Queridos amigos, en esta calurosa semana, el sol ha estado presente en todo su esplendor. Sin embargo, según el dicho popular, hay cosas más luminosas que nuestra estrella. “Tres jueves hay en el año que brillan más que el sol: Jueves Santo, Corpus Christi y el jueves de la Ascensión”. Últimamente, en nuestra Iglesia Española, hemos retrasado la fiesta de la Ascensión al presente domingo, séptimo de Pascua. Pero no por ello esta hermosa fiesta brilla menos, porque hoy, nuestro Señor Jesucristo, habiendo tomado nuestra débil condición humana, la exaltó llevándola hasta la derecha de la gloria del Padre.

Esta fiesta se celebra, en algunos países aún, en jueves por respetar los cuarenta días que han transcurrido desde la Pascua. Así se evocan los cuarenta días en los que Jesús se apareció a sus discípulos, “dándoles numerosas pruebas de que estaba vivo”, según escucharemos hoy en el inicio del libro de los Hechos de los Apóstoles. Entonces Jesús les dio sus últimas indicaciones, corrigiendo la falsa esperanza que cundió entre sus seguidores de que llegaría el reinado político de Israel. No. Jesús da una esperanza verdadera, mucho mejor: “el Espíritu Santo vendrá sobre vosotros y os dará fuerzas”.

El Salmo 46 que hoy proclamamos canta la alegría de ver a Dios sentado en su trono real. Hoy, día de la Ascensión del Señor, Jesús toma su puesto de Rey, y se sienta a la derecha del Padre, en su trono sagrado. El pueblo está feliz porque su rey no es un tirano. Es el Rey-Siervo que ha sido exaltado por su humildad. Como lo designa el libro del Apocalipsis, Jesús es el “Rey de reyes”, “emperador de toda la tierra”, “rey del mundo” dice el Salmo de hoy.

Como segunda lectura, tomamos el pasaje del capítulo cuarto de la carta de san Pablo a los Efesios, donde el Apóstol encarcelado recuerda a los cristianos que son un cuerpo y Cristo es la cabeza. Hoy, al elevarse sobre la tierra a la gloria del Padre, “no se ha ido para desentenderse de este mundo, sino que ha querido precedernos como cabeza nuestra para que nosotros, miembros de su Cuerpo, vivamos con la ardiente esperanza de seguirlo en su reino”, como reza el Prefacio de la misa de hoy.

Como colofón a las lecturas, escucharemos el final del Evangelio de Marcos, donde se nos narra la última aparición del Resucitado. Duros deberes nos deja: “Id al mundo entero y proclamad el Evangelio a toda la creación”. Pero no estamos desamparados. Desde el Cielo, Jesús ejerce su sacerdocio, es decir, su intercesión ininterrumpida por nosotros ante el Padre. Nuestros nombres están siempre en sus labios, pidiendo para nosotros todos los dones necesarios para llevar a cabo nuestra tarea. “Y el Señor cooperaba confirmando la palabra con las señales que los acompañaban”, concluye el Evangelio.

Queridos amigos, el 12 de abril de 1961, el astronauta ruso Yuri Gagarin se convirtió en el primer ser humano que viajó al espacio. Los medios soviéticos, afines al régimen comunista, dijeron que el astronauta había comentado: «Aquí no veo a ningún Dios», aunque no se conserva la grabación. Hoy Jesús asciende al Cielo, pero no nos referimos a un lugar lejano dentro de los límites de nuestro precioso Universo. No. Está en otra dimensión, en la dimensión de Dios, que sólo la fe reconoce. Y eso, ¿está muy lejos? Pues no debe estarlo porque, como decía Papa Benedicto, “cada vez que rezamos, la tierra se une al Cielo. Nuestra oración atraviesa los Cielos y llega al mismo Dios, que la escucha y la acoge”. Esta semana, la Conferencia Episcopal Española nos pide que recemos por los cristianos perseguidos. Acordémonos de nuestros hermanos de Irak, Siria, Libia, Egipto y otros lugares donde el Espíritu Santo sostiene la fe de los nuevos mártires. Perseveremos en la oración con María, quien escuchó un día de boca del Arcángel Gabriel que el reino de su Hijo no tendrá fin. ¡Feliz domingo!

