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HOMILÍA VIERNES SANTO

Ante el relato de la pasión, no cabe sino el silencio, la adoración y una inmensa gratitud. Todo esto sucedió por mi. Murió por mis pecados. Cuando al director de cine Mel Gibson le preguntaban, acusándole de antisemitismo, si en su película “La Pasión de Cristo” aparecían los judíos como culpables de la muerte del Señor, él contestaba: el culpable de la muerte del Señor he sido yo, ha sido mi pecado y el pecado de todos los hombres.”Todos errábamos como ovejas, cada uno siguiendo su camino, y el Señor cargó sobre él todos nuestros crímenes. Maltratado, voluntariamente se humillaba y no abría la boca: como cordero llevado al matadero, como oveja ante el esquilador, enmudecía y no abría la boca” (Is 53,6-7)

Hemos comenzado esta celebración postrándonos en el suelo, en silencio, ante el Señor, que muere en la cruz por nuestros pecados y nos hemos dirigido a Dios diciendo: “¡Oh Dios! Tu Hijo, Señor nuestro, por medio de su pasión ha destruido la muerte que como consecuencia del pecado nos alcanza a todos los hombres. Concédenos hacernos semejantes a Él para que por la acción santificadora de la gracia llevemos grabada en nosotros la imagen de Jesucristo, el hombre celestial”.Sin Cristo los hombres llevábamos grabada la imagen de Adán el hombre terreno, herido por el pecado original. Cristo, en la cruz, como nuevo Adán, devuelve al hombre caído su imagen auténtica de hijo de Dios.

La contemplación de la pasión del Señor tiene que provocar en nosotros un cambio profundo ... una verdadera conversión.

En el evangelio de S. Juan aparecen perfectamente unidas la naturaleza humana de Jesús y su naturaleza divina. Jesús, en cuanto hombre padece un sufrimiento indecible; es humillado, maltratado y despojado de todo. Pero, al mismo tiempo aparece su condición divina, su señorío y su íntima unión con el Padre.

* Vienen a buscarle como si fuera un ladrón, Judas el traidor, la patrulla romana y los guardias de los sumos sacerdotes. Pero al decir Jesús quien es. Al pronunciar Jesús ese “Yo soy”, lleno de autoridad divina, todos retroceden y caen. Y sólo consiguen prenderle cuando Él lo permite. Jesús va libremente a la pasión. “Nadie me quita la vida, soy yo el que la entrega”

* Ante Anás, Jesús es abofeteado. Pero su palabra pone de manifiesto la falsedad del sumo sacerdote: “Si he faltado al hablar muéstrame en qué he faltado; pero si he hablado como se debe ¿por qué me pegas?”

* Pilato, consciente de la inocencia de Jesús, quiere arreglar las cosas , pero sin afrontar la verdad, quiere quedar bien con todos, menos con su propia conciencia. Pilato vive en la mentira. No afronta la verdad. Está más preocupado de su imagen pública que de la justicia. Y, ante Jesús, esa falsedad en la que vive queda al descubierto. Y, cuando le pregunta a Jesús, abiertamente, si es rey, Jesús le va a contestar con toda claridad: “Tu lo dices, soy rey. Yo para esto he nacido y para esto he venido al mundo: para ser testigo de la verdad. Todo el que es de la verdad escucha mi voz”. Pero Pilato no vive en la verdad, no es de la verdad. Pilato vive en la mentira, vive en la apariencia. Por eso Pilato y los que son como Pilato no son capaces de escuchar la voz de Jesús.

* Jesús en la cruz, a la vez que como hombre se va vaciando y va viviendo el mayor de los despojos y la pobreza más extrema, se va también manifestando como revelación suprema de la misericordia divina y como Señor de la gloria. Y en un derroche de amor convierte a su Madre, entregándosela al apóstol Juan, en Madre de la Iglesia... convierte a la Madre del Redentor en la Madre también de los redimidos

El prefacio primero de la Pasión nos expresa con gran profundidad el señorío de Cristo en la cruz y su juicio sobre el mundo: “En la pasión salvadora de tu Hijo, el universo aprende a proclamar tu grandeza y por la fuerza de la cruz el mundo es juzgado como reo y el crucificado exhaltado como juez poderoso”.

Vamos a ponernos, hoy, ante la cruz del Señor, y dejar que esa cruz, la cruz del amor, la cruz del perdón, la cruz de la misericordia, la cruz que nos ha redimido del pecado, juzgue nuestra vidas y juzgue nuestro mundo:

- juzgue nuestras cobardías y miedos como la cobardía y el miedo de los apóstoles y de Pedro,
- juzgue nuestra soberbia como la de Anás y Caifás,
- juzgue nuestras mentira y nuestra injusticia como la mentira y la injusticia de Pilato.

Pero el juicio que hace Jesús, desde la cruz no es un juicio de condenación, sino de vida.

Por eso vamos a abrazarnos, con mucha confianza, a la cruz del Señor para que Él perdone nuestros pecados, nos conforte en los sufrimientos y nos haga testigos de su misericordia.

Y, abrazados a la cruz del Señor, teniendo como madre e intercesora a la Virgen María, y llenos de la gracia que nos viene de los sacramentos seamos también jueces valientes para denunciar el pecado y la mentira del mundo, de nuestro mundo... para denunciar todos los pecados contra la vida y la dignidad del hombre que constantemente e impunemente se están cometiendo

Y unamos a la valentía de la denuncia el anuncio y la oferta de salvación que brota de la cruz de Cristo abriendo caminos de esperanza, de paz y de misericordia para todos los hombres.

Con esa mirada misericordiosa sobre el mundo vamos a hacer, dentro de un momento, la oración universal. Hoy la Iglesia, abrazada a la cruz de Cristo, mira con amor de madre a la humanidad entera y pide para ella el perdón y la misericordia.

Que la participación en el misterio de la cruz nos permita celebrar mañana , con gozo, la victoria sobre la muerte... la resurrección gloriosa de Cristo. AMÉN