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HOMILÍA SANTA JUANA – TVE
(Domingo 8º del T.O. – B)

Querida Comunidad de Hermanas Clarisas, queridos amigos y hermanos aquí presentes en este Santuario de Santa María de la Cruz y presentes también, a través de las antenas de TVE.

La celebración de la Eucaristía es siempre para todos nosotros un motivo de alegría muy honda. La Eucaristía es el centro mismo de la vida de la Iglesia. Sin Eucaristía no hay Iglesia, ni puede haber cristianos. En la Eucaristía ha querido el Señor perpetuar, a lo largo de los siglos, el sacrificio de la cruz y confiar a su esposa la Iglesia, en este banquete pascual, el memorial de su muerte y resurrección, entregándose a ella como alimento y como vínculo permanente de unidad y de amor.

La liturgia de este domingo octavo del tiempo ordinario nos invita a contemplar el amor inmenso que Dios nos tiene y, a la vez, la ingratitud del hombre pecador, incapaz de acoger con gozo y agradecimiento ese amor. La relación entre Dios y los hombres es una relación de amor no correspondido; una relación de amor esponsal, muchas veces rota y olvidada por parte del hombre.

El libro de Oseas es una de las cumbres de la revelación del amor divino en el Antiguo Testamento. El profeta Oseas fue un hombre profundamente enamorado de su esposa, pero fue un hombre muy pronto traicionado por ella. El profeta Oseas sufrió cruelmente las infidelidades de su esposa y la tortura de un corazón que, a pesar de todo, la seguía amando apasionadamente, y que, si embargo, se veía decepcionado en sus afectos más íntimos. Pero este drama personal le ayudó al profeta Oseas a descubrir un amor un más grande, un amor incondicional y siempre fiel, el amor inefable de Dios, que también es continuamente traicionado por su pueblo. El profeta pudo experimentar, paradójicamente, en la oscuridad de su drama personal, ese manantial de luz que es el amor de Dios. Puede ocurrir, muchas veces, que, a partir, las situaciones y vivencias humanas, como son la enfermedad o el aparente fracaso, el Señor nos introduzca en el conocimiento de verdades más sublimes y en una sabiduría nueva: “ Me la llevaré al desierto y le hablaré al corazón... me casaré contigo en un matrimonio perpetuo, me casaré contigo en derecho y en justicia, en misericordia y compasión y te penetrarás del Señor”

La relación de Dios con su Pueblo es descrita como una relación esponsal, un relación de recíproca pertenencia y de íntima comunión, una relación en la que Dios libre y gratuitamente toma la iniciativa de salvar al hombre estableciendo con él un vínculo de fidelidad e invitándole también a una adhesión libre e incondicional, en todo y para siempre.

Utilizando esta misma imagen de la relación esponsal, vemos como hoy, en el evangelio que hemos proclamado, el evangelista San Marcos describe la llegada del Mesías como un banquete de bodas. La presencia de Cristo, entre nosotros es como la presencia del novio o del esposo en casa de la esposa. Y los efectos que produce no pueden ser otros que la alegría que lo inunda todo, la liberación de toda angustia y dificultad y la renovación de todas las cosas: “vino nuevo en odres nuevos”. La novedad de Cristo sólo podrá ser recibida si hay un cambio de mentalidad y una conversión del corazón. Ante la pregunta de los fariseos sobre el ayuno, Jesús les dirá: “Es que pueden ayunar los amigos del novio, cuando el novio está con ellos” . La presencia del Mesías llena de gozo el corazón del hombre. Es la presencia que lo renueva todo, que nos hace renacer, que nos saca del estancamiento y de la tristeza, es una presencia que todo lo llena de vida. “Yo soy el camino, la verdad y la vida.”. Estando con el Señor se aleja la muerte y llega la vida.

Hoy también el Señor, el Esposo, se acerca a nosotros, al hombre de hoy, al hombre de estos comienzos de siglo para invitarle a vivir con Él esa relación esponsal de amor, de vida y de comunión con Él. El Señor nos invita a que, unidos a Él, en el encuentro con Él, alcancemos la plenitud de lo humano y el desarrollo de todas las capacidades y dones que Él nos ha dado.

Eso es la santidad y esa es nuestra vocación. Pero los hombres seguimos traicionando el amor de Dios. Es el drama del pecado, raíz última de todos los males que el hombre vive. Es el drama del amor de Dios no correspondido. Dios ofrece la vida y los hombres siguen optando por la violencia y la muerte. Cuando se oscurece la fe y la confianza en el Dios amigo del hombre y amigo de la vida, también se oscurecen la dignidad y los derechos humanos y la convivencia se hace muy difícil.

En estos días la opinión pública mundial se siente conmovida ante la amenaza de un posible guerra en Irak. Y la Iglesia dice no a la guerra. Dice no a este guerra y a todas las guerras y dice no al terrorismo y a toda forma de violencia en otros muchos lugares del mundo y también, por desgracia en nuestro país. Pero la Iglesia , cuando dice no a la guerra y a la violencia, esta diciendo, a la vez, si a la vida. Un sí la vida humana claro, rotundo y universal. Un si a la vida y a la dignidad humana. Y en su mensaje en defensa de la vida, en el evangelio de la vida, que la Iglesia proclama no hay excepciones. La Iglesia dice si a la vida, a toda vida humana, desde el momento mismo en que es concebida has el momento último de su muerte natural.

Resulta muy sorprendente, ver , en estos días la incoherencia , casi podríamos decir el cinismo, de muchos que protestan contra la guerra y caminan en las manifestaciones sujetando la pancarta de “no a la guerra” y después no sólo toleran sino que incluso reivindican como un derecho en sus programas políticos la muerte del ser humano mas indefenso y débil de todos, que es el ser humano, la persona humana en los primeros momentos de su existencia.

Tenemos que proclamar el evangelio de la vida y de la dignidad humana. Hoy la liturgia nos ha mostrado a Dios que ama apasionadamente al hombre y quiere que viva..Sólo unidos a El, que es el manantial el la vida de la vida y de amor el hombre alcanzará la paz que tanto deseo.

Ponemos hoy también nuestra mirada ante nuestra madre Santa María de la Cruz, cuya primitiva capilla hoy vamos a bendecir y en la que, según la tradición ella se apareció. Que ella que es la Madre del Autor de la Vida, nos alcance el don de la paz ayude a caminar asumiendo las responsabilidades que a cada uno nos corresponde, para ser verdaderos constructores de paz.

No quiere terminar sin recordar que en este día celebramos la jornada de oración por la Iglesia en Hispanoamérica y por los sacerdotes españoles que allí están trabajando. ”Colabora con América en el relevo misionero”, lema de la Jornada en este año, es una invitación a seguir sintiendo en nosotros el compromiso misionero con estas Iglesias jóvenes, muy queridas por nosotros. Para todos ellos nuestro recuerdo agradecido, nuestra ayuda solidaria y nuestra oración. AMEN