Queridos amigos, permítanme que les hable un poco en latín: “Ubi caritas et amor, Deus ibi est”. La traducción es muy sencilla y nos la sabemos todos: “Donde hay caridad y amor, allí está Dios”. Las lecturas de este domingo nos llevan a lo esencial. Son como un grito que viene del cielo que dice “Dios es amor”. El dios vengativo que viene a la tierra a ajustar las cuentas con nosotros, se desvanece, simplemente porque no existe. El Dios verdadero sólo es amor.

El Dios-Amor que une a personas tan dispares como san Pedro y el centurión romano Cornelio. En una nueva entrega de los Hechos de los Apóstoles, escucharemos cómo el Espíritu Santo precede, acompaña y secunda la predicación de la Iglesia. Precede, porque preparó a estos dos hombres con sendas visiones. Acompaña, porque mientras Pedro estaba hablando bajó sobre los oyentes el Espíritu. Secunda, porque los paganos, recién convertidos, comenzaron a proclamar la grandeza de Dios. Ese día la Iglesia aprendió que si Dios no hace acepción de personas, ella tampoco.

El salmo 97 que proclamaremos solía cantarse en la fiesta judía de las tiendas, en Jerusalén. En un momento dado, el pueblo aclamaba al Rey con vítores, cánticos y aplausos. Desde el siglo VI a.C. Israel dejó de tener rey, pero seguían cantando. ¿A quién? A su único Rey, a Yahvé. Aunque conservaban la esperanza de la llegada del nuevo Mesías Rey que traería la liberación. Nosotros, cristianos, hoy aclamaremos a Jesús, nuestro Rey: “Aclama al Señor, tierra entera; gritad, vitoread, tocad”.

Hoy tenemos una nueva cita con san Juan, autor de la segunda lectura, tomada de su primera carta, y del Evangelio. Amigos, les confieso que, si tuviera que quedarme con una sola página de la Biblia, lo haría con la que vamos a escuchar este domingo: “Dios es amor. En esto se manifestó el amor que Dios nos tiene: en que Dios envió al mundo a su Hijo único, para que vivamos por medio de él”. El amor era como un tesoro escondido en el cielo que se ha derramado sobre el mundo. Y el Amor es el don que contiene todos los demás. Con él lo tenemos todo. ¡Qué maravillosa noticia! ¡Dios es amor!

El Evangelio nos recordará que vivimos en una cadena de amor. El primer eslabón es el Padre que ama al Hijo, el siguiente es el que une al Hijo y al Espíritu Santo que nos comunica, y él último es el que une al Espíritu con nuestro corazón. Y con el amor va la alegría. “Os he hablado de esto para que mi alegría esté en vosotros, y vuestra alegría llegue a plenitud”, dice Jesús. Dios es un padre bueno que quiere ver a sus hijos alegres. Allí donde hay amor, allí donde hay alegría, allí está Dios. Que nuestra mirada se eduque para detectar su presencia a nuestro alrededor.

Amigos, hoy el Señor se acerca a nosotros como un amigo íntimo que busca un confidente. Nos quiere contar un secreto, nos quiere desvelar un misterio. No es una cosa cualquiera, es el misterio de los misterios, la llave que permite entender el sentido de este mundo, de nuestra vida, de cada vida. “Éste es mi mandamiento: que os améis unos a otros como yo os he amado”. ¿Dónde está el dios que se alegra de nuestras desgracias? ¿Dónde está el dios que nos manda matarnos los unos a los otros? ¿Dónde está el dios que nos quiere serios y circunspectos? No lo busquen. No existe. El único Dios que existe es el Dios-Amor, que es la fuente perenne e inagotable del amor que hay en el mundo. Ese es nuestro Dios. Cantemos en este día sus maravillas. ¡Feliz domingo!

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20-12-2015 Ciclo C- IV Domingo de Adviento
06-12-2015 Ciclo C- II Domingo de Adviento
29-12-2015 Ciclo C- I Domingo de Adviento

22-11-2015 Ciclo B-Cristo Rey 
15-11-2015 Ciclo B-Domingo XXXIII del Tiempo Ordinario
08-11-2015 Ciclo B-Domingo XXXII del Tiempo Ordinario
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6-9-2015 Ciclo B-Domingo XXIII del Tiempo Ordinario
31-5-2015 Ciclo B. Trinidad
17-05-2015 Ciclo B-VII Domingo de Pascua. Ascensión.
10-05-2015 Ciclo B. VI Domingo de Pascua. 
03-05-2015. Ciclo B. Domingo V de Pascua

Queridos amigos,

si quieren encontrar a Dios, no hace falta que se vayan muy lejos. Sólo miren en su interior, allí está. Las lecturas de este domingo así nos lo recuerdan, especialmente el Evangelio. Para entenderlo, tendrán ventaja los que han trabajado en los viñedos. Conocerán el aspecto de la planta de la vid, con su tronco y sus sarmientos. Sabrán de la importancia de la poda, cómo en primavera salen las yemas y, ya al final del verano, las uvas. Veamos qué tiene que ver la planta de la vid con el Espíritu Santo que llevamos en nuestro interior.

Es el mismo Espíritu que animaba la actividad de las primeras comunidades cristianas, según narran los Hechos de los Apóstoles. Hoy escucharemos la llegada de Pablo a Jerusalén, tras su conversión. Los discípulos no se fiaban de él, pero Bernabé se encarga de presentarlo en sociedad. Con cuánta emoción contaría Pablo su encuentro con Jesús. Ahora predicaba con valentía. La Iglesia daba fruto y se multiplicaba, como sucede hoy: entre el 2005 y el 2013, el número de católicos ha aumentado en 139 millones en el mundo.

El que se ha encontrado con Jesús desea que ese mundo lo conozca y lo ame. Escucharemos el Salmo 21 es su parte final, donde se dice: “volverán al Señor hasta de los confines del orbe; en su presencia se postrarán las familias de los pueblos”. Y con el salmista diremos: “Me hará vivir para él, mi descendencia le servirá”. El que ha encontrado a Cristo ya no vive para sí, sino para él.

La segunda lectura y el Evangelio tienen el mismo autor, y se nota. San Juan nos insiste en que permanezcamos en Dios, cuyo mandamiento se resume en que creamos en Jesucristo y en que nos amemos unos a otros, no sólo de palabra, sino con obras. Este mandamiento es la luz que ilumina la conciencia del cristiano, la verdad que le guía. Para actuar bien, no basta actuar “en conciencia” sino que nuestra conciencia debe adecuarse a la verdad, pues Dios es mayor que nuestra conciencia, dice san Juan.

El Evangelio de hoy, y el del domingo próximo, se sitúan en la Última Cena. Jesús dice que el Padre es como un labrador, que él es la vid y nosotros los sarmientos. La savia que vivifica el interior de la vid es el Espíritu Santo que luego prometerá. ¡Qué imagen tan bella para decirnos que, la vida de la Trinidad llega a nuestro interior. En el día de nuestro Bautismo, la Iglesia nos injerta en la Persona de Jesús.

Decía san Ignacio de Antioquía, uno de los primeros Padres de la Iglesia, que Jesucristo es “nuestra vida inseparable”. Ser cristiano no es copiar a Jesús externamente, como cuando los niños juegan a imitarse repitiendo todos sus movimientos. Ser cristiano es llevar a Dios dentro, en nuestra intimidad más profunda. Jesús ofreció a sus discípulos una comunión más íntima que la que pueden tener unos amigos. Porque, ¿quién de nosotros puede permanecer en el interior de otra persona? Él nos da la vida, en todos los sentidos. Él nos hace fecundos, hace que demos buenos frutos. ¿Qué más quiere Dios que compartir su vida con nosotros? ¡Feliz domingo!