Getafe, 31 de marzo de 2018

Las mujeres buscaban en el amanecer del aquel primer día de la semana los restos de un muerto, perseguían la añoranza de un pasado que ya no existía, querían embalsamar el cuerpo de Jesús como muestra del amor que traspasa la muerte y que quiere apresar la memoria para que nuestros seres queridos no desaparezcan de nuestra vida. Sin embargo, se van a encontrar con algo distinto a lo que esperan, se van a encontrar con la Buena Noticia: “Ha resucitado. No está aquí”.

Esta noche santa, la más santas de todas las noches del año, nuestra Madre, la Iglesia nos anuncia la noticia gozosa que cambia nuestra vida y la vida del mundo: ¡CRISTO HA RESUCITADO! Aquel que el viernes contemplábamos colgado en una cruz y muerto ante la indiferencia del mundo, no está en el sepulcro, no vive entre los muertos, ha resucitado. Y nuestro corazón desborda de alegría, una alegría que no podemos dejar encerrada en nosotros, sino que con ella queremos inundar las entrañas del mundo y contagiarlo con este gozo desbordante. Que se alegre el Cielo y goce la tierra, que se estremezca el corazón de los creyentes, y hasta el de aquellos que no lo son, porque la vida ha vencido a la muerte y el amor al odio.

1. ¿Buscáis a Jesús el Nazareno, el crucificado?, les pregunta el joven que encuentran las mujeres en el sepulcro. Es la búsqueda que siempre da inicio a la fe. No hay fe sin búsqueda. Si la fe es encuentro con el Señor, la falta de búsqueda impide la fe. Para creer hay que salir, hay que aventurarse a las sorpresas, porque Dios es siempre sorprendente. ¿Cómo iban a imaginar aquellas discípulas de Jesús que fueron de noche a la tumba lo que les iba a suceder, la luz que iban a recibir? Cuando uno busca a Dios con sinceridad de corazón siempre lo encuentra. Es la experiencia de todo creyente: al buscar descubro que ya antes era buscado y hasta encontrado por Dios. Que bien sabéis esto, queridos catecúmenos, que esta noche vais a recibir la fe por los sacramentos de la iniciación cristiana; buscando, quizás, sin saber qué, os habéis encontrado con el Dios de Jesucristo que ha llenado vuestros corazones de un misterioso gozo, el que nace de la experiencia de sentirse amados.

La pregunta que el joven le hizo a las mujeres es también para todos nosotros: ¿Buscáis a Jesús el Nazareno? ¿dónde lo buscáis? ¿cómo la buscáis?

A Jesús no se le encuentra en el sepulcro, en la tierra de los muertos, a Jesús se le encuentra en la vida. “Hay que estar dispuesto a entrar en el Misterio, que es capacidad de asombro, de contemplación; capacidad de escuchar el silencio y sentir el susurro de ese hilo de silencio sonoro en el que Dios nos habla (cf. 1 Re 19,12). Entrar en el misterio nos exige no tener miedo de la realidad: no cerrarse en sí mismos, no huir ante lo que no entendemos, no cerrar los ojos frente a los problemas, no negarlos, no eliminar los interrogantes... Entrar en el misterio significa ir más allá de las cómodas certezas, más allá de la pereza y la indiferencia que nos frenan, y ponerse en busca de la verdad, la belleza y el amor, buscar un sentido no ya descontado, una respuesta no trivial a las cuestiones que ponen en crisis nuestra fe, nuestra fidelidad y nuestra razón” (Homilía del Papa Francisco en la Vigilia Pascual de 2015). Y hay que hacerlo desde la humildad, desde un corazón sencillo que no pretende dominar, comprenderlo todo, sino deja sus propias seguridades y la soberbia del corazón para aceptar que Dios tiene razón, que el camino que ha elegido para su Hijo es el camino de la felicidad, y experimentar y gozar así su presencia salvadora.

2. El evangelio de san Marcos es el colofón de toda la historia de la salvación que hemos leído y meditado esta noche. Desde el comienzo del mundo hasta la plenitud de los tiempos que ha llegado en Jesucristo, Dios ha ido acompañando el camino de la humanidad con su amor, una presencia fiel y llena de ternura. La historia de la humanidad ha sido guiada por la acción de Dios que la ha convertido en historia de salvación. Cada una de nuestras historias son también, queridos hermanos, historia de salvación, porque es Dios quien la sostiene y la guía hasta su meta definitiva, cuando todas las cosas encuentren su plenitud en Él. Mientras tanto caminamos entre dificultades, pero sabemos que Cristo ya ha vencido, y nosotros con él, por eso nuestro caminar se hace en confianza y en esperanza.

