LOS HUERFANOS DIGITALES

Las nuevas tecnologías no sólo están cambiando el modo de comunicarnos, abriendo posibilidades hasta hace poco tiempo increíbles, sino que están realizando una profunda transformación cultural. Se está desarrollando una nueva forma de aprender y de pensar, con oportunidades inéditas de entablar relaciones y construir comunión.

Pero junto a esas inmensas oportunidades los riesgos que se corren están a la vista de todos: la pérdida de la interioridad, la superficialidad en vivir las relaciones, la huida hacia la emotividad, el prevalecer de la opinión que más se divulga sobre el deseo de verdad. Estos riesgos y otros muchos, afectan de manera alarmante a los niños, a los adolescentes y a los jóvenes.

Empieza a circular ya entre nosotros el concepto de “huérfano digital”. Entendemos por “huérfano digital” al niño o adolescente que empieza a hacerse un auténtico virtuoso de la tecnología, pero ignorando las consecuencias de su uso. Saben utilizar con destreza las posibilidades de difusión de sus redes sociales favoritas y, sin embargo, son poco  o nada conscientes de los riesgos que comportan. De hecho  separan el mundo virtual del mundo real, como si lo que ocurre en Internet estuviera en otra dimensión y como si el hecho de cerrar la conexión hiciera que todo lo virtual desapareciera y no afectase a la vida real. No se dan cuenta de que los riesgos de Internet son reales y de que no se trata de un videojuego en el que siempre podemos empezar otra partida. No son conscientes de que el “ciberacoso” sigue siendo acoso por muy virtual que sea su manifestación.

 Este dominio de la parte técnica unido a la falta de sensación de riesgo es una combinación letal. Es como si se enseña a alguien a conducir un potente coche, pero no se le enseñan las normas de tráfico. Esta combinación entre pericia  en el uso de las nuevas tecnologías y desconocimiento de sus riesgos se da, en muchos casos, porque los padres se ven sobrepasados por los conocimientos técnicos de sus hijos y, por si fuera poco,  en muchos casos, ignoran cual es su uso apropiado y cuales son y qué prácticas pueden volverse peligrosas.

Los que estamos preocupados por el mundo de la educación hemos de tomarnos muy en serio este asunto y necesitamos trabajar muy unidos a los profesionales de los medios de comunicación, en primer lugar, para imponer un “código ético de acción” que proteja a los “huérfanos digitales” de los continuos y graves abusos que continuamente están sufriendo.  Y, por otro lado hay que movilizar a las entidades educativas, tanto públicas como privadas,  y a las asociaciones de padres para denunciar los daños que gentes sin escrúpulos y grupos empresariales, que con el único fin de ganar dinero están robando la inocencia de nuestros niños y jóvenes poniendo a su alcance la pornografía mas abyecta y unos modos de vivir degradantes, que ofenden a la dignidad humana. Con ello nos sólo estaríamos ayudando a crear un Internet mas seguro para nosotros y para nuestros hijos, sino que también estaríamos ayudando a incrementar la confianza en unos medios que puestos al servicio del bien común, ayudarían a crear un entorno mas útil y beneficioso para todos.

En este contexto, los cristianos, hemos de tener el valor de pensar de modo más profundo, como ha sucedido en otras épocas, la relación entre la fe, la vida de la Iglesia y los cambios que el hombre está viviendo, con el firme compromiso de ayudar a quienes tienen responsabilidades en la Iglesia para que, en diálogo con el mundo contemporáneo, puedan entender, interpretar y hablar el «nuevo lenguaje» de los medios de comunicación y su función pastoral (cf. Aetatis novae, 2).

Para todos, un saludo cordial y mi bendición.