. Y es bueno que situemos esta solemne Celebración de la Pascua en nuestra vida ordinaria.

Vivimos un clima cultural muy individualista. Lo sabemos bien. A pesar de que las relaciones sociales son múltiples y las posibilidades de comunicación crecen de forma espectacular, el ser humano, en su intimidad mas profunda se siente sólo. Todo lo que se refiere al ámbito más íntimo y más personal, ese ámbito de las experiencias más hondas de la persona humana: su sentido de la vida, sus convicciones y sus creencias, se ha convertido en algo muy individual y, a veces hermético, donde ni siquiera entra la luz de la fe. Y puede ocurrir que la celebración de esta noche, la celebración de la victoria de Cristo sobre la muerte, la vivamos como algo exterior a nosotros. Como si este acontecimiento tuviera que ver poco con mi vida, con mis preocupaciones cotidianas, con mis temores y mis esperanzas. Parece como si fuera algo del pasado, ciertamente extraordinario; y que la palabra y la predicación de Jesucristo sólo fuera como un exhortación y un modo de comportarse, verdaderamente admirable, pero imposible de vivir y muy lejos de nuestras tareas y relaciones diarias. Parece como si Jesús sólo fuera un modelo extraordinario de vida, un “lider” moral, el más grande en la historia de la humanidad y que su resurrección lo único que podría significar sería la confirmación, por parte de Dios, de la grandeza moral de Jesucristo.

Pero, la resurrección del Señor es mucho más que eso. Si sólo fuese eso, todo seguiría igual. Nada habría cambiado. La humanidad seguiría siendo esclava de su pecado y viviría siempre asustada por el miedo a la muerte. Lo que hoy celebra la Iglesia no es sólo la resurrección de Jesucristo, su victoria sobre la muerte.

Lo que hoy celebra la Iglesia es la resurrección de Jesucristo y también la resurrección nuestra. En Cristo, primogénito de entre los muertos, como le llama S. Pablo, todos hemos resucitado. La victoria de Jesucristo sobre la muerte y sobre el pecado es también nuestra victoria. “Hermanos, los que por el bautismo nos incorporamos a Cristo, fuimos incorporados a su muerte. Por el bautismo fuimos sepultados con Él en la muerte, para que así como Cristo fue despertado de entre los muertos por la gloria del Padre, así también nosotros andemos en una vida nueva. Porque si nuestra existencia está unida a Él en una muerte como la suya, lo estará también en una resurrección como la suya”.

Esta es la gran verdad que hoy celebramos: que si nuestra vida está unida a la de Cristo, estamos pasando ya de la muerte a la vida, estamos entrando ya en una vida nueva que no conoce la muerte. Lo que sucedió ya, sacramentalmente, en el bautismo - nuestra incorporación a Cristo - tiene que irse realizando día a día, en la fe, en la esperanza y en el amor, iluminando y transfigurando, con la fuerza del Espíritu, nuestros pensamientos, nuestras palabras y nuestras acciones, en la vida diaria, en todo lo que sentimos y hacemos, aun en las cosas mas pequeñas.

Hoy tenemos que vivir la inmensa alegría de experimentar en nuestro propio ser el misterio de la muerte y resurrección de Cristo: la alegría de morir, con Cristo, a lo viejo, lo caduco, lo que S. Pablo llama las “obras de la carne”: la envidia, la soberbia, le pereza, la desilusión, la desesperanza. Hay que morir a todo eso. Hay que sepultar todo eso. Para renacer con Cristo resucitado a la vida del Espíritu : que es amor y es gozo y paz y benignidad y paciencia.

Hermanos: la victoria de Cristo es nuestra victoria. En Cristo estamos todos. Él es nuestra Cabeza y nosotros somos su Cuerpo. Su sangre ha sido derramada por todos. Y la nueva vida, que surge en la resurrección de Cristo alcanza a todos: también a todos aquellos hombres de buena voluntad que, con sincero corazón buscan el bien y la verdad y cuya fe sólo Dios conoce.

En Cristo resucitado todos empezamos a participar ya de la vida eterna. Lo que ha sucedido en Cristo, sucederá también en todos que nos hemos incorporado a Cristo.

Jesús ha bajado al sepulcro, a la muerte, a las tinieblas, al reino del silencio, a “los infiernos”, al lugar de los muertos, al lugar de los que esperan la plena manifestación de los hijos de Dios. Jesús ha bajado al “abismo”, para sacarnos del “abismo”. “Demos gracias a Dios Padre, que nos ha sacado del dominio de las tinieblas y nos ha trasladado al Reino de su Hijo querido”

Hoy, unidos a toda la Iglesia, nos sentimos felices y cantamos himnos de alabanza porque la muerte ha sido vencida, porque Jesucristo como Primogénito de una nueva creación, como nuevo Adán, nos acompaña y nos sostiene y nos da su Espíritu Santo para que formemos parte de la humanidad salvada y redimida.

Hoy celebramos la entrada en un tiempo nuevo, el tiempo de Dios. No es ese tiempo que no lleva a ninguna parte, ese tiempo en el que todo se repite, en el que todo da vueltas sobre sí mismo, ese tiempo, gris, oscuro, sin esperanza. No. Hoy celebramos la entrada en el tiempo de Dios, el tiempo de “los cielos nuevos y la tierra nueva”. Ese tiempo que es el de Cristo resucitado. Jesucristo es Señor del tiempo y de la historia. Así lo hemos grabado en el cirio pascual, símbolo de Cristo resucitado: “Cristo ayer y hoy, principio y fin, alfa y omega. A Él la gloria y el poder por los siglos”

Reconocer a Cristo como Señor del tiempo y de la historia significa reconocer que en Él todo tiene consistencia, todo tiene fundamento, todo puede conducirnos, si se orienta según el Espíritu de Cristo, hacia la plenitud. La vida no es una repetición de actos sin sentido, sino un caminar con Cristo hacia la plenitud.

Y este “caminar” con Cristo, este “salir de las tinieblas” para entrar en la luz del Señor, en el “día del Señor”, en el “tiempo de la misericordia”, hemos de proclamarlo en esta Noche Santa, renovando nuestra fe y nuestros compromisos bautismales. Renovaremos nuestro bautismo, renunciando al pecado y afianzando nuestro reconocimiento de Cristo como Señor. Seremos rociados con agua bendita en memoria de nuestro bautismo. “Que esta agua nos renueve interiormente, avive en nosotros el recuerdo de nuestro bautismo y nos haga participar en el gozo de los hermanos que han sido bautizados en esta Pascua”

Por eso, cada uno de nosotros, según la llamada que ha recibido del Señor, ha de renovar la respuesta generosa a su propia vocación:

Los sacerdotes, hemos de renovar nuestro compromiso de servir con fidelidad al Pueblo Santo de Dios, haciendo presente sacramentalmente a Jesucristo, Buen Pastor, en la predicación de su Palabra, en la celebración de los sacramentos y en el servicio de la caridad, especialmente con los enfermos y los pobres.

Los seminaristas, renovad, con gratitud y docilidad, la llamada que un día sentisteis en el corazón de seguir al Señor en el ministerio sacerdotal. Y pedid a Dios el don de la fidelidad y la gracia del discernimiento para conocer, bajo la guía de vuestros formadores, el plan de Dios en vuestras vidas.

Los matrimonios, renovad hoy también vuestro compromiso mutuo de amor y fidelidad, siendo el uno para el otro, en la alianza matrimonial, signo del amor, indisoluble y fiel de Cristo a su Iglesia, cuidando, con una responsabilidad compartida, de la educación de los hijos enseñándoles a vivir el amor a Dios y el amor al prójimo; y haciendo del hogar una verdadera Iglesia doméstica.

Los jóvenes, poned hoy toda vuestra confianza en Jesucristo, que ha vencido a la muerte. Jesucristo es un amigo que no engaña. Y, por eso, es un amigo exigente. Él os propone el camino de las bienaventuranzas, que es el camino de la felicidad más auténtica: el camino de la libertad, que es desprendimiento de lo superfluo, el camino de la paz, siendo pacíficos en vuestro corazón y pacificadores en medio del mundo, el camino de la misericordia, el camino de la pureza de corazón, el camino del hambre y la sed de ideales grandes y de santidad.

Los mayores, vivid esta Noche poniendo en Jesucristo, Señor de la Vida el fruto de toda una vida de esfuerzo, sabiendo que para los que aman a Dios nada queda en el olvido. Y poned también el deseo y el compromiso de seguir siendo, en medio de los vuestros, en medio de vuestros hijos y nietos, testigos del amor y la misericordia de Dios, siendo vínculo de unión entre todos y manifestando con vuestra vida que sólo el amor y la fe llenan plenamente la vida. Al final todo pasa y sólo queda el amor.

Que esta Noche Santa sea para todos Noche de luz, Noche de inmensa alegría, Noche de esperanza.

Hoy volvemos a escuchar la voz del ángel a las santas mujeres que acudían al sepulcro vacío del Señor: “Por qué buscáis entre los muertos al que vive. HA RESUCITADO”. Por qué seguir malgastando nuestras vidas y nuestro esfuerzo en cosas efímeras. Por qué seguir empeñándonos en seguir sendas que no llevan a ninguna parte. Por qué pretender alcanzar la felicidad donde es imposible encontrarla. “Porque buscáis entre los muertos al vive”.

Que siempre busquemos la vida en Cristo resucitado y Él será nuestra alegría, nuestro gozo y la fuente eterna de nuestra felicidad y de nuestra esperanza. AMEN