3. El bautismo que los catecúmenos recibirán esta noche, y que los demás renovaremos, especialmente la primera comunidad del Camino Neocatecumenal de Ciempozuelos, nos arranca del reino de la muerte al que nos había abocado el pecado para incorporarnos a Cristo. Muertos y sepultados con Cristo en su muerte, resucitamos con él a una nueva vida; renunciamos al hombre viejo que nos sometía y esclavizaba para renacer como hombres nuevos por la resurrección de Cristo.

Esto es pura gracia, mis querido hermanos, pero también una tarea, la de vivir según nuestra condición de hijos de Dios. Ya no servimos al pecado, ahora somos servidores de aquel que por nosotros murió y resucitó. Hermosa vocación y hermosa misión: ser testigos del Señor Resucitado en nuestra vida, en todos los ámbitos de nuestra vida, en la familia y en el trabajo, en privado y en la vida pública, con nuestra palabra, y, sobre todo, con el testimonio de nuestra vida de santidad.

Querido catecúmenos, esta noche, por el bautismo recibiréis el regalo de tener a Dios por padre y a la Iglesia por madre; recibiréis el don del Espíritu Santo que os configura con Cristo y os da la fuerza necesaria para ser sus testigos en la Iglesia y en el mundo, y os acercaréis a la mesa de la Eucaristía para comulgar con el Cuerpo y la Sangre del Señor, así entraréis en su misterio, él habitará en vosotros y vosotros en él, al tiempo que será las arras, el anticipo de la vida eterna, a la que estáis llamado por la fe en Cristo. No olvidéis nunca de lo que hoy recibís, de la gracia que marca vuestra vida, y de lo que O hacéis coherederos. Tened siempre a Dios por Padre, para vivir también en fraternidad con todos los hombres – la fraternidad es un don, pero también el compromiso de no mirar al otro como enemigo o competidor, sino mirarlo y tratarlo como hermano nuestro-. Y no olvidéis que la Iglesia es vuestra madre, seno materno que acoge, que arropa, que cuida y hace crecer, una Iglesia que nos da cada día a Jesús. Acercaos a la Iglesia para escuchar la Palabra, alimentaros con los sacramentos, especialmente la Eucaristía, y vivir la caridad.

Y vosotros, queridos hijos de la comunidad Neocatecumenal, vivir según la condición de hijos de Dios que hoy renováis después de un largo camino que os ya llevado a la fuente de vuestro bautismo. Testimoniad delante del mundo lo que Dios ha realizado en vosotros, su bondad y su misericordia. Decid a todos, que Dios los ama y quiere su bien, su salvación.

4. Pero, para terminar, volvamos al Evangelio y detengámonos a escuchar la misión de la que habla el joven de blanco a las mujeres: “Ahora id a decir a sus discípulos y a Pedro”. ¿Pero qué han de decirles? Que el resucitado va delante de ellos, que los antecede en la obra de la evangelización; no están solos, ni les fallará nunca el consuelo de su presencia; verán al Señor en su Palabra y en los signos que realicen. Es consolador experimentar que en la obra de la evangelización Cristo nos antecede y se hace visiblemente presente. Lo hemos experimentado, muchas veces hemos visto palpablemente la presencia de Cristo en nuestra acción apostólica, hemos podido comprobar como él ya había llegado a un hombre o a una situación concreta ante de que llegáramos nosotros. Quedémonos con el mensaje: Como aquellas mujeres, seamos discípulos y apóstoles del Resucitado para los demás.

5. Junto a cada uno de vosotros, queridos catecúmenos; junto a cada uno de nosotros, querido hermanos y hermanas, está siempre María. Ella que acompañó en la noche oscura a los discípulos y los sostuvo en sus miedos, ella que animó el camino de las mujeres al sepulcro y mantuvo la esperanza contra toda esperanza en la resurrección de su Hijo, acompañe también vuestras vidas y el camino de la Iglesia. Que la Madre del Resucitado nos ilumine y fortalezca en la obra de la evangelización para que todos podamos conocer y gozar la victoria de Cristo.